22

Rowan observó cómo Dobie se tragaba dolorosamente el décimo chupito. Sus ojos se habían vuelto vidriosos en el octavo, y ahora sus mejillas adquirían una leve y enfermiza tonalidad verde.

—Y van veinte.

—Llevas diez, Dobie —le dijo Cartas, el encargado oficial del marcador.

—Veo doble, así que son veinte.

Riéndose como un loco, estuvo a punto de caerse de la silla.

Janis, la escanciadora oficial, llenó el undécimo chupito para Yangtree.

—Experiencia —dijo este, y lo apuró de un solo trago—. Esa es la clave.

Rowan sonrió complacida, se lamió la sal del dorso de la mano y luego se bebió el suyo.

—Quisiera darle las gracias al próximo perdedor por perseguir la excelencia.

—De nada —respondió Gull, cepillándose el undécimo.

—Aún me cabe otro.

Stovic levantó su vaso, demostró que le cabía y se deslizó hasta el suelo.

—Eliminado —decretó Cartas, tachando el nombre de Stovic de la pizarra.

—No estoy eliminado —protestó Stovic desde el suelo, agitando una mano—. Estoy plenamente consciente.

—Si abandonas tu asiento sin pedir un descanso para ir a mear, quedas eliminado.

—¿Quién ha abandonado el asiento?

—Vamos, Motosierra —dijo Gibbons, metiendo las manos bajo los brazos de Stovic para sacarlo a rastras de debajo de la mesa.

Dobie llegó a trece antes de rendirse.

—Es por culpa de este licor extranjero. Debería ser Bourbon del país.

Se bajó de la silla, se puso a cuatro patas y se tumbó junto a Stovic, que ya roncaba.

—Novatos. —Yangtree se bebió el número catorce; luego apoyó la cabeza encima de la mesa y gimió—: Mamá.

—¿Has querido decir «tío»? —quiso saber Cartas, y Yangtree se las arregló para levantar el dedo corazón.

Rowan y Gull se enfrentaron cara a cara cuando Janis repartió el último chupito entre ellos.

—Esto es todo lo que queda, no hay más.

—Deberíamos haber comprado tres botellas. —Rowan cerró un ojo para enfocar y entrechocó su vaso con el de Gull—. ¿A la de tres?

Los que seguían conscientes en la sala se pusieron a contar, y cuando apuraron las últimas gotas gritaron de entusiasmo.

—Hay empate —anunció Cartas.

—Estoy orgullosa de conoceros —declaró Janis, dejando caer una mano en cada hombro—. Y os deseo la mejor de las suertes con la resaca de mañana.

—Gull nunca tiene resaca.

Él sonrió, de forma un poco estúpida, mirando a Rowan a los ojos.

—Esta podría ser la excepción. Vamos a follar borrachos antes de que llegue.

—Vamos. ¡Todo el mundo a follar borracho! —exclamó ella, agitando las manos y dándole un golpe en la cara a Yangtree, que apenas se mantenía despierto—. ¡Uy!

—No, si lo necesitaba. ¿Todo el mundo sigue vivo?

—Ningún muerto puede hacer tanto ruido —respondió Rowan mientras se ponía en pie a duras penas, indicando con un gesto a Stovic y a Dobie, que roncaban al unísono—. Sígueme, semental.

—Estoy con la rubia —dijo Gull, tambaleándose tras ella.

—Podemos hacerlo —prometió Rowan, forcejeando con la camisa de Gull cuando él cerró la puerta con la bota al tercer intento—. En cuanto la habitación deje de dar vueltas.

—Imagínate que lo hacemos en un carrusel.

—Desnudos en la feria.

Con una carcajada, Rowan venció a la camisa pero empezó a tambalearse. Al intentar sujetarla, Gull se vio arrastrado al suelo con fuerza.

—Creo que me ha dolido, pero es mejor aquí abajo, por la gravedad.

—De acuerdo —convino Gull, apartándose de ella para tratar de quitarle la ropa—. Tendríamos que tomar chupitos de tequila desnudos. Así no tendríamos que desnudarnos después.

—Y se te ocurre ahora. ¡Ale hop! —exclamó, levantando los brazos para ayudarlo a despojarla de la blusa—. Ven aquí.

Le rodeó la cintura con las piernas y el cuello con los brazos antes de pegar la boca a la suya.

