El llanto se llevó el mal genio y la autocompasión. A cambio, Rowan aceptó el dolor de cabeza atroz y se tomó un analgésico antes de mojarse la cara con agua fría.
Uno de los problemas de ser rubia y con la piel clara, reflexionó mientras se miraba sin piedad en el espejo, era que después de una llantera parecía que hubiese sufrido una brutal insolación.
Empapó un paño y luego lo escurrió. Se concedió diez minutos tumbada boca arriba encima de la cama, con el paño sobre la cara, para dejar que el analgésico y el fresco cumplieran su función.
Había reaccionado de una manera exagerada, pensó. Se había pasado.
Se disculparía ante su padre por meter la nariz en sus asuntos ya que ahora él no quería que ella metiese la nariz en ellos.
Y desde luego esperaba la misma cortesía por parte de cierto novato especialista y de pies rápidos, así que más le valía volver sano y salvo.
Inspeccionó de nuevo su cara y decidió que estaba pasable. Tal vez no ofreciese su mejor imagen, pero no tenía el aspecto de haberse pasado los últimos veinte minutos acurrucada en el suelo, lloriqueando como un bebé ya crecidito.
Cuando se dirigía a Operaciones para conocer la situación de los efectivos, vio a la agente especial DiCicco que caminaba hacia ella.
—Señorita Tripp.
—Sé que solo hace su trabajo, pero tenemos a dos equipos en acción. Voy a Operaciones y no tengo tiempo de repetir lo que ya le dije.
—Lo lamento, pero tendré que hablar con usted, con otros paracaidistas y con el personal de tierra. Los restos que descubrió ayer han sido identificados definitivamente. Se trata de Dolly Brakeman.
—¡Demonios! —exclamó Rowan mareada, apretándose la frente y frotándosela de un lado a otro—. ¡Oh, demonios! ¿Cómo murió?
—Dado que algunos de esos detalles saldrán en las noticias de la noche, puedo decirle que la causa de la muerte fue una fractura de cuello, posiblemente sufrida en una caída.
—¿Una caída? Tendría que haberse caído con mucha fuerza y muy mal. No debió de ser una caída accidental, teniendo en cuenta que dejó su coche en un sitio y acabó en otro.
El rostro de DiCicco permaneció impasible, con los ojos serenos.
—Esta es la investigación de un homicidio, coordinada con la investigación de un incendio provocado. Su intuición en ambas cuestiones ha resultado plenamente acertada.
—Y acertar me convierte en sospechosa.
—No estoy dispuesta a eliminar a nadie como sospechoso, pero usted tiene una coartada. La cuestión es que la víctima y usted tenían mala relación. Es una vía que tengo que explorar.
—Explore tanto como quiera. Haga de Magallanes. Yo no busqué tener problemas con ella. Si hubiese podido darle un puñetazo el tristemente famoso día de la sangre de los cerdos, lo habría hecho. Porque se lo había ganado. Creo que deberíamos haberla denunciado por lo que hizo con nuestro material y que tendría que haberse pasado una temporada en la cárcel, pero no creo que debiera morir por ninguno de esos delitos. Era…
Rowan se interrumpió al ver que entraba una furgoneta armando un gran estruendo y que coleaba al desplazarse bruscamente hacia ella. Agarró del brazo a DiCicco para tirar de ella al tiempo que DiCicco la agarraba a ella con la misma intención.
La furgoneta frenó con un chirrido, escupiendo nubes de polvo.
—¡Madre mía! ¿Qué demonios…?
Rowan se detuvo a media frase, pues el hombre que saltaba en ese momento de la furgoneta era Leo Brakeman, el padre de Dolly.
—Mi hija está muerta.
Se quedó allí, con los carnosos puños apretados a ambos lados del cuerpo. Su físico de antiguo tackle izquierdo se estremecía; su rostro, ancho y duro, estaba congestionado.
