Tras su sesión de preparación física matinal Rowan quiso ir a la cocina. Si había una persona que supiese algo de todo, y casi todo de algo, esa era Marg.
—Lynn está reabasteciendo el bufet —le dijo Marg—. ¿O buscas una limosna?
—No me importaría.
Con los aros de plata danzando a los lados de su pañuelo, que aquel día exhibía unas sonrientes caras amarillas contra un fondo de un vivo color azul, Marg fue a coger una jarra.
—¿No quieres desayunar con tu novio?
Rowan respondió a la sonrisa complacida de Marg poniendo los ojos en blanco.
—Yo no tengo novios. Tengo amantes. Y los cojo y los dejo según mi voluntad.
—Ja. —Marg sirvió un vaso de zumo—. A este no lo dejarás con tanta facilidad. Bébete esto.
Complaciente, Rowan apretó los labios.
—Tu base de zanahoria, unos arándanos y… —Dio otro sorbo—. No es naranja. ¿Mandarina?
—Naranja sanguina. ¡Te he ganado!
—Suena asqueroso, la verdad, pero no lo es. ¿Algún rumor sobre Dolly?
Marg meneó la cabeza mientras batía unos huevos. No era un gesto negativo, reconoció Rowan, sino de compasión.
—Han encontrado su coche en una de las vías de servicio del bosque que salen de la Doce, con una rueda pinchada.
—¿Solo su coche?
—He oído que las llaves seguían dentro, pero no su bolso. Como si hubiese tenido algún problema con el coche y hubiese salido de la carretera.
—¿Por qué iba a salir de la carretera principal si había pinchado?
—Solo digo lo que he oído.
Tras verter los huevos en una sartén, Marg añadió trozos de jamón, queso, tomates y espinacas.
—Piensan que tal vez volvió andando a la carretera o que alguien la siguió hasta la vía de servicio. Y que la cogieron.
—Aún no saben si los restos que había en el incendio… No pueden saberlo con seguridad.
—Entonces no tiene sentido preocuparse.
Marg trataba de mostrarse enérgica, pero Rowan oyó un nudo en su voz que le indicó que estaba muy preocupada.
—Quise hacerle daño, y lamenté de verdad no darle al menos un puñetazo en la cara. Ahora bien, pensar que alguien puede haberle hecho daño, o peor… No quiero sentirme culpable por Dolly. Detesto sentirme culpable por nada, pero odio sentirme culpable por Dolly.
—Nunca he conocido a nadie con más facilidad que Dolly Brakeman para buscarse problemas y dramas. Y si L. B. no la hubiese despedido, yo le habría dicho muy claramente que tendría que escoger entre ella o yo. No me siento culpable por eso. Si le ha pasado algo, puedo lamentarlo sin sentirme culpable. Más de una vez tuve ganas de darle un revés.
Marg colocó delante de Rowan la tortilla y la tostada con confitura de ciruela que había preparado.
—Come. Has perdido algunos kilos, y la temporada de incendios acaba de empezar.
—Es la primera temporada en la que necesito una coartada para una investigación de asesinato.
—No me importaría tener una coartada como la tuya.
Rowan clavó el tenedor en la tortilla.
—¿Quieres que te lo pase cuando me harte de él? ¡Ay! —Rowan se echó a reír cuando Marg le dio un sopapo—. Después de ofrecerte a un semental así… —añadió con una sonrisa encantadora.
—¿Cuándo crees que te hartarás de él? Lo digo por si me entran ganas de conseguir un semental.
—Ni idea. De momento sintoniza conmigo, pero ya te avisaré.
Cuando Marg dejó una Coca-Cola junto a su plato, Rowan se inclinó un poco hacia ella.
—Gracias, Marg. De verdad.
En respuesta, Marg la abrazó fuerte con un solo brazo.
—Deja el plato limpio —ordenó.
Después del desayuno, Rowan localizó a L. B. en el gimnasio, donde sudaba en el banco de pesas.
—Estoy al final de la lista de saltos —dijo ella sin preámbulos.