La pasión ardía a través de la bruma de tequila, encendía los sentidos. El mundo se balanceaba y giraba, y sin embargo ella permanecía constante, encadenada a él. Enjaulado, Gull satisfacía la desesperada exigencia de su boca, estremeciéndose hasta que creyó que se volvería loco.

Se rompieron las cadenas. Rowan se puso encima de él mordiendo, agarrando y lamiendo, y luego se bajó de nuevo.

—Desnúdate —ordenó—. ¡A ver quién gana!

Se quitaron a tirones los zapatos y la ropa en una jadeante carrera. Mientras la ropa aún aterrizaba en montones, se lanzaron el uno contra el otro. Luchando, con la piel húmeda y resbaladiza, rodaron por el suelo. Rodillas y codos se golpearon, y la risa de ella siguió resonando. La luz de la luna convirtió su piel cubierta de rocío en plata, encendida y preciosa, irresistible.

Resoplando de placer, loca de deseo, en medio de un vertiginoso torbellino, echó la cabeza hacia atrás cuando Gull se lanzó en su interior.

—Poséeme con todas tus fuerzas.

Y lo hizo, Dios, lo hizo, llenándola, estrujándola mientras ella reclamaba más. Afrontando el fuego, pensó Rowan, saltando al corazón del incendio. Flotó sobre el calor hasta que sencillamente la consumió.

—Carrusel —murmuró—. Sigue girando. Quédate aquí.

Esta vez ella lo atrajo hacia sí antes de que se durmiesen.

Otro fuego la despertó, el fuego que mataba, que cazaba y destruía. Gruñía detrás de ella, dando zarpazos al suelo mientras ella corría. Cruzó volando el área quemada, y sin embargo continuaba acercándose, siguiéndola obsesivamente hasta el cementerio en el que los muertos yacían en el suelo sin enterrar. Esperándola.

Los ojos de Jim se hicieron una bola en las cuencas del cráneo carbonizado.

—Me ha matado.

—Lo siento. Lo siento mucho.

—Hay mucha por ahí. Mucha fiebre del dragón. No ha terminado. Aún falta más. El fuego no puede quemarla. Pero desde luego puede intentarlo.

Respiraba a sus espaldas, y su aliento la encendió como leña menuda.

—¡Eh, eh! —exclamó Gull mientras la obligaba a sentarse, sacudiéndola por los hombros—. ¡Despierta, vamos!

Rowan le empujó, tragando aire, pero él la agarró con más fuerza. No la veía con claridad, pero la sentía, la oía. Las sacudidas y los temblores, el sudor frío, el silbido de aire al luchar por respirar.

—Has tenido una pesadilla —dijo con más calma—. Una de las malas. Ya está.

—No puedo respirar.

—Sí que puedes. Estás respirando, aunque demasiado deprisa. Si sigues así vas a hiperventilar. Frena, Rowan.

Mientras ella negaba con la cabeza, Gull empezó a frotarle los hombros y a subir cuello arriba, donde los músculos se tensaban rígidos como el alambre.

—Es un ataque de pánico. Lo sabes en tu cabeza. Deja que el resto de ti se ponga a la altura. Frena.

Entonces, cuando su propia visión se adaptó, le vio los ojos, grandes como planetas. Rowan se llevó una mano al pecho, donde Gull imaginó que la presión la aplastaba como un yunque.

—Espira, expulsa el aire poco a poco. Espira poco a poco, inspira despacio. Esa es la forma. Suéltalo. Hazlo otra vez, estíralo. Estás bien. Sigue así, inspira y espira. Voy a traerte agua.

La soltó para acercarse a la nevera y coger una botella.

—No te atragantes —advirtió—. Ve poco a poco. —Cuando dio el primer trago, Gull inclinó la botella hacia abajo—. Despacio.

—Vale —dijo Rowan antes de dar otro trago más lento. Se detuvo y volvió a respirar, con más control y menos temblores—. Uau.

Gull le tocó la cara y se inclinó para apoyar la frente en la de ella. Entonces lo recorrió el estremecimiento que había reprimido.

—Me he llevado un susto de muerte.

—Pues ya somos dos. No he gritado, ¿verdad? —preguntó, echando un vistazo hacia la puerta.

Típico de ella, pensó Gull, preocuparse por no quedar mal con el resto del equipo.

—No. Era como si lo intentases y no te saliese.