—Señor Brakeman, siento lo que…
—Tú eres la culpable. No queda nada de ella, solo unos huesos quemados, y tú eres la culpable.
—Señor Brakeman. —DiCicco se situó entre Rowan y Brakeman, pero Rowan se echó a un lado, rechazando la protección—. Ya le he explicado que utilizaré todos los recursos de mi departamento para hacer todo lo que esté en mi mano para identificar al asesino de su hija. Lo que tiene que hacer es marcharse a su casa y estar junto a su esposa y a su nieta.
—Lo ocultarán. Trabajan todos para la misma gente. Mi hija estaría viva hoy de no ser por ella.
Cuando la señaló, Rowan sintió que el dolor rabioso que se acumulaba detrás de aquel dedo la apuñalaba como un cuchillo.
—Hizo que despidiesen a Dolly porque no podía soportar que le recordasen que dejó morir a Jim Brayner. Hizo que la despidiesen, y por eso Dolly tuvo que irse hasta Florence para buscar trabajo. Si no mató a mi hija con sus propias manos, es la razón de que la matasen. ¿Te crees muy importante? —le gritó a Rowan, iracundo—. ¿Crees que puedes vivir a la sombra de tu padre, y que porque tu apellido sea Tripp puedes abusar de la gente? Estabas celosa de mi hija, celosa porque Jim te dejó por ella, y no pudiste soportarlo. Le dejaste morir para que ella no pudiese tenerlo.
—Leo. —L. B. se adelantó, con un muro de hombres tras él—. Siento lo de Dolly. Todos nosotros sentimos su pérdida. Pero solo voy a pedirte una vez que salgas de esta propiedad.
—¿Por qué no la despides? ¿Por qué no la echas a patadas de la base como si fuese basura, tal como hiciste con mi hija? Ahora mi hija está muerta, y ella está ahí tan tranquila.
—No es un buen momento para que estés aquí, Leo —L. B. hablaba en voz baja y serena—. Lo que tienes que hacer es marcharte a tu casa para estar junto a Irene.
—No me digas lo que tengo que hacer. Hay un bebé que necesita a su madre, y eso a vosotros os importa un comino. Vais a pagar por lo que le ha pasado a mi Dolly. Vais a pagarlo muy caro, todos vosotros.
Escupió en el suelo, subió a su furgoneta y cerró la portezuela de golpe. Rowan vio que unas lágrimas caían por sus mejillas mientras giraba el volante y se alejaba a toda velocidad.
—Ro.
—Ahora no, L. B. Te lo pido por favor —le contestó Rowan, sacudiendo la cabeza.
—Ahora —ordenó, y le rodeó los hombros firmemente con el brazo—. Entra. Agente DiCicco, si necesita hablar con Rowan tendrá que ser más tarde.
DiCicco vio que el muro de hombres cerraba filas como una barricada y luego se metía en el edificio detrás de Rowan.
En el interior, L. B. la condujo directamente a su despacho y cerró la puerta a los otros hombres.
—Siéntate —ordenó.
Cuando Rowan lo hizo, L. B. se pasó las manos por el pelo y se apoyó contra el escritorio.
—Sabes que en el mejor de los casos Leo Brakeman es un estúpido.
—Sí, ya.
—Y este caso apesta.
—Lo entiendo. Alguien debe tener la culpa, y Dolly me hizo a mí responsable de todo, así que soy la opción más obvia. Lo entiendo. Si ella le dijo, y fue contando por ahí, que Jim y yo nos acostábamos y que más tarde me dejó por ella, ¿por qué no va a creer él que yo la tenía tomada con su hija? Solo para aclarar las cosas, Jim y yo nunca…
—¿Crees que no te conozco? Hablaré con DiCicco y despejaré sus dudas al respecto.
Rowan se encogió de hombros. Curiosamente, había sentido que su columna vertebral volvía a enderezarse ante el ataque de Brakeman.
