Por segunda vez Rowan despertó hecha un ovillo contra Gull, con la cabeza sobre el hombro de él. Esta vez se preguntó cómo demonios podía dormir él bajo su peso.
A continuación se preguntó, ya que estaba encajada en la estrecha cama con él, por qué demonios no se aprovechaba. Le mordió el lóbulo de la oreja y le deslizó la mano por el pecho hacia abajo. Tal como esperaba, lo encontró ya preparado.
—Habría puesto la mano en el fuego —murmuró.
—Prefiero que la pongas ahí.
—¡Vaya! Esto sí que… —Rowan se interrumpió mientras le pasaba una pierna por encima y lo acogía despacio hasta introducirlo en su cálida humedad—. Esto sí que es eficacia.
Pensando que no había mejor forma de recibir a la mañana, Gull le agarró con firmeza las caderas.
—Una ventaja adicional.
Cuando Rowan se arqueó hacia atrás y el sol que entraba de soslayo por la ventana le cubrió el cuerpo de luz y sombra, arrojando diamantes entre sus cabellos, un fragmento de Tennyson revoloteó por su cabeza:
Una hija de los dioses, divinamente alta, y más divinamente hermosa.
Rowan era eso en ese momento, y en ese momento tomó el mando del corazón romántico de Gull.
Su firmeza se suavizó hasta hacerse caricia. Y Rowan empezó a moverse, oscilando sobre él con un ritmo lento y fluido. La sensación se enroscó en el interior de Gull, generando un placer encantador e indolente.
Los ojos de Rowan se cerraron; sus manos acariciaron su propio cuerpo, incitándose a sí misma e incitándolo a él.
A través de las franjas de luz y la belleza creciente, Gull alargó los brazos hacia ella. Pensó que podrían vagar así toda la vida, despertando con ritmo pausado cuerpo, sangre y corazón.
La sirena aulló.
—¡Mierda! —exclamó Rowan, abriendo los ojos de golpe.
—¡Ahora no, joder!
Gull se agarró a ella durante un momento frustrante y luego se separaron de golpe para coger la ropa.
—Es culpa tuya —le acusó Rowan—. Lo atrajiste anoche con ese puñetero chiste sobre la eficiencia.
—Diez minutos más; habría valido la pena.
En cambio, al cabo de diez minutos estaban en la sala de equipamiento.
—Se ha divisado una columna de humo al amanecer —les informó L. B.—, en el Bosque Nacional Lolo, entre Grave Creek y el paso Lolo. El fuego está plenamente activo en la ladera meridional, por encima de Lolo Creek. Condiciones de sequía. Rowan, serás la jefa de incendio; Gibbons, estás en el cortafuegos.
El suelo retumbó cuando el avión hidrante empezó a rodar con la primera carga de fango.
En cuanto embarcó en la avioneta, Rowan sacó el bocadillo de huevo y la Coca-Cola que se había metido en los bolsillos. Comió y bebió mientras se coordinaba con el piloto y el jefe de saltos.
—Ahí está —comentó, acercando el rostro a la ventanilla—. Y, maldita sea, esta mañana tiene ganas de juerga.
Cuarenta hectáreas, tal vez casi cincuenta, calculó, ya plenamente activo en algunas de las zonas más primitivas y vírgenes de Lolo. Lewis y Clark habían pasado por esas tierras, y ahora el fuego las quería como desayuno.
Ya llegamos, pensó, y guardó sus reservas mientras el viento entraba con fuerza por la portezuela abierta.
Se sentía fresca, llena de energía y preparada, y no pudo negar la belleza del descenso. Comprobó cómo estaba Gull y le dedicó una amplia sonrisa.
—No es como el sexo, pero no está nada mal —gritó.
Oyó su risa y supo con certeza lo que sentía. También lo sentía ella, libre y fuerte en el cielo, el humo, y hacia abajo, hasta el suave aterrizaje en un pequeño prado precioso.
Una vez que la unidad y la carga tocaron tierra, decidió con Gibbons la estrategia que debían seguir. Decidió hacer un reconocimiento del flanco derecho mientras la brigada iniciaba el cortafuegos.
Avanzaba al trote, calibrando la zona y el viento y manteniéndose a veinte metros del flanco, pues el fuego ardía con fuerza. Oyó que la cabeza emitía aquel rugido quejumbroso y glotón mientras arrojaba focos secundarios hacia la majestad intacta del bosque.
