21

Rowan ganaba. Se entretuvo en la ducha y tardó en escoger unos pantalones cortos y una blusa como si importase. Incluso dedicó unos minutos al maquillaje, complacida cuando la pérdida de tiempo la transformó en una chica.

Tiempo suficiente, decidió, y se fue a buscar a Gull.

Cuando salía de su habitación, Matt salió de la suya.

—¡Uau! —exclamó ella, moviendo las cejas en un gesto vigoroso dedicado al traje oscuro y a la corbata—. Y creía que yo estaba guapa.

—Es que lo estás.

—¿Tienes una cita íntima? ¿Vas a una boda, a un entie…?

Se interrumpió y se dio un tirón de orejas mental.

—¡Oh, Dios, Matt, se me había olvidado! He hablado sin pensar. Vas al entierro de Dolly.

—He pensado que debía hacerlo, ya que no hay incendios.

—¿Vas a ir tú solo? Iría contigo, pero debo de ser la última persona a quien los Brakeman quieran ver hoy.

—No pasa nada. Es que… me siento como si tuviese que hacerlo, para representar a Jim, ¿sabes? No quiero, pero… el bebé. —Se pasó los dedos por el pelo lacio y aclarado por el sol—. Casi me gustaría que estuviésemos aún en el incendio para no poder ir.

—Pídele a alguien que vaya contigo. Janis ha vuelto con nosotros, y Cartas iría si estuviese en condiciones. O…

—L. B. viene también. —Matt se metió las manos en los bolsillos y volvió a sacarlas para tamborilear con los dedos sobre su muslo. A Rowan le recordó dolorosamente a Jim—. Y también Marg y Lynn.

—Estupendo. —Rowan se acercó y le arregló la corbata, aunque no hacía falta—. Yendo, haces lo correcto para con tu familia. Si quieres hablar después, o salir a dar una vuelta, estaré por aquí.

—Gracias. —Puso una mano sobre las de ella hasta que Rowan lo miró a los ojos—. Gracias, Rowan. Sé que ella te causó muchos problemas.

—No importa, Matt, de verdad que no. Es un día difícil para muchas personas. Eso es lo que importa.

Matt le apretó la mano con fuerza.

—Más vale que me vaya.

Rowan cambió de dirección cuando él se marchó, y se fue hacia la sala común. Cartas estaba espatarrado en el sofá viendo uno de los culebrones de televisión.

—Esta chica le dice a este tío que está preñada, aunque no lo está, porque él está enamorado de su hermana pero se acostó con ella, la que no está preñada, cuando ella le puso algo en la bebida en cierta ocasión en la que fue a su casa para contarle que su hermana le ponía los cuernos, cosa que no hacía.

Cartas dio un trago de Gatorade.

—Las mujeres dan asco.

—¡Eh!

—Los hechos son los hechos —dijo en tono sombrío—. Así que estoy pegado a la tele. Podría pasarme aquí tumbado toda la tarde, tal como me ha prescrito el médico. Tengo que fingirme enfermo un día más mientras vuelvo a estar guapo.

Rowan se sentó y observó el vendaje que le cubría la mejilla.

—No sé. El agujero de tu cara te hacía interesante, y habría desviado la atención de esos ojos demasiado juntos.

—Tengo los ojos de un ángel. Y de un halcón. Un halcón ángel.

—Matt se marcha para asistir al entierro de Dolly.

—Sí, ya lo sé. Lleva la corbata de Yangtree.

—Tendríamos que buscar a un par más para que fuesen con él. Libby sigue en limpieza, pero Janis ha vuelto.

—Déjalo, Ro. No puedes arreglarlo todo.

Cartas siseó entre dientes al ver que ella no decía nada.

—L. B. va en representación de la base, y Marg y Lynn porque trabajaban con ella. Matt, bueno, ahora es como de la familia, con el bebé de Jim y todo eso. Pero L. B. y yo lo hemos hablado. Tal como acabaron aquí las cosas con Dolly, lo mejor es que nuestra presencia sea mínima. Seguramente será más fácil para la madre de Dolly.

