23

Julio ardía. Caliente y seca, la naturaleza prendía, inflamada por los rayos, la negligencia, una chispa errante impulsada por una racha de viento.

Durante dieciocho días y dieciocho noches los Zulies saltaron y combatieron el fuego. En Montana, en Idaho, Colorado, California, Dakota del Norte y del Sur, Nuevo México… Los cuerpos perdían peso y convivían con el dolor, el agotamiento y las lesiones, luchando en los cañones, en las crestas, en los bosques.

La guerra constante dejaba poco tiempo para pensar en la vida fuera del fuego. La persecución de Leo Brakeman, que iniciaba su tercera semana, apenas importaba cuando el enemigo disparaba pavesas del tamaño de balas de cañón o barría con vientos turbulentos las barreras levantadas con tanto esfuerzo.

Rowan y su cuadrilla ascendían a toda prisa por la ladera del monte Blackmore, como un batallón cargando contra el infierno. Junto a ella se prendió fuego otro árbol, arrojando brasas como confeti en llamas. Durante la carga derribaban los árboles que ardían; serraban y cortaban las ramas bajas a las que las llamas se encaramaban como serpientes.

No podemos permitir que el fuego se encarame, pensó Rowan mientras daban tajos y cavaban. No podemos permitir que corone.

No podemos permitir que gane.

Así que se abrían paso luchando montaña arriba, entre las llamas, con el sudor corriendo en ríos salados entre el aire chamuscado.

Cuando Gull ascendió por el cortafuegos hasta su posición, Rowan se bajó el pañuelo para humedecerse la garganta dolorida.

—El cortafuegos aguanta —la informó, señalando con el pulgar por encima del hombro—. Lo han saltado un par de focos secundarios, pero los hemos apagado. Gibbons dejará a un par de hombres allí abajo para ir a buscar refuerzos y os enviará a los demás.

—Bien pensado.

Rowan dio otro trago, escudriñando a través del humo y contando chaquetas y cascos amarillos. A la izquierda, el mundo resplandecía en un naranja espeluznante con alguna llamarada ocasional cuya luz caía sobre una cara endurecida y fatigada y le proporcionaba un nítido relieve.

En ese momento, Rowan los amaba, los amaba a todos con un fervor casi religioso. Cada culo y cada codo, pensó, cada ampolla y cada quemadura.

Sus ojos se iluminaron cuando miró a Gull.

—El mejor trabajo del mundo.

—Si no te importa morirte de hambre, sudar y tragar humo.

Sonriendo, Rowan se echó la Pulaski al hombro.

—¿A quién le importa? —le replicó—. Sigue subiendo. Aquí aún estamos abriendo cortafuegos, así que…

Se agarró al brazo de Gull.

Salió del muro anaranjado, impulsado por el viento. El tubo de llamas se arremolinó y danzó, elevándose treinta metros en el aire. En cuestión de segundos, aullando como un alma en pena, arrancó de cuajo dos árboles.

—Torbellino de fuego. ¡Corre!

Rowan señaló hacia la parte anterior del cortafuegos. El viento del torbellino le lanzaba a la cara un calor de horno. Agarró la radio, mientras observaba cómo la columna de llamas giraba.

—¡Subid, subid! —gritó a la cuadrilla—. ¡Moved el culo! Gibbons, torbellino de fuego, flanco sur. ¡Poneos a cubierto!

La luz dorada del tornado rugía hacia el cortafuegos, tan hermosa como aterradora, arrojando llamas, lanzando restos abrasadores. El aire estalló con su llamada, con su calor achicharrante. Rowan observó que Matt caía y vio que Gull lo levantaba y cargaba con su peso. Sin dejar de vigilar el torbellino de fuego, cambió de posición y se pasó el otro brazo de Matt por encima del hombro.

—Es el tobillo. Estoy bien.

—¡Vamos! ¡Vamos!

