Cuando pudo, Rowan echó a correr. Se había hecho daño en la cadera al evitar la llamarada, pero apenas se percató del dolor, solo era una molestia sorda y distante.
Estaban perdiendo la guerra, pensó, la perdían desde que no se abrió el paracaídas de Yangtree.
Todo parecía fuera de lugar, parecía equivocado, parecía desequilibrado.
El viento continuaba aumentando, cambiando de dirección y metiendo cizaña, aumentando la velocidad y la potencia del fuego. Aquí y allá, maliciosos torbellinos de polvo danzaban sobre él. El aire se mantenía lo bastante seco para crujir como una ramita.
Nunca llegaría hasta donde estaba la cuadrilla de Trigger para juzgar por sí misma el avance o el estancamiento, para comprobar ese flanco e intuir lo que el fuego estaba pensando, tramando. No, pensó. El tono apremiante en la voz de Gibbons no le dejaba alternativa. Tenía que retroceder.
Se desviaría hacia el norte, a través del fuego, para acortar un poco la distancia, y si calculaba bien su camino tal vez se cruzaría con Matt y con Cartas.
Los focos secundarios brotaban con tanta rapidez y frecuencia que Rowan empezaba a sentirse como si jugase una mortífera partida de whac-a-mole.
Bebió agua mientras corría, se humedeció el rostro sudoroso. Y resistió el impulso constante de llamar a la base, otra vez, para saber cómo estaba Yangtree.
Más valía creer que estaba vivo y luchando. Creerlo y hacer que fuese cierto.
Pero debajo, persistía el miedo de que no hubiese sido un accidente sino un acto de sabotaje.
¿Cuántos más albergaban ese mismo miedo?, se preguntó. ¿Cómo lograban calmarse y concentrarse con esa inquietud en la mente? ¿Cómo podía hacerlo ella cuando no dejaba de repasar cada minuto y cada movimiento en la sala de equipamiento, en el vuelo y en la secuencia de salto?
¿Algo había estado mal entonces? ¿Debería ella haberlo visto?
Más tarde, se ordenó a sí misma, revívelo más tarde. Ahora mismo, limítate a vivir.
Con su aguante flaqueando, sacó de su bolsa una barrita energética y empezó a desgarrar el envoltorio.
La dejó caer y echó a correr cuando oyó el grito.
El humo la cegaba, la desorientaba. Se obligó a detenerse y a cerrar los ojos. A pensar.
Hacia el norte. Sí, hacia el norte, decidió, y salió corriendo a toda velocidad.
Vio en el suelo la radio humeante, que echaba chispas, y la sangre que manchaba el suelo en la base de un saliente que ardía como una vela. En las proximidades, una rama entera devorada propagaba el fuego por el suelo.
Temiendo por sus amigos, se llevó las manos a la boca y empezó a gritar. Luego volvió a bajarlas con el mareo respondiendo al miedo. Vio el rastro de sangre, hacia el este, y lo siguió mientras sacaba despacio la radio del cinturón.
Porque ahora lo sabía, y se preguntó si en algún lugar de su interior siempre lo había sabido, o al menos sospechado. Pero la lealtad no lo había permitido, reconoció. Sencillamente no le había permitido cruzar la línea, salvo en sueños.
Ahora, con el corazón oprimido de pena, se preparó para cruzar la línea.
Antes de que le diese tiempo a conectar la radio se lo encontró allí, allí mismo, con un cohete encendido en una mano y los ojos llenos de tristeza. Lo arrojó cuando la vio, haciendo explotar su bomba diminuta. Una pícea negra estalló como una vela romana.
—No quiero hacerte daño. A ti no.
—¿Por qué ibas a hacerme daño? —preguntó ella, mirando aquellos ojos tristes—. Somos amigos.
—No quiero. —Matt sacó la pistola del cinturón—. Pero lo haré. Tira la radio.
—Matt…
Rowan sufrió una leve sacudida cuando Gibbons pronunció su nombre a través de la radio.
—Si contestas, te dispararé. Lo lamentaré, pero haré lo que haya que hacer. Estoy haciendo lo que hay que hacer.
—¿Dónde está Cartas?
—Tira la radio, Rowan. ¡Tírala o utilizaré esto! —gritó—. Te meteré una bala en la pierna, y luego dejaré que el fuego decida.
—Está bien. De acuerdo.
Abrió la mano y la dejó caer, pero él negó con la cabeza.
—Dale una patada. No me pongas a prueba.
—No lo hago. No lo haré.
Rowan oyó la voz de Janis mientras la apartaba de una patada.
—Tenemos que salir de aquí, Matt. Este sitio se está desmoronando. No es seguro.
Aunque Rowan se esforzaba por seguir mirándolo a los ojos, había visto la Pulaski enganchada en su cinturón y la sangre que relucía en el pico.
Cartas.
—Nunca quise que fueses tú. No fue culpa tuya. Y viniste al entierro. Te sentaste con mi madre.
—Pero lo que le pasó a Jim no fue culpa de nadie.
—Dolly le puso frenético, le presionó. Nos presionó a los dos, así que las últimas cosas que nos dijimos el uno al otro fueron cosas feas. Y Cartas era su jefe de saltos. Debería haber visto que Jim no estaba en condiciones de saltar. Tú sabes que es así.
—¿Dónde está Cartas?