L. B. se incorporó y se secó la cara con la toalla. La larga trenza le caía por la sudada camiseta de gimnasia sin mangas.
—Así es.
L. B. cogió una mancuerna de diez kilos y se puso a hacer fluidas flexiones de bíceps de dos tiempos.
—¿Por qué?
—Porque es ahí donde te he puesto. Te habría quitado durante un par de días, pero ha habido una alerta en Payette, y en Idaho podrían necesitar a algunos Zulies de aquí.
—Me encuentro en perfectas condiciones. Ponme más arriba. ¡Dios, L. B, has puesto a Stovic por delante de mí, y aún cojea un poco!
—Has estado en casi todas las intervenciones que hemos tenido este mes. Necesitas un respiro.
—No…
—Yo digo que sí —la interrumpió L. B., y se cambió la pesa de brazo mientras la miraba a la cara—. A mí me corresponde decidir eso.
—Esto es por lo que pasó ayer, y no está bien. Necesito el trabajo, necesito la paga. No estoy lesionada ni estoy enferma.
—Necesitas un respiro —repitió él—. Trabaja un rato en el almacén. Aún nos estamos poniendo al día allí. Mañana le echaré un vistazo a la lista.
—Encuentro unos restos de los que informo tal como es mi deber, y me dejas en tierra.
—Sigues en la lista —le recordó él—. Y ya sabes que saltar no es lo único que hacemos aquí.
Rowan también sabía que, cuando Michael Little Bear utilizaba ese tono suave y razonable, tendría más posibilidades discutiendo con una pared. Podía enfurruñarse, podía echar humo, pero él no cambiaría de opinión.
—Tal vez me vaya a ver a mi padre un rato.
—Me parece buena idea. Si decides alejarte más de la base, házmelo saber.
—Ya conozco el procedimiento —refunfuñó.
Iba a meterse las manos en los bolsillos cuando se quedó rígida al ver que entraba el oficial Quinniock.
—La poli está aquí —dijo en voz baja.
L. B. dejó la pesa y se puso en pie.
—Señor Little Bear, señorita Tripp. Tengo algunas preguntas más.
—No quiero molestar —empezó Rowan.
—Lo cierto es que también me gustaría hablar con usted. ¿Por qué no salimos? Podría terminar su entrenamiento —le dijo a L. B.—, y luego hablamos en su despacho.
—Estaré allí en veinte minutos.
—¿Le parece bien, señorita?
Quinniock, con sus zapatos brillantes y su traje gris, hizo un gesto hacia las puertas del gimnasio.
—No me llame señorita. Llámeme Tripp —dijo ella mientras abría la puerta de un empujón delante de él—. O Rowan, o Ro, pero no me llame señorita.
Él sonrió.
—Rowan. ¿Le importa que nos sentemos fuera? Este lugar está muy transitado.
—¿Quiere que hablemos de mi… cómo lo llamaría… altercado con Dolly?
—¿Tiene algo que añadir a lo que ya me ha dicho?
—No.
—Por si le interesa, consiguió la sangre de cerdo en un rancho. Se la dio una de las personas que va a su iglesia.
—Adelante, soldados cristianos —comentó Rowan, dejándose caer en un banco situado junto a los barracones.
—La obtuvo la víspera de venir aquí a pedir trabajo. —Cuando Rowan se volvió a mirarlo, el hombre asintió—. Eso me lleva a la conclusión de que pensaba causarle problemas a usted, incluso antes de que ambas hablasen el día en que volvieron a contratarla.
—Entonces no habría importado lo que yo dijese o hiciese.
—Seguramente no. Tengo entendido que ha hablado usted con la agente especial DiCicco.
—Se viste muy bien. Usted también.
—Me gustan los buenos trajes. Haber encontrado los restos le ha complicado a usted las cosas.
—¿Me las ha complicado porque pasó durante un incendio, o porque Dolly ha desaparecido?