No vas a conseguirlo, pensó, utilizando su Pulaski y su bomba de vejiga para sofocar los focos secundarios a medida que avanzaba. «Quiere correr, quiere alimentarse». Percibió el intenso olor de la resina procedente de los árboles en llamas, oyó sus gritos crepitantes, notó que el aire temblaba por el poder ya desatado. El humo subía en espiral allá donde las brasas encontraban terreno seco.
Sacó su radio de un tirón.
—El fuego quiere correr, y es rápido, L. B. Es rápido. Necesitamos otra carga de fango en la cabeza y otra más en el flanco derecho. Está arrojando muchos focos secundarios a lo largo del cortafuegos.
—Entendido. ¿Estás en el área de seguridad?
—Lo estaré —contestó Rowan sin dejar de moverse, alejándose de un foco secundario que devoró en un instante un terreno del tamaño de una pista de tenis—. Tenemos que contener estos focos secundarios ahora mismo, L. B. Estamos en una situación crítica. Gibbons está en el cortafuegos, al sudoeste, y yo vuelvo sobre mis pasos.
—Mantente dentro del área de seguridad. Tenemos a otro grupo de paracaidistas en alerta. Avisa cuando quieras que os los enviemos.
—Entendido. Deja que acabe este reconocimiento y le pregunte a Gibbons.
—Los aviones cisterna están de camino. No dejes que el fango te caiga encima, Sueca.
—Estoy en la zona de seguridad —repitió—. Corto.
Echó a correr cuesta abajo mientras contactaba con Gibbons, dirigiéndose hacia la senda por la que antaño viajaron Lewis y Clark. Al oír el rugido a su espalda, Rowan soltó una maldición. Pasó a toda velocidad entre las brasas que llovían del cielo y los misiles de piñas en llamas lanzados por las ráfagas de viento de una explosión. Cuando la tierra tembló bajo sus pies, cruzó apresuradamente el corazón del incendio.
Estaba más segura en su interior, pensó mientras el humo atravesaba las lenguas de fuego anaranjadas.
En el área quemada se tomó unos momentos para sacar la brújula y orientarse, para planear los siguientes movimientos. Gibbons habría enviado a la brigada cresta arriba, pensó, y entonces…
Estuvo a punto de pisarlo. El instinto y un horror atávico hicieron que se apartara tres pasos de los restos carbonizados y ennegrecidos de algo que había sido un ser humano. Yacía con los huesos de los brazos y las piernas tostados y abarquillados. Rowan sabía que se habían contraído por el calor, pero en aquel terrible momento le pareció que el muerto o moribundo había tratado de hacerse una bola para que el fuego no lo detectase.
Con los dedos entumecidos, sacó su radio.
—Base.
—Aquí base, cambio, Sueca.
—Tengo un cadáver.
—¿Cómo dices?
—Estoy a unos diez metros de la senda Lobo, cerca de la carretera del sudeste, en el área quemada. Hay un cadáver, L. B. —Expulsó el aire con fuerza—. Está carbonizado.
—¡Dios! Entendido. ¿Estás segura ahí?
—Sí. Estoy en el área quemada. No hay peligro.
—Quédate ahí. Voy a ponerme en contacto con el Servicio Forestal y luego te llamo.
—L. B. —dijo Rowan, frotándose el entrecejo con los dedos—, no estoy segura, pero el terreno que está debajo y alrededor de los restos, la forma de lo quemado… Demonios, creo que tal vez le prendieron fuego. Y… no sé, pero el ángulo de la cabeza… Parece que el cuello está roto.
—¡Santo Dios! No toques nada. ¿Me oyes, Rowan? No toques nada.
—Créeme, no lo haré. Contactaré por radio con Gibbons y le daré un informe de situación. Dios mío, L. B., me parece que es una mujer o un crío. El tamaño…
—Aguanta, Rowan. Ahora te llamo.
—Entendido. Corto.
Rowan se armó de valor. Había visto cadáveres quemados antes. Había visto a Jim, pensó, cuando por fin recuperaron sus restos. Pero nunca se había tropezado con uno, sola, en mitad de una operación.
Así que inspiró hondo y luego llamó por radio a Gibbons.