—Seguramente —convino ella, pero frunció el ceño al mirarlo a él. Conocía esa cara, con o sin el agujero, y aquellos grandes ojos castaños—. ¿Qué te pasa?

—Nada, salvo que has interrumpido mi culebrón. Orchid se las va a cargar cuando Payton se entere de que le ha tomado por un pardillo.

Rowan sabía reconocer a un tío triste cuando estaba sentada a su lado.

—Estás enfurruñado.

—Tengo un maldito agujero en la cara y estoy viendo culebrones, y entonces llegas tú y empiezas a quejarte de que Dolly ha muerto y de los entierros —dijo, lanzándole una mirada rabiosa—. Búscate a otro para darle la lata.

—Muy bien —respondió ella, levantándose.

—Las mujeres dan asco —repitió él, con una amargura y un desconcierto que la llevaron a sentarse de nuevo—. Estamos mejor sin ellas.

Rowan optó por no recordarle que, casualmente, ella era una mujer.

—¿Todas, o una en concreto?

—¿Sabes esa con la que empecé a salir el invierno pasado?

Dado que la había mencionado unas cien veces y le había mostrado su fotografía, Rowan se hacía una idea.

—Vicki, claro.

—Iba a venir dentro de un par de semanas, con los críos. Yo había pedido unos cuantos días libres para enseñarle la base. Los críos tenían unas ganas tremendas de verla.

Tenían, pensó Rowan.

—¿Qué ha pasado?

—Esa es la cuestión. No lo sé. Ha cambiado de opinión, eso es todo. No le parece buena idea. Yo tengo mi vida y ella tiene la suya. Me ha dejado; eso es. Ni siquiera quiere decirme por qué exactamente; solo dice que tiene que pensar en los críos, que necesita una relación estable y sincera y todo ese rollo.

Se volvió y clavó en Rowan aquellos ojos irritados y desconcertados.

—El caso es que nunca le he mentido. Le dije cómo eran las cosas y ella dijo que le parecía bien. Incluso que estaba orgullosa de lo que yo hacía. Ahora ya no quiere seguir; así de fácil. Además, está cabreada. Y… se echó a llorar. ¿Qué puñetas he hecho?

—Supongo que… la teoría de tener una relación con alguien que se dedica a lo que hacemos nosotros es distinta de la realidad. Es duro.

—Entonces, ¿se supone que tengo que renunciar a esto? ¿Hacer otra cosa? ¿Ser otra cosa? Eso no está bien.

—No, no está bien.

—Cuando me lo dijo iba a pedirle que se casara conmigo.

—Vaya, lo siento.

—Ya ni siquiera quiere hablar conmigo. No paro de dejarle mensajes, y no quiere contestar. No quiere dejarme hablar con los críos. Estoy loco por esos críos.

—Escríbele una carta.

—¿Que haga qué?

—Ya nadie escribe cartas. Escríbele una carta. Dile cómo te sientes. Expónselo todo.

—Mierda, eso no se me da bien.

—Más a tu favor, entonces. Si estás lo bastante colado para querer casarte con ella, al menos puedes escribir una maldita carta.

—No lo sé. Tal vez. Demonios.

—Las mujeres dan asco.

—Dímelo a mí. Escribir una carta —repitió, inclinándose sobre su Gatorade—. Tal vez. Hablemos de otra cosa. Si sigo hablando de ella, intentaré llamarla otra vez. Es humillante.

—¿Y qué tal los Cubs?

Cartas resopló.

—Necesito algo más que béisbol para distraerme de mis penas, sobre todo porque esta temporada los Cubbies dan más asco que las mujeres. Y nosotros tenemos crímenes y pirómanos. He oído que hubo otro cadáver. Y que quien lo hizo, fuera quien fuese, provocó el incendio. Más le vale a la policía atrapar a ese cabrón antes de que queme la mitad del oeste de Montana. A todos nos viene bien llenar la cartera, pero nadie quiere ganar dinero de esa forma.