—Estaba en llamas. Te juro que sentía cómo me ardía la piel, que olía cómo se me quemaba el pelo. Ha sido horrible.

—¿Con cuánta frecuencia te ocurre?

Ahora que la crisis había pasado, podía mimarla un poco; también era un consuelo para sí mismo. Así que le apoyó los labios en la frente al cambiar de posición para friccionarle la espalda y los hombros.

—Nunca había tenido pesadillas, solo a veces, la típica del monstruo en el armario cuando era niña. Pero empecé a tenerlas después de lo de Jim. Se repetía el salto y cuando le encontramos. Disminuyeron durante el invierno, pero empezaron a volver al principio de la temporada. Y están empeorando.

—Encontraste a otra víctima del fuego, otra persona a la que conocías. Eso ha debido de reactivarlas.

—Él ha empezado a hablarme en ellas, a hacerme advertencias crípticas. Sé que es mi cabeza la que pone palabras en su boca, pero no consigo entenderlo.

—¿Qué ha dicho esta noche?

—Que no ha terminado, que aún falta más. Supongo que estoy preocupada y ya está.

—¿Por qué estás preocupada?

—Santo Dios, Gull, ¿quién no lo está?

—No, sé más específica.

—¿Qué sea más específica a las tantas de la madrugada después de sufrir un ataque de pánico?

La irritación de su tono calmó a Gull.

—Sí.

—Es que no lo sé. Si lo supiera, yo… Dolly y Latterly, es evidente que hay una relación. Las probabilidades de que ambos se encontrasen con un pirómano homicida son prácticamente nulas. Si el asesino actuase al azar, tendríamos un grave motivo de preocupación. Pero no es así, y lo más seguro es que acusen a Brakeman por todo el lote. Sin embargo…

—Sin embargo, te cuesta creer que sea capaz de prenderle fuego al cadáver de su propia hija. A mí también.

—Sí, pero es lo que más sentido tiene. Averigua que Dolly no solo miente sino que se acuesta con el predicador. Discuten y la mata, en un arrebato, por accidente, lo que sea. Entonces le entra el pánico y hace lo demás. Algo se rompe en él.

Rowan recordó a Brakeman llorando.

—Nos dispara y mata a Latterly. Caso cerrado.

—Salvo que no acabas de creértelo. Por lo tanto…

—Por lo tanto —repitió ella, y soltó una risita burlona.

—Así es. Por lo tanto tienes pesadillas en las que Jim, que guarda relación contigo y con Dolly, verbaliza algo que tú ya estás pensando, al menos a nivel subconsciente.

—Gracias, doctor Freud.

—Sus cincuenta minutos han terminado, señora. Deberías aprovechar las dos horas de sueño que nos quedan.

—Aún estamos en el suelo. El suelo ha resultado excelente, pero para dormir, la cama es mejor.

—Pues entonces a la cama.

Gull se puso en pie y la tomó de la mano para ayudarla a levantarse. Luego, para hacerla reír, la cogió en brazos.

Y desde luego se rió.

—Puede que haya perdido unos kilitos esta temporada, pero sigo sin ser un peso ligero.

—Tienes razón —dijo él, dejándola caer sobre la cama—. La próxima vez me coges tú a mí —añadió, echándose a su lado—. Me da la impresión de que tu pesadilla se ha llevado cualquier posible resaca de tequila.

—Siempre el lado positivo.

Gull se acurrucó junto a ella y le acarició la espalda con suavidad hasta notar que se quedaba dormida.

Tras el informe matinal, Rowan salió a correr, hizo pesas y practicó power yoga en compañía de Gull. Tenía que reconocer que contar con alguien que fuese capaz de mantener su ritmo, e incluso superarlo, hacía más divertida la rutina diaria.

Llegaron juntos al comedor, donde Dobie estaba desplomado ante un plato de tostadas y lo que Rowan reconoció como un vaso de la famosa cura de Marg contra la resaca.

—Mmm, mira esas salchichas grandes y gordas. —Rowan volvió a dejar caer la tapa del módulo calientaplatos—. No hay nada como la grasa de cerdo por la mañana.

—Te haré daño cuando pueda moverme sin que me estalle la cabeza.

—¿Resaca? —preguntó ella con dulzura—. ¡Vaya, pues yo me siento estupendamente!

Tal vez sentía un dolor sordo y persistente en la base de su cráneo, pero, mirándolo bien, era lo menos que podía esperarse.