—Se me ha escapado. Tal vez le haya alcanzado el fuego. De todos modos, depende del destino. Debería haberle disparado para asegurarme, pero todo depende del destino y la fatalidad. De la suerte, tal vez. Yo no decido. Dolly se cayó. Yo no la maté; se cayó ella sola.
—Te creo, Matt. Tenemos que dirigirnos hacia el norte, y luego podremos hablar cuando…
—Le di dinero, ¿sabes? Para el bebé. Pero quería más. Cuando pasé por su casa únicamente iba a hablar con ella, a poner las cosas en claro. Y ella se estaba yendo en coche, sin la niña. Era una mala madre.
—Lo sé —convino Rowan, tranquila y comprensiva—. Matt, ¿quién va a saberlo mejor que yo? ¿Quién va a saber mejor que yo que Shiloh está mejor ahora? Estoy de tu parte.
—La muy puta fue a un motel. Vi que el predicador le abría la puerta. Mi hermano estaba muerto y ella se estaba follando al predicador en la habitación de un motel. Quise entrar, pero tuve miedo de lo que sería capaz de hacer. Esperé, y ella salió y se marchó.
Rowan oyó que se prendía fuego en otro árbol.
—Matt…
—Se le pinchó una rueda. Fue el destino, ¿verdad? Cuando paré detrás de ella, se sorprendió al verme y puso cara de sentirse culpable. Le dije que aparcase en la vía de servicio. Iba a poner las cosas en claro con ella. Pero lo que dijo… Si no hubiese estado follando con todo el mundo, si no hubiese sido una mentirosa, una tramposa, una egoísta de mierda, yo no la habría empujado así. Iba a largarse y a abandonar a ese bebé. ¿Lo sabías? ¿Qué clase de madre hace eso?
—Tenemos que marcharnos —le dijo ella, hablando en tono sereno y al tiempo firme—. Quiero que me lo cuentes todo, Matt. Quiero escuchar, pero vamos a quedarnos aislados si no nos marchamos.
—Shiloh… podría ser mi hija.
Se pasó la mano libre por la boca ante la mirada perpleja de Rowan.
—Fue solo una vez. Me sentía muy solo, echaba mucho de menos a Annie, y había bebido un poco. Fue solo una vez.
—Lo entiendo —contestó ella, sintiéndose enferma por dentro, por todos ellos—. A veces yo también me siento sola.
—¡A ti no te pasa! Ella me dijo que el bebé era mío, y le dijo a Jim que era suyo. Después dijo que tal vez era mío, porque sabía muy bien que él no quería un hijo ni la quería a ella. Ella sabía que yo haría lo que hubiese que hacer, y que tendría que decírselo a Annie. Justo antes de que sonase la sirena, Jim y yo nos peleamos. Él estaba en la lista. Yo no. Él está muerto. Yo no.
—No es culpa tuya.
—¿Tú qué sabes? Le dije que se fuera al infierno, y lo hizo. Esto es el infierno. Iba a ajustar cuentas con Cartas para que no pudiese saltar, porque eso es lo que más ama. Como yo amaba a mi hermano. Le puse algo en la comida, le puse la zancadilla. Quería quitarle la niña a Dolly y dársela a mi madre. Eso era lo correcto. Pero ella se cayó, y tenía que hacer algo, ¿no?
—Sí.
—La envié al infierno. Fue entonces cuando supe que tenía que hacer lo necesario. Tenía que conseguir a la niña para mi madre, así que tuve que quitar de en medio a Leo. Debía pagar por lo que había hecho. Siempre estaba incordiando a Jim; nunca tenía una buena palabra para él.
—Así que sacaste su rifle del armero y me disparaste. Nos disparaste a Gull y a mí.
—A ti no. A ti no iba a hacerte daño. Dolly le dio a Jim la combinación, y él me la dio a mí. Era como si él me mostrase qué debía hacer. Leo tenía que pagar, y lo hizo. Conseguí a la niña para mi madre. Jim lo habría querido así.
—Está bien —dijo ella mientras las pavesas volaban como misiles—. Le hiciste justicia a Jim y ayudaste tanto como pudiste a tu familia. Te escucharé y haré todo lo que quieras, solo tienes que decírmelo. Pero no aquí. El viento ha cambiado. Matt, por el amor de Dios, vamos a quedar atrapados si no nos movemos.
Aquellos ojos tristes no vacilaron en ningún momento.
—Depende del destino, tal como te he dicho. Dependió del destino quién se llevó las bombas y las motosierras en malas condiciones, quien se ha llevado el paracaídas en malas condiciones.
—¿Has jugado a la ruleta rusa con nuestros paracaídas? —Rowan lamentó de inmediato haberlo dicho, pero no pudo evitar que la furia rebosara—. Yangtree nunca te ha hecho nada. Podría morir.
—Yo también podría haberme llevado el paracaídas manipulado. Ha sido un trato justo. En el fondo, Ro, todos nosotros matamos a Jim. Todos nosotros hacemos lo que hacemos y le llevamos a él a hacerlo también. Y todo el mundo ha tenido las mismas posibilidades. No quería que fueses tú, aunque sé cómo me miraste cuando dije que buscaría un abogado para el asunto de la niña y que mi madre iba a criarla. Vi cómo me miraban todos porque yo estaba vivo y Jim no.
No podía correr más que una bala, pensó Rowan mientras el corazón le latía con fuerza en el pecho. Pronto no estaría en condiciones de correr más que el fuego.
Oía el zumbido y el rugido que iba en aumento, que se acercaba a ellos.
