28

Gull supuso que tenía una hora como máximo. Rowan, concentrada en escribir el informe del incendio de Alaska, estaría ocupada durante al menos ese tiempo. Él volvió de cumplir con sus obligaciones en el almacén y miró el reloj al salir a correr por la vía de servicio.

Nadie se extrañaría de que hiciese sus ejercicios de preparación física, ni tendría motivos para sospechar que había concertado una cita lejos de cualquier observador casual.

Sobre todo Rowan.

En cualquier caso, le gustaba estar fuera, correr un poco y poder pensar con calma.

La tormenta de la noche anterior había producido muy poca lluvia, pero había conseguido bajar la temperatura. Esa mañana habían enviado a un turno para saltar sobre un fuego al este, así que no quería alejarse por si sonaba la sirena.

No tenía que hacerlo.

A menos de un kilómetro de la base, Lucas, vestido con una sudadera de jogging y una camiseta, hablaba por su teléfono móvil.

—Claro, eso sería fantástico. —Saludó a Gull con un leve gesto de la cabeza—. Perfecto. Nos vemos entonces.

Tras cerrar el teléfono, se lo metió en el bolsillo de la sudadera.

—Gull.

—Gracias por reunirte conmigo.

—No hay problema. Todavía corro por aquí algunos días, así que he hecho más o menos un kilómetro y medio. Supongo que quieres hablar de Rowan, ya que no has querido que nos viésemos en la base.

—De ella y de todo el mundo. Nadie los conoce a todos mejor que tú, Lucas. Al personal y a la brigada, a los Brakeman, a los policías. Puede que no conozcas tanto a los novatos como a los que llevan años en la base, pero estoy seguro de que te has formado una idea sobre ellos, ya que saltan con tu hija.

Al oír eso Lucas enarcó una ceja, pero Gull se limitó a encogerse de hombros.

—Has intentado adivinar lo que pueden dar de sí, les has hecho preguntas y has recibido respuestas.

—Sé que eres rápido con los pies, que tenías buena reputación en el cuerpo de especialistas y que L. B. te considera una valiosa aportación a la brigada. No te importa pelear si hace falta, te gustan los coches rápidos, tienes cabeza para los negocios y buen gusto en cuestión de mujeres.

—Tenemos en común esa última cualidad —dijo Gull—. Te lo preguntaré directamente: ¿Leo Brakeman tiene la inteligencia, la astucia, las dotes, por así decirlo, para cometer los delitos de los que lo acusan? Olvídate del móvil, la oportunidad y todo ese rollo de la policía —añadió, encogiéndose de hombros—. ¿Es capaz de hacer esto?

Durante unos instantes Lucas no dijo nada, y se limitó a asentir con la cabeza como si afirmase sus propios pensamientos.

—No es estúpido, y es un mecánico condenadamente bueno. Empezando por lo último, sí, habría sabido inutilizar el material sin que se notase hasta que fuese demasiado tarde. En cuanto a matar a Latterly…

Lucas se metió las manos en los bolsillos y miró hacia las montañas.

—Le creo capaz de ir a por ese hijo de puta cuando se enteró de que Latterly se tiraba a su hija. Le creo capaz de darle una buena paliza, sobre todo teniendo en cuenta la relación de Irene con su iglesia. Pero me cuesta más imaginarme a Leo metiéndole una bala en el cuerpo, aunque no me resulta imposible.

Suspiró una vez.

—No, no me resulta imposible. Sería capaz de disparar contra la base, pero de apuntarle a alguien, no lo creo. Aunque, si lo hubiese hecho, no habría fallado. Y eso es algo en lo que he estado pensando mucho desde que tuvo a Rowan en el punto de mira. En cuanto a Dolly, se peleaban como rottweilers por el mismo hueso. Tiene mal genio, eso no es ningún secreto, ni tampoco lo es que ella le causó mucha vergüenza y decepción.

—¿Pero?

—Sí, hay un pero. La única forma en que le imagino matándola es por accidente. No sé si me estoy poniendo en su lugar o si es un hecho objetivo, pero es así como lo veo. Supongo que lo que estoy diciendo es que le creo capaz de hacer cualquiera de esas cosas, en caliente. Salta a la mínima y pierde el mundo de vista. Pero se le pasa pronto.