Tardó más de una hora y media en volver con su cuadrilla, después de mantener su posición y guiar a dos agentes forestales hasta la zona. Acogió agradecida el calor, el humo y la batalla después de velar al muerto.
Tal como Rowan esperaba, Gibbons había mandado a la cuadrilla cresta arriba, y el cortafuegos resistía.
—¡Joder, Ro! —Gibbons se pasó el antebrazo por el rostro ennegrecido—. ¿Te encuentras bien?
El tiempo, velar el cadáver y la dura realidad de prestar declaración no habían calmado del todo sus náuseas.
—Me encuentro mucho mejor que el que está ahí, sea quien sea. Los agentes forestales están allí abajo ahora, y va a venir un agente especial. Y un especialista en incendios provocados.
—Incendios provocados.
—Tal vez este fuego sea intencionado, para ocultar un crimen.
Tenía la sensación de que el casco le oprimía el cráneo y se lo cambió de posición, pero no sirvió para aliviar las punzadas constantes.
—Aún no lo saben —le dijo Rowan al ver que maldecía—. Tal vez fuese algún crío haciendo travesuras, pero me ha parecido que podía ser el punto de origen. Apagar el fuego es la principal prioridad. Los federales se encargarán de la otra. ¿Dónde quieres que vaya?
—Ya sabes que puedes marcharte, Ro. Nadie te lo reprochará.
—Acabemos con esto.
Se puso a trabajar en el cortafuegos, mientras otra parte de la brigada reforzaba las líneas provisionales que subían hacia la cabeza. Una brigada fresca de paracaidistas atacaba el otro flanco, bajando hacia la cola.
Durante las horas que pasó en el cortafuegos, se apartó incontables veces para contactar por radio con la otra cuadrilla e informarse sobre su avance, poner al día a la base y consultar con Gibbons.
Unas horas más para terminar con el incendio y liquidarlo, pensó, y esa noche la brigada dormiría en sus camas.
—¿Qué pasa? —Gull se detuvo junto a ella—. En el cortafuegos corren rumores de que pasa algo, y tú eres la fuente.
Rowan quiso apartarse de él, pero Gull la miró directamente a los ojos.
—Puedes contármelo ahora o después. Pero será mejor terminar cuanto antes.
Había compartido su cuerpo con él, se recordó, y su cama.
—Lo tenemos enjaulado. Si Gibbons puede prescindir de ti, puedes venir conmigo a buscar residuos de humo.
Libres, se apartaron del cortafuegos. Rowan apagó un foco secundario del tamaño de una pelota de baloncesto y siguió adelante.
Y se lo contó.
—¿Crees que la persona fue asesinada y que el que lo hizo provocó el incendio para tratar de ocultarlo?
—No puedo saberlo.
Pero sus tripas, aún agitadas, le decían otra cosa.
—Habría sido más inteligente enterrar el cadáver —comentó Gull en un tono pragmático que aflojó el nudo de su estómago—. Un incendio como este llama la atención. Evidentemente.
—Nunca lo he hecho, pero me parece que matar a alguien puede afectar negativamente a la lógica. O tal vez el fuego fuese un aliciente. Hay mucha gente que se excita provocando incendios.
—Han divisado este al alba. Por el avance y su evolución hasta la hora en que hemos saltado, debe de haber comenzado en plena noche o de madrugada. Ardía con mucha fuerza y ocupaba al menos cuarenta hectáreas cuando hemos saltado. Más o menos a las ocho, ¿no?
Rowan se dio cuenta de que, extrañamente, discutirlo con detenimiento y analizar los detalles prácticos calmaba los nervios.
—Sí.
—El camping no está muy lejos hacia el oeste, pero con esa área quemada entre el lugar en el que encontraste el cadáver y el cámping, el fuego se dirigió hacia el este. Una suerte para los campistas.
El martilleo dentro del cráneo de Rowan retrocedió un poco. Pensar era hacer, decidió. Hasta el momento se había dedicado demasiado a reaccionar y muy poco a hacer.
—Puede que fuesen del camping —especuló—, viniesen por esta senda y empezasen a discutir. De forma accidental o intencionada, él la mató.
—¿La?
