Miércoles, 18 de mayo
Mónica Figuerola se levantó a las cinco de la mañana del miércoles y salió a correr dando una vuelta inusualmente corta. Luego se duchó y se vistió con unos vaqueros negros, camiseta blanca de tirantes y una fina americana gris de lino. Preparó café, lo metió en un termo e hizo unos bocadillos. También se puso la funda para la pistola y fue a buscar su Sig Sauer al armario de las armas. Poco después de las seis arrancó su Saab 9-5 blanco y se fue a Vittangigatan, en Vällingby.
Göran Mårtensson vivía en un apartamento de la última planta de un edificio de tres niveles situado en un barrio de la periferia de Estocolmo. Mónica se había pasado la jornada del martes sacando de los archivos públicos todo lo que pudo encontrar sobre él. Era soltero, lo que, sin embargo, no impedía que pudiera vivir con alguien. No tenía ninguna deuda pendiente con Hacienda; no poseía ninguna fortuna importante y tampoco parecía llevar una vida especialmente disoluta. Raramente estaba de baja.
Lo único llamativo era que tenía licencia para no menos de dieciséis armas de fuego: tres escopetas de caza y trece armas de fuego ligeras de diverso tipo. Lo cierto era que, mientras tuviera licencia, no estaba cometiendo ningún delito, pero Mónica Figuerola albergaba un escepticismo bien fundado hacia la gente que coleccionaba grandes cantidades de armas.
El Volvo con la matrícula que empezaba por KAB se hallaba en el aparcamiento que estaba a unos cuarenta metros del lugar donde Mónica Figuerola había aparcado. Cogió un vaso de papel, lo llenó hasta la mitad de café solo y se comió una baguette con queso y lechuga.
Cuando pasaron los médicos por la mañana, Lisbeth Salander se encontraba mal y sufría un intenso dolor de cabeza. Pidió un Alvedon y se lo dieron sin discusión.
Una hora después, el dolor de cabeza se había agravado. Llamó a la enfermera y pidió otro Alvedon. Tampoco esa pastilla remedió el dolor. A la hora de comer, a Lisbeth le dolía tanto la cabeza que la enfermera llamó a la doctora Endrin, quien, tras un breve examen, le recetó unos analgésicos más fuertes.
Lisbeth se los puso bajo la lengua y los escupió en cuanto la dejaron sola.
Alrededor de las dos de la tarde empezó a vomitar. Eso se repitió hacia las tres.
En torno a las cuatro, el doctor Anders Jonasson subió a la planta, poco antes de que la doctora Helena Endrin se dispusiera a marcharse a casa. Intercambiaron opiniones durante un momento.
—Está mareada y sufre un fuerte dolor de cabeza. Le he dado Dexofen. No entiendo muy bien qué le está pasando… últimamente estaba teniendo una evolución muy positiva. Puede ser algún tipo de gripe…
—¿Tiene fiebre? —preguntó el doctor Jonasson.
—No, hace una hora tenía sólo 37.2. Y el análisis de sangre está bien.
—De acuerdo. Le echaré un vistazo esta noche.
—El caso es que me voy de vacaciones tres semanas —dijo la doctora Endrin—. Tendréis que ser tú o el doctor Svantesson los que os ocupéis de ella. Pero, claro, Svantesson no la ha tratado antes…
—Vale, no te preocupes. Yo me encargaré de ella mientras tú estás fuera.
—Muy bien. Si se produce alguna crisis y necesitas ayuda, no dudes en llamarme.
Le hicieron una breve visita a Lisbeth. Ella se hallaba en la cama tapada con el edredón hasta la punta de la nariz y tenía una pinta que daba pena. Anders Jonasson le puso una mano en la frente y constató que estaba algo sudorosa.
—Creo que vamos a tener que hacer un pequeño examen.
Le dio las gracias a la doctora Endrin y se despidió de ella.
Hacia las cinco, el doctor Jonasson descubrió que la temperatura de Lisbeth había subido rápidamente hasta 37,8 grados, dato que fue introducido en su historial. A lo largo de la tarde le hizo tres visitas más y anotó que la temperatura seguía rondando los 38 grados: demasiado alta para ser normal, pero tampoco tanto para que constituyera un verdadero problema. Hacia las ocho mandó que le hicieran un escáner de la cabeza.