—Puede que ella te crea, y puede que no. No importa. Estoy bien, o pronto lo estaré. No tienes tiempo para cuidar de mí, L. B., con tantos efectivos ahí fuera. Lo siento por Brakeman —dijo—, pero es la última vez que me utiliza como saco de boxeo emocional. Dolly era una mentirosa, y que esté muerta no cambia eso.
Se puso en pie.
—Esta mañana te he dicho que me encontraba en perfectas condiciones. No era mentira pero tampoco era cierto del todo. Ahora lo es. Nadie va a tratarme como lo han hecho Dolly y su padre y encima hacer que me sienta mal por ello. No soy responsable de su mochila llena de mierda. Ya tengo bastante con la mía.
—Parece que efectivamente te encuentras en perfectas condiciones.
—Puedo ayudar en Operaciones si quieres o subir al almacén y ver qué hay que hacer allí.
—Vamos a ver cómo les va a nuestros chicos y chicas.
DiCicco se dirigió a la cocina y la encontró vacía, salvo que tuviese en cuenta los aromas que consideró tanto reconfortantes como tentadores. Entraba en la zona de comedor cuando un movimiento al otro lado de la ventana atrajo su atención.
Observó que la jefa de cocina, Margaret Colby, escardaba una parcela de un huerto impresionante.
Marg alzó la mirada al oír que se abría la puerta trasera y levantó el ancha ala del sombrero de paja que llevaba sobre el pañuelo.
—Ese orégano está precioso.
—Va mejorando. ¿Me buscaba a mí o solo ha salido a dar un paseo?
—Me gustaría hablar con usted durante unos minutos. Y con la otra cocinera, Lynn Dorchester.
—Le he dado permiso a Lynn para que se fuera a casa un rato, porque estaba trastornada. Volverá sobre las cuatro. —Marg echó unas malas hierbas en el cubo de plástico que tenía a los pies y luego se sacudió las manos—. Me vendría bien un vaso de limonada. ¿Le apetece?
—Si no es demasiada molestia…
—No se lo ofrecería si lo fuese. Puede sentarse ahí. Paso bastante tiempo en la cocina aunque haga buen día, así que aprovecho para salir siempre que puedo.
DiCicco se sentó en una de las sillas del césped y contempló el jardín y el terreno que había más allá. Los grandes hangares y las dependencias, la curva de la pista a cierta distancia. Y las altas y extensas montañas espolvoreadas con nubes.
Marg salió con la limonada y una bandeja de galletas con grandes trozos de chocolate.
—Oh. Ha dado usted con mi mayor debilidad.
—Todo el mundo tiene alguna.
Marg dejó la bandeja sobre la mesa, se sentó cómodamente y se quitó el calzado de jardinería con suela de goma.
—Hemos oído que se trataba de Dolly. Le he dado permiso a Lynn porque ha sido un duro golpe para ella. No es que fuesen grandes amigas. Dolly no tenía amigas. Pero ya habían trabajado juntas algún tiempo, y casi siempre se llevaban bien. Lynn es muy sensible y está muy afectada.
—Usted también trabajó un tiempo con Dolly. ¿Era su supervisora?
—Así es. Sabía cocinar; tenía buena mano y nunca me causó ningún problema en la cocina. Su problema, o uno de sus problemas, era que consideraba el sexo un logro, y algo con lo que negociar.
Marg cogió una galleta y le dio un bocado.
—Los hombres de aquí son fuertes —dijo—. Son valientes. Tienen un cuerpo en el que es difícil no fijarse. Y a Dolly realmente le resultaba difícil. Muchos de ellos también son jóvenes —continuó—, y la mayoría están lejos de casa. Se juegan el cuello y se matan a trabajar, a veces durante días seguidos y en las peores condiciones. Si tienen la oportunidad de echarse sobre una mujer desnuda, hay pocos que digan «no, gracias». Dolly les dio a muchos esa oportunidad.