—El tamaño del cadáver. Creo que era una mujer o un crío, y como no quiero pensar que fuese un crío, me quedo con la mujer. Él debió de arrastrarla o llevarla fuera de la senda. Tal vez pensó en enterrarla y volvió en busca de herramientas. El fuego es más rápido y requiere menos esfuerzo. Condiciones de sequía, un poco de maleza…
—Si lo encendieras sobre las dos o las tres de la madrugada —calculó Gull—, al alba sería un incendio en toda regla y ganarías unas cuantas horas.
Sí, pensó Rowan. Claro. La supervivencia tenía que ser la principal prioridad.
—Recoges, y al alba estás ya muy lejos —siguió ella, asintiendo con la cabeza, sosegada al considerarlo un problema que resolver—. Se requerirá tiempo para identificarla, así que ganas aún más. Y la cuestión es que, si yo no hubiese tomado ese camino para regresar al cortafuegos, tal vez habrían pasado varias horas más, días incluso, hasta que la encontrasen. Yo no iba por ese camino, pero la explosión me ha empujado hacia allí.
Hablaban mientras apagaban los focos secundarios que iban encontrando. Luego Rowan se detuvo.
—Creía que no quería pensar en ello. La he encontrado, he dado el aviso y ahora le corresponde ocuparse a la policía. Pero desde entonces esa imagen me corroe. Me… me ha conmocionado —confesó.
—Conmocionaría a cualquiera, Rowan.
—¿Has visto alguna vez a alguien después de que…?
—Sí. Se te queda grabado.
Y Gull sabía que hablar de ello, pensar en el cómo y el porqué, ayudaba.
—Los veranos suelen ser todos iguales —comentó ella, apagando un foco secundario del tamaño de un cubo antes de que tuviese oportunidad de crecer—. Apagar incendios, limpiar el terreno, entrenarse y prepararse para intervenir en el siguiente. Pero este verano tenemos a la loca de Dolly, a mi padre saliendo con una mujer, muertos…
—¿Que tu padre salga con una mujer figura al mismo nivel que el vandalismo y un posible homicidio y un incendio provocado?
—Es diferente. Raro. Como que yo me acueste con un novato… cosa que no he hecho, por cierto, desde que lo era yo.
—Puntos a mi favor.
Rowan cambió de dirección y avanzó hacia el sur. Puntos a favor de Gull, tal vez, pero en su opinión el cambio, las excepciones y lo diferente trastocaban el orden de las cosas.
Después de casi dos horas apagando focos secundarios, se reunieron con la brigada y pasaron a la limpieza.
Rowan sacó su radio para atender una llamada de la oficina de Operaciones.
—Queremos desmovilizar a la primera brigada —le dijo L. B.—. La segunda brigada y la dotación de tierra completarán la limpieza.
—Entendido.
—Los federales quieren hablar contigo cuando vuelvas.
—¿No pueden esperar hasta mañana? He hablado con los agentes forestales y les he dado todos los detalles.
—Me parece que no. Puedes recoger tus cosas. Habrá transporte terrestre para ti al principio de la senda.
—Recibido.
Pensándolo mejor, se dijo, al menos de esa forma acabaría con todo aquello en un solo día.
Tenía previsto darse una ducha antes, pero acababa de dejar caer su equipo cuando la agente federal fue a buscarla.
—¿Rowan Tripp?
—Soy yo.
—Agente especial Kimberly DiCicco. Tengo unas preguntas que hacerle.
—Ya he hablado con los agentes forestales, pero como las dos trabajamos para la burocracia sé cómo van las cosas.
—El señor Little Bear me ha ofrecido su despacho para que podamos hablar en privado.
—No querría dejar mal olor en el despacho de L. B. Por si no se ha dado cuenta, apesto a humo y a sudor.
Tenía que haberse dado cuenta, pensó Rowan. El cuerpo menudo de la agente estaba enfundado en un traje negro de líneas clásicas con una camisa blanca inmaculada. Sin un cabello fuera de sitio, su moño bajo brillante y liso le dejaba despejado el rostro fino de color café con leche.
Las cejas de DiCicco se arquearon sobre unos ojos leonados cuando inclinó la cabeza.
—Ha tenido un día muy largo. Soy consciente de ello. Seré lo más breve posible.
—Entonces vayamos a pasear mientras hablamos. —Rowan se quitó la ropa y conservó solo la camiseta de tirantes y los pantalones—. Tal vez me airee un poco.
—¡Cuidado!