—Has estado pensando mucho en todo esto.

—Rowan está en medio.

Gull pensó que la opinión de Lucas coincidía con su propia visión de los hechos.

—Exactamente. Mal genio y malas pulgas. Pero lo de Latterly y la manipulación fueron acciones frías y calculadas.

—Estás pensando que una parte de esto, tal vez todo, puede ser obra de alguien que trabaja en la base. Tal vez incluso de uno de tus propios compañeros.

Gull pensó en los hombres y en las mujeres con los que se había adiestrado y había combatido.

—No he querido pensarlo.

—Yo tampoco, pero empecé a hacerme estas mismas preguntas después de que L. B. me hablase de la manipulación, cuando me calmé un poco. Hemos eludido la cuestión, pero estoy seguro de que L. B. se pregunta lo mismo.

—¿Te inclinas por alguien en concreto?

—He trabajado con algunas de esas personas. Sabes tan bien como yo que no es como compartir un despacho o una botella de agua. No puedo ver a nadie a quien conozca tal como conozco a esos hombres y esas mujeres desde ese punto de vista. Y no sé si eso se debe a lo que éramos y aún somos los unos para los otros o a que es la pura verdad.

Esperó unos instantes, observando atentamente el rostro de Gull.

—No le habrás dicho a Rowan lo que piensas, ¿verdad?

—Sí que lo he hecho.

Los labios de Lucas se curvaron en señal de aprobación y también de un poco de humor.

—A lo que sé sobre ti, añadiré que tienes valor.

—No pienso actuar a sus espaldas. —Recordó dónde y con quién estaba en ese momento y sonrió—. Al menos no mucho. Sea como fuere, he hecho una hoja de cálculo —dijo cuando Lucas soltó una carcajada sorprendida—. Me gustan; son eficaces y ordenadas. Rowan no quiere pensar que pueda ser cierto, pero me escuchó.

—Si te escuchó y no te dio una patada en los huevos, y sé que los tienes porque tuviste el valor de decírselo, la cosa debe de ir en serio entre vosotros.

—Estoy enamorado de ella. Ella también está enamorada de mí. Sencillamente, aún no lo sabe.

—¡Vaya, vaya! —Lucas observó el rostro de Gull durante unos momentos y suspiró por segunda vez—. Tiene muy mala opinión de las relaciones y de su duración. Eso es culpa mía.

—No lo creo. Creo que son las circunstancias. Quizá tenga una cabeza dura y un corazón precavido, pero no es cerrada. Es demasiado lista, se conoce demasiado y le gusta demasiado el riesgo para privarse de algo que quiere. Ya se dará cuenta de que me quiere a mí.

—Eres bastante chulo. Me caes bien.

—Me alegro, porque si no fuese así ella me daría calabazas. Aunque luego estaría triste y se arrepentiría el resto de su vida.

Lucas se echó a reír sin poder evitarlo, y Gull miró su reloj.

—Tengo que irme.

—Voy contigo. De vez en cuando corro por esta zona —le recordó a Gull—, y tengo que decirle una cosa a Rowan, cara a cara.

—Si es que te vas a vivir con Ella, ya se ha enterado.

—Demonios. —Lucas se pasó una mano por la nuca mientras caminaban—. Debería haber sabido que la noticia correría de boca en boca por la base solo con que simplemente pensara en hacerlo. Creía que, con todo lo que está pasando, mi vida personal no tendría interés. ¿Y bien? —preguntó, dándole a Gull un codazo en las costillas—. ¿Cómo se lo ha tomado?

—Le ha impactado bastante. Se acostumbrará porque te quiere, respeta a Ella y no es idiota. En cualquier caso, antes de que volvamos, si no pregunta, prefiero que Rowan suponga que nos hemos encontrado por casualidad en la carretera.

—Seguramente será lo mejor.

—En general no me importa que se enfade, pero tiene un montón de cosas entre manos. Bueno, antes de que volvamos, quería preguntarte si puedo enviarte la hoja de cálculo por correo electrónico.

—¡La madre que te parió! ¡Una hoja de cálculo!

—He clasificado los nombres en diversas categorías, junto a datos generales, y luego he añadido mi visión sobre cada uno de ellos. Y la visión de Rowan. Añadir la tuya podría contribuir a reducir las posibilidades.