—Tenemos que irnos. Así podrás estar cerca de la niña, Matt. Necesita un padre.
—Tiene a mis padres. Se portarán bien con ella. —El fuego resplandecía en tonos rojo y oro en su cara cubierta de sudor. Sus ojos habían pasado de reflejar tristeza a reflejar locura—. Anoche dejé a Annie. No tengo nada que darle. Y hoy, cuando he entrado por la puerta, sabía que sería la última vez. De una forma u otra. Pensé que sería yo quien sufriría lo que sufrió Jim. El fuego es lo único que me queda.
—Tienes a la niña.
—Jim está muerto. Le veo muerto cuando la miro. Le veo ardiendo. Ahora solo es el fuego. Me ha gustado. No el hecho de matar, sino el fuego, prenderlo, contemplarlo, ver sus efectos. Me ha gustado prenderlo más de lo que me gustó nunca combatirlo. Tal vez me guste el infierno.
—Yo no estoy dispuesta a ir allí —dijo Rowan, poniéndose de puntillas.
Un árbol cayó con un terrible estruendo, sacudiendo el suelo cuando aterrizó a menos de un metro de distancia. Rowan salió disparada hacia la derecha, corriendo a ciegas. Oyó el disparo y su columna vertebral se puso rígida al prepararse para recibir una bala en la espalda.
Oyó un chirrido, como el ala de una avispa irritada junto a su oreja, y entonces volvió a lanzarse hacia la izquierda mientras una pavesa estallaba a sus pies.
Si Matt no la mataba, lo haría el fuego.
Prefirió el fuego y, como una mariposa nocturna, voló hacia las llamas.
Por un momento la envolvieron, como un abrazo feroz que la dejó sin aliento. El grito sonó dentro de su cabeza y escapó en una salvaje exclamación de miedo y triunfo al verse liberada de pronto. El impulso la empujó hacia delante y la llevó a resbalar sobre las manos y las rodillas. Su mochila pesaba como plomo mientras forcejeaba para volver a levantarse, expulsando humo. A su alrededor, el bosque ardía en una alegre cabalgata con un profundo rugido gutural tan loco como el hombre que la perseguía.
Al oír el chasquido de otro disparo, se adentró más en el vientre de la bestia.
Lo oyó venir, incluso por encima del bramido del fuego. El golpeteo sordo de sus pisadas sonaba más cerca de lo que quería creer. Observó el humo y las llamas.
Lucha o huye, pensó.
Estaba harta de huir; ya no dejaría que él la empujase como si fuese una oveja en dirección al matadero. Rodeada de árboles quemados, afianzó los pies en el suelo y sacó su Pulaski de un tirón. Agarrándola con ambas manos, se preparó para luchar.
Él podía matarla. Demonios, seguramente lo haría. Pero, desde luego, hasta que eso ocurriese no se quedaría quieta.
Por ella misma, por Yangtree. Incluso, pensó, por la pobre y patética Dolly.
—Sangrarás —se dijo a sí misma en voz alta—. Sangrarás antes de acabar conmigo.
Vio la chaqueta amarilla a través de la nube de humo, y luego la silueta, que se acercaba deprisa.
Deliberadamente, inspiró y espiró jadeando, cargándose de adrenalina. Tenía un instante, tal vez dos, para decidir si le lanzaba su arma, si confiaba en un buen golpe o si cargaba contra él.
Cargaría. Era mejor mantener el hacha en las manos que arriesgarse a fallar el tiro.
Aspiró otra bocanada de aire repugnante y se echó la Pulaski al hombro, rechinando los dientes al calcular el momento oportuno.
Se acercaba deprisa, pensó otra vez; entonces los brazos de Rowan empezaron a temblar.
Se acercaba muy deprisa. Oh, Dios.
—Gull —dijo con un sollozo ahogado al ver cómo se abría paso a través del humo.
Corrió hacia Gull y sintió que las manos de este se cerraban con fuerza en torno a sus hombros. Nada, comprendió, ninguna caricia, ningún abrazo, le había producido nunca una sensación tan espléndida.
—Matt.
—Lo sé.
—Tiene un arma.
—Sí, también lo sé. ¿Estás herida? —preguntó, y observó su rostro cuando ella negó con la cabeza, como para comprobarlo por sí mismo—. ¿Puedes correr?
—¿Por quién me tomas?
—Entonces vamos a correr, porque Matt no es nuestro único problema.
Rowan iba a mostrarse de acuerdo cuando se quedó rígida.
—Espera. ¿Oyes eso?
—Eres tú la que tiene las orejas de un… Sí. Ahora lo oigo.
—Se acerca. Por ahí —añadió, señalando—. Parece que está llorando.
—Lo siento mucho por él. Lo mejor será correr hacia el sur, creo.
—Así llegaremos a la zona quemada. Pero si podemos nosotros, él también.
—Eso espero. Es allí donde lo derrotaremos. Ahora, a correr; después hablamos.
—No me esperes —empezó Rowan.
—¡Oh, qué estupidez!
Gull le agarró la mano y tiró de ella para obligarla a correr.
Rowan aceleró. No pensaba permitir que él tuviese que esperarla por no poder mantener su ritmo. No importaba que le ardiesen los pulmones, le doliesen las piernas y el sudor se le metiese en los ojos como si fuese ácido.