Rowan se volvió y cogió la botella fría de Coca-Cola que Gull le había lanzado en un fluido pase bajo.
—Gracias. Guárdame lasaña.
—Haré lo que pueda.
—Muy bien, agente DiCicco —dijo Rowan mientras salían—. Usted pregunta y yo contesto.
—Podría empezar contándome cómo encontró el cadáver.
Ya lo había explicado, pensó Rowan, pero volvió a hacerlo.
—Tal como avanzaba el fuego —continuó—, he tenido que interrumpir el reconocimiento y dirigirme a una zona segura. He entrado en el área quemada. La zona adyacente que el fuego había atravesado. Me dirigía hacia la senda de Lolo. Así podría volver con mi cuadrilla. Y la he encontrado.
—¿La?
—No lo sé. Los restos eran más bien pequeños para pertenecer a un hombre adulto.
—Resulta que tiene razón. La víctima era una mujer.
—Oh. Vaya. —Rowan se detuvo y exhaló el aire con fuerza—. Eso es mejor que la alternativa.
—¿Cómo dice?
—Podría haber sido un niño. Por el tamaño.
—¿Se ha puesto en contacto con su oficina de Operaciones inmediatamente después del descubrimiento?
—Así es.
—Entonces, si la información de que dispongo es correcta —DiCicco repasó los movimientos de Rowan, las horas a las que había informado por radio de su posición y de la situación, pasando por el reconocimiento y hasta la indicación del hallazgo del cadáver—, es un área considerable en poco tiempo.
—Cuando te enfrentas con el fuego, no vas de paseo ni de excursión. Te mueves, y te mueves deprisa. Mi trabajo consiste en evaluar la situación sobre el terreno, establecer un plan y un enfoque con Gibbons, el jefe de línea en este caso, hacer un reconocimiento y mantener a la oficina de Operaciones al corriente de la situación y de cualquier apoyo adicional que podamos necesitar.
—Entiendo. Cuando se ha puesto en contacto con Operaciones, ha dicho que creía que la víctima había sido asesinada y que el fuego había sido provocado para ocultar el crimen.
Rowan se preguntó si tendría que haber mantenido la boca cerrada. ¿Harían aquello si se hubiese guardado sus especulaciones?
Ya era demasiado tarde, se recordó.
—He dicho lo que me parecía. Llevo cinco años formando parte de la unidad paracaidista, y antes de eso trabajé con una dotación de especialistas. No soy experta en incendios provocados, pero sé cuándo un fuego parece sospechoso. No soy médico, pero sé cuándo una cabeza está torcida de una manera extraña sobre un cuello.
Y ahora, maldita sea, maldita sea, aquella imagen volvía a grabarse en su cerebro.
—He actuado según lo que he observado para que se pudiese contactar con las autoridades correspondientes. ¿He hecho mal?
—Estoy reuniendo los hechos, señorita Tripp —dijo DiCicco en un tono que hizo de suave contrapunto al ímpetu de Rowan—. Las conclusiones preliminares del forense indican que la víctima tenía el cuello roto.
—Fue asesinada.
¿Eso era mejor o peor?, se preguntó Rowan.
—La autopsia determinará si ha sido un homicidio o un accidente, y si la lesión del cuello fue la causa de la muerte o si se produjo después.
—¿Han ido al camping? El camping de Lolo no está lejos del lugar donde la he encontrado.
—Estamos trabajando en su identificación. ¿Ha tenido usted algún problema aquí recientemente?
—¿Qué? —Rowan dejó de especular sobre la cantidad de fuerza necesaria para romper un cuello—. ¿Se refiere al vandalismo?
—En plural, ¿no? —DiCicco clavó unos ojos impasibles en la cara de Rowan—. Según la información de que dispongo, una tal Dolly Brakeman, empleada en ese momento como cocinera en esta base, cometió ciertos actos vandálicos en su habitación. La sorprendió in fraganti, y sus compañeros hubieron de sujetarla para que no la atacase.
El mal genio prendió en la fatiga como el fuego en la maleza.
—Entre en su habitación, DiCicco, y encuentre a alguien derramando sangre de animal sobre su cama. A ver cómo reacciona. Si quiere llamar a mi reacción «intento de agresión», adelante.
—La señorita Brakeman también fue interrogada por la policía en relación con el acto vandálico de la sala de equipamiento de esta base.