—Os haré daño, a ti y a todos tus parientes. Y a tus mascotas también.

Rowan se limitó a sonreír mientras se sentaba con un plato lleno.

—¿No tienes apetito esta mañana?

—Me he despertado en el suelo con Stovic. Puede que nunca vuelva a comer.

—¿Cómo está Stovic? —preguntó Gull.

—La última vez que le he visto tenía los ojos inyectados en sangre y se arrastraba hacia su habitación. Si alguna vez vuelvo a coger un vaso de tequila, pégame un tiro. Ten piedad.

—Bébete eso —le aconsejó Rowan—. No te hará levantarte de un salto y cantar a grito pelado Oh, what a beautiful morning, pero te calmará.

—Es marrón, y creo que ahí dentro hay algo que se mueve.

—Confía en mí.

Cuando Dobie cogió la salsa tabasco que Lynn había dejado sobre la mesa para él, Rowan estuvo a punto de decirle que no le haría falta, pero luego sonrió para sí mientras cortaba una salchicha.

Dobie regó generosamente el brebaje y asintió con un gesto enérgico para darse ánimos.

—¡Salud! —exclamó.

Cerrando los ojos, se lo bebió deprisa.

Sus ojos se abrieron de golpe mientras su cara pasaba del gris de la resaca al rojo cangrejo.

—¡Joder, cómo pica!

—Quema como una antorcha helitransportada —dijo Rowan, conteniendo la risa y comiendo más salchichas—. De paso puede chamuscar algunas neuronas, pero enciende el flujo sanguíneo. Has sido purificado, mi niño.

—No empezará a hablar en lenguas extrañas, ¿verdad? —preguntó Gull.

—Joder, cómo pica. Esto sí que es una bebida. Solo le falta un chorrito de Bourbon. Estoy sudando la gota gorda.

Fascinado, Gull contempló cómo el sudor perlaba el rostro enrojecido de Dobie.

—Elimina las toxinas, supongo. ¿Qué demonios lleva?

—Marg no quiere decirlo. Te hace empezar con el desayuno especial, ibuprofeno y Move Free tomados con un gran vaso de agua y luego beber esto, comer tostadas y beber más agua.

—También me ha dicho que tenía que salir a correr —comentó Dobie.

—Sí —confirmó Rowan—. Y a la hora de la comida te sentirás casi humano y podrás comer. Alguien debería arrastrar a Stovic y a Yangtree hasta aquí. Hola, Cartas —dijo al verlo entrar—. ¿Qué te parece si traemos a Stovic y a Yangtree para darles el antídoto de Marg contra la resaca?

Cartas no dijo nada hasta haber cogido la silla que estaba junto a la de Rowan y haberla inclinado hacia ella.

—L. B. acaba de enterarse por la policía. Los agentes forestales han encontrado un arma medio enterrada a pocos metros del lugar donde hallaron el coche del predicador. Fue disparada y es una de las de Brakeman.

—Bueno —dijo Rowan, extendiendo pausadamente jalea de arándanos sobre una galleta de desayuno—. Supongo que esa es la respuesta.

—Han ido a buscarlo esta mañana. Se ha ido, su furgoneta ha desaparecido.

La jalea cayó goteando del cuchillo cuando ella se lo quedó mirando.

—Me imagino que no te refieres a que se ha ido a trabajar.

—No. Parece ser que se ha llevado material de acampada, una escopeta, un rifle, dos armas cortas y una cantidad exagerada de munición. Su mujer ha dicho que no sabía dónde se había ido, ni siquiera que se hubiese marchado. No sé si la creen o no, pero, por lo que dice L. B., nadie parece tener ni puñetera idea de dónde está.

—Creía… Me dijeron que iban a buscarlo ayer, después del entierro.

—Para interrogarle, sí. Pero tenía un abogado, y hasta que han encontrado el arma, Ro, no tenían ninguna prueba contra él.

—¡Maldita sea! —explotó Gull—. ¿No lo tenían vigilado?

—No lo sé. No tengo ni idea, pero L. B. quiere que te quedes en la base, Ro, hasta que nos enfrentemos con un fuego. Quiere que te quedes aquí dentro todo el tiempo posible hasta que sepamos qué diablos pasa. Y no quiere oír ninguna queja.

—Trabajaré en el almacén.

—Lo cogerán, Ro, y no tardarán mucho.

—Claro.