—También se ha llevado por delante un buen pedazo de Idaho. Da miedo —dijo, porque estaban a solas—. Sabemos que el fuego quiere matarnos cuando vamos allí. Sabemos que a la naturaleza tanto le daría. Pero acudir sabiendo que hay alguien que mata gente y provoca incendios, y que tal vez quiere vernos arder a unos cuantos… Que tal vez le importa una mierda… Eso da miedo. Da miedo no saber si ha terminado, o si la próxima vez que suene la sirena será por culpa de él.

Rowan echó un vistazo hacia la puerta cuando entró Gull.

—¿Qué han dicho los policías? —quiso saber.

—No es oficial, pero es muy probable que lo que encontramos allí sea lo que queda del reverendo Latterly.

Cartas se incorporó de golpe.

—¿El cura?

—Puede ser. —Gull se dejó caer en una butaca—. Encontraron su coche allí, y nadie consigue encontrarle. Así que, o bien lo hicimos nosotros, o se ha marchado. Van a hablar con Brakeman después del entierro.

—¿Creen que él le mató y le prendió fuego al cadáver? —preguntó Cartas—. Pero… ¿no significaría eso que…? ¿O creen que mató a Dolly y…? ¿Su propio padre? ¡Venga ya!

—No sé lo que creen.

—¿Qué crees tú? —le preguntó Rowan.

—Aún le estoy dando vueltas. De momento creo que hay alguien muy cabreado a quien le gusta el fuego. Tengo que ir a asearme.

Rowan lo siguió hasta su habitación.

—¿Por qué dices que le gusta el fuego? Que lo utilice no significa que le guste.

—Supongo que, como estás vestida, y por cierto, estás muy guapa, no vas a frotarme la espalda.

—No. ¿Por qué dices que le gusta el fuego?

Gull se despojó de la chaqueta.

—He mejorado mis conocimientos superficiales sobre los incendios provocados después de lo de Dolly.

—Ah, sí, tu estudio. Te va mucho estudiar.

—Me gusta aprender. En fin —continuó, quitándose las botas—. Los pirómanos suelen responder a determinado perfil. Los hay que provocan incendios para obtener un beneficio: alguien que quema su propiedad para cobrar el seguro, digamos, o los que prenden fuego por una suma determinada. Este no es el caso.

—También los hay que provocan un incendio para encubrir otro delito. Yo también tengo unos conocimientos superficiales —le recordó Rowan mientras él se quitaba los pantalones—. No cabe duda de que el asesinato es otro delito.

—Puede que fuese así en el caso de Dolly. —Desnudo, entró en el cuarto de baño y abrió la ducha—. La mató por accidente o a propósito, y luego llegó el pánico, el encubrimiento. Pero ¿qué sentido tiene que lo hiciese otra vez, cuando la primera no acabó de funcionar?

Gull se situó bajo el chorro y soltó un largo gemido de alivio.

—Adoremos todos al dios del agua.

—Puede que el autor se inspirase en el otro crimen. Alguien quería matar a Latterly. Brakeman tenía un motivo, y también la mujer de Latterly si se enteró de su lío con Dolly. Uno de sus feligreses que se sintiera indignado y traicionado. Y calcaron el asesinato de Dolly debido a la relación que mantenían. Es el mismo motivo.

—Podría ser.

Rowan abrió de golpe la cortina de la ducha.

—Es lo que tiene más sentido.

—O dentro o fuera, Rubia —dijo Gull, recorriendo su cuerpo con aquellos ojos felinos—. Preferiría que fuese dentro.

Rowan volvió a cerrar la cortina.

—El tercer perfil no puede ser, Gull. El incendiario que se excita provocando incendios y viendo cómo arden. No puede ser, debido a los asesinatos.

—Puede que quisiera matar dos pájaros de un tiro.

—Ya es lo bastante malo si lo hizo para encubrir los asesinatos. Pero eso ya es malísimo. Lo que estás pensando es peor.

—Ya lo sé. Si las vibraciones que me han transmitido los policías son correctas, también están pensando en esa posibilidad.

Rowan apoyó las manos en el lavabo y contempló su reflejo.

—No quiero que sea alguien que conozco.

—Tú no conoces a todo el mundo, Ro.

No, ella no conocía a todo el mundo, y de pronto se sintió tremendamente agradecida de conocer solo a unas pocas personas que tuviesen relación con Dolly y Latterly.