Serpenteaba hacia ellos, ondulando. Nunca correrían más que él, pensó Rowan, y menos con Matt tropezando y cojeando entre ellos. Tras la espalda de Matt, la mano de Gull le agarró el codo, y en respuesta, ella hizo lo mismo.

Se acabó, pensó; avanzaba cresta arriba. No había tiempo para el equipo de emergencia, para un refugio.

—¡Allí! —exclamó Gull, tirando de Rowan, con Matt entre ellos, hacia la derecha, a lo largo de otro valioso metro y medio. La empujó primero a ella bajo la enorme piedra, y luego a Matt, antes de entrar a rastras detrás de ellos.

—Allá vamos —susurró Gull, y miró a Rowan a los ojos mientras el mundo entraba en erupción.

Las rocas estallaron y llovieron como balas. A través del humo negro como boca de lobo, Rowan vio que un árbol se venía abajo y vomitaba un mar de llamas y chispas.

—Respiraciones cortas y poco profundas, Matt —dijo Rowan, agarrándole la mano y apretándosela con fuerza—. Como en un refugio.

—¿Esto es lo que sintió Jim? —preguntó, con la cara cubierta de lágrimas y sudor—. ¿Esto es lo que sintió?

—Cortas y poco profundas —repitió ella—. A través del pañuelo, igual que en un refugio.

Durante un instante, y otro más, el calor alcanzó tal intensidad que Rowan se preguntó si se encenderían como un árbol. Liberó su otra mano para buscar la de Gull. Y se quedó agarrada a ella.

Entonces el viento que aullaba se quedó en silencio.

—Se está enfriando. Estamos bien. ¿Estamos bien? —repitió, esta vez en forma de pregunta.

—¿Qué ves? —le preguntó Gull.

—El humo empieza a aclararse un poco. Hay muchos focos secundarios. Focos, pero no muros ni torbellinos. —Cambió de posición tanto como le fue posible—. Ponte detrás de mí, Matt, para que pueda mirar hacia fuera. —Se inclinó junto a Gull y sacó la cabeza con precaución para mirar al exterior y hacia arriba—. No ha coronado, no ha tirado el muro. Solo focos secundarios. ¡Santo Dios, Gull, tu chaqueta echa humo! —La sacudió con las manos mientras él se esforzaba por quitársela—. ¿Te has quemado? —quiso saber—. ¿Te ha llegado al cuerpo?

—No creo —contestó él, retrocediendo como un cangrejo—. El suelo sigue estando caliente. Tened cuidado.

Rowan salió a rastras y cogió la radio. A través del aparato, Gibbons la llamaba a gritos.

—Somos Ro, Gull y Matt. Estamos sanos y salvos. ¿Todo el mundo está bien? ¿Todo el mundo está localizado?

—Ahora sí —contestó Gibbons con voz aliviada—. ¿Dónde demonios estáis?

Rowan se levantó y escrutó la zona para darle las mejores coordenadas.

—Matt se ha hecho polvo el tobillo. Gull y yo podemos ocuparnos de estos focos secundarios, pero hemos dejado caer la mayor parte del equipo en la huida, así que… No te preocupes —dijo al oír los gritos y distinguir las chaquetas amarillas a través del humo—. La caballería viene hacia aquí.

Dobie llegó corriendo con Trigger pisándole los talones.

—Por el amor de Dios, ¿por qué no nos provocáis a todos un infarto y acabáis de una vez?

Agarró a Gull y le dio unas palmadas en la espalda.

—¿Qué demonios os ha pasado?

—Nos hemos echado un baile con un torbellino. Más vale que apaguéis esos focos antes de que tengamos que correr de nuevo.

Trigger se agachó junto a Matt y le tendió un casco destrozado y chamuscado.

—He encontrado tu casco, chaval. Eres un tipo con suerte. —Rodeó la cabeza de Matt con su brazo e hizo un gesto de alivio y de cariño—. Un tipo con suerte. Aquí tienes un recuerdo.