Cuando le dieron el resultado lo estudió con detenimiento. No podía observar nada llamativo, pero constató que había una zona más oscura apenas perceptible en las inmediaciones del orificio de la bala. Escribió en su historial una observación meticulosamente pensada, pero nada comprometedora:
«Los datos que proporciona el escáner no son suficientes para extraer conclusiones definitivas, pero el estado general de la paciente ha empeorado de forma rápida y manifiesta a lo largo del día de hoy. No se puede excluir la posibilidad de que exista una pequeña hemorragia que no se aprecia en la imagen. La paciente debe mantenerse en reposo y bajo la más estricta observación durante los próximos días».
Erika Berger tenía veintitrés correos cuando llegó al SMP a las seis y media de la mañana del miércoles.
Uno de ellos procedía de redaktion-sr@sverigesradio.com. El texto era corto. Contenía una sola palabra:
PUTA
Suspiró y levantó el dedo índice para borrarlo. En el último momento cambió de opinión. Miró la lista de correos recibidos y abrió uno que había llegado hacía dos días. El remitente era centralred@smpost.se. Mmm. Dos correos con la palabra puta y remitentes falsos del mundo mediático. Creó una carpeta nueva que bautizó como [ChaladoMediático] y los guardó ambos allí. Luego se puso con la agenda de la mañana.
Göran Mårtensson abandonó la vivienda a las 07.40 de la mañana. Se metió en su Volvo, condujo en dirección al centro de la ciudad y luego giró y pasó por Stora Essingen y Gröndal hasta llegar a Södermalm. Enfiló Hornsgatan y llegó a Bellmansgatan por Brännkyrkagatan. Torció a la izquierda entrando en Tavastgatan a la altura del pub Bishop's Arms y aparcó en la misma esquina.
Mónica Figuerola tuvo una suerte loca. Justo cuando se encontraba delante de Bishop's Arms, una furgoneta salió y le dejó un sitio en plena Bellmansgatan. Aparcó con el morro del coche mirando al cruce de Bellmansgatan con Tavastgatan. Desde allí, en lo alto de la calle, ante la misma puerta del Bishop's Arms, poseía unas estupendas vistas del escenario. Pudo ver un trozo de la luna trasera del Volvo de Mårtensson, que estaba aparcado en Tavastgatan. Bellmansgatan 1 quedaba justo enfrente, en la terriblemente empinada cuesta que descendía hasta Pryssgränd. Mónica Figuerola divisaba un lado de la fachada, pero no el portal; aunque si alguien saliera a la calle, lo vería. No le cabía la menor duda de que ésa era la casa que había provocado la visita de Göran Mårtensson al barrio: se trataba del portal de Mikael Blomkvist.
Mónica Figuerola constató que las inmediaciones de Bellmansgatan 1 resultaban una pesadilla a la hora de vigilarlas. Los únicos lugares desde los cuales se observaba directamente el portal, situado allí abajo, en la hondonada de Bellmansgatan, eran el paseo y la pasarela que se hallaban en lo alto de la calle, junto a Mariahissen y el edificio de Laurinska huset. Allí no había ningún sitio para aparcar, y un observador en esa pasarela quedaría tan desprotegido como una golondrina en un viejo cable telefónico. El cruce de Bellmansgatan con Tavastgatan donde Mónica Figuerola había conseguido aparcar era, en principio, el único lugar desde donde podía controlar toda la zona sentada en el coche. Pero también era un sitio malo, ya que resultaba fácil que una persona atenta se fijara en ella.
Volvió la cabeza. No quería abandonar el coche y ponerse a deambular por la zona; era consciente de que su presencia no pasaba desapercibida. En lo que a su trabajo policial se refería, su físico obraba en su contra.
Mikael Blomkvist salió del portal a las nueve y diez. Mónica Figuerola apuntó la hora. Lo vio barrer con la mirada la pasarela de la parte alta de Bellmansgatan. Luego él echó a andar subiendo la cuesta directo hacia ella.
Mónica Figuerola sacó de la guantera un plano de Estocolmo que desplegó sobre el asiento de copiloto. Luego abrió un cuaderno, cogió un bolígrafo del bolsillo de la cazadora, se llevó el móvil a la oreja y fingió hablar por teléfono. Mantuvo la cabeza inclinada, de modo que entre la mano y el teléfono pudo ocultar una parte de su cara.