Pero… ¿y si era una de esas pocas?

—¿Dónde celebran el entierro de Dolly? —se preguntó—. No habrían podido organizarlo en la iglesia de la señora Brakeman, ni siquiera antes de que pasara esto.

—Marg me ha dicho que celebran el oficio religioso en el tanatorio. No esperan demasiada gente.

—¡Dios! —Rowan cerró los ojos—. La odiaba como si fuese una hemorroide, pero eso es deprimente.

Gull cerró el agua y abrió la cortina.

—¿Sabes qué necesitas? —preguntó, cogiendo una toalla.

—¿Qué necesito? A ver si lo adivino.

—Cerebro barriobajero. Necesitas un paseo en coche con la capota bajada y un cucurucho de helado.

—¿Lo necesito?

—Sí, lo necesitas. Estamos en el tercer turno de la lista de saltos, así que podemos irnos a la ciudad y buscar una heladería.

—Resulta que sé dónde hay una.

—Perfecto. Y estás preciosa. Debería llevar a mi chica a tomar un helado.

—Corta el rollo, Gull.

—¡Ajá!

Gull se enrolló la toalla en torno a la cintura y, aún goteando, agarró a Rowan para besarla.

—¡Me estás mojando!

—Sexo, sexo, sexo. Bueno, si eso es lo que quieres…

Gull consiguió ahuyentar sus oscuros pensamientos y hacerla reír mientras ella lo apartaba de un empujón.

—Quiero un helado.

Como él ya le había humedecido la blusa, Rowan le agarró la cara y volvió a besarlo.

—Primero vístete, derrochador. Iré a Operaciones para asegurarme de que estamos libres durante unas cuantas horas.

Las fotografías de Dolly Brakeman, desde el nacimiento hasta su muerte, estaban agrupadas formando una sonriente exposición. Las flanqueaban unas rosas rosadas suavizadas con ramitas de velo de novia. El féretro esmaltado aparecía cerrado y cubierto por un manto de crisantemos rosados y blancos.

Cuando fue a encargar las flores que Irene había escogido, Ella aprovechó para enviar también unos lirios rosados y blancos. Ahora veía que había un par de ramos más. Incluso el aroma de un tributo tan escaso resultaba abrumador en aquella sala diminuta.

Irene, pálida y ojerosa, de luto riguroso, estaba sentada en el sobrio sofá de color burdeos con su hermana, una mujer que Ella conocía un poco y que había viajado desde Billings con su marido. El hombre, rígido y adusto, estaba sentado con Leo en un sofá idéntico al otro lado de la estrecha sala.

Una suave música sacra sonaba por los altavoces. Nadie hablaba.

Nunca en su vida, pensó Ella, había visto un testimonio tan triste de una corta vida acabada violentamente.

Ella cruzó la habitación y cogió las manos lánguidas de su amiga.

—Irene.

—Las flores son muy bonitas.

—Desde luego.

—Te agradezco que te hayas encargado tú, Ella.

—No ha sido ninguna molestia.

La hermana de Irene saludó a Ella con un gesto de la cabeza y luego se levantó para sentarse con su marido.

—Las fotografías son preciosas. Has elegido muy bien.

—A Dolly siempre le gustó que la fotografiasen. Incluso cuando era un bebé —dijo Irene mientras Ella se sentaba a su lado—, miraba directamente a la cámara. No sé cómo hacer esto. No sé cómo enterrar a mi hija.

Sin decir nada —¿qué se podía decir?—, ella estrechó a Irene entre sus brazos.

—Tengo fotos. Todo lo que tengo es un montón de fotos. Esa de ahí, la de Dolly y el bebé, es la más reciente. Mi hermana Carrie traerá pronto al bebé. Ha venido de Billings y me ha ayudado mucho. Traerá a Shiloh. Sé que Shiloh no lo entenderá ni lo recordará, pero he pensado que debía estar aquí.

—Desde luego. Sabes que puedes llamarme a cualquier hora, para lo que sea.

—No sé qué hacer con sus cosas, con su ropa.

—Te ayudaré con eso cuando estés preparada. Ya llega el reverendo Meece.