Dejó el casco junto a Matt antes de apresurarse a ayudar a Dobie con los focos secundarios.

—Veamos cómo está ese tobillo —dijo Rowan, arrodillándose para desatarle la bota.

—Creía que estábamos acabados. Yo lo habría estado si Gull y tú no me hubieseis sacado de allí. Me habéis salvado la vida. Habríais podido perder la vuestra en el intento.

Rowan le palpó con suavidad el tobillo hinchado.

—Somos Zulies. Cuando uno de nosotros cae, lo recogemos. No creo que esté roto, solo lo bastante dislocado para proporcionarte unas breves vacaciones.

Rowan alzó la mirada y le sonrió mientras empezaba a vendarle el tobillo.

—Cabrón con suerte.

Pese a sus protestas, evacuaron a Matt mientras el resto de la cuadrilla obligaba al fuego a retroceder y acababa apagándolo en las primeras horas de la mañana. La limpieza requirió otro día entero de cavar, azotar y empapar.

—Te has presentado voluntario para quedarte y confirmar la extinción —le dijo Rowan a Gull.

—Tengo que dejar de presentarme voluntario para todo.

—Te quedas conmigo. Los demás se marchan.

—No es un trato tan malo.

—Tenemos comidas instantáneas y un fresco manantial de montaña en el que el hada de la cerveza ha metido un paquete de seis.

—Y luego dirán que las hadas no existen.

—¿Qué sabrá la gente? Quería ver cómo terminaba del todo este incendio y darme un respiro, supongo. Entonces, ¿te parece bien?

—¿Tú qué crees?

—Pues vayamos a dar un paseo y a empezar a hacer las comprobaciones antes de que se ponga el sol.

Cruzaron el área quemada a un ritmo tranquilo, buscando humo y rescoldos.

—Quería esperar a que el incendio hubiese terminado del todo antes de hablar de ello —empezó Rowan—. No creí que fuésemos a sobrevivir contra el torbellino de fuego. Si no hubieses visto aquellas piedras y no hubieses reaccionado de prisa, todos habríamos acabado como el casco de Matt.

—No pienso perderte. De todos modos, si hubieses estado donde estaba yo, habrías visto las piedras.

—Me gusta pensarlo —dijo—. Era bonito —añadió en tono reverente al cabo de unos momentos—. Puede que sea una locura decir eso, pensar eso, sobre algo que en realidad quiere matarte, pero era bonito. Aquella columna giratoria de fuego parecía algo de otro mundo. En cierto modo, supongo que lo es.

—Una vez que ves uno, cambia las cosas, porque sabes que no puedes vencerlo. Corres, te escondes y rezas, y si sobrevives, durante algún tiempo todo lo malo de la vida real no significa nada de nada.

—Durante algún tiempo. Supongo que por eso he querido quedarme aquí un poco más. Hay mucha mierda esperando ahí fuera. Leo Brakeman sigue ahí fuera. No es ningún torbellino de fuego, pero sigue ahí fuera.

Soltó el aire con fuerza.

—Cada vez que recibimos un aviso me pregunto si nos tropezaremos con otro cadáver. El suyo, el de otra persona… Porque él está ahí fuera. Y si no provocó esos incendios, quien lo hizo, sea quien sea, también está ahí fuera.

—Han pasado tres semanas. Es mucho tiempo.

—Pero presiento que no ha terminado.

—Sí, yo también lo presiento.

—Toda esa mierda nos está esperando —añadió Rowan—. ¿Por qué no vas tú por ahí y yo voy por ese otro lado? —preguntó, señalando con un gesto—. Cubriremos más terreno y luego nos reuniremos en el campamento. —Comprobó su reloj—. Pongamos a las seis y media.

—A tiempo para los cócteles y los entremeses.

Rowan llegó antes que él al claro situado junto al burbujeante arroyo. El campamento, que la noche anterior parecía una colmena de abejas cansadas y sucias, estaba ahora silencioso como una iglesia, iluminado por la pálida luz de los rayos del sol del atardecer. La joven guardó su equipo y fue a comprobar el paquete de seis cervezas y el de seis Coca-Colas que le había pedido a L. B. que lanzasen.