—Envíame esa maldita hoja de cálculo. —Lucas soltó de un tirón su dirección electrónica—. ¿Quieres que te lo apunte?

—No, ya lo tengo.

—Aunque Brakeman no haya hecho nada, mientras esté entre rejas esto debería parar. No puedes cargarle el muerto a alguien cuando la policía sabe exactamente dónde está él las veinticuatro horas del día y los siete días de la semana. Supongo que la pregunta que deberíamos hacer es: ¿quién le guarda tanto rencor a Leo?

Lucas enarcó las cejas al ver que Gull no decía nada.

—¿Estás pensando en otra cosa?

—Creo que podría ser eso, exactamente eso. Pero también creo que Brakeman, con su mal genio y su historial con Dolly, resulta un chivo expiatorio demasiado bueno. Y sé que el responsable de esto, sea quien sea, es un maldito enfermo. No creo que un maldito enfermo pare solo porque sea inteligente hacerlo.

—Ojalá no hubieses dicho eso, porque ahora pienso lo mismo. Me temo lo mismo. Si pudiera, haría que Rowan se tomase unas vacaciones durante el resto de la temporada y se alejase de esto.

—No permitiré que le ocurra nada —dijo Gull, mirando a Lucas a los ojos—. Sé que decirlo es estúpido y parece un tópico, pero no lo permitiré. Ella es capaz de ocuparse de casi todo lo que le caiga encima. Del resto me ocuparé yo.

—Voy a tomarte la palabra. Bueno, creo que deberías esfumarte mientras hablo con ella. No demasiado rato —añadió Lucas—. Es probable que, cuando yo me vaya, necesite pagar con alguien lo que piensa de mis planes. Ya puestos, ese alguien podrías ser tú.

Rowan acabó el informe y volvió a comprobar la lista adjunta de la carga que había solicitado y recibido el segundo día del ataque. Todo en orden, decidió.

Una vez que se lo entregase a L. B., podría salir a tomar un rato el aire, y luego…

—¡Está abierto! —exclamó al oír dos golpes en la puerta—. Hola, papá. Llegas en el mejor momento. Acabo de terminar el informe. ¿Has salido a correr?

—Se me ha ocurrido correr hacia aquí y de paso ver a mi hija.

—Sacaré un refresco de la nevera y te lo daré a cambio de que le eches un vistazo al trabajo que he hecho.

—Si tienes algún 7UP, de acuerdo.

—Siempre tengo tu bebida favorita —le recordó mientras él apoyaba las manos en el escritorio y le echaba una ojeada al trabajo que aparecía en la pantalla del ordenador portátil.

—Minucioso y preciso —dijo Lucas poco después—. ¿Quieres quitarle el puesto a L. B.?

—¡Oh, desde luego que no! No me importa tener que redactar informes, pero si tuviese que ocuparme del papeleo, las personalidades, el politiqueo y las gilipolleces de las que se ocupa L. B., me pegaría un tiro y terminaría de una vez —contestó—. Tú podrías haberlo hecho —añadió—. Podrías haber ocupado el cargo durante un par de años.

—Si tengo que encargarme de tonterías administrativas, al menos que sean mis tonterías administrativas.

—Sí, supongo que lo he heredado de ti. ¿Quieres que nos acerquemos a la sala común? ¿O tal vez a la cocina? Me imagino que Marg debe de tener algún pastel esperándonos.

—La verdad es que no tengo tiempo. Ella pasará a recogerme dentro de poco.

—¡Oh!

—Quería verte y hablar contigo de algunas cosas.

—Me he enterado de que Irene Brakeman renuncia a su casa, que seguramente se muda a Nebraska y que tú le dejas utilizar tu casa hasta que lo solucione todo. Has hecho muy bien, papá. Tiene que ser duro para ella estar sola en su casa, con todos los recuerdos, sabiendo además que en realidad ya no es suya.

—Se muda mañana. Tengo que empaquetar unas cuantas cosas más que necesitaré llevarme. Ella le ha ayudado a hacer lo mismo, a empaquetar lo que necesitará y lo que quiera llevarse cuando se marche.