La mano de Irene se aferró a la de Ella.

—No le conozco. Has hecho bien en pedirle que viniese a celebrar el oficio religioso, pero…

—Es amable, Irene. Será amable con Dolly.

—Leo no quería a ningún predicador, después de lo que… —Sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas—. No puedo pensar en eso ahora. Me volveré loca si pienso en eso ahora.

—No lo hagas. Recuerda a la preciosa chica de las fotografías. Te presentaré al reverendo Meece. Será un consuelo para ti, te lo prometo.

Aunque no iba mucho a la iglesia, Ella apreciaba a Meece; le gustaban sus modales suaves. Irene necesitaba suavidad en ese momento.

—Muchas gracias por hacer esto, Robert.

—No hay de qué. Es un día difícil —dijo él, mirando el féretro—. La clase de día que quebranta la fe de una madre. Espero poder ayudarla.

Mientras lo conducía hacia Irene, vio que entraban tres miembros del personal de la escuela. Gracias a Dios, pensó. Venía alguien. Tras dejar a Irene con Meece, se aproximó a ellos para hacer de anfitriona, ya que la hermana mayor de Irene no parecía muy dispuesta o capaz de asumir la tarea.

Se disculpó cuando la hermana menor de Irene llegó con el bebé, su marido y sus dos hijos.

—Carrie, ¿quieres que coja al bebé? Creo que Irene te necesita.

Mientras la gente formaba grupos y se iniciaban conversaciones en voz baja, Ella abrazó a la mofletuda huérfana de ojos brillantes.

De repente, Leo se puso en pie.

—No se os ha perdido nada aquí. No tenéis ningún derecho a estar aquí.

El tono indignado hizo que el labio inferior de Shiloh temblase en un puchero. Ella murmuró para tranquilizarla mientras se volvía y veía al pequeño contingente de la base.

—¿Después de lo que hicisteis? ¿Después de la forma en que tratasteis a mi hija? Salid de aquí. ¡Largaos de aquí!

—Leo. —Al otro lado de la sala, Irene se hundió en el sofá—. Para. Para.

Tras cubrirse la cara con las manos, la mujer estalló en ásperos sollozos.

Sin hacer caso de Leo, Marg se fue directa hasta Irene y se sentó para abrazarla, para dejar que Irene llorase sobre su hombro.

—Señor Brakeman.

Irene vio que un joven rubio y de rostro rubicundo daba un paso adelante, con la mandíbula tan apretada como los puños de Leo.

—Esa niña de ahí lleva en las venas tanta sangre mía como suya, y Dolly era su madre. No hace ni un año que enterré a mi hermano. Ambos hemos perdido algo, y Shiloh es lo único que nos queda. Hemos venido a darle el último adiós a la madre de Shiloh.

La palidez de las mejillas de Leo no hizo sino intensificarse. Por un horrible momento, Ella imaginó lo peor. Puños, sangre, caos. Entonces entró el oficial Quinniock con una mujer, y el miedo asomó brevemente a los ojos de Leo.

—No te me acerques —le dijo al joven.

Matt, comprendió Ella. Era Matt Brayner.

—Ese es tu tío Matt —susurró Ella—. No pasa nada.

Leo se volvió de espaldas, se alejó tanto como se lo permitían los estrechos confines de la sala y cruzó los brazos sobre el pecho.

Ella se acercó a Matt.

—¿Quieres cogerla? Me gustaría llevarme fuera a Irene durante un par de minutos para que le dé un poco el aire.

—Me encantaría.

A Matt se le humedecieron los ojos cuando el bebé alargó una mano regordeta hasta su cara.

—Se parece un poco a Jim, ¿no crees, Matt? —comentó Lynn en voz baja.

Matt tragó saliva mientras asentía e inclinaba la cabeza para apretar su mejilla contra la de Shiloh.

—Ven con nosotras, Irene. —Con la ayuda de Marg, Ella levantó a Irene del asiento—. Ven con nosotras un ratito.

Mientras se llevaban a la mujer sollozante, Ella oyó la voz suave de Meece que cubría la desagradable tensión en la sala.