—Ambas cosas. En este momento el asunto de la desaparición está en manos del Departamento de Policía Metropolitana. Estamos colaborando con el Servicio Forestal Federal mientras trabajan para identificar el cadáver. Por ese motivo he compartido información con la agente DiCicco.
—Mi larga historia con Dolly, como ella la llamó.
—Ese aspecto, y también que Dolly dijese a varias personas que la culpa de lo que le ocurrió a James Brayner fue suya. Suya y de todos los que trabajan aquí. Expresó a las claras que su resentimiento se mantuvo durante algún tiempo, incluido el período que pasó lejos de Missoula.
Aquello no la sorprendió ni tampoco la irritó.
—No sé cómo pudo trabajar aquí, tratar con paracaidistas y no entender lo que hacemos, cómo lo hacemos, a qué nos enfrentamos.
Rowan miró a Quinniock, con su pelo llamativo y su corbata perfectamente anudada.
—Y no estoy muy segura de entender por qué me está contando esto.
—Es posible que tuviese previsto continuar causando problemas, para usted y para la base. Es posible que volviese aquí en busca de trabajo para acceder a este lugar con mayor facilidad. Y es posible que contase con ayuda. Alguien a quien convenció de que la ayudase. ¿La vio usted con alguien en particular después de su vuelta?
—No.
—Su vuelta y la de Matthew Brayner, el hermano.
Rowan enderezó la espalda.
—Cogió desprevenidos a Matt y a la familia Brayner con el bebé. Sé que, como es natural, todos se han interesado por el bebé y, siendo el tipo de personas que son, harían todo lo que pudiesen por Dolly. Matt ha tenido muchas agallas para volver a trabajar aquí después de lo que le ocurrió a Jim. Si se le ha pasado por la cabeza que pudo ayudar a Dolly a destrozar mi habitación o el material, está muy equivocado. La simple idea resulta insultante.
—¿Se llevaban bien mientras su hermano estaba vivo?
—No creo que Matt pensase demasiado en Dolly, pero se llevaba y se lleva bien con todo el mundo. No pienso hablar de otro paracaidista a sus espaldas.
—Solo quiero entender la dinámica de este lugar. También me han contado que varios de los hombres de la base tuvieron relaciones con Dolly, al menos hasta que empezó a salir con James Brayner.
—Tener sexo no es tener una relación, y menos tener sexo para desahogarse con una mujer que estaba dispuesta a descorchar la botella prácticamente con todo el mundo. También descorchó muchas botellas en la ciudad.
—Hasta que llegó James Brayner.
—La temporada pasada se centró en él, y que yo sepa eso fue un acontecimiento sin precedentes para Dolly. Él era un tío guapo, divertido, encantador. Tal vez se enamoró de él, no lo sé. Dolly y yo no compartíamos nuestros secretos, esperanzas y sueños.
—Seguramente ya debe de saber que hemos encontrado su coche.
—Sí, las noticias vuelan. —Rowan cerró los ojos con fuerza un momento—. Cuando terminen la identificación será ella, lo sé. Solo tienen que situar la ciudad, el lugar en el que han encontrado su coche, el lugar donde encontré los restos, y está más claro que el agua. No me caía bien. No me caía bien en absoluto, pero no merecía acabar así. Nadie merece acabar así.
—La gente siempre se lleva lo que no se merece. De una forma u otra. Gracias por su tiempo —dijo, levantándose.
—¿Cuándo lo sabrán? —preguntó Rowan—. ¿Cuándo lo sabrán con seguridad?
—El dentista que la trataba es de aquí. Comprobarán su ficha dental, y si no pasa nada tendrán la confirmación hoy mismo. No es mi caso, pero solo por curiosidad, en su opinión, ¿cuánto se tardaría en llegar desde el principio de la senda hasta el lugar en el que encontró los restos, cargando con unos cincuenta y cinco kilos, y a oscuras?
Rowan se puso en pie para mirarlo a los ojos.
—Depende. Podría tardarse una hora. Pero si estuvieses en forma, fueses un excursionista experimentado y conocieses la zona, podrías hacerlo en la mitad de tiempo.