—Así es. Ese numerito nos costó horas de tiempo, y habría podido costar más si hubiésemos recibido un aviso antes de haber reparado los daños.
—La señorita Brakeman y usted tienen una larga historia.
—Como veo que ya lo sabe, no entraré en eso otra vez. Esa chica es una pesadilla; es vengativa e inestable. Si la policía local les informó a ustedes del acto vandálico que se produjo aquí, me alegro. Espero que esa chica se cague de miedo. Mire, estoy cansada, tengo hambre y necesito una maldita ducha.
—Ya casi hemos terminado. ¿Cuándo vio por última vez a Dolly Brakeman?
—¡Santo Dios, cuando me dejó la habitación hecha un asco!
—¿Desde entonces no la ha visto ni ha hablado con ella?
—No, no lo he hecho, y me encantaría poder seguir así. ¿Qué demonios tiene que ver Dolly con que yo encuentre a una mujer muerta y carbonizada en Lolo?
—Tendremos que esperar la confirmación de la identificación, pero dado que Dolly Brakeman no regresó anoche a su casa, una casa que comparte con sus padres y su hija pequeña, dado que la víctima y la señorita Brakeman son de la misma estatura y que hasta el momento no se nos ha notificado ninguna otra desaparición de una mujer, existen muchas posibilidades de que la víctima sea Dolly Brakeman.
—Eso es… —Rowan sintió un retortijón en las tripas y la sangre se retiró de su rostro; aquellos ojos impasibles no se apartaban de su cara ni un instante—. Hay muchas mujeres de la estatura de Dolly.
—Pero ninguna de ellas ha desaparecido en esta zona.
—Seguramente habrá iniciado una relación con algún tío. Eche un vistazo a esa parte de su historial. —Pero ahora tenía un bebé, pensó Rowan, el bebé de Jim—. Dolly no estaría en un camino del bosque. Le gusta la ciudad.
—¿Puede usted decirme dónde estuvo anoche, desde las ocho hasta la hora en que se ha presentado en la sala de equipamiento esta mañana?
—¿Soy sospechosa? —La ira y la conmoción batallaron en su interior; fue una batalla breve y sangrienta que ganó la ira—. ¿De verdad cree que le he roto el cuello, la he arrastrado hasta el bosque y después he provocado un incendio? ¿Un incendio que los hombres y mujeres con los que trabajo, vivo y como cada día tendrían que extinguir arriesgando su vida?
—Usted trató de agredirla. Amenazó con matarla.
—¡Claro que lo hice, joder! Estaba furiosa. ¿Quién no lo estaría? Me habría gustado darle un puñetazo, pero de ahí a matar a alguien hay una enorme diferencia.
—Sería más fácil si pudiese decirme dónde estaba anoche entre…
—Se lo pondré muy fácil —la interrumpió Rowan—. Cené en la cantina sobre las siete o las siete y media. Había allí unos treinta miembros de la brigada a la misma hora, y también el personal de cocina. Nos quedamos por allí, charlando y bromeando hasta casi las diez. Entonces me fui a mi habitación, donde he permanecido hasta que ha sonado la sirena esta mañana. Apretujada en la cama con el tío bueno que me ha lanzado esta Coca-Cola delante de usted.
—¿Cómo se llama él? —preguntó DiCicco sin un solo parpadeo.
—Gulliver Curry. Seguramente debe de estar ya en la cantina. Vaya a preguntarle. Voy a darme esa maldita ducha.
Se marchó hecha una furia, con la indignación desatando una tormenta en su vientre, y después de entrar en los barracones dio un portazo.
Trigger tuvo la mala fortuna de ponerse en su camino.
—Hola, Ro, ¿estás…?
—Calla y muévete. —Lo apartó de un empujón y entró en su habitación, cuya puerta cerró de un portazo. Le dio una patada a la puerta y luego otra a la cómoda, tirando al suelo el platito en el que echaba el cambio, que se rompió.
Sus botas patearon las esquirlas.
—¡Arpía obstinada y reprimida! ¡Y no era Dolly!
Echando chispas, tiró de los cordones de las botas de salto y las lanzó lejos.
Dolly era una de esas personas que siempre salían a flote, pensó mientras se arrancaba la ropa de un tirón, hacía una bola con ella y la arrojaba a un lado. Hacía que la gente sintiese lástima por ella, y, si eran hombres, endulzaba la cosa con sexo o con la promesa de sexo. Era de las que hacían lo que les venía en gana y luego le echaban la culpa a otro si no salía bien.
Era como su madre, pensó Rowan, y tal vez esa fuese una más de las razones por las que Dolly Brakeman nunca le había caído bien. Egoísta, intrigante, quejica…
Como su madre, pensó de nuevo. Su madre había muerto desangrada en el suelo. Asesinada.
No era lo mismo, se dijo con firmeza. En absoluto.
En la ducha, abrió el agua al máximo, apoyó las manos en la pared y la dejó correr sobre su cuerpo. Observó que corría negra y luego de un gris tiznado.
Estaba harta de todo aquello, harta de las trampas.
¿Qué derecho tenía a acusarla aquella federal de mierda? Gracias a ella se había encontrado el cadáver, gracias a ella habían avisado a los federales.
Para cuando acabó de frotarse con furia, el mal genio se había embotado y se había convertido en miedo.
Las manos le temblaban mientras se vestía, pero se dijo que era de hambre. Llevaba horas sin comer y había quemado miles de calorías. Por eso estaba débil. Eso era todo.
Cuando se abrió la puerta se volvió rápidamente. El temblor aumentó mientras Gull la cerraba tras de sí sin hacer ruido.
—¿Le has contado a esa desgraciada que te has pasado la noche entera follándome?
—Le he contado que hemos pasado la noche aquí, en una cama tan pequeña que si hubieses intentado darte la vuelta me habría enterado.
—Bien, bien. Que se lo meta por donde le quepa. —Rowan empujó a Gull cuando este se le acercó—. No quiero que me mimen. Agradezco la coartada y todo eso. Parece que incumplir las normas vale la pena. Yupi.
Volvió a empujarlo, pero esta vez Gull la tenía abrazada con fuerza y se limitó a aguantar mientras Rowan se debatía contra él.
—He dicho que no quiero que me mimen. Tengo derecho a echar chispas después de que me interroguen como asesina, como pirómana, como alguien que traicionaría todo lo que le importa para aplastar a una retrasada…
Se interrumpió, se derrumbó.
—Oh, Dios, oh, Dios, creen que es Dolly. Creen que Dolly está muerta y que yo la maté.
—Escúchame —le pidió Gull, apoyándole las manos en los hombros con firmeza y retrocediendo hasta poder verle los ojos—. En este momento no saben quién es. Puede que sea Dolly.
—¡Santo Dios, Gull! ¡Oh, Dios!
—Si es así, nadie puede hacer nada para evitarlo. Si es así, nadie cree que tú hayas tenido nada que ver.
—DiCicco…
—Acabo de decirle que tú y yo hemos estado juntos toda la noche. Hay mucha gente en los barracones que sabe que entramos aquí juntos y hemos salido juntos. Así que, si tú eres sospechosa, yo también lo soy. No creo que ni DiCicco ni nadie más vaya a creer eso. Esa mujer tenía que hacer su trabajo. Lo ha hecho, y ahora esa parte ha terminado.
Gull le cogió las manos.
—Estás cansada, estás débil. No te habría afectado tanto si hubieses estado en plena forma.
—Puede que no, pero lo ha hecho.
—¡Que se vaya a la mierda! —Gull besó la frente de Rowan y luego sus labios—. Esto es lo que vamos a hacer. Nos vamos a cenar. Podrás escuchar al resto de la unidad cómo expresa su opinión concisa y subida de tono sobre la coartada que te ha pedido la federal.
—Concisa —repitió Rowan con una leve sonrisa complacida—. Me imagino que eso estaría bien.
—No hay nada como la solidaridad. Y luego volveremos aquí para que pueda proporcionarte una coartada para esta noche.
Ahora la sonrisa complacida se amplió, rápida y engreída.
—Puede que sea yo quien te proporcione una coartada.
—Cualquiera de las dos cosas estará bien. Vayámonos antes de que esos glotones acaben con toda la lasaña. Y, Ro, no te preocupes. Si te detienen, pagaré la fianza —dijo, dándole una ligera palmadita mientras se dirigían hacia el exterior.
La carcajada la sorprendió. Y tranquilizó parte de los nervios que le atenazaban el vientre.