Rowan lamía su helado de fresa, disfrutando del rumor de los peatones y el tráfico mientras caminaba con Gull.

—Esto no es un helado de verdad —le dijo ella.

—Jarabe de arce y nueces no es solo un helado de verdad, es el helado de los machos.

—El jarabe de arce es un condimento. Es como la mostaza. ¿Comerías helado de mostaza?

—Estoy abierto a todos los sabores, incluso a tu femenino helado de fresa.

—Es refrescante.

Como el paseo en coche, pensó Rowan. Un largo paseo por carreteras serpenteantes, y ahora una lenta caminata sin rumbo fijo junto a la sombra verde de los árboles del bulevar hacia uno de los parques de la ciudad.

Con dos de las cuatro horas libres por delante, Rowan podía dejarse ir y relajarse. Salvo que a los teléfonos que llevaban en el bolsillo llegase un aviso de la base.

De momento se limitaría a agradecer el respiro, el helado, la compañía y la maravillosa rareza de una tarde de verano libre.

—Admito tu helado de jarabe porque has tenido una idea buenísima. Hace veinticuatro horas, estábamos en el vientre de la bestia, y ahora estamos deambulando como un par de turistas.

—Una cosa hace que la otra valga aún más la pena.

—Se me ha ocurrido que si no tenemos que enfrentarnos con un fuego, esta noche deberíamos acabar nuestro concurso de chupitos de tequila. Podemos comprar una botella de las buenas antes de regresar.

—Lo que quieres es emborracharme y aprovecharte de mí.

—Para eso no necesito emborracharte.

—De repente me siento despreciable y facilón. Me gusta.

—Puede que a Cartas le apetezca participar. Le vendría bien distraerse.

Rowan le había explicado la situación a Gull durante el trayecto en coche.

—Que escriba una carta es buena idea. Debería hacerte caso.

—Quizá tú podrías ayudarle.

—¿Yo?

—Se te dan bien las palabras.

—No creo que Cartas quiera que haga de Cyrano para su Roxanne.

—¿Lo ves? —Rowan le clavó un dedo en el brazo y adoptó un acento paleto—: De libros sabes cantidad.

—¿Rowan?

Al oír su nombre miró hacia el lugar del que procedía. Sintiéndose incómoda y un poco molesta, y sin saber lo que vendría a continuación, Rowan bajó su helado.

—Ah, hola.

Ella se quedó sentada en el banco.

—Me alegro de verte. He oído que has vuelto esta mañana. —Ella sonrió a Gull—. Soy Ella Frazier, una amiga del padre de Rowan.

—Gulliver Curry —se presentó él, acercándose y tendiéndole la mano libre—. ¿Cómo está?

—¿Sinceramente? No demasiado bien. Vengo del entierro de Dolly, y ha sido tan desagradable como pueda imaginarse. Quería distraerme caminando, y luego he pensado que podía distraerme sentada. Esto es muy bonito. Pero no funciona.

—¿Por qué has acudido? ¡Ah, es verdad! La señora Brakeman trabaja en tu escuela —recordó Rowan.

—Sí. El curso pasado nos hicimos amigas.

—¿Cómo está? Aunque es una estupidez preguntar cómo se siente, o si está bien. No podría estar bien.

—No lo está, y creo que las cosas aún pueden empeorar. La policía también estaba allí y se ha llevado a Leo para interrogarlo después del oficio religioso. Irene está viviendo una pesadilla. Es duro ver cómo una amiga pasa por todo esto, sabiendo que hay poco o nada que puedas hacer para ayudarla —explicó—. Lo siento —añadió, sacudiendo la cabeza—. Aquí estáis, disfrutando de un rato libre que sin duda es muy valioso y poco frecuente, y yo os cuento mis penas.

—Necesitas un helado —decidió Gull—. ¿De qué sabor?

—Oh, no, yo…

—Helado —repitió—. Es el mejor remedio contra la tristeza, está comprobado. ¿Qué te gustaría?

—Más vale que escojas algo —le dijo Rowan—. Si no, no te dejará en paz.

—Menta y chocolate. Gracias.

—Vuelvo enseguida.