Corrió a través de un mundo enloquecido de violencia, espectacular con sus luces caleidoscópicas de color rojo, naranja y azul fundido. Se arrojó a través del humo fétido, saltando y esquivando ramas ardiendo, salvando los focos secundarios que chasqueaban en el suelo como trampas para osos.
Si podían llegar al área quemada, lucharían. Hallarían un modo.
Se arriesgó a mirar a Gull. El sudor le caía a chorros por la cara manchada de hollín. En algún momento de la carrera había perdido el casco, y tenía el pelo gris de ceniza.
Pero sus ojos, pensó mientras seguía, seguía y seguía, sus ojos se veían claros, centrados, decididos. Eran unos ojos que no mentían, pensó. Unos ojos en los que podía confiar.
En los que confiaba.
Lo conseguirían.
Algo explotó detrás de ellos.
Casi sin aliento, Rowan miró hacia atrás y vio una columna anaranjada de humo que se alzaba hacia el cielo. Mientras la observaba, se hizo más brillante.
—Gull.
Él se limitó a asentir con la cabeza. También lo había visto.
No había tiempo para hablar, para planear, ni siquiera para pensar. La tierra tembló; el viento sopló con fuerza. Con su aliento rugiente, el fuego impulsó pavesas, rescoldos, piñas ardiendo que estallaban como granadas.
Unas llamas de color azul y anaranjado alzaron sus garras a la izquierda, silbando como serpientes. Un saliente estalló y llovieron ascuas. El humo se espesó como algodón, y lo invadió un torbellino de chispas como luciérnagas.
Una fuente de llamas amarillas surgió delante de ellos, obligándolos a desviarse y alejarse del calor abrasador. Gull soltó un gruñido cuando una rama ardiendo le dio en la espalda, pero no dejó de correr mientras subían una cuesta a toda velocidad.
Una avalancha de rocas se deslizaba bajo sus botas, y el fuego desalmado seguía persiguiéndolos. Llegó el rugido, aquel grito de guerra largo y ronco, mientras el incendio se acercaba a ellos con un gran estruendo.
Un torbellino de fuego salió arremolinándose de entre el humo para ejecutar su danza.
No había ningún lugar hacia el que correr.
—Los refugios —dijo Gull, colocándole a Rowan de un tirón el pañuelo que llevaba al cuello encima de la boca y haciendo lo mismo con el suyo.
El torbellino gritaba, pensó Rowan al desgarrar la protección de su refugio ignífugo y sacudirlo para abrirlo. O era Matt quien gritaba, pero un loco con un arma se había convertido en el menor de sus problemas.
Pisó las esquinas inferiores de la lámina de aluminio y agarró las superiores para extendérsela sobre la espalda. Calcando sus movimientos, Gull la miró por última vez y le lanzó una sonrisa que a Rowan le llegó directa al corazón.
—Nos vemos luego —dijo él.
—Nos vemos luego.
Se dejaron caer hacia delante, protegidos en su capullo.
Trabajando a toda prisa, Rowan hizo un agujero para hundir en él la cara y conseguir el aire más fresco. Con los ojos cerrados, efectuaba inspiraciones breves y poco profundas a través del pañuelo. Una sola inspiración de los gases sobrecalentados que soplaban fuera del refugio le quemaría los pulmones, la envenenaría.
El fuego la embistió como un tren de sonido, como un maremoto de calor. El viento intentó desgarrar el refugio, trató de levantarlo y lanzarlo como si fuese una vela. Pálidas chispas brillaron a su alrededor, pero ella mantuvo los ojos cerrados.
Y vio a su padre, friendo pescado sobre una hoguera, con las llamas danzando en sus ojos mientras reía con ella. Se vio a sí misma abriendo los brazos bajo los de él en su primer salto en tándem. Vio cómo él abría los suyos mientras ella corría hacia él después de que volviese de un incendio.
Lo vio, ahora con el rostro iluminado por una llama interior al hablarle de Ella.
Nos vemos luego, pensó mientras crecía aquel calor insufrible.
Vio a Gull, con su sonrisa chulesca y su pavoneo, echándole sobre la cabeza el agua que había dentro de un casco. Lo vio bebiendo una cerveza relajadamente y a continuación ahuyentando a una pandilla de matones tan violentos como un torbellino de fuego.
Sintió cómo la estrechaba entre sus brazos. Cómo se volvía hacia ella en la oscuridad. Cómo se peleaba con ella a la luz del día. Cómo corría con ella. Cómo corría hacia ella.
Había atravesado el fuego por ella.
El miedo le arponeó el vientre. Había tenido miedo otras veces, pero comprendió que en gran parte era porque no estaba preparada para morir. Ahora temía por él.
Tan cerca, pensó mientras el fuego aullaba, aplastaba, estallaba. Y sin embargo completamente separados. No podían hacer nada el uno por el otro salvo esperar. Esperar.
«Nos vemos luego».
Aguantó. Pensó en Yangtree, en Jim. En Matt.
Cartas. Dios santo, Cartas. ¿Matt también lo había matado?
Quería verlo de nuevo, verlos de nuevo a todos. Quería decirle a su padre que le quería, solo una vez más. Decirle a Ella que se alegraba de que su padre hubiese encontrado a alguien que le hiciese feliz.
Quería bromear con Trigger, tomarle el pelo a Cartas, sentarse en la cocina con Marg. Estar con todos ellos, su familia.
Pero más, comprendió, aún más, quería volver a mirar a Gull a los ojos, y contemplar esa sonrisa que aparecía de pronto en su cara.