Se percató de que Mikael Blomkvist le echó un rápido vistazo a Tavastgatan. Sabía que lo estaban vigilando y sin duda advirtió el coche de Göran Mårtensson, pero continuó andando tranquilamente sin prestarle la más mínima atención. Actúa con calma y mantiene la cabeza fría. Otros habrían abierto la puerta del coche y le hubieran dado una paliza a su ocupante.
Un instante después pasó por delante de ella. Mónica Figuerola estaba muy ocupada buscando alguna calle en el plano de Estocolmo mientras hablaba por el móvil, pero se dio cuenta de que Mikael Blomkvist la miró. Desconfiado con todo lo que le rodea. Él continuó andando hacia Hornsgatan y ella lo siguió por el retrovisor del copiloto. Lo había visto en la tele un par de veces, pero ésta era la primera que lo veía en persona. Vestía vaqueros, camiseta y una americana gris, y llevaba al hombro una cartera. Caminaba dando largos y despreocupados pasos. Un hombre bastante atractivo.
Göran Mårtensson apareció en la esquina del Bishop's Arms y siguió a Mikael Blomkvist con la mirada. Le colgaba del hombro una bolsa de deporte bastante grande y acababa de hablar por el móvil. Mónica esperaba que echara a andar tras Mikael Blomkvist pero, para su gran asombro, cruzó la calle justo delante de su coche y giró a la izquierda para, a continuación, bajar hacia la casa de Blomkvist. Un segundo después, un hombre con un mono azul pasó por delante del coche de Mónica Figuerola y se unió a Mårtensson. Pero, bueno, ¿y tú de dónde has salido?
Se detuvieron ante el portal de Bellmansgatan 1. Mårtensson marcó el código y entraron. Piensan entrar en la casa. Menudo espectáculo están dando estos aficionados. ¿Qué diablos creen que están haciendo?
Mónica Figuerola miró por el retrovisor y se sobresaltó cuando, de repente, descubrió a Mikael Blomkvist de nuevo. Había vuelto y se encontraba a unos diez metros de ella, justo a una distancia y a una altura que le permitía seguir con la vista —mirando por encima de lo más alto de la empinada cuesta que bajaba luego hacia Bellmansgatan 1— a Mårtensson y su cómplice. Ella contempló el rostro de Blomkvist. Él no la miró. En cambio, había visto a Göran Mårtensson entrando en el portal. Un instante después, Blomkvist dio media vuelta y continuó caminando hacia Hornsgatan.
Mónica Figuerola se quedó quieta durante treinta segundos. Sabe que lo están vigilando. Controla su entorno. Pero ¿por qué no actúa? Otro, en su lugar, removería cielo y tierra… Está tramando algo.
Mikael Blomkvist colgó el teléfono y contempló pensativo el cuaderno que se hallaba sobre la mesa. Desde el registro de vehículos le acababan de informar de que el coche, cuya presencia había advertido en lo más alto de la cuesta de Bellmansgatan, con una mujer rubia en su interior, pertenecía a una tal Mónica Figuerola, nacida en 1969 y residente en Pontonjärgatan, Kungsholmen. Resultando ser una mujer la que se encontraba en el automóvil, Mikael supuso que se podía tratar de la propia Figuerola.
La vio hablar por el móvil y consultar un plano que estaba desplegado en el asiento del copiloto. Mikael carecía de razones para sospechar que tuviera algo que ver con el club de Zalachenko, pero lo cierto era que ahora se fijaba en cualquier detalle de su alrededor que se saliera de lo normal, sobre todo en las inmediaciones de su casa.
Alzó la voz y llamó a Lottie Karim.
—¿Quién es esta chica? Busca una foto suya en el registro de pasaportes, averigua dónde trabaja y todo lo que puedas sobre su pasado.
—Vale —dijo Lottie, y volvió a su mesa.
El jefe de asuntos económicos del SMP, Christer Sellberg, parecía más bien sorprendido. Dejó de lado esa hoja con nueve puntos breves que Erika Berger había presentado en la reunión semanal de la comisión presupuestaria. El jefe de presupuesto, Ulf Flodin, daba la impresión de estar preocupado. El presidente de la junta, Borgsjö, presentaba como siempre un aspecto neutro.
—Esto es imposible —constató Sellberg con una educada sonrisa.
—¿Por qué? —preguntó Erika Berger.
—La junta nunca lo aprobará. No tiene ni pies ni cabeza.
—Volvamos al principio —propuso Erika Berger—. A mí me han contratado para que el SMP vuelva a reportar beneficios. Pero para conseguirlo, necesito algo con lo que trabajar, ¿no?
—Sí, pero…
—No puedo sacarme de la manga el contenido del periódico como por arte de magia, formulando deseos desde mi jaula.
—Me temo que no has entendido cuál es nuestra realidad económica.
—Es posible. Pero sé cómo hacer un periódico. Y la realidad es que durante los últimos quince años la plantilla del SMP se ha visto reducida en ciento dieciocho personas. Es cierto que la mitad eran grafistas que han sido sustituidos por las nuevas tecnologías etcétera, pero durante ese mismo tiempo el número de reporteros despedidos ha sido de cuarenta y ocho.
—Esos recortes fueron necesarios. Si no los hubiésemos realizado, haría ya mucho tiempo que el periódico habría cerrado.
—Dejemos por un momento lo que es necesario y lo que no. Durante los últimos tres años han desaparecido dieciocho puestos de reportero. Encima, la situación actual es que nueve puestos del SMP se encuentran vacantes y han sido sólo parcialmente cubiertos por suplentes temporales. La redacción de deportes necesita con urgencia más personal. Se supone que deben ser nueve empleados, pero hace más de un año que están con dos puestos sin cubrir.
—Se trata de ahorrar dinero. Es así de sencillo.
—La sección de cultura tiene tres puestos vacantes. En la de economía falta una persona. En la práctica, la redacción de asuntos jurídicos no existe: allí lo que hay es un jefe de redacción que va cogiendo reporteros de la redacción general para cada trabajo. Etcétera. El SMP lleva al menos ocho años sin efectuar una cobertura seria ni de las instituciones ni de las autoridades oficiales. Ahí dependemos totalmente de los freelance y del material que produce la agencia TT… y, como ya sabes, hace años que la TT cerró la redacción especializada en esos temas. En otras palabras, no hay ni una sola redacción en toda Suecia que se ocupe de las autoridades y de las instituciones del Estado.
—La prensa escrita se encuentra en una situación delicada…
—La realidad es ésta: o se cierra inmediatamente el SMP o la junta se decanta por una solución ofensiva. Cada vez tenemos menos empleados, y los que quedan se ven obligados a producir cada vez más textos. Los artículos son pésimos, superficiales y sin ninguna credibilidad. Por lo tanto, la gente deja de leer el SMP.
—No lo entiendes…
—Ya me he cansado de oír que no lo entiendo. No soy una becaria que ha venido aquí para que la entretengan.
—Pero tu propuesta es una locura.
—¿Por qué?
—Estás proponiendo que el periódico deje de ser una empresa que obtenga beneficios.
—Oye, Sellberg, durante este año les vas a entregar unos enormes dividendos a los veintitrés accionistas del diario. A eso hay que sumarle unas bonificaciones completamente absurdas que van a recibir nueve personas de la junta directiva y que le costarán al periódico cerca de diez millones de coronas. Te has asignado a ti mismo una bonificación de cuatrocientas mil coronas como premio por haber administrado los recortes del SMP. Es cierto que no es nada en comparación con las bonificaciones que han rapiñado algunos directores de Skandia, pero para mí no vales ni un solo céntimo. Las bonificaciones deben entregarse cuando alguien hace algo que fortalece al SMP. En realidad tus recortes han debilitado al periódico y han incrementado la crisis.
—Eso es muy injusto. La junta ha aprobado cada una de las medidas que he tomado.
—La junta ha aprobado tus medidas porque le garantizas un reparto de dividendos cada año. Eso tiene que acabar ya. Ahora mismo.
—¿Hablas en serio cuando propones que la junta elimine todos los dividendos de las acciones y todas las bonificaciones? ¿Y crees que los accionistas van a aceptarlo?
—Lo que propongo es que este año se adopte un sistema de cero beneficios. Supondría un ahorro de casi veintiún millones y la posibilidad de reforzar la plantilla y la economía del SMP. También propongo una reducción del salario de los jefes. Yo cobro al mes ochenta y ocho mil coronas, algo que es un auténtico disparate para un periódico que ni siquiera se pueda permitir cubrir las vacantes de la redacción de deportes.
—O sea, ¿que quieres bajarte el sueldo? ¿Estás abogando por una especie de comunismo salarial?
—No digas chorradas. Incluyendo tus bonificaciones anuales, tu sueldo es de ciento doce mil coronas al mes. Es demencial. Si el periódico tuviera estabilidad y reportara unos tremendos beneficios no me importaría que entregaras los dividendos que quisieras. Pero este año no es precisamente el mejor momento para que te aumentes la bonificación. Mi sugerencia es que se reduzcan a la mitad todos los salarios de la dirección.
—Creo que no entiendes que si nuestros accionistas son accionistas, es porque quieren ganar dinero. Se llama capitalismo. Si tu idea es que pierdan dinero, ya no querrán ser accionistas.
—Mi idea no es que pierdan dinero, aunque también se podría llegar a esa situación. La propiedad conlleva una responsabilidad. Como bien señalas, estamos hablando de capitalismo. Los propietarios del SMP quieren obtener beneficios. Pero son las leyes del mercado las que dictan si habrá beneficios o pérdidas. Con tu razonamiento lo que consigues es que las reglas del capitalismo se apliquen de modo selectivo a los empleados del SMP, pero no a los accionistas ni a ti mismo.
Sellberg suspiró y, elevando la vista, puso los ojos en blanco. Desamparado, buscó a Borgsjö con la mirada. Éste estudiaba pensativamente el programa con los nueve puntos de Erika Berger.
Mónica Figuerola esperó durante cuarenta y nueve minutos a que Göran Mårtensson y esa persona desconocida que lo acompañaba salieran del portal de Bellmansgatan 1. Cuando echaron a andar cuesta arriba, en dirección a ella, Mónica levantó su Nikon con teleobjetivo de 300 milímetros e hizo dos fotos. Dejó la cámara en la guantera y, al ponerse a mirar el mapa de nuevo, alzó casualmente la vista. Abrió los ojos de par en par. En lo alto de Bellmansgatan, justo al lado de la puerta de Mariahissen, había una mujer morena grabando a Mårtensson y a su cómplice con una cámara digital. ¿Qué coño es esto…? ¿Se está celebrando algún congreso de espías en Bellmansgatan?
Mårtensson y el hombre desconocido se separaron en lo alto de la cuesta sin intercambiar ni una sola palabra. Mårtensson se dirigió hacia Tavastgatan para coger su coche. Arrancó, se incorporó al tráfico y desapareció del campo de visión de Mónica Figuerola.
Mónica miró por el retrovisor y se encontró con la espalda del hombre del mono azul. Levantó la mirada y vio que la mujer de la cámara había dejado de filmar y que venía hacia ella pasando por delante de Laurinska huset.
¿Cara o cruz? Ya sabía quién era Göran Mårtensson y a qué se dedicaba. Tanto el hombre del mono azul como la mujer de la cámara eran caras desconocidas. Pero si salía del coche corría el riesgo de ser descubierta por la mujer.
Se quedó quieta. Por el retrovisor vio al hombre del mono azul girar a la izquierda y adentrarse en Brännkyrkagatan. Esperó a que la mujer de la cámara llegara al cruce, pero ésta, en vez de seguir al hombre del mono, giró 180 grados y empezó a caminar cuesta abajo en dirección a Bellmansgatan 1. Mónica Figuerola le echó unos treinta y cinco años. Tenía el pelo moreno y corto y vestía vaqueros oscuros y cazadora negra. En cuanto bajó la cuesta un poco, Mónica Figuerola abrió de golpe la puerta del coche y salió corriendo hacia Brännkyrkagatan. No pudo ver al hombre del mono. Un segundo después, una furgoneta Toyota, que estaba aparcada junto a la acera, arrancó y se incorporó al tráfico. Mónica Figuerola vio a un hombre de medio perfil y memorizó la matrícula. De todos modos, aunque perdiera la