—Interesante. Gracias de nuevo.
Cuando Quinniock se fue hacia Operaciones, Rowan volvió a sentarse y trató de analizar la conversación, la información.
Decidió, por más que detestase reconocerlo, que quizá L. B. tenía razón. Quizá necesitaba un respiro, así que se iría a ver a su padre, para mantener también el contacto con el resto de su personal. La caminata tal vez le despejase la mente, y Dios sabía que pasar un rato con su padre nunca le venía mal.
Volvió a entrar a buscar una botella de agua y una gorra, y luego, al salir de nuevo, se cruzó con Gull.
—Te he visto con el policía. ¿Tengo que pagar esa fianza?
—De momento, no. Han encontrado su coche, Gull.
—Sí, ya me he enterado.
—Y… hay más cosas. Tengo que reflexionar. Me voy a la escuela a ver a mi padre.
—¿Quieres compañía?
—Necesito estar un rato a solas.
Él le pasó los nudillos por la mejilla en un gesto informalmente cariñoso que la desconcertó.
—Búscame cuando vuelvas.
—Claro. Estás en el segundo turno —le respondió mientras echaba a andar—. Puede que Idaho necesite unos Zulies. Si saltas, que te vaya bien.
Rowan contempló el espectáculo mientras caminaba. Aviones levantando el morro; paracaidistas descendiendo. Se estaban formando unas nubes al oeste, duras y blancas sobre las montañas. Más pequeñas e hinchadas, observó, sobre su cabeza y al norte, flotando hacia el este en un avance lento y pausado.
Oyó a los mecánicos trabajando en los hangares, el sonido gangoso de la música, el tintineo del metal, el retumbar de las voces, pero no se detuvo como habría hecho otro día. No era conversación lo que buscaba.
Tiempo a solas.
El asesino tenía un coche o una furgoneta, pensó. Nadie habría cargado con Dolly desde el punto en el que se detuvo hasta el lugar donde acabó. ¿La mató cuando salió de la Doce y echó su cadáver en el maletero del coche o en la parte trasera de la furgoneta? ¿O se ofreció a llevarla, tal vez aparcó al principio de la senda y luego lo hizo? ¿O la obligó a subir por la senda y luego…?
Santo Dios, ocurriera como ocurriese, había acabado muerta, y su hija era huérfana.
¿Por qué se dirigía hacia el sur por la Doce, o quizá regresaba desde más lejos? ¿Para reunirse con un amante? ¿Para reunirse con esa hipotética persona que la ayudaría a causar problemas? Había muchos moteles para escoger. Era difícil reunirse con un amante —y Dolly era conocida por utilizar el sexo como instrumento de trueque— cuando vivías en casa con tus padres y tu bebé.
¿Por qué no pudo haber querido lo suficiente a la niña para comenzar una nueva vida? ¿Para conservar lo que tenía y dedicar algo de esfuerzo a ser una buena madre en lugar de dejar que esa obsesión la consumiese?
Todo el tiempo que se había pasado planeando aquella venganza descabellada, albergando todo aquel odio, habría podido pasárselo viviendo junto a su bebé.
«Vaya, ya vuelve a salir mi madre».
Molesta consigo misma, Rowan aceleró el paso.
Ya había pasado suficiente tiempo a solas, decidió. Pasar tiempo a solas estaba hipervalorado. Debería haber aceptado la oferta que le había hecho Gull de ir con ella. Él la habría distraído, la habría hecho reír, o al menos la habría molestado de forma que dejase de sentirse triste y enfadada.
Ya en las instalaciones de su padre, mientras pasaba entre las personas desperdigadas sobre el césped y en torno a las mesas de picnic, alzó la mirada como ellas.
Está a punto, pensó, observando el avión. Cruzó hasta la valla, se metió las manos en los bolsillos traseros y decidió disfrutar del espectáculo. Sonrió al ver saltar al paracaidista. Al fin y al cabo, tomarse un respiro no estaba tan mal. Cuando la segunda figura se lanzó al vacío, Rowan se quedó donde estaba, contemplando las siluetas en la caída libre.