—Está dando un gran paso. Muchos grandes pasos. Dejar Missoula, dejar a su marido, a sus amigas, su trabajo…

—Creo que lo necesita. No la había visto tan bien desde que empezó todo esto. Al decidir lo que necesitaba hacer por sí misma y por el bebé, creo que se quitó un peso de encima.

Lucas dio un trago largo y lento.

—Hablando de decisiones, de grandes decisiones, no volveré a la casa. Me voy a vivir con Ella.

—Madre mía, ¿vais a casaros?

Lucas no se atragantó, pero tragó saliva.

—Cada cosa a su tiempo, aunque creo que eso también llegará.

—Ahora que empezaba a hacerme a la idea de que salgas con ella, os vais a vivir juntos.

—La quiero, Rowan. Nos queremos.

—Creo que voy a sentarme durante unos momentos —dijo, acomodándose en la cama—. ¿A su casa?

—Tiene una casa fantástica. Mucho espacio, sus jardines… La ha arreglado tal como le gusta. Su casa significa mucho para ella. En cuanto a la nuestra… —Levantó y bajó los hombros—. La mitad del año o más es solo el lugar donde duermo casi todas las noches.

—Vaya.

Rowan no sabía lo que sentía porque había demasiado que sentir.

—Supongo que, de haber sabido que esa era la última vez que cenábamos juntos en casa, habría… no sé, hecho algo más importante que un salteado de pollo.

—No pienso vender la casa, Ro —dijo, sentándose a su lado y apoyándole una mano en la rodilla—. A menos que tú no la quieras. Suponía que te la quedarías. Podemos buscar a alguien que corte el césped y todo eso durante la temporada.

—Debería pensarlo algún tiempo.

—Tanto tiempo como quieras.

—Grandes cambios —consiguió decir—. Ya sabes que me cuesta un poco adaptarme a los cambios.

—Siempre que te ponías enferma de pequeña, teníamos que buscar el mismo pijama.

—El azul con perritos.

—Sí, el pijama azul con perritos. Cuando te quedó pequeño lo pasamos muy mal.

—Lo cortaste y me hiciste un cojín con la tela. Y todo arreglado. Mierda, papá, se te ve tan feliz… —dijo Rowan; los ojos le escocían cuando le puso las manos en la cara—. Y ni siquiera me di cuenta de que antes no lo eras.

—No era infeliz, cielo.

—Ahora eres más feliz. Ella no es la única que te quiere —le dijo, y le besó las mejillas—. Así que considera que tengo mi cojín de perritos azules, y todo arreglado.

—¿Lo bastante arreglado para que cuando puedas te tomes algún tiempo para conocerla?

—Sí. Gull piensa que está muy buena.

Lucas arqueó las cejas.

—Yo también, pero más le vale que no se haga ilusiones.

—Hago lo que puedo para distraerle.

—Tú también has vivido algunos cambios desde que llegó él.

—Eso parece. Esta temporada es de locos. A Gull se le ha metido en la cabeza que alguien de la base, en vez de Brakeman, podría ser responsable de lo que ha estado pasando.

—¿De verdad?

—Sí, y, fiel a su estilo, tiene todos los datos y suposiciones organizados en un archivo. Creo que es un disparate, pero luego, una vez que él ha terminado de exponerlo, he empezado a dudar. Entonces me ocupo de nuevo de mis asuntos y vuelvo a decidir que es un disparate. Hasta que él me comenta esto y lo otro. Acabo sin saber qué pensar. No me gusta nada no saber qué pensar.

Con suavidad, Lucas le pasó una mano por el cabello.

—Lo mejor es mantener abiertos los ojos, los oídos y la mente.

—En los dos primeros casos es fácil. Lo difícil es lo último. Todo el mundo está tenso, aunque lo disimula. Hemos intervenido casi en el doble de incendios que el año pasado a estas alturas, y el índice de éxito es bueno, con pocas lesiones. Pero, al margen de eso, esta temporada estamos realmente jodidos, y todos lo acusamos.

—Hazme un favor. Mantente tan cerca del especialista como puedas. Hazlo por mí —añadió antes de que ella pudiese hablar—. No porque yo crea que no puedes cuidar de ti misma, sino porque me preocuparé menos si sé que alguien te cubre las espaldas.