Cartas le dio una torpe palmadita en el brazo.

—Sacaré de la cama a Yangtree y a Stovic. Será divertido ver cómo les sale humo de las orejas cuando se beban la cura contra la resaca.

En el silencio que siguió a la salida de Cartas, Dobie se levantó y se sirvió más café.

—Voy a decir esto porque siento mucho respeto por ti. Y porque Gull siente algo más que eso por ti. Si yo me echase al monte en mi tierra, si tuviese el material, demonios, aunque no lo tuviese, pero si tuviese el material, un buen rifle y un buen cuchillo, podría vivir allí durante meses. No me encontraría nadie que yo no quisiera que me encontrase.

Rowan se obligó a continuar comiendo.

—Es posible que encuentren su furgoneta, pero a él no le encontrarán. Se perderá en las montañas Bitterroot, o en las Rocosas. Su mujer se quedará sin casa. La puso como garantía para la fianza, y él acaba de huir. Yo no creía que lo hubiese hecho… o al menos no lo de Dolly. Se ha escapado y ha dejado a su mujer y a su nieta con el culo al aire. Las ha abandonado.

—Espero que meta la pata —dijo Rowan, poniéndose en pie de repente—. Espero que meta la pata y lo cojan, y que lo echen dentro de un agujero durante el resto de su vida. Estaré en el almacén, cosiendo esos malditos macutos.

Cuando salió airadamente, Dobie se echó tres cucharadas colmadas de azúcar en el café.

—¿Cómo quieres jugar a esto, amigo?

—Fríamente, no creo que Brakeman vaya a volver por aquí ni que se preocupe por Rowan en este momento.

—¡Hummm! ¿Cómo quieres jugar?

Gull lo miró. A veces la persona más improbable se convertía en el amigo de más confianza.

—Cuando estemos en la base, alguien debe estar con ella, las veinticuatro horas. Nos aseguraremos de que tenga mucho que hacer dentro. Pero necesita salir. Si la metemos en un hoyo, explotará. Creo que alteraremos la rutina. Normalmente corremos por las mañanas, temprano. Empezaremos a correr por la noche.

—Si todo el mundo llevase gorra y gafas de sol, sería un poco difícil saber de lejos quién es quién. El problema es que esa mujer parece un armario. No puedes esconder sus dotes. Supongo que no querría trasladarse a West Yellowstone, o tal vez a Idaho durante un tiempo.

—No. Lo vería como una huida, como un abandono.

—Tal vez. Pero tal vez no, si tú fueses con ella.

—Rowan aún no ha llegado ahí, Dobie.

Dobie apretó los labios y miró a Gull, que tomaba café.

—Pero ¿tú sí?

Gull se quedó mirando su bocadillo a medio comer.

—Malditos lupinos.

—¿Qué demonios son los lupinos?

Gull se limitó a negar con la cabeza.

—Sí, yo sí que he llegado —dijo, poniéndose en pie—. Maldita sea.

Sureño, Gibbons y Janis entraron, aún sudorosos tras la preparación física, mientras Gull salía hecho una furia.

—¿De qué va la cosa? —quiso saber Gibbons.

—Sentaos, chicos y chicas, y os lo contaré.

Visiblemente de mal genio, Gull encontró a L. B. en la puerta de un hangar, conversando con uno de los pilotos.

—¿Cómo diablos ha pasado esto?

—¿Crees que no he preguntado lo mismo? —le replicó L. B.—. ¿Crees que yo no estoy cabreado?

—Me da igual si lo estás o no. Quiero respuestas.

L. B. señaló con el pulgar y se alejó del hangar en dirección a una de las vías de servicio.

—Si quieres echarle la bronca a alguien, busca a un policía. Son ellos los que la han jorobado.

—Quiero saber cómo.

—¿Que quieres saber cómo? Yo te diré cómo.

L. B. cogió una piedra como la palma de su mano y la lanzó.

—Tenían a dos policías en la puerta de la casa de los Brakeman. Seguramente estaban mirando revistas guarras y comiendo rosquillas.

Buscó otra piedra y la lanzó también.

—Mi puñetero hermano trabaja de policía en Helena, y sé que no hace esa mierda. Pero maldita sea.

Gull se inclinó, cogió una piedra y se la ofreció.

—Adelante.

—Gracias.

Después de arrojarla, L. B. meneó el hombro.