La primera era un alumno, desde luego, aunque no lo hacía mal. No era torpe. Brazos hacia fuera, haciéndose cargo de la situación. ¡Mira qué vista! ¡Siente el viento!
Y el segundo… Rowan ladeó la cabeza y entornó los ojos. No estaba segura, aún no, pero habría apostado a que Iron Man Tripp caía como un rayo hacia el alumno.
Entonces llegó el momento. Los paracaídas se desplegaron, primero uno y luego el otro —acogidos por un aplauso y una ovación—, el de rayas azules y blancas del alumno, y el paracaídas que ella misma diseñó y encordó cuando su padre cumplió sesenta años con la inscripción IRON MAN escrita en audaces letras rojas (el color favorito de Lucas) sobre la figura de un bombero paracaidista.
A Rowan le encantaba verlo así; siempre le había encantado. Forma perfecta, pensó, control absoluto, moviéndose en el aire desde el cielo hasta la tierra mientras la luz del sol pasaba a raudales a través de aquellas nubes errantes.
Había hecho muy bien en ir allí, comprendió, cuando el mundo se había vuelto loco a su alrededor. Allí, lo que amaba permanecía inamovible. Sucediera lo que sucediese, podía contar con su padre.
Apeló a toda su fuerza de voluntad para arrinconar la tensión de la mañana. No podía expulsarla, pero podía apartarla un poco y centrarse en lo que la hacía feliz.
Se quedaría un rato con su padre, almorzarían juntos y le contaría lo que estaba ocurriendo. Él escucharía, dejaría que se desfogase y de algún modo la haría volver, la tranquilizaría de nuevo.
Siempre pensaba con mayor claridad y se sentía menos abrumada tras una visita a su padre.
El alumno —no, la alumna, observó Rowan— manejó bien la caída, consiguió un aterrizaje muy decente y no tardó en ponerse en pie. A continuación, Iron Man tocó tierra con la blandura de la mantequilla y la suavidad de la seda.
Rowan añadió su aplauso a los demás y emitió un agudo silbido de aprobación. Después empezó a agitar los brazos con la esperanza de captar la atención de su padre.
La alumna se desenganchó el arnés y se quitó el casco. Un precioso cabello pelirrojo pareció explotar a la luz del sol. Cuando la mujer echó a correr hacia su padre, Rowan sonrió de oreja a oreja. Entendía la euforia, la carga de emoción; había visto esa misma escena incontables veces entre alumno e instructor. Continuó sonriendo cuando la mujer saltó a los brazos de Lucas, otra cosa que había visto una y otra vez.
Lo que no había visto nunca, e hizo que su sonrisa se convirtiese en una perpleja expresión ceñuda, fue a su padre haciendo girar a una alumna en círculos frenéticos mientras dicha alumna le rodeaba el cuello con los brazos.
Y cuando Lucas «Iron Man» Tripp se inclinó y plantó un beso prolongado y muy apasionado (la multitud se volvió loca) en la boca de la alumna, a Rowan se le cayó la mandíbula hasta las puntas de sus Nike.
Quizá se habría quedado un poco más sorprendida si Lucas hubiese sacado una pistola y le hubiese disparado a la pelirroja entre los ojos, pero no mucho más.
La mujer tenía las manos en las mejillas de Lucas, un gesto en cierto modo más íntimo que el beso en sí. Hablaba de conocimiento, familiaridad, de privilegio.
¿Quién demonios era esa ligona, y cuándo demonios había empezado Iron Man a besar a alumnas, a besar a nadie?
Y en público.
La mujer se volvió, con la cara —que no parecía de ligona— cálida por el beso, iluminada por la risa, e hizo una profunda y exagerada reverencia hacia la multitud, que seguía ovacionándoles. Para mayor conmoción de Rowan, Lucas se limitaba a quedarse allí, sonriendo como si fuera el tonto del pueblo.