Prefería tomar aquellas bebidas en ese rincón remoto de la montaña que una botella del mejor champán en el restaurante más elegante de Montana.

En cualquier parte.

Volvió a buscar su bolsa y los pequeños frascos de jabón líquido y champú.

Sola a la luz del sol, se quitó las botas y los calcetines, y se despojó de la castigada ropa de trabajo. El agua del arroyo apenas le llegaba a las rodillas, pero la corriente fresca le supo a gloria. Se sentó y dejó que burbujease sobre su piel mientras alzaba la mirada hacia las copas de los árboles y la extensión del cielo.

Se tomó su tiempo para lavarse, como haría cualquier mujer en un baño de burbujas caliente y fragante, disfrutando del frescor, la limpieza, la forma en que el agua corría llevándose la espuma que ella hacía.

Levantando las rodillas, las rodeó con sus brazos, apoyó la mejilla en ellas y cerró los ojos.

Los abrió de nuevo cuando una sombra cayó sobre ella, y sonrió perezosamente a Gull. De repente vio la cámara.

—No me habrás hecho una foto así, ¿verdad? ¿Voy a tener que romper ese trasto?

—Es para mi colección privada. Eres una fantasía, Rowan. La diosa del riachuelo. ¿Cómo está el agua?

—Fría.

Él también se quitó las botas.

—Me vendría bien un poco de frío.

—Llegas tarde. Deben de ser casi las siete.

—He dado un pequeño rodeo.

—¿Has encontrado focos secundarios nuevos?

—No, todo limpio. Pero he encontrado esto —dijo, levantando una botella de agua llena de flores silvestres.

—Ya sabes que no se pueden coger flores aquí arriba —replicó ella, sin poder reprimir una sonrisa.

—Como las hemos salvado, he pensado que la montaña podía prescindir de unas cuantas. Sí, está helada —dijo al meterse en el agua—. ¡Qué maravilla!

Rowan cogió la botella de jabón que había encajado entre unas rocas y se la tiró.

—Sírvete tú mismo. Parece que estemos solos en el mundo. No me gustaría que estuviésemos solos en el mundo durante mucho tiempo. ¿Quién cocinaría? Pero en este momento es agradable.

—He oído pájaros en el área quemada. Ya están volviendo, al menos para ver qué demonios ha pasado. Y en el área intacta, al otro lado del prado en el que he cogido las flores, he visto una manada de alces. Puede que estemos solos aquí, pero la vida sigue.

—Voy a vestirme antes de quedarme congelada.

Rowan se levantó. El agua se deslizaba por su cuerpo; el sol destellaba para convertirla en diamantes diminutos.

—¡Uau! —exclamó Gull.

—Por eso y por la botella de flores silvestres, creo que te has ganado una cerveza.

Rowan salió tiritando, frotándose la piel para calentársela y secársela.

—Para cenar tenemos espaguetis con salsa boloñesa, macedonia, galletas saladas con queso para untar y pastel con pasas.

—Ahora mismo podría comer cartón y sería feliz, así que eso suena alucinante.

—Encenderé el fuego —le dijo Rowan mientras se vestía—. Tú trae la cerveza cuando salgas. Creo que los cócteles y los entremeses consistirán en… ¡Mierda!

—Eso no quiero comerlo, ni siquiera ahora.

—No te muevas. O muévete… muy, muy rápido.

—¿Por qué?

—La vida sigue, incluido el oso enorme que está en la otra orilla.

—¡No me fastidies!

Gull se volvió despacio y vio cómo el oso enorme caminaba pesadamente hacia el arroyo.

—Esta podría ser tu fantasía hecha realidad, pero creo que deberías salir del agua.

—Mierda. Tírale algo —propuso Gull agachando la cabeza y avanzando lentamente por el agua.