Quería decírselo todo.
¿Por qué demonios no lo había hecho? ¿Por qué había sido tan tozuda, o tan estúpida? Debía reconocer que le había dado miedo.
Si él no salía de esta para que pudiese hacerlo, se las pagaría.
Mareada, comprendió, enferma. Demasiado calor. «No puedo desmayarme. No me desmayaré». Al volver a regular su respiración, se dio cuenta de una cosa.
Silencio.
Oía el fuego, pero el rugido y el canto sonaban lejanos. La tierra permanecía estable bajo su cuerpo, y el retumbar había pasado.
Estaba viva. Aún viva.
Alargó una mano y la apoyó en el refugio. Aún estaba caliente al tacto, pensó. Podía esperar. Podía ser paciente.
Y si ella vivía, más le valía a él vivir también.
—Rowan.
Las lágrimas aumentaron el escozor de sus ojos al oír la voz de Gull, áspera y quebrada.
—Sigo aquí.
—¿Cómo va la cosa por ahí?
—De maravilla. ¿Y tú?
—Lo mismo digo. Ya ha bajado un poco la temperatura.
—No salgas aún, novato.
—Ya conozco el procedimiento. Voy a llamar a la base. ¿Quieres que les transmita algo?
—Pídele a L. B. que le diga a mi padre que estoy bien. No sé nada de Cartas. Había sangre. Tienen que buscarle. Y también a Matt.
Rowan volvió a cerrar los ojos y se dejó llevar. Pasó la hora siguiente pensando en nadar en un lago a la luz de la luna, en beber directamente de una manguera de jardín, en hacer ángeles de nieve, ángeles de nieve desnudos, con Gull.
—Cartas ha logrado volver —le dijo él—. Aunque han tenido que evacuarlo. Ha perdido mucha sangre.
—Está vivo.
A solas en su refugio, Rowan se permitió llorar.
Cuando su refugio se enfrió al tacto, llamó a Gull.
—Voy a salir.
Sacó la cabeza al aire cargado de humo y miró a Gull. Imaginó que ambos parecían un par de tortugas sudorosas y vaporizadas saliendo de sus conchas.
—¡Hola, preciosa!
Rowan se echó a reír. Le dolía mucho la garganta, pero se echó a reír.
—¡Hola, guapo!
Se arrastraron el uno hacia el otro sobre la tierra ennegrecida y cubierta de cenizas. Rowan encontró los labios de él con los suyos. El vientre le temblaba por una combinación absurda de risa y lágrimas.
—Iba a cabrearme mucho contigo si te morías.
—Me alegro de haberlo evitado —dijo él, tocándole la cara—. Menudo rato hemos pasado.
—¡Y que lo digas! —exclamó ella, bajando la frente hasta tocar la suya—. Podría seguir vivo.
—Lo sé. Más vale que averigüemos dónde estamos, y luego nos preocuparemos de dónde está él.
Rowan sacó su brújula y se orientó mientras se bebía el agua que le quedaba en la botella.
—Si nos dirigimos hacia el este, recorreremos otra vez una parte de la zona; además, es el mejor camino para llegar al campamento. Necesitamos agua.
—Ahora llamo.
Aunque las piernas aún le temblaban, Rowan se levantó para examinar los refugios.
—La capa interior está fundida —le dijo a Gull—. Hemos superado los ochocientos cincuenta grados centígrados. Yo diría que dentro hemos alcanzado los ochenta.
—Mi tableta de chocolate se ha fundido, y eso es una auténtica vergüenza —dijo él, cogiéndole la mano—. ¿Quieres dar un paseo por el bosque?
—Me encantaría.
Caminaron por la zona quemada con la ceniza aún arremolinada. El entrenamiento pesó más que el agotamiento y les llevó a neutralizar los focos humeantes.
—Has venido a buscarme.
Gull levantó la mirada.
—Claro. Tú habrías hecho lo mismo.
—Lo habría hecho. Creía que iba a morir. No iba a rendirme fácilmente, pero iba a morir igual. Y has venido a buscarme. Eso cuenta mucho.
—¿Hay un marcador? ¿Voy ganando?
—Gull.
Esta vez Rowan no se rió; todo lo que sentía se alzaba en su garganta irritada.
—Tengo que decirte… —Lo agarró del brazo—. He oído algo.
Cerró los ojos, concentrada. Señaló.
Rowan volvió a mirarlo a los ojos. ¿Se acercaban o se alejaban? Él asintió con la cabeza, y avanzaron hacia el sonido.
Lo encontraron, encogido detrás de un grupo de rocas que le habían protegido un poco. Pero no lo suficiente.
Sus ojos, llenos de sangre, miraban fijamente desde su rostro destrozado. Rowan pensó en su sueño sobre Jim, en su hermano. Con el fuego, sus imágenes eran idénticas.
Volvió a gemir y trató de hablar. Su cuerpo temblaba violentamente y su respiración era rápida y jadeante. Unas quemaduras en carne viva, cubiertas de ampollas, marcaban el lado izquierdo de su cuerpo, el más expuesto, donde el fuego había devorado la ropa protectora.
Había estado a punto de salvarse, observó Rowan. Cincuenta metros más y habría podido ponerse a cubierto. ¿Había creído que podía lograrlo, había dejado su vida a merced del destino en vez de abrir su refugio?
Gull le pasó la radio.
—Llama —le dijo.
Se agachó y tomó cuidadosamente una de las manos destrozadas de Matt entre las suyas.