Ahora se sentía más incómoda, pensó Rowan mientras Gull volvía corriendo a la heladería.

—Supongo que has visto al grupo de la base.

—Sí. Leo ha estado a punto de montar una escena, y la cosa habría podido liarse mucho. Pero entre que estaba Matt y que ha llegado la policía, al menos se ha quedado en una tensión horrible, resentimiento, pena y rabia reprimida. Bueno, basta —dijo, cerrando los ojos—. Ya basta de todo eso. ¿Por qué no te sientas? Ya sabes que ese encantador hombre tuyo se ha marchado no solo para traerme un helado sino también para concedernos unos minutos a solas.

—Seguramente. Le gusta poner las cosas en movimiento.

—Es guapísimo, y me da la impresión de que también es fuerte y cariñoso. Una combinación muy atractiva en un hombre. —Ella se situó de lado en el banco para que ambas quedasen cara a cara—. Te sientes incómoda conmigo, con la relación que tengo con tu padre.

—Es que no te conozco.

—No, no me conoces. En cambio, a mí me parece como si te conociera, al menos un poco, porque Lucas habla continuamente de ti. Te quiere mucho y está muy orgulloso de ti. Tienes que saber que no hay nada que él no fuese capaz de hacer por ti.

—Es recíproco.

—Lo sé. Del mismo modo que sé que, si le hicieses elegir entre tú y yo, yo no tendría ninguna oportunidad.

—No voy a…

—Déjame acabar, porque no me conoces y, en este momento, no te caigo demasiado bien. ¿Por qué iba a caerte bien? Pero como tenemos esta oportunidad voy a decirte que tu padre es el hombre más fascinante, agradable y excitante que he conocido en mi vida. Di el primer paso; él era tan tímido… ¡Madre mía! —exclamó, llevándose una mano al corazón, con la cara iluminada por la luz del sol que pasaba entre las hojas de los árboles—. Confiaba en que nos conociésemos, quedásemos algún día y disfrutásemos de nuestra mutua compañía. Y lo hicimos. Lo que no esperaba fue enamorarme de él.

Luchando contra una docena de emociones contradictorias, Rowan se quedó mirando cómo se derretía su helado.

—Eres muy joven. Aunque sé que crees que no lo eres. Pero eres muy joven, y debe de resultar casi imposible entender cómo puede alguien de mi edad enamorarse de una forma tan intensa, profunda y aterradora como alguien de la tuya. Pero me ha ocurrido, y sé dónde está el poder, Rowan. Espero que me des una oportunidad.

—Él nunca… No ha tenido ninguna relación desde mi madre.

—Lo sé. Soy muy, muy afortunada. Aquí viene Gull. Desde donde estoy sentada, las dos somos muy afortunadas.

Gull echó una ojeada al rostro de Rowan antes de mirar a Ella.

—Aquí tienes.

—Te has dado prisa.

—Le llamamos Pies Rápidos.

Sin saber qué pensar, Rowan lamió las gotas que corrían cucurucho abajo.

—Gracias. —Después de probar su helado, Ella sonrió y volvió a probarlo—. Tenías razón, esto se lleva la tristeza. Siéntate aquí —dijo al levantarse—. Creo que ya puedo distraerme caminando. Me ha gustado hablar contigo, Rowan.

—Sí. A mí también.

Más o menos, pensó Rowan, mientras Ella se alejaba.

Gull se sentó y contempló cómo se marchaba.

—Está muy buena.

—Por el amor de Dios. Es lo bastante mayor para ser tu madre.

—Mi tía también está muy buena. Un hombre no tiene que querer acostarse con una mujer para reconocer que está buena.

—Ha dicho que está enamorada de mi padre. ¿Qué se supone que debo decir yo? ¿Qué tengo que hacer? ¿Cómo tengo que sentirme?

—Puede que tenga buen gusto para los hombres —respondió él, dándole unas palmaditas en el muslo—. Tienes que dejar que estos críos alocados solucionen sus cosas ellos solos. De todos modos, mi primera aunque breve impresión es que me ha caído bien.

—Porque está muy buena.