—Bueno, de todos modos es difícil quitárselo de encima.

—Bien —dijo él, dándole una palmada en la pierna—. ¿Me acompañas afuera?

Rowan se levantó con él, rumiando todo lo que habían hablado mientras salían.

—¿Es diferente con Ella de lo que era con mi madre? No me refiero a las circunstancias, ni a vuestra madurez, ni a nada de eso. Me refiero a… —Se puso el puño sobre el corazón—. Me parece bien lo que contestes. Simplemente me gustaría saberlo.

Lucas se tomó unos momentos, y Rowan comprendió que buscaba las palabras.

—Me sentí deslumbrado por tu madre. Tal vez un poco abrumado y muy excitado. Cuando me dijo que estaba embarazada, sentí que la amaba. Y creo que fue porque amaba lo que estaba dentro de ella, lo que habíamos iniciado sin pretenderlo. A veces me pregunto si ella supo eso, incluso antes que yo. Eso habría sido hiriente. Me importaba, Rowan, e hice lo posible por ella. Pero tú fuiste el motivo. Puedo decir que Ella me ha deslumbrado, me ha abrumado, me ha excitado. Pero es distinto. Sé lo que no sentí por tu madre porque lo siento ahora por Ella.

—¿Qué se supone que sientes? —quiso saber Rowan—. Yo lo ignoro.

Lucas carraspeó.

—Tal vez deberías preguntarle a otra mujer sobre esa clase de cosas.

—Te lo pregunto a ti.

—¡Oh, demonios! —El gran hombre, el hombre de hierro, movió nerviosamente los pies de un lado a otro—. No pienso hablar de sexo. Ya lo hice una vez contigo y lo pasé peor que en ninguno de los incendios en los que he intervenido.

—Fue incómodo para los dos. No te estoy preguntando por el sexo, papá. Ya sé lo del sexo. Me dices que la quieres, y lo veo escrito en tu cara. Lo veo, pero no sé qué se siente, qué se supone que se siente.

—Hay muchas cosas que dan vueltas alrededor. Confianza, respeto y… —Volvió a carraspear—. Atracción. Pero en el centro está un reflejo de todas esas cosas, todas tus cualidades y defectos, esperanzas y sueños. Se encienden ahí, en el centro. Puede que arda con fuerza, puede que cueza a fuego lento, entre rescoldos, pero hay calor y luz, todos esos colores, y lo que está alrededor lo alimenta. El fuego no solo destruye, Rowan. A veces crea. El mejor crea, y cuando el amor es un fuego, tanto si es brillante como si es un resplandor constante, caliente o cálido, crea. Te hace mejor de lo que eras sin él.

Se detuvo y se ruborizó un poco.

—No sé cómo explicarlo.

—Es la primera vez que me lo explican de forma comprensible —dijo ella, cogiéndole las manos y mirándole a los ojos—. Me alegro mucho por ti, papá. En serio, de verdad. Me alegro mucho.

—Para mí, eso significa más de lo que puedo expresar —respondió Lucas, atrayéndola hacia sí y estrechándola entre sus brazos justo cuando llegaba el coche de Ella—. Fuiste mi primer amor —le susurró a Rowan al oído—. Siempre lo serás.

Su hija lo sabía, pero ahora era capaz de aceptar que él pudiese querer también a otra persona. Rowan saludó con la cabeza a Ella, que en ese momento bajaba del coche.

—Hola.

—Hola. —Ella le sonrió a Lucas—. ¿Llego tarde?

—Justo a tiempo. —Sin soltar la mano de Rowan, él se inclinó para besar a Ella—. ¿Cómo te ha ido con Irene?

—Hacer el equipaje, organizar y decidir acerca del contenido de una casa en la que una mujer ha vivido durante veinticinco años es un proyecto monumental, y ya sabes que me encantan los proyectos. Creo que la ayudo con el trabajo y la planificación. La ayudo a superar el momento.

—¿Los padres de Jim…? —interrumpió Rowan.

—Se marchan esta tarde. Los he conocido, y son una gente maravillosa. Kate le ha pedido a Irene que se vaya a vivir con ellos si se traslada a Nebraska. Que viva con ellos hasta que encuentre una vivienda propia. No creo que lo haga, pero la oferta la ha conmovido.