—¿Había resentimiento? Lo digo porque cuando una mujer le da una oportunidad a un hombre y luego le da la misma oportunidad a otro, el resentimiento es natural.
—No conozco ni a uno de ellos que se tomase a Dolly en serio. Y eso incluye a Jim. Sé que Dolly decía que Jim iba a casarse con ella, y sé que mentía. O simplemente soñaba. Es más suave decir que simplemente soñaba.
Aunque había utilizado palabras distintas, L. B. había expresado la misma opinión.
—¿Jim iba en serio con Rowan Tripp?
—¿Con Ro? Bueno, ella contribuyó a entrenarlo cuando era recluta y trabajó con él…
Marg se interrumpió al asimilar el verdadero sentido de «en serio». Entonces se arrellanó en la silla y se rió hasta que le dolieron las costillas. Agitó una mano en el aire y bebió un poco de limonada para calmarse.
—No sé de dónde ha sacado esa idea, agente DiCicco, pero si Jim hubiese intentado ir en serio con Ro, ella se lo habría sacudido como si fuese una mosca. Tonteaba con todas las mujeres, incluso conmigo. Era su forma de ser, y siempre era simpático. Pero no había nada entre Ro y él salvo lo que hay entre todos ellos. Una clase de amistad que supongo que solo entienden los camaradas de guerra. Además, Rowan nunca ha salido con nadie de la unidad, hasta esta temporada. Hasta Gulliver Curry. Disfruto mucho observando cómo avanza la cosa.
—Leo Brakeman afirma que Rowan y Jim salieron juntos antes de que él rompiese con ella para estar con Dolly.
Marg bebió más limonada y contempló las montañas como había hecho DiCicco.
—Leo sufre por la muerte de su hija, y se me parte el corazón al pensar en él y en Irene, pero está equivocado. Aunque es posible que Dolly lo dijese.
—¿Por qué iba a hacerlo?
—Para dramatizar y empañar la imagen de Rowan. Ya le he dicho que Dolly no tenía amigas. Se llevaba bien con Lynn porque no la juzgaba una amenaza. Lynn está felizmente casada, y los hombres suelen verla como una hermana o una hija. Dolly siempre vio a Rowan como una amenaza; además, sabía que Rowan la consideraba… digamos que despreciable.
—Es evidente que no se llevaban bien.
—Hasta que murió Jim se toleraban bastante bien. Las conozco a las dos desde que eran unas crías. Rowan apenas se fijaba en Dolly. Pero Dolly siempre se fijaba en Ro. Y si sigue usted pensando que Rowan ha tenido algo que ver con lo que ha ocurrido, está perdiendo un tiempo valioso que más le valdría dedicar a averiguar quién lo hizo.
El tiempo nunca se perdía, en opinión de DiCicco, si averiguabas algo.
—¿Sabe usted si Dolly consiguió trabajo en Florence?
—No. No sé por qué iba a ir hasta allí. Muchos sitios de por aquí la habrían contratado, al menos durante la temporada.
Marg soltó un largo suspiro.
—No quise darle referencias. Vino su predicador y trató de convencerme. No me cayó bien, la verdad, pero de todos modos no lo habría hecho. Tal como se comportó, no las merecía. Supongo que lamento que pensara que debía salir de Missoula para trabajar. Pero hay muchos sitios en los que podría haber conseguido trabajo sin referencias.
Marg se quedó un momento sentada sin decir nada, observando las montañas.
—¿Volvía de allí cuando ocurrió? ¿De trabajar en Florence?
—Es algo que tendré que investigar. Detesto las exageraciones, así que debería saber que soy sincera cuando digo que esta es la mejor galleta de chocolate que he comido en mi vida.
—Le daré unas cuantas para que se las lleve.
—No le diré que no.
La dotación en Idaho había conseguido acorralar el fuego antes de que llegara la puesta de sol. Pero al norte la lucha encarnizada continuaba.
Rowan podía verlo. Cuando salió al exterior para tomar el aire, pudo ver el fuego y el humo, y las figuras con chaqueta amarilla que blandían herramientas como si fuesen armas.
Si requerían otro turno, si necesitaban descanso o refuerzos, L. B. la enviaría. Y ella estaría preparada.
Se le agarrotó la espalda al ver el destello de unos faros y la silueta de una furgoneta que se acercaba, pero se relajó un poco cuando vio que no era Leo Brakeman que volvía para meterse con ella otra vez.
Lucas bajó de la furgoneta y caminó hacia ella.
Había algo de ira, observó Rowan. Aún había cierto enfado.
Lucas lo demostró cuando la agarró por los hombros y la sacudió un poco.
—¿Por qué demonios no me has dicho lo que ha pasado? Que encontraste los restos, lo de Dolly, todo eso.
—Creí que lo sabías.
—Pues no tenía ni puñetera idea.
—Has estado ocupado.
—No me vengas con esas gilipolleces, Rowan. Tu mensaje tras aterrizar decía «estoy bien».
—Es que lo estaba. No estaba herida.
—Rowan.
—No quise decírtelo en un mensaje ni por teléfono. Luego pasaron otras cosas. Esta mañana he ido a verte para contártelo, pero…
Lucas se limitó a atraerla hacia sí y abrazarla.
—Soy sospechosa.
—No digas eso —murmuró él, y le dio un beso en la cabeza.
—La agente del Servicio Forestal me ha interrogado dos veces. Tuve varios altercados con Dolly, y luego, con todo el terreno que había ahí arriba, voy a tropezar precisamente con lo que queda de ella. Para colmo, Leo Brakeman ha venido hoy.
Rowan se desahogó, se lo quitó todo de encima porque él estaba allí para volver a protegerla.
—Leo está medio loco de dolor. Yo en su lugar no sé qué haría —dijo Lucas, incapaz de soportar la idea—. Encontrarán a quien lo hizo, sea quien sea. Eso tal vez ayude como dicen, aunque te juro que no sé cómo.
—Cuando se ha marchado lloraba. Creo que ese ha sido el momento en que he dejado de compadecerme de mí misma, porque lo cierto es que me había pasado mucho rato haciéndolo.
—Nunca has podido compadecerte de ti misma mucho tiempo.
—Quería batir mi propio récord. Papá, siento lo de antes.
—Yo también. Borrón y cuenta nueva —dijo él, moviendo una mano en el aire en un gesto familiar.
—Me parece muy bien.
—¿Dónde está ese tipo con el que sales?
—Está en el incendio del Flathead.
—Vamos a Operaciones a preguntar cómo les va.
—Quiero que vuelva sano y salvo, quiero que todos vuelvan sanos y salvos. Aunque estoy cabreada con él. Bastante cabreada porque creo que él tenía razón en un par de cosas.
—No me gusta nada cuando eso me pasa a mí. Además, ¿quién se ha creído que es, teniendo razón?
Rowan se echó a reír y apoyó la cabeza en su hombro.
—Gracias.
Rowan permaneció vigilante en Operaciones, ayudó a actualizar el mapa que seguía el avance de la dotación y las vueltas y revueltas del fuego, y observó las caídas de rayos en el radar.
Poco después de las dos de la mañana, mientras una atronadora tormenta asolaba la base, y al norte Gull y sus compañeros de brigada se metían a rastras en las tiendas, se dejó caer en la cama.
Y enseguida se dejó llevar por el sueño.
El rugido de los truenos se convirtió en el rugido de los motores; el grito del viento, en el aire que entraba a ráfagas por la portezuela abierta del avión. Vio los nervios en los ojos de Jim, los oyó en su voz y, dando vueltas en la cama, quiso detenerlo. Contactar con la base, alertar al jefe de saltos, hablar con el jefe del incendio.
Algo.
—Las cosas son lo que son —le dijo él, con los ojos llenos de pesar—. Ya sabes, es mi destino.
Y saltó como siempre, dando aquel último brinco detrás de ella. Hasta la boca del fuego, gritando cuando sus dientes lo desgarraron.
Esta vez Rowan aterrizó sola; las llamas a su espalda emitían gruñidos roncos que aumentaron hasta que la tierra tembló. Corrió cuesta arriba a toda velocidad. El calor le empapaba la piel mientras se abría paso a empujones entre hinchadas nubes de humo.
Llamó a gritos a Jim, buscando a ciegas. Había una posibilidad; siempre había una posibilidad. El fuego trepaba a los árboles en vibrantes tiras de luz, soplaba sobre la tierra en una danza mortífera. A través de él, alguien la llamó por su nombre.
Cambió de dirección y, gritando hasta que le ardió la garganta, entró tropezando en el área quemada. Ramas carbonizadas y puntiagudas sobresalían de los humeantes focos secundarios y le hacían señas como manos huesudas. Unos salientes se inclinaron y se elevaron; parecieron moverse y balancearse tras la cortina de humo. La tierra quemada crujió bajo sus pies mientras ella continuaba corriendo hacia la voz que pronunciaba su nombre.
Se hizo el silencio como si contuviera el aliento. En aquel vacío, Rowan se sintió consternada, desorientada. Por un momento fue como si se hubiese quedado atrapada en una foto en blanco y negro. Mientras ella seguía corriendo, nada se movía. La tierra permanecía en silencio bajo sus pies.
Le vio tendido en el suelo que el fuego había desnudado, de cara al oeste, como si quisiera contemplar la puesta de sol. Su propia voz resonó dentro de su cabeza al llamarle por su nombre. Mareada de alivio, se dejó caer junto a él.
Jim. Gracias a Dios.
Sacó la radio, pero como el aire que la rodeaba respondió con el silencio.
—¡Le he encontrado! Que alguien responda. ¡Que alguien me ayude!
—No pueden.
Cayó hacia atrás cuando la voz de Jim rompió el silencio, cuando detrás de la máscara se abrieron sus ojos, detrás de la máscara se curvaron sus labios en una horrible sonrisa.
—Ardemos aquí. Todos ardemos aquí.
Las llamas prendieron detrás de la máscara. Justo cuando Rowan tomaba aire para gritar, él le agarró la mano. El fuego fundió su carne con la de él.
Rowan gritó, y siguió gritando mientras las llamas los devoraban a ambos.
Rowan se levantó de la cama como pudo y fue a trompicones hasta la ventana. La alzó y aspiró el aire que penetró en la habitación. La tormenta se había trasladado hacia el este, llevándose la lluvia y los truenos incendiarios. En algún momento del espantoso sueño el cielo se había despejado de nubes. Observó las estrellas para tranquilizarse, consolándose con su frío brillo.
Un mal día, eso era todo, pensó. Había tenido un mal día que había provocado una mala noche. Ahora ya estaba, se lo había quitado de la cabeza. Había acabado con ello.
Pero dejó la ventana abierta, para disfrutar del aire mientras volvía a la cama y se quedaba un rato con los ojos abiertos, mirando las estrellas.
Cuando empezaba a dormirse, algo del sueño llamó suavemente al fondo de su cerebro. Rowan no le permitió entrar y pensó en las estrellas. Conservó una imagen mental de aquella luz fría y brillante al deslizarse en un sereno pozo sin sueños.
Rowan y una cuadrilla de limpieza saltaron sobre el Flathead a media mañana. Aunque agradecía el trabajo y la rutina —por tediosa que fuera—, no pudo evitar cierta decepción cuando supo que Gull y su cuadrilla se marchaban al llegar ella.
Mientras Rowan hacía su trabajo, la agente especial Kimberly DiCicco hacía el suyo. En un restaurante barato situado junto a la carretera Doce se reunió con Quinniock. El hombre se sentó a la mesa frente a ella y la saludó con un gesto de la cabeza.
—Agente.
—Oficial. Gracias por reunirse conmigo.
—No hay problema. Solo café —le dijo a la camarera.
—Si le parece bien, iré al grano —comenzó DiCicco después de que la camarera le diese la vuelta a la taza que ya estaba sobre la mesa, la llenase y se alejase.
—Ahorra tiempo.
—Usted conoce la zona mejor que yo, a la gente mejor que yo. Sabe más de las relaciones y de sus fricciones, y recientemente interrogó a la víctima por ese acto de vandalismo. Me vendría bien su ayuda.
—El departamento siempre está encantado de colaborar, sobre todo dado que su petición me evita tener que acercarme a usted y tratar de meterme como sea. O trabajar a sus espaldas si se negase.
—Ahorra tiempo —dijo ella, repitiendo las palabras de él—, y molestias. Tiene usted una buena reputación, oficial.
—Usted también. Y según Rowan Tripp, ambos nos vestimos muy bien.
DiCicco esbozó una sonrisa.
—Lleva una corbata muy bonita.
—Gracias. Al parecer nos hemos tomado el tiempo y la molestia de investigarnos el uno al otro. Es su jurisdicción, agente DiCicco, pero la víctima pertenece a la mía. Conseguiremos más rápido lo que queremos si aprovechamos nuestros puntos fuertes. Si usted me cuenta lo que busca, tal vez pueda darle mi opinión.
—Analicemos primero a la víctima. Creo tener una impresión sobre ella después de revisar las pruebas y recopilar entrevistas y observaciones. Mi principal conclusión es que Dolly Brakeman era una mentirosa, por naturaleza y porque quería, y que se engañaba a sí misma.
—Yo no discutiría esa conclusión. También era impulsiva, aunque al mismo tiempo era lo que yo llamo una olla a presión. Tenía tendencia a sentirse insultada, a acumular malos sentimientos y dejarlos cocer a fuego lento, y luego actuar impulsivamente y soltar todo el vapor de golpe.
—Se marchó cuando murió Jim Brayner —dijo DiCicco—, aunque era el momento en el que más habría necesitado y se habría beneficiado del hogar, la familia y el apoyo.
—Tuvo una pelea con su padre.
DiCicco se arrellanó en su asiento.
—Lo sospechaba.
—Supe esto por la señora Brakeman, cuando hablé con ella después del acto de vandalismo en la base. Dolly volvió a casa desquiciada tras enterarse del accidente de Jim, y fue en ese instante cuando les dijo a sus padres que estaba embarazada y que había dejado su empleo. Brakeman no se lo tomó bien. Discutieron, y él dijo algo así como que volviese a la base inmediatamente y recuperase su empleo o se buscase otra casa para vivir de gorra. Dolly hizo las maletas y se largó. Unas pocas investigaciones más me permitieron saber que por añadidura se llevó el sobre para emergencias de sus padres con quinientos dólares en metálico.
—Con quinientos no se llega muy lejos.
—Su madre le enviaba dinero de vez en cuando. Y cuando Dolly llamó desde Bozeman, de parto, los Brakeman fueron hasta allí e hicieron las paces con ella.
—Los bebés son un pegamento excelente.
—Dolly afirmó que la habían salvado y empezó a ir a la iglesia de su madre cuando todos volvieron a casa.
—La iglesia del reverendo Latterly. Ya he hablado con él. Se empeñó en decirme que Leo Brakeman no asistía a la iglesia. —La agente pensó en lo que Marg le había contado mientras tomaban limonada y galletas de chocolate—. No puedo decir que me cayese bien. Tiene un carácter pasivo-agresivo —añadió, y Quinniock asintió con la cabeza—. Al parecer, opina que Little Bear, Rowan Tripp y los demás no fueron capaces de mostrar caridad cristiana por un alma traumatizada. Por duro que fuese, prefiero el dolor y la rabia sinceros de Leo Brakeman.
—Sea como fuere, Irene Brakeman afirma que el reverendo los ayudó a los tres, a ella misma, a su marido y a Dolly, a aceptar la situación una vez que su hija regresó. Lo que Dolly omitió cuando llamó a sus padres para pedir ayuda y yo he averiguado después de fisgar un poco es que había hecho los preparativos para una adopción privada en Bozeman, la cual le había pagado los gastos.
—¿Pensaba renunciar al bebé?
—Ella es la única que sabe lo que pensaba hacer, pero no contactó con los padres adoptivos cuando se puso de parto, ni con el tocólogo que le habían pagado. En lugar de eso se fue a la sala de urgencias de un hospital situado en el otro extremo de la ciudad y dio su dirección de Missoula. Para cuando la otra parte se enteró de lo que había pasado, ella ya estaba de nuevo aquí. Como las madres biológicas tienen derecho a cambiar de opinión, no pudieron hacer gran cosa.
DiCicco abrió su libreta.
—¿Sabe cómo se llaman?
—Sí. Le daré todos los datos, pero no creo que ninguna de esas personas siguiera la pista de Dolly hasta aquí, la matara y luego prendiese fuego al bosque.
—Puede que no, pero es un buen móvil.
—¿Sigue investigando a Rowan Tripp?
DiCicco se arrellanó en su asiento mientras la camarera les servía más café.
—Deje que le hable de Rowan Tripp. Tiene mal genio. Tiene una capacidad considerable: fuerza física, fuerza de voluntad… Sentía una gran antipatía por Dolly, a nivel personal y en términos generales. Su coartada es un hombre con el que tiene actualmente una relación. Los hombres son capaces de mentir a cambio de sexo.
DiCicco hizo una pausa para echarse en el café una pizca de azúcar.
—Dolly decía que Rowan la odiaba porque Brayner la dejó por ella. Era una mentirosa —añadió DiCicco antes de que Quinniock pudiese contestar—. Rowan Tripp no lo es. De hecho, su franqueza es casi brutal. Si a Dolly le hubiesen puesto un ojo morado, yo acusaría a Tripp. Pero ¿el lugar del asesinato lejos de la carretera, el cuello roto y el incendio provocado? Eso no cuadra con mis observaciones. Puede que quien la mató y la puso en el bosque esperase que el fuego la convirtiese en cenizas, o al menos que los restos tardasen más en ser descubiertos. Atribuirse el descubrimiento habría sido una estupidez monumental por parte de Tripp, y no es estúpida.
—En eso estamos de acuerdo.
—Siguiendo con la víctima, he intentado corroborar su afirmación de que tenía trabajo en Florence. Hasta el momento no lo he conseguido. Empecé comprobando lugares como este, junto a la carretera, pero no he encontrado ninguno que la contratase ni a nadie que la recordase pidiendo trabajo. Dado su historial, me pregunto por qué iba a tomarse la molestia de buscar trabajo por aquí cuando acababa de depositar diez mil dólares en dos ingresos de cinco, que, según he sabido, procedían de Matthew Brayner, en un banco de Lolo. No era su banco habitual —añadió DiCicco—, lo que me lleva a creer que no quería que se enterase nadie, probablemente ni siquiera sus padres.
Él no había dado con el dinero, todavía, y el dinero siempre importaba.
—Quizá pretendía volver a huir.
—Es posible. Hay otra pauta en su historial. Los hombres. Y por eso voy a empezar a comprobar los moteles de la carretera que va de Florence a Missoula. Tal vez decidió probar al otro hermano Brayner.
—Sexo, dinero y sentimiento de culpa. —Quinniock asintió con la cabeza—. La triple apuesta de los móviles. ¿Quiere empezar ahora mismo?