Tenía esa cualidad, pensó Rowan. Sentía compasión por un hombre que moría sufriendo, aunque el hombre fuese un asesino.
—Base, aquí la Sueca. Hemos encontrado a Matt.
Sus ojos buscaron los de ella cuando Rowan pronunció su nombre. ¿Aún podía pensar?, se preguntó ella. ¿Aún podía razonar?
Por un instante vio pena en ellos. Luego se quedaron fijos cuando los jadeos se cortaron en seco.
—No ha sobrevivido —dijo Rowan, y le devolvió la radio a Gull con pulso firme.
Se contuvo hasta que se sentó en el suelo junto a un hombre que había sido su amigo, y lloró por él.
Rowan quería quedarse y luchar; le parecía una cuestión de orgullo y de honor. Bebió, comió y sustituyó el equipo perdido y deteriorado. Se pasó todo el camino quejándose cuando le ordenaron marcharse en un helicóptero.
—No estamos heridos —señaló.
—Hablas como una rana —observó Gull al tomar asiento en el aparato—. Una rana sexy, pero rana al fin y al cabo.
—Bueno, hemos tragado un poco de humo. ¿Y qué?
—Has perdido la mayor parte de las cejas.
Atónita, Rowan se puso los dedos encima de los ojos.
—¡Mierda! ¿Por qué no me lo habías dicho?
—Es una nueva imagen. Lo tienen dominado —añadió, mirando hacia abajo mientras se alzaban en el aire.
—¡Esa es la cuestión! Ese cabrón ha intentado matarnos. Deberíamos estar ahí hasta el final.
—No te preocupes, nena —dijo él, dándole unas palmaditas en la rodilla—. Habrá otros incendios que intentarán matarnos.
—No trates de suavizarlo. L. B. deja que los policías abusen de nosotros. ¿Qué más da si prestamos o no declaración? Matt está muerto. —Rowan volvió la cabeza y miró hacia el cielo—. Creo que la mayor parte de él, la mejor parte de él, murió el año pasado cuando lo hizo Jim. Le has cogido la mano para que no muriese solo.
Aunque Gull no dijo nada, Rowan notó claramente su incomodidad, así que se volvió de nuevo hacia él.
—Eso también cuenta mucho. Desde luego, hoy estás acumulando puntos.
—La gente puede decidir en diversos sentidos cuando la vida les arrebata un pedazo. Él tomó una decisión incorrecta. Muchas decisiones incorrectas.
—Tú no. Nosotros no —corrigió Rowan—. Bien por nosotros.
—No llores más. Me estás matando.
—Me lloran los ojos, eso es todo. De tanto humo.
Gull supuso que no les perjudicaría a ninguno de los dos fingir que era cierto. Sin embargo, cogió su mano.
—Quiero una cerveza. Quiero una botella de cerveza gigante y helada. Y sexo en la ducha.
La idea le hizo sonreír.
—Yo quiero unas cejas.
—Pues no pienso darte las mías.
Gull echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos.
Rowan miró por la ventanilla hacia la extensión de tierra, las montañas. A casa, se iba a casa. Pero el sentido había cambiado, se había hecho más profundo. Era hora de tener valor y decírselo.
—Tengo que decirte algunas cosas —empezó—. No sé qué te van a parecer, pero es lo que hay. Así que…
Se echó hacia atrás y entornó los ojos.
No tenía sentido que desnudase su alma ante un hombre que dormía como un tronco.
Podía esperar, decidió, y contempló cómo el sol bajaba hacia los picos occidentales.
Vio a su padre corriendo hacia la plataforma, a L. B. y la maraña voladora de los cabellos de Ella, que corría tras ellos.
A Marg saliendo de la cocina a toda velocidad. A Lynn parándose a esconder la cara en el delantal. A mecánicos y paracaidistas saliendo en tropel de los hangares, la torre y los barracones.
Al policía y a la federal de pie juntos con sus trajes elegantes en la puerta de Operaciones.
Le dio un codazo a Gull.
—Tenemos un comité de bienvenida.
Rowan bajó tan pronto como aterrizó el helicóptero y luego corrió agachada bajo las palas para saltar a los brazos de su padre.
—Aquí está mi nena. Aquí está mi hija.
—Estoy bien —dijo ella, aspirando su olor y apretándole con fuerza. Y, al ver a Ella por encima del hombro de Lucas, al ver sus lágrimas, le tendió una mano—. Me alegro de verte.
Ella agarró su mano y se la llevó a la mejilla. Luego rodeó con los brazos como pudo tanto a Lucas como a Rowan.
—No te vayas a ninguna parte —murmuró Lucas, y después, tras soltar a Rowan, se acercó a Gull—. Has cuidado de nuestra chica.
—Así es, aunque ella también ha sabido cuidarse.
Lucas le dio un fuerte abrazo.
—¡Sigue así!
Ambos miraron a Rowan cuando esta soltó un grito, se separó de Marg y echó a correr hacia el hombre que caminaba despacio hacia la plataforma.
—Le he dicho a ese loco que solo saldría del hospital si guardaba cama unos días —dijo L. B., sacudiendo la cabeza en dirección a Cartas.
—¿Y Yangtree? —preguntó Gull.
—Así, así. No esperaban que aguantase tanto, así que apuesto por él. Tengo una cerveza fría para vosotros.
—No la hagamos esperar.