—¿Como qué? ¿Palabras duras? ¡Mierda, nos está mirando!

—Saca una de las Pulaski. No pienso dejarme comer por un oso cuando estoy desnudo.

—Seguro que es una experiencia más agradable cuando estás vestido. No se nos va a comer. Comen bayas y pescado. Sal del agua para que no crea que eres un pez muy grande.

Gull salió del agua y se quedó en la orilla goteando, observando al oso y siendo observado por este.

—Retrocede. Poco a poco. Seguramente solo nos está jorobando y se marchará, pero por si acaso.

Justo cuando Rowan se agachaba para coger el equipo, el oso les volvió la espalda. Se acuclilló, cagó y a continuación se alejó pesadamente por donde había venido.

—Bueno, creo que acaba de mostrarnos lo que opina de nosotros —dijo Rowan entre carcajadas, sentándose en el suelo—. Un hombre de verdad iría tras él y le haría pagar ese insulto… para que yo pudiese curar tus heridas.

—Lástima, tienes que conformarte conmigo —replicó Gull, pasándose ambas manos por el pelo chorreante—. ¡Santo Dios, ahora sí necesito esa cerveza!

En lo que a Gull respectaba, pasta precocinada y cerveza junto a una hoguera chisporroteante en un rincón remoto de la montaña resultaba tan romántico como la luz de las velas y un buen vino servido en copas de fino cristal. Y superaba en un kilómetro a la parafernalia tradicional en la escala de la diversión.

Rowan estaba relajada por primera vez en semanas, pensó Gull, mientras disfrutaban de la calma posterior a un trabajo bien hecho y de la soledad de lo que habían preservado.

—¿Tu familia es aficionada a acampar? —preguntó Rowan.

—No mucho. A mi tía le va más el servicio de habitaciones. Yo iba a veces con algunos amigos. Subíamos por la costa, en coche, ¿sabes? Elegíamos un lugar. Siempre he querido ir hacia el este, recorrer el sendero de los Apalaches, pero entre esto y el salón recreativo no lo he conseguido.

—Eso estaría bien. Nosotros casi siempre pasábamos las vacaciones aquí en Montana. De todos modos hay mucho para ver aquí. Mi padre se las arreglaba para tener dos días libres seguidos cada verano y me llevaba con él. Nunca sabíamos cuándo se los darían, así que siempre era improvisado.

—Eso lo hacía todavía mejor —comentó Gull, y Rowan le dedicó una amplia sonrisa.

—La verdad es que sí. Hasta que no me incorporé a la unidad no se me ocurrió que seguramente hacer cámping en la naturaleza en sus días libres no era su opción preferida. Me imagino que hubiera preferido ese servicio de habitaciones.

—Los hijos son lo primero, ¿verdad? El código universal de los padres.

—Supongo que debería serlo. Antes estaba pensando en Dolly y en su padre, y en la forma en que arremetían el uno contra el otro. ¿Fue su mala relación lo que hizo a Dolly como era, o fue su forma de ser lo que estropeó la relación?

—Las cosas nunca son blancas o negras.

—Más bien una mezcla —convino ella—. Un poco de cada. ¿No te preguntas qué es lo que la llevó a sentirse atraída por Latterly? Hay muchos hombres solteros con los que habría podido tener una relación. Además, él debía de tener unos quince años más que ella y no era precisamente atractivo.

—Tal vez era muy bueno en la cama.

—Sí, cuídate del agua mansa, pero tienes que meterte en la cama para averiguar eso. Un hombre casado con tres hijos. Un hombre religioso. Si Dolly tenía previsto de verdad empujarlo hacia el «sí, quiero», ¿no pensó cómo sería su vida? ¿Mujer de un predicador y madrastra de tres críos? No le habría gustado nada.

—Tal vez solo quería demostrar algo. Un hombre religioso y casado, padre de tres hijos… Y ella pensó: podría tenerlo si quisiera.

—No comprendo esa forma de pensar —declaró Rowan—. Para un rollo de una noche, lo entiendo. Tienes muchas ganas, te fijas en el ganado que está junto a la barra y atrapas con el lazo a uno del rebaño para satisfacerte. Pero no entiendo lo de destruir una familia por una conquista amorosa más.

—Porque piensas tal como eres tú —dijo Gull, abriendo las dos últimas cervezas—. En cuanto a lo del hombre mayor, seguramente le consentía todos sus caprichos y estaba muy agradecido de que una mujer joven y atractiva quisiera acostarse con él. Es una receta infalible para que ambas partes se encaprichen.

Ella ladeó la cabeza.

—¿Sabes? Tienes razón. Un hombre que se aburre en su matrimonio, una madre soltera joven y necesitada. Hay una receta. Por supuesto, no sabemos si Latterly se acostaba con la mitad de sus feligresas y Dolly fue solo la última.

—Si es así, la policía lo averiguará, si no lo ha hecho ya. El sexo nunca queda fuera del radar.

—Puede que cuando volvamos ya lo hayan resuelto —dijo Rowan, partiendo un trozo de pastel con pasas—. Nadie habla de ello, pero está en la mente de todos. Sobre todo en la de L. B., porque tiene que pensar en todo el mundo, evaluar a todo el mundo y preocuparse por todo el mundo.

—Sí, está soportando mucha carga. Tiene el don de hacer malabarismos.

—En mi primera temporada teníamos a Bootstrap. Era un buen tipo, llevaba las cosas muy bien, pero se notaba, hasta una novata lo notaba, que ya tenía media cabeza puesta en la jubilación. Tenía una cabaña en el estado de Washington y era allí donde en realidad quería estar. Todo el mundo sabía que era su última temporada. Mantenía las distancias, sobre todo con los novatos; no sé si me entiendes.

Gull asintió con la cabeza y probó el pastel con pasas. Ambrosía.

—No quería coger confianza. No quería crear más lazos personales.

—Creo que en buena parte era eso. Entonces le sustituyó L. B. Ya sabes cómo es. Es el jefe, pero es uno de nosotros. Todo el mundo sabe que, si necesitas dar la tabarra, gimotear o desfogarte, puedes acudir a él.

—Por L. B.

—Bien dicho —asintió ella, inclinando la cabeza mientras entrechocaban las latas de cerveza—. Por cierto, me gusta acostarme contigo.

Aquellos ojos de gato brillaban a la luz de la hoguera.

—Respaldo esa incongruencia.

—En serio. Pienso que aunque estamos a media temporada nunca he tenido una igual. Asesinatos, incendios provocados y sabotaje. Y además me acuesto contigo con frecuencia.

—Esperemos que el último elemento sea el único que se repita en la segunda mitad.

—Desde luego. La cuestión es, Gulliver, que aunque me encanta acostarme contigo, también me doy cuenta de que, si dejásemos de acostarnos…

—Muérdete la lengua.

—Si lo hiciésemos —siguió ella con una carcajada—, seguiría gustándome sentarme junto al fuego contigo y hablar de cualquier cosa.

—A mí me pasa lo mismo. Aunque yo quiero acostarme contigo.

—Es práctico para los dos. Lo que lo hace todavía mejor, muy por encima de lo normal, es que no deseas en secreto que yo sea otra persona. Menos ocupada con el trabajo, más aficionada a la ropa interior delicada.

Gull sacó un puro, lo encendió y dio una larga calada.

—Me gusta la ropa interior delicada. Lo digo para tu información.

—No te molesta que participase en tu adiestramiento ni que pueda ser yo quien te dé órdenes en un incendio.

Rowan cogió el puro que él le ofrecía y disfrutó de su fuerte sabor.

—Porque sabes quién eres, y eso es importante —prosiguió—. No puedo pasarme contigo, y eso también lo es. Además, hay algo a lo que nunca le había dado importancia porque nunca la había tenido. Pero la tiene cuando se combina con lo demás. Cuando se mezcla, como hemos dicho antes. Me has traído flores en una botella.

—Pienso en ti —dijo él con sencillez.

Rowan dio otra calada para que sus emociones tuviesen tiempo de calmarse. Luego le devolvió el puro.

—Lo sé, y ese es otro elemento nuevo de la temporada. Y aquí viene otro. Supongo que la cuestión es, Gull, que yo también me he encariñado contigo.

Él le cogió la mano.

—Lo sé. Pero es agradable oírtelo decir.

—Sabihondo. —Sin soltar su mano, inclinó la cabeza hacia atrás y contempló el cielo estrellado—. Estaría bien quedarse aquí un par de días. Sin preocupaciones ni dudas.

—Volveremos cuando termine la temporada.

Rowan no podía pensar tan a largo plazo. ¿El mes que viene, pensó, el año que viene? Tan lejos como las estrellas. Tan tenebrosos como el humo. Siempre era mejor, en su opinión, concentrarse en el presente.

Hacia el alba, Gull se deslizó en un sueño en el que nadaba bajo una cascada. Buceaba en el cristal azul de la charca, en cuyo fondo dorado los rayos del sol dibujaban pálidas rayas. Sobre su cabeza el agua caía sobre el agua en un redoble de tambor mudo y constante mientras Rowan, con la piel tan dorada y reluciente como la arena y los ojos tan transparentes y frescos como la charca, nadaba hacia él.

Sus brazos se entrelazaron, sus bocas se encontraron, y el pulso de Gull empezó a latir al ritmo del agua.

Mientras yacía contra ella, acariciándole perezosamente la cadera, creyó que aún soñaba. Subió flotando hacia la superficie, dentro y fuera del sueño, y el agua siguió golpeando.

Resonó dentro de los confines de la tienda cuando abrió los ojos. Sonriendo en la oscuridad, sacudió un poco a Rowan.

—Eh, ¿oyes eso?

—¿Qué pasa? —Su tono, adormilado y molesto, encajó a la perfección con el codazo que le asestó—. ¿Qué pasa? —repitió, esta vez más lúcida—. ¿Ha vuelto el oso?

—No. Escucha.

—No quiero… Es lluvia —dijo, empujándolo con más fuerza mientras intentaba incorporarse—. ¡Está lloviendo!

Fue a rastras hasta la parte anterior de la tienda y abrió la puerta de cremallera.

—¡Oh, sí! Que llueva, que llueva. ¿Estás oyendo eso?

—Sí, pero me distrae un poco la vista que tengo en este momento.

Gull vio el brillo en sus ojos cuando ella lo miró por encima del hombro con una sonrisa. A continuación, Rowan salió de la tienda y soltó un largo y alocado grito de entusiasmo.

¡Qué demonios!, pensó él, y salió tras ella.

Rowan levantaba los brazos y alzaba el rostro.

—Esto no es una tormenta ni un simple chaparrón de verano. Esto es lo que a mi abuelo le gusta llamar una tromba. Ya era hora.

La joven agitaba los puños y las caderas, levantaba las rodillas.

—¡Suéltate el pelo, Gulliver! ¡Baila! ¡Baila en honor del dios de la lluvia!

Así que Gull bailó con ella, desnudo, en las tinieblas lluviosas del alba y luego la arrastró otra vez a la tienda para honrar de otro modo a los dioses de la lluvia.

La lluvia constante empapó la tierra sedienta y les regaló una marcha mojada. Rowan siguió gritando con cada paso de cada kilómetro.

—Puede que sea una señal —dijo ella mientras la lluvia les resbalaba por el poncho y goteaba de la visera de la gorra—. Puede que sea uno de esos puntos de inflexión y signifique que lo peor ha quedado atrás.

Gull pensó que era mucho esperar de una buena lluvia en un verano seco, pero él nunca se oponía a la esperanza.