—Que esté buena es una cuestión aparte. Estaba aquí sentada, desconsolada por la pérdida de una amiga, preocupada por esa amiga y por lo que quizá tenga que afrontar aún. Empatía y compasión. Está cabreada con Leo Brakeman, lo cual demuestra sentido común y falta de hipocresía. Te ha dicho lo que sentía por tu padre, cuando está muy claro que no te entusiasma que estén juntos. Ha mostrado agallas y sinceridad.

—Tal vez puedas ser su director de campaña —replicó Rowan, apoyándose en el respaldo—. Ahora la pelota está en mi campo, y eso ha sido un gesto inteligente. Yo tengo el poder. Así que puedes añadir la inteligencia a su lista de virtudes.

—¿Preferirías ver a tu padre con una mujer boba, egoísta, insensible e hipócrita?

—Tú tampoco eres ningún idiota. Venga, vamos a comprar dos botellas de tequila. Esta noche me vendría bien coger un buen pedal.

—¿Acaso tengo yo cara de pedal?

Rowan fue a comprobar cómo estaba Matt cuando volvieron a la base y lo encontró sentado en la cama, atándose las zapatillas de deporte.

—Me han dicho que ha sido muy desagradable.

—Así es, pero podría haber sido peor. ¿Por qué quiere ese tipo echarnos la culpa a L. B. y a mí, y a Marg y a Lynn por el despido de Dolly? Ella misma se lo buscó.

Bien, pensó Rowan, estaba enfadado, no triste.

—Porque la gente da asco y en general quiere que todo lo que es malo sea culpa de otro.

—¿En el maldito entierro? ¿Se pone a chillar y a amenazarnos en el entierro de su hija?

—En el entierro de mi madre, sus padres ni siquiera quisieron hablar conmigo. Fue como si gritasen.

—Tienes razón. La gente da asco.

—Después celebraremos un concurso de chupitos de tequila en la sala común. También estás en el tercer turno. Por ser tú, puedes entrar gratis.

Aquellas palabras le arrancaron una sonrisa.

—Ya sabes que no puedo competir contigo en eso. Salgo a correr. Ha refrescado un poco —dijo, poniéndose la gorra—. De todos modos he visto a la niña e incluso la he cogido unos minutos. Estoy pensando que mis padres deberían hablar con un abogado, sobre la custodia o los derechos y todo eso.

—Es una decisión muy dura, Matt.

Se colocó en su sitio la visera con un gesto rápido mientras miraba a Rowan con el ceño fruncido.

—La niña también lleva su sangre. No quiero perjudicar a la señora Brakeman. Creo que es buena persona. Pero si ese gilipollas con el que está casada va a la cárcel, ¿cómo va a cuidar de Shiloh ella sola? ¿Cómo pagará todo lo que necesita Shiloh con su sueldo de cocinera de la cafetería de la escuela?

—Es una situación complicada, y, bueno, sé que ya le diste a Dolly dinero para el bebé.

Aquellos ojos de un azul descolorido la miraron con franqueza.

—Es mi dinero y mi sangre.

—Ya lo sé. Hiciste bien en querer ayudar con los gastos de Shiloh, en sustituir a Jim de esa forma.

Se relajó un poco.

—Era lo correcto.

—Y no siempre es fácil hacer lo correcto en una situación complicada. Pero quizá me preocuparía que meter abogados de por medio pudiese complicarla aún más. Al menos en este momento.

—Hablar no hace daño. Todo el mundo debería hacer lo que sea mejor para el bebé, ¿no es así?

—Desde luego. No soy la persona más indicada para preguntarlo, pero tal vez, no sé, Matt, si tu madre tomase la iniciativa… Si la señora Brakeman y ella hablasen de todo, tal vez pudiesen averiguar lo que es mejor, lo que es correcto.

—Tal vez. ¿Sabes? Se nota que la niña es una Brayner. Hasta Lynn lo ha dicho. Tengo que pensar en ello.

Suponía que todos lo harían, decidió Rowan cuando él salió a correr. Matt, su familia, los Brakeman, todos tendrían que pensar en ello. Ella sabía cómo era ser la niña en quien todos pensaban.

No era nada fácil.