—¿Quieres que les diga a los policías que os dejen en paz hasta que Rowan y tú os aclimatéis?
—Más vale que acabemos de una vez. Ella necesita terminar, y supongo que yo también.
—Ha empezado a hablar como un loco —le dijo Cartas a Rowan—. Ha dicho que dejé morir a Jim y me ha hablado de Dolly. Y también me ha contado… me ha contado que Dolly llamó a Vicki y le dijo que nos habíamos acostado juntos. Le dio a entender que el bebé era mío, por el amor de Dios. Que fue idea de él.
—Puedes arreglarlo con ella.
—Voy a intentarlo. Pero… Ro, me ha atacado. ¡Santo Dios! —Se tocó el hombro, en el punto donde le había clavado el pico—. Matt me ha atacado. Me he defendido y puede que le haya tirado al suelo; no me acuerdo bien. Les he dicho a los policías que tengo como una película absurda dentro de la cabeza. He echado a correr. Me perseguía. Creo que después ha dejado de hacerlo. He seguido corriendo. He estado muy jodido hasta encontrar la línea del cortafuegos. La he seguido.
—Bien pensado.
—No sé cómo pudo hacer lo que hizo, Ro. Yo trabajaba a su lado. Todos lo hacíamos. Yangtree… —Los ojos se le llenaron de lágrimas—. Luego perseguirte, y morir como ha muerto… No me cabe en la cabeza.
—Estás agotado. Ve a acostarte. Luego iré a verte.
—Yo quería a ese cabrón.
—Todos le queríamos —dijo Rowan.
Cartas volvió a los barracones.
Gull se acercó.
—Si no tienes inconveniente, podemos hablar con la policía ahora. Marg está preparando unos filetes.
—Dios existe.
—Podemos acabar con esto mientras comemos.
Tomaron asiento en una de las mesas de picnic.
—En primer lugar, quiero decir que me alegro de verles a los dos de regreso aquí, sanos y salvos —dijo Quinniock, juntando las manos sobre la mesa—. No sirve de gran cosa, pero deberían saber que, después de indagar y presionar un poco, la agente DiCicco ha sabido esta mañana que Matthew Brayner dejó a su novia hace pocos días y cortó la comunicación con ella. Además, abandonó su empleo.
—También supe hace unos días que tenía varios trofeos y premios de puntería. Hay varias personas en su unidad que cuentan con experiencia como tiradores de élite —añadió DiCicco.
—Nos ha estado investigando a todos —comentó Rowan.
—Es mi trabajo. Hemos llegado aquí para interrogarle más o menos a la misma hora en que atacaba al compañero de ustedes —prosiguió DiCicco—. Hemos podido convencer al señor Little Bear de que nos dejase registrar la habitación de Brayner. Llevaba un diario. Todo está ahí. Lo que hizo, cómo y por qué.
—Estaba desconsolado —dijo Rowan.
—Sí.
Rowan miró a Quinniock.
—En el fondo, se echaba la culpa de lo que le pasó a Jim. De ser débil, de acostarse con Dolly, de pelearse con su hermano antes de aquel salto. No podía soportarlo, y por eso tuvo que echarle la culpa a Cartas, a Dolly, a todos nosotros.
—Es muy probable.
—Pero hay algo más —dijo, mirando ahora a Gull—. Se enamoró del fuego. Encontró una especie de propósito en él, y eso justificó lo demás. Dijo que lo dejaba en manos del destino, pero se mintió a sí mismo. Se lo dio todo al fuego, convirtió todo lo que amaba y para lo que se había entrenado en un castigo. Tal vez creyó que podía quemar el sentimiento de culpa y la pena, pero nunca lo hizo. Murió, desconsolado por todo lo que había perdido.
—Nos resultaría útil que nos dijese exactamente qué ha ocurrido, qué se ha dicho y qué se ha hecho.
—Sí, puedo hacerlo. Luego no pienso volver a hablar de ello, porque él ya ha pagado por todo. No se le puede sacar nada más, ni se puede cambiar nada de lo que ha sucedido.
Rowan lo explicó como si de un parte de incendio se tratara. De forma precisa y breve, haciendo una pausa solo para apoyarse en Marg cuando la cocinera dejó sobre la mesa unos filetes aún chisporroteantes.
Luego comió ella mientras Gull lo contaba desde su perspectiva.
—¿Sabías que era Matt cuando me has encontrado? —interrumpió Rowan.
—Cartas ha tenido mala suerte toda la temporada, y era el jefe de saltos de Jim. Hay que aceptar las rachas, buenas o malas, pero cuando lo analizabas parecía que tal vez no fuese cuestión de mala suerte. Además, Matt fue incapaz de mirar a Yangtree cuando lo bajamos del árbol —respondió Gull—. Estabas demasiado ocupada para darte cuenta —añadió—, pero Matt fue el único que no pudo. Cuando Janis dijo que ninguno de vosotros tres respondía por radio, fue como sumar dos más dos.
Gull miró de nuevo a DiCicco.
—Eso es todo. No tenemos nada más que decirles.
—Haré lo posible para cerrar el caso sin volver a molestarles —le dijo DiCicco a Rowan—. Y espero que su amigo Yangtree se ponga bien.
—Gracias. ¿Qué pasa con Leo Brakeman?
—Queda absuelto de los asesinatos y, como Brayner detalló el tiroteo en la base en su diario y cómo obtuvo la combinación del armero, es decir, de Jim a través de Dolly, queda absuelto de esos cargos. No obstante, violó la libertad condicional, aunque dadas las circunstancias recomendaremos indulgencia.