—No estés triste —dijo Lucas, pasando el brazo por los hombros de Ella, que tenía los ojos llenos de lágrimas.

—No sé por qué me pongo triste —replicó Ella, parpadeando para contener las lágrimas—, pero he llamado a mi hijo y le he pedido que traiga a los críos dentro de un rato. Sé cómo me siento después de unas horas con mis nietos. Feliz y agotada.

Nietos, pensó Rowan. Se le había olvidado. ¿Convertía eso a su padre en una especie de abuelo extraoficial? ¿Qué pensaba él de eso? ¿Cómo…?

—¡Oh, demonios, se me había olvidado que tengo que decirle una cosa a L. B.! Dos minutos —le prometió a Ella, y se alejó caminando a zancadas.

—¿Y qué? —empezó Ella—, ¿somos amigas?

—Somos amigas. Resulta… raro, pero somos amigas. Supongo que se lo habrás dicho a tus hijos.

—Sí. Mi hija está encantada; supongo que en parte se debe a las hormonas, ya que está embarazada y eso es una noticia genial.

¿Otro?, pensó Rowan.

—Enhorabuena.

—Gracias. Mi hijo se siente… un poco incómodo en este momento, creo, ante la evidente posibilidad de que Lucas y yo nos dediquemos a algo más que hacer puzzles y ver la tele juntos.

—No debería sentirse incómodo porque también juguéis a las cartas de vez en cuando.

Ella soltó una carcajada.

—Lo superará. Me gustaría que vinieseis a cenar todos cuando podáis. Nada formal, solo una comida familiar.

—Suena bien.

O soportable, pensó Rowan, con la posibilidad de que se convirtiera en bien.

—Aunque deberías saber que no necesito una madre —añadió.

—Oh, claro que la necesitas. Todo el mundo la necesita. Una mujer que te escuche, que se ponga de tu parte, que te diga la verdad… o no, según tus necesidades. Una mujer con quien puedas contar, pase lo que pase, y que te quiera por más que metas la pata. Pero como ya tienes eso en Marg, me conformo de buena gana con ser tu amiga.

—Podemos ver cómo va la cosa.

Sonó la sirena.

—Demonios. Tengo que marcharme.

—¡Oh, Señor! Tienes que irte. Tienes que… ¿Puedo mirar? Lucas me ha contado cómo funciona esta parte, pero me gustaría verlo.

—Por mí no hay problema, pero tendrás que correr.

Sin esperarla, Rowan se alejó como una exhalación hacia la sala de equipamiento.

Adelantó sin problemas a Cartas, así que este aceleró el paso para ponerse a su altura.

—¿Qué se rumorea? —preguntó Rowan.

—Un incendio difícil, en Flathead, que está arrasando el cañón. No sé nada más.

—¿Vas de jefe de saltos?

—De paracaidista.

Entraron apresuradamente en el caos controlado de la sala de equipamiento y sacaron el equipo de las taquillas. Rowan se puso el traje térmico, comprobó los bolsillos, cremalleras y cierres, y se aseguró los guantes y la cuerda de descenso. Metió los pies en las botas y vio cómo Matt hacía lo mismo.

—¿Ya has vuelto a la lista?

—Me ha tocado. He regresado hace veinte minutos. —Sacudió la cabeza y luego agarró del estante el paracaídas principal y el de emergencia—. Supongo que el dios del fuego ha decidido que ya he tenido bastante tiempo libre.

Rowan se aseguró los paracaídas y la mochila.

—Nos vemos en la avioneta —le dijo, y se metió el casco bajo el brazo.

Se fue arrastrando los pies hacia la puerta, sorprendida de ver a Gull, ya equipado, de pie con su padre y Ella.

—Te has dado mucha prisa.

—Estaba en la sala del supervisor de carga cuando ha sonado la sirena. Ha sido muy práctico. ¿Estás lista?

—Yo siempre. —Rowan se llevó los dedos a la frente y le dedicó a su padre una sonrisa—. Nos vemos luego.

—Nos vemos luego —repitió él, devolviéndole la despedida que se habían dado toda la vida.

—He preguntado si se podía, y como sí se puede, voy a decir «cuídate».

Rowan asintió con la cabeza hacia Ella.