¿Estaba drogado?
Su cerebro le ordenaba apartarse y buscar algún lugar tranquilo para asimilar la impresión. Su instinto le ordenaba saltar la valla, dirigirse hacia ellos con paso decidido y preguntar «¿qué está pasando aquí?».
Pero sus dedos se habían enroscado en torno a la valla, y no podía desenroscarlos.
Entonces su padre la vio. Su sonrisa atontada se dirigió hacia ella mientras —¡Dios santo!— cogía la mano de la pelirroja y le imprimía un ligero balanceo. Lucas saludó a Rowan con la mano libre antes de decirle algo a la pelirroja acariciadora de caras, que incluso tuvo el valor de sonreír hacia Rowan.
Sin soltarse de las manos, se acercaron tranquilamente a la valla y a Rowan.
—Hola, cielo. No me había dado cuenta de que estabas aquí.
—Es que… es que estoy en los puestos bajos de la lista de saltos, así que…
—Me alegro de que hayas venido —dijo Lucas, apoyando los dedos sobre los que Rowan había enroscado en la valla y enlazando así las manos de los tres—. Ella, esta es mi hija Rowan. Ro, te presento a Ella Frazier. Acaba de hacer su primera caída libre.
—¡Qué alegría conocerte! Lucas me ha hablado mucho de ti.
—¿Ah, sí? ¡Qué curioso, porque a mí no me ha dicho nada de ti!
—Has estado muy ocupada —dijo Lucas muy animado, sin captar la ironía—. Últimamente no coincidimos. Ella es la directora de la Orchard Homes Academy.
Una directora de escuela. Una distinguida escuela privada. Otro golpe contra la teoría de la ligona. Demonios.
—Su hijo le regaló un salto en tándem —siguió Lucas—, y se enganchó. Deberías haber avisado a tu familia hoy, Ella. A tus nietos les habría encantado.
¿Y encima abuela? ¿Qué clase de ligona era esa?
—Quería asegurarme de controlar un poco la situación antes de que viniesen a verme. La próxima vez será. De hecho, voy a entrar a hablar con Marcie para organizarlo. Me alegro de haberte conocido, Rowan. Espero que nos veamos pronto.
Aunque su voz era suave y cortés, el rápido choque cuando las miradas de las dos mujeres se encontraron dejó bien claro que se entendían.
—Nos vemos dentro, Lucas.
Sí, continúa caminando, pensó Rowan. Lárgate.
—Bueno, ¿qué te ha parecido? —preguntó Lucas en un tono cargado de impaciencia—. Esperaba que tuvieses un descanso y pudieses conocer a Ella. Ha sido genial que estuvieses aquí para su primera caída libre.
—No está en mala forma. Ha tenido un buen vuelo. Escucha, papá, ¿por qué no comemos algo en la cafetería? Hay…
—Ella y yo haremos un picnic aquí fuera para celebrar su salto. ¿Por qué no vienes tú también? Así tendréis la oportunidad de conoceros.
¿Estaba de broma?
—Me parece que no, pero gracias. No quiero estorbar.
—No seas tonta. Conociendo a Ella, seguro que ha hecho de sobras. Cocina de primera.
—Pero… pero… ¿Desde cuándo está pasando esto? ¿Qué está pasando? ¿Besarse en el lugar de aterrizaje, cogerse de las manos, hacer picnics? Santo Dios, papá, ¿te estás acostando con ella?
Lucas puso cara de póquer, y Rowan supo que había dado en el clavo.
—Creo que eso puede considerarse únicamente asunto mío, Rowan. ¿Cuál es el problema?
—El problema, aparte de los besos, las manitas y demás delante de todo el mundo, personal y visitantes, es que he venido aquí porque necesitaba hablar con mi padre, pero está claro que estás demasiado ocupado con la directora Bragas Calientes para estar por mí.
—¡Ojo! —replicó él, apretándole los dedos antes de que ella pudiese apartarse de un tirón—. No me hables en ese tono. Me importa un comino lo mayor que seas. Si necesitas hablar conmigo, entra. Hablaremos.