—Matt no le mató —murmuró Rowan—, pero le destrozó la vida. Lo hizo para poder conseguir al bebé para su madre.
Quinniock se levantó.
—Un hombre inteligente se iría a Nebraska e intentaría rehacer su vida. Eso dependerá de Brakeman. Ha sido un placer conocerles a ambos, a pesar de las circunstancias. Gracias por su ayuda.
—Lo mismo les digo.
Rowan masticó un trozo de filete mientras se alejaban.
—Ha sido un poco raro al final.
—¿Solo al final?
Ella se echó a reír.
—Ya sabes a qué me refiero. Tengo que pasar algún tiempo con mi padre. Podrías apuntarte.
—Claro. ¿Eso es antes o después del sexo en la ducha?
—Después, por diversas razones. Ahora mismo, necesito un paseo. Está saliendo la luna.
—Así es —dijo Gull, levantándose y cogiéndola de la mano.
Seguramente sería más adecuado, pensó Rowan, si primero se aseaban, si esperaba a que la base durmiese y estuviesen a solas.
Pero por otra parte, si estaban cubiertos de hollín, oliendo a humo y sudor… ¿No era eso lo que eran?
—He pensado mucho dentro del refugio —empezó ella mientras caminaban hacia el área de entrenamiento.
—No había mucho más que hacer allí dentro.
—Pensaba en mi padre. En nosotros dos en determinados momentos. En Ella y él. Solo voy a reconocer esto una vez, pero tenías razón acerca de mi primera reacción con ellos y acerca de los motivos. He terminado con eso.
—No tienes que decirlo otra vez, pero tal vez podrías anotarlo, para mis archivos.
—Cállate —dijo Rowan, dándole un golpe con la cadera—. Pensaba en Jim y Matt, en todos los chicos. Yangtree.
—Va a salir de esta. Me apostaría lo que quieras.
—Lo creo porque es fuerte como un roble, y porque esta temporada ya ha habido bastantes pérdidas. Pensaba en ti.
—Esperaba salir en algún momento.
—Pequeños momentos. Y cuando los reduces y los miras muy de cerca, puede resultar que sean la clave. —Se detuvo y se situó frente a él—. Bueno. Quiero casarme.
—¿Conmigo?
—No, con Timothy Olyphant, pero me conformo contigo.
—Vale.
—¿Ya está?
—Sigo pensando en Timothy Olyphant, así que dame un minuto. Creo que soy más guapo.
—Sí, claro.
—No, en serio. Tengo el pelo más bonito. Pero, en fin. —La abrazó con fuerza, obligándola a ponerse de puntillas. El beso de Gull no fue casual ni desenfadado, sino puro y duro, profundo y real—. Iba a llevarte de picnic otra vez y pedírtelo. Esto es mejor.
—Me gustan los picnics. Podríamos…
Gull le puso las manos a ambos lados de la cara.
—Te quiero. Me encanta todo lo que tiene que ver contigo. Tu voz, tu risa. Tus cejas cuando vuelvan a crecer. Tu rostro, tu cuerpo, tu cabeza dura y tu corazón cauto. Quiero pasar el resto de mi vida mirándote, escuchándote, trabajando contigo, simplemente estando contigo. Rowan, la de los lupinos morados.
—Uau. —Gull la había dejado literalmente sin respiración—. Esto se te da muy bien.
—He estado ahorrando.
—No quería enamorarme de nadie. Es muy complicado. Estoy tan contenta de que fueses tú… Estoy tan contenta de quererte, Gulliver… Tan contenta de saber que tendré una vida contigo, un hogar, una familia contigo… —Apretó los labios con fuerza contra los suyos—. Pero quiero una cama más grande.
—Tan grande como quieras.
—¿Dónde la pondremos? Me refiero a después de la temporada.
—He estado pensando en ello.
Naturalmente, pensó Rowan.
—¿De verdad?
—En primer lugar, creo que debería sacarme la licencia de piloto. Haremos muchos viajes entre Montana y California.
Gull le cogió la mano y, tal como Rowan había visto hacer una vez a su padre con Ella, imprimió a sus brazos unidos un balanceo juguetón.
—Tal vez encontremos un lugar intermedio, pero me parece bien que nos instalemos aquí la mayor parte del año.
Rowan ladeó la cabeza.
—¿Porque Missoula necesita un salón recreativo familiar?
Gull sonrió de oreja a oreja y le besó los nudillos mientras volvían a caminar.
—He estado estudiando esa posibilidad.
—Te quiero de verdad —le dijo Rowan—. Es asombroso.
—Soy un excelente partido. Mucho mejor que Olyphant. Dónde nos instalemos es solo un detalle. Ya lo decidiremos.
Rowan se detuvo y, confiando en los dos, le rodeó el cuello con los brazos.
—Ya lo decidiremos —repitió.
—¡Eh! —gritó L. B. desde el otro lado del área—. He pensado que os gustaría saberlo: han contenido el fuego. Lo han rodeado y están acabando con él.
—¡Adelante, Zulies! —respondió Gull.
Rowan le sonrió. Más buenas noticias, pensó. Pronto irían ellos a darles sus propias buenas noticias a su padre, a la familia de ambos.
Pero de momento, ella había encendido su propio fuego y quería caminar un rato compartiendo su calor, sola con él, bajo la luna.