—Eso pienso hacer. En marcha, novato.

—Ya sé que me dijiste que todo iba muy deprisa —dijo Ella mientras Rowan caminaba con Gull hacia el avión que los esperaba—, pero no me imaginaba que fuese tanto. No hay tiempo para pensar. Suena la sirena y pasan de tomar café o llenar cajas a volar hacia un fuego, en cuestión de minutos.

—Es una rutina, como vestirse por las mañanas, aunque a cámara rápida. Y siempre están pensando —respondió Lucas—. Dale su merecido —le dijo a Yangtree.

—Le daré su merecido, anotaré nombres y contaré los días. Quiero ver la otra cara de la moneda, tío.

Lucas habló con otros bomberos mientras caminaban con paso torpe y pesado hacia el avión; con algunos había trabajado, otros le parecían jóvenes como pimpollos. Deslizó su mano en la de Ella cuando se cerró la portezuela del avión.

Uno de ellos podía ser un asesino.

—No les pasará nada —dijo Ella, apretándole los dedos—, y no tardarán en volver.

—Sí.

A pesar de todo, al contemplar cómo el avión rodaba por la pista, daba marcha atrás y despegaba, Lucas se sintió reconfortado por el contacto de la mano de Ella.

Tras la reunión informativa durante el vuelo, Rowan se juntó con Yangtree y Trigger para estudiar los mapas y la estrategia.

Gull se conectó a su MP3 y se puso las gafas de sol. La música se impuso al ruido del motor y dejó su mente libre para pensar. Detrás de los cristales oscuros, se dedicó a observar las caras, el lenguaje corporal de los demás paracaidistas.

Tal vez aquella sospecha le hiciese sentirse mal, pero prefería sufrir unas cuantas punzadas de culpabilidad que sufrir las consecuencias de otro sabotaje.

Cartas y Dobie pasaron un rato jugando al mentiroso mientras Gibbons leía un gastado ejemplar de tapa blanda de Cuna de gato. Libby estaba sentada muy cerca de Matt y le daba palmaditas en la rodilla en uno de sus gestos de consuelo. El jefe de saltos se levantó de su asiento detrás de la cabina del piloto para ir a hablar con Yangtree.

Cuando llegó el aviso para la comprobación en parejas, Gull retrocedió para llevar a cabo el ritual con Rowan.

—Yangtree nos deja tirados —le comentó Rowan.

—Me voy a trabajar para Iron Man a primeros de año —dijo Yangtree, sacudiendo la cabeza con una sonrisa—. Voy a tomarme el otoño libre, comprarme una casa, arreglarme la otra rodilla y pescar un poco. Tendré mucho más tiempo para pescar si no tengo que cargar con todos vosotros cada verano.

—¿Renuncias a esta vida de viajes, refinamiento y amor? —le preguntó Gull.

—He tenido todo el refinamiento que necesitaba, y tal vez encuentre algo de amor cuando no esté tragando humo.

—Ya puestos, tal vez deberías ponerte a hacer punto —propuso Trigger.

—Tal vez lo haga. Puedo tejerte un cabestrillo precioso ya que te gusta llevar el culo en uno.

Yangtree pasó por encima de los hombres y los equipos para consultar de nuevo con el jefe de saltos y el piloto.

—Este tío tiene poco más de cincuenta tacos —dijo Trigger, metiéndose un chicle en la boca—. Demonios, yo cumpliré cincuenta muy pronto. ¿Por qué quiere dejarlo?

—Creo que está cansado, y la rodilla le está matando. —Rowan echó un vistazo hacia delante—. Seguramente cambiará de opinión cuando se la arreglen.

Una vez más, el jefe de saltos avanzó hacia la puerta.

—¡Paracaídas de emergencia!

El aire caliente del verano, manchado de humo, penetró ruidosamente por la abertura. Rowan cambió de posición para mirar por la ventanilla el incendio que coronaba las copas de espesos pinos y abetos. Bolas rojas de gases encendidos retumbaban como fuego antiaéreo.

—El fuego avanza rápido —dijo Rowan—, y el viento lo está empujando cañón arriba. Nos encontraremos con fuertes vientos laterales en el descenso.

Su cálculo quedó confirmado con el primer juego de cintas.