—No, gracias —dijo Rowan, fríamente—. Ve a ocuparte de ese asunto tuyo. Yo me ocuparé del mío. Disculpa —añadió, liberando sus dedos—. Tengo que volver a la base.
Rowan reconoció en la cara de Lucas una mezcla de ira y decepción; algo que pocas veces había visto pero que reconoció al instante. Se apartó de aquella sensación, se alejó de él, con la espalda rígida de resentimiento y el corazón partido por lo que consideraba una traición.
Su mal genio no dejó de aumentar a lo largo del camino de vuelta y adquirió un matiz más amargo cuando oyó sonar la sirena. Echó a correr y cubrió el resto de la distancia hasta la base, donde ya veía los movimientos frenéticos de unos paracaidistas y la avioneta rodando por la pista de despegue.
Entró en la sala de equipamiento y dejó a un lado la amargura tal como había hecho con la tensión, como algo de lo que había que librarse y examinar luego.
Agarró el equipo del estante para dárselo a Cartas.
—¿Payette?
—El mismo —confirmó él, guardándose en el bolsillo adecuado la cuerda de descenso—. ¡Zulies al rescate!
Ella lo miró a los ojos.
—Que te vaya bien.
—Está en las cartas.
Soltó una risa alegre antes de dirigirse hacia el avión con paso torpe y pesado.
Rowan repitió el mismo procedimiento con Trigger mientras Gull ayudaba a Dobie.
En cuestión de minutos estaba mirando cómo el avión despegaba sin ella.
—Ha estallado un incendio secundario —le dijo Gull—. Los de Idaho ya intentan abarcar mucho. Uno de sus efectivos del segundo turno se ha quedado colgado en el paracaídas con el brazo roto, y tienen dos bajas más en tierra.
—Estás bien informado, ¿no?
—Me gusta mantenerme al día de los acontecimientos —dijo, cambiándose de posición la gorra para que la visera le diese más sombra mientras seguía al avión en el cielo—. Como el rayo seco que ha liado una buena en el Flathead. No has pasado mucho tiempo con tu padre.
—¿Me espías?
—Solo utilizo mis notables poderes de observación. También me indican que estás considerablemente cabreada.
—No me gusta quedarme en tierra cuando estoy en condiciones de saltar.
—Estás en la lista —le recordó—. ¿Y?
—¿Qué?
—¿Y qué más te cabrea?
—Tú y tus notables poderes de observación están a punto de hacerlo, así que apunta hacia otro lado. —Rowan se dispuso a marcharse airadamente, pero luego regresó, demasiado irritada para guardárselo todo—. Me voy a ver a mi padre, a pasar un rato con él y a comentarle esta mierda, porque eso es lo que solemos hacer. Cuando llego allí está haciendo una caída libre con un alumno. Un alumno que resulta ser una mujer. Una pelirroja que, en cuanto están en tierra, salta sobre él como mi viejo perro Butch saltaba sobre un frisbee. Entonces él se da la vuelta y la besa. La besa, allí mismo, la besa apasionadamente, sin duda con lengua.
—Esos son los mejores. Bueno… estoy repasando ese informe, tratando de identificar qué es lo que te ha cabreado.
—¿No acabo de decirte que mi padre ha besado a esa pelirroja?
—Sí, me lo has dicho, pero me cuesta entender por qué te ha molestado. Actúas como si nunca hubieses visto a tu viejo besando a una mujer.
Al ver que Rowan no decía nada y que sus ojos parecían humeante hielo azul, soltó una carcajada de sincera sorpresa.
—¿En serio? ¿En serio no le has visto nunca besando a una mujer? Ese hombre debe de ser la discreción en persona.
Gull se detuvo de nuevo, sacudió la cabeza y le dio a Rowan una palmadita en el hombro.
—Vamos, Ro. No irás a decirme que crees de verdad que no se ha dado ningún morreo con una tía en… ¿Cuántos años tienes exactamente?