—Estaban junto a la fachada, mirando la casa. La furgoneta de Brakeman estaba a un lado del edificio, en un aparcamiento techado. Así que la cargó en plena noche, atravesó el jardín, abrió un agujero del tamaño de la furgoneta en la maldita valla y luego atravesó el jardín del vecino hasta la carretera. Después vete a saber adónde fue.

—Y los policías no vieron hasta esta mañana que la furgoneta había desaparecido.

—Ni se enteraron.

—Vale.

—¿Vale? ¿Ya está?

—Es una respuesta. Lo llevo mejor si hay alguna respuesta. Ella está en el tercer turno. ¿Puedes ponerla en Operaciones si recibimos un aviso para el primero o el segundo?

—Sí. —L. B. cogió otra piedra y la miró fijamente unos momentos antes de dejarla caer de nuevo—. Ya lo había pensado. Solo quería esperar a que se calmase.

—Ya se lo diré yo.

—Suele matar al mensajero. Por eso he enviado a Cartas —añadió L. B., esbozando una sonrisa—. Acaban de operarle, así que he pensado que no se pasaría con él.

—Por eso eres el jefe.

Gull pasó por los barracones para coger una Coca-Cola, reflexionó y, aunque le pareció la forma más penosa de camuflaje después de un bigote de Groucho, cogió unas gorras y unas gafas de sol.

De camino hacia el almacén, sacó su teléfono móvil y llamó a Lucas.

Como la mayor parte de la unidad estaba haciendo preparación física o aún desayunando, solo encontró a unos pocos trabajando en el almacén junto con Rowan, que inspeccionaba, centímetro a centímetro, un paracaídas colgado de la torre.

—Estoy ocupada —dijo secamente.

Gull inclinó la Coca-Cola de un lado a otro.

—Sabes que lo estás deseando.

—Muy ocupada.

Con unas pinzas, extrajo unas agujas de pino clavadas en la tela.

—Muy bien, me la beberé yo —dijo él, abriendo el refresco—. L. B. te quiere en Operaciones si nos enfrentamos con un fuego.

Ella se volvió de golpe.

—No va a dejarme en tierra.

—Yo no he dicho eso. Estás en el tercer turno, así que, salvo que nos enfrentemos con un holocausto, seguramente no saltarás en el primer aviso. Eres una directora adjunta de Operaciones cualificada, ¿no?

Rowan agarró la Coca-Cola de manos de Gull y dio unos sorbos.

—Sí —dijo, devolviéndosela con un gesto brusco para volver a su inspección—. Gracias por informarme.

—No hay problema. Sobre esta situación…

—Oye, no quiero ni necesito que me tranquilicen, me protejan, me aconsejen o…

—¡Santo Dios, cállate de una vez!

Gull miró hacia el techo sacudiendo la cabeza y dio otro trago.

—¡Cállate tú!

Gull tuvo que sonreír.

—Y tú más. ¿De verdad quieres caer tan bajo? No creo que Brakeman sea tu problema.

—No estoy preocupada por él. Sé cuidar de mí misma, y no soy estúpida. Cuando no estoy en un incendio tengo muchas ocupaciones, aquí, en el taller de fabricación o en el gimnasio.

Extrajo meticulosamente una ramita y marcó un pequeño desgarrón de menos de tres centímetros para que lo repararan; luego bajó el vértice para examinar las zonas más altas.

—Anoche, Brakeman eludió a dos policías cruzando su jardín con una furgoneta, cortando una valla y cruzando otro jardín hasta que llegó a la carretera. Cargó todo lo que podría necesitar para vivir en la naturaleza. Eso me indica que tampoco es estúpido.

—Pues no es estúpido. Puntos para él.

—Pero deja armas, y dos veces, de forma que las encuentren con facilidad. Un arma corta registrada como es debido a su nombre, un rifle que lleva su nombre grabado. Eso es una enorme estupidez.

—Sigues creyendo que no ha hecho nada de esto.

—Sigo creyéndolo. Preferiría que no fuese así, porque de esta forma no tenemos nada. En realidad no sabemos quién lo ha hecho ni por qué. Por otro lado, también creo improbable que nadie vaya a utilizarte a ti o a utilizar la base para hacer prácticas de tiro. Improbable no es suficiente, pero es reconfortante.

—Porque sería una estupidez que otra persona me disparase, cuando Brakeman se ha fugado y los policías saben qué armas lleva consigo.

No, no era estúpida, se recordó a sí misma Rowan, pero había estado demasiado enfadada para pensar con claridad. Gull, al parecer, no tenía el mismo problema.

—Pero si no es él, Gull, ¿por qué alguien se esfuerza tanto en hacer que parezca él?

—¿Por qué es un hijo de puta? ¿Por qué es creíble? ¿Por qué quieren verlo hundido? Puede que las tres cosas. Pero la cuestión es que tienes que ser inteligente, y lo eres, y no creo que debas angustiarte.

Ella asintió e inspeccionó las bridas del vértice, y luego los respiraderos.

—No me angustiaba. Estoy cabreada.

—Entonces tu subconsciente se angustiaba.

—De acuerdo, de acuerdo.

Inspeccionó la parte superior de cada ranura, y a continuación la malla anti-inversión. Allí marcó una línea de puntos rotos.

Gull esperó a que acabara de fijar la etiqueta de inspección al cuerpo.

—Supongo que tengo que llamar a mi padre. Aquí todo se sabe, y se preocupará.

—He hablado con él antes de venir. Hemos estudiado la situación.

—¿Ha venido? ¿Por qué no…?

—Le he llamado.

Rowan se situó frente a él con un rápido giro.

—¿Que has hecho qué? ¿Qué pretendes, llamando a mi padre para hablar de esto antes de que yo…?

—Se llama solidaridad entre hombres. Nunca lo entenderás. Creo que las mujeres son tan capaces como los hombres y que merecen la misma paga, y que algún día, tarde o temprano, la mujer adecuada podrá y deberá ser líder del mundo libre. Pero vosotras no podéis entender algunos ritos de los hombres, del mismo modo que los hombres no entendemos por qué la inmensa mayoría de las mujeres estáis obsesionadas con los zapatos y demás calzado.

—Yo no estoy obsesionada con los zapatos, así que no trates de convertir esto en algo cultural o… o basado en el género.

—Tienes tres pares de botas de salto, cuando con dos hay más que suficiente. Tienes cuatro pares de zapatillas de correr. Una vez más, con dos hay de sobra.

—Estoy domando otro par de botas de salto antes de tirar el primer par para que las botas no me hagan daño. Y tengo cuatro pares de zapatillas de correr porque… Estás tratando de distraerme de la cuestión.

—Sí, pero no he terminado. También tienes botas de excursionismo, dos pares, tres pares de sandalias y tres de zapatos de tacón muy sexys. Y esto es solo en la base; vete a saber qué tienes en el armario de tu casa.

—¿Has contado mis zapatos? Y luego dirás que yo estoy obsesionada.

—Solo soy observador. Lucas quiere que le llames en cuanto puedas. Déjale un mensaje si está en el aire, y pasará a verte esta noche. Le tranquiliza saber que te cubro las espaldas. Tú me cubrirías las mías, ¿no? —preguntó antes de que ella pudiese hablarle en mal tono.

Rowan suspiró.

—Sí. Me has convencido con tu razonamiento y tu lista de zapatos. Que, por cierto, no me obsesionan.

—También tienes una docena larga de pendientes, ninguno de los cuales llevas habitualmente. Pero podemos comentar eso en otra ocasión.

—¡Oh, vete ya! Ve a estudiar algo.

—Podrías darme una lección sobre encordaje. Quiero conseguir el título.

—Tal vez. Vuelve dentro de una hora y…

Cuando sonó la sirena, Rowan dio un paso atrás.

—Supongo que no. Me voy a Operaciones.

—Te acompaño. Toma.

Le puso en las manos una gorra y unas gafas de sol, y luego se puso las suyas mientras ella lo miraba con el ceño fruncido.

—¿Qué es esto?

—Un disfraz —le contestó con una sonrisa—. Dobie quiere que te lo pongas. Más vale que le sigamos el rollo, o puede que encargue por internet bigotes falsos y narices de payaso.

Ella puso los ojos en blanco, pero siguió sus indicaciones.

—¿Y qué? ¿Ahora parecemos gemelos? ¿Dónde están tus tetas?

—Las llevas tú, y si me lo permites diré que te quedan espectaculares.

—No puedo discrepar en eso. Aun así, todo el mundo debería dejar de preocuparse por Rowan y hacer su trabajo.

A las cuatro de la tarde saltaba sobre el fuego, haciendo el suyo.