—¿Ves el lugar de aterrizaje? —le preguntó a Gull—. Ahí, ese hueco. Conviene entrar por el sur para no darse de morros contra la ladera de la roca. Eres el segundo del tercer grupo en saltar, así que…

—No. Soy el primero del segundo grupo. —Gull se encogió de hombros cuando ella lo miró con el ceño fruncido; él sabía que Lucas le había pedido a L. B. que le pusiera como compañero de salto de Rowan—. Supongo que L. B. cambió las cosas cuando volvió a poner a Matt en la lista.

—De acuerdo, cogeré la deriva detrás de ti. —A través de la ventanilla, Rowan señaló con la cabeza hacia el siguiente juego de cintas—. Parece que tenemos trescientos metros.

Gull observó las cintas, y también las torres de humo que destellaban plateadas en el coronamiento del fuego, salpicadas de negro en la base.

En la fase final, Trigger se ajustó el casco mediante la correa de la barbilla y se bajó la máscara antes de cogerse al cable del techo para avanzar con paso torpe y pesado hacia la puerta. Detrás de él iba Matt, el segundo en saltar.

Rowan observó el fuego, el terreno y luego el vuelo. Las campanas ondeaban en el negro y el azul mientras el avión daba la vuelta a fin de sobrevolar por segunda vez el lugar de aterrizaje.

—Estamos preparados —respondió Gull al aviso del jefe de saltos.

Con Rowan detrás de él, se situó en la puerta, preparado para el rugido de viento y fuego. La palmada en su hombro le envió al exterior; cayó en picado, zarandeado por ese rugido. Al ver el horizonte, notó que la manga de viento le estabilizaba y los frenos moderaban la velocidad de su caída.

Encontró a Rowan; contempló cómo ondeaba su campana, contempló cómo el sol atravesaba el humo como una flecha por un instante para iluminarle la cara.

De repente, tuvo que enfrentarse con los vientos laterales, que trataban de hacerle girar. Una ráfaga lo empujó alarmantemente cerca de la ladera del acantilado. Gull compensó y luego volvió a compensar mientras el viento tiraba de él.

La deriva le empujaba lejos del lugar de aterrizaje. Gull ajustó y se dejó llevar por el viento, hasta aterrizar con pulcritud y suavidad en el borde del hueco.

Rodó y observó que Rowan aterrizaba tres metros a su izquierda.

—Has hecho malabarismos en esa maniobra —le dijo ella.

—Ha funcionado.

Recogiendo los paracaídas, se unieron a Matt y Trigger, que estaban en el borde del lugar de aterrizaje.

—Ya llega el tercer grupo —comentó Trigger—. Mierda, Cartas se va a meter entre los árboles. Esta temporada no tiene suerte.

Rowan oyó cómo Cartas maldecía mientras el viento lo lanzaba contra los árboles.

—Venga, Matt, vamos a asegurarnos de que no se haya roto nada importante.

Seguía oyendo maldecir a Cartas, lo cual significaba que no había quedado inconsciente, así que mantuvo los ojos clavados en el cielo.

—Yangtree y Libby —dijo Rowan cuando el avión se situó para volver a sobrevolar el lugar de aterrizaje—. Janis y Gibbons. —Soltó de un tirón el nombre de los demás paracaidistas—. Cuando todos estén en tierra, quiero que os ocupéis de la carga.

Se puso en jarras, observando al siguiente que se lanzaba al vacío desde el avión. Yangtree, pensó. Daría clases y seguiría saltando. Pero hacer caídas libres con grupos de aficionados y turistas no se parecía en nada a…

—El paracaídas principal no se ha abierto. —Rowan corrió hacia delante, llamando a gritos a los que ya habían aterrizado—. ¡Santo Dios, santo Dios, córtalo! Córtalo. Saca el paracaídas de emergencia. Vamos, Yangtree, por lo que más quieras.

El vientre de Gull se agitó, su corazón latió con fuerza al contemplar cómo su amigo, su hermano, se precipitaba a través del cielo y el humo. Otros gritaban ya, y Trigger casi chillaba en su radio.

El paracaídas de emergencia se abrió con una brusca sacudida y cogió aire. Demasiado tarde, comprendió Gull. La caída de Yangtree apenas se frenó al chocar contra los árboles.