—Él no tiene citas.
—Eso dijiste cuando tuvo la cita con la clienta para tomar unas copas… Ajá. Ahora mis intrépidas habilidades deductivas se combinan con mis notables poderes de observación para llegar a la conclusión de que se trata de la misma mujer.
—Dice que es directora de una escuela. Está claro que se acuestan.
—Supongo que ser llamado al despacho de la directora ha adquirido un nuevo sentido para tu padre.
—Que te den.
—¡Quieta! —exclamó Gull, agarrándola del brazo al ver que se daba la vuelta—. ¿Estás celosa? ¿De verdad estás celosa porque a tu padre le interesa una mujer… qué no eres tú?
Un calor provocado por el mal genio y la vergüenza le cubrió las mejillas.
—Eso es asqueroso y falso.
—Estás cabreada y celosa, y realmente dolida porque tu padre pueda tener una relación sentimental con una mujer. Eso no es asqueroso ni falso, Rowan, pero desde luego me parece mezquino y egoísta.
Algo muy similar a la decepción que acababa de ver en la cara de su padre se trasladó a la de Gull.
—¿Cuándo fue la última vez que tu padre se enfadó porque tú salieses con alguien?
Ahora Rowan se sentía mezquina, y eso solo sirvió para avivar su mal genio.
—Mis sentimientos y mi relación con mi padre no son asunto tuyo. No sabes nada de nada, ni de eso ni de mí. Y, ¿sabes qué?, estoy harta de que la tomen conmigo, desde Dolly y sus gilipolleces vengativas hasta las agentes especiales reprimidas, la decepción de mi padre y tu pésima opinión de mí. Así que puedes…
La estridente sirena cortó sus palabras.
—Parece que mi pésima opinión y yo tenemos que marcharnos.
Gull le volvió la espalda y se fue de nuevo a la sala de equipamiento.
Quedarse en tierra otra vez mientras el avión volaba hacia el norte era más de lo que Rowan podía aceptar con los brazos cruzados.
—Si esto sigue así, tendrán que enviarnos a nosotros.
Rowan le echó un vistazo a Matt.
—Con la suerte que tengo últimamente, L. B. tachará mi nombre de la lista y enviará a Marg si recibimos otro aviso. ¿Cómo es que tú no vas?
—L. B. opina que estoy demasiado afectado por lo de Dolly, a causa de mi sobrina. Puede que tenga razón.
—Lo siento. He hablado sin pensar.
—No pasa nada. Sigo esperando que vuelvan diciendo que todo ha sido un error.
Tenía la gorra en las manos y le daba vueltas y más vueltas, dejando al descubierto su pelo lacio y pajizo.
—¿Sabes? No está bien que un bebé pierda a su padre incluso antes de nacer y luego a su madre tan poco tiempo después —dijo volviéndose hacia Rowan.
Ella pensó que parecía insoportablemente joven y desvalido.
—No está bien —dijo ella.
—Supongo que las cosas no siempre son como deberían. Supongo que… es como el destino.
Matt se inclinó un poco hacia Rowan cuando ella le pasó un brazo por la cintura.
—Tal vez sea peor para ti que para mí —dijo.
—¿Para mí?
—Tú la encontraste. Si es ella. Aunque no lo sea, encontraste el cadáver de una mujer. Es horrible que fueses tú quien la encontró.
—Los dos lo superaremos, Matt.
—Me lo repito constantemente. No dejo de pensar en Shiloh y me digo que, pase lo que pase, nos aseguraremos de que esté bien. En fin, solo es un bebé.
—Los Brakeman y tu familia os ocuparéis de ella.
—Sí. Bueno, supongo que subiré al almacén y trataré de pensar en otra cosa.
—Me parece buena idea. Yo subiré dentro de un rato.
Antes volvió a su habitación y se encerró en ella. Aunque sabía que se estaba compadeciendo de sí misma y que era inútil, se sentó en el suelo, apoyó la espalda contra la cama y lloró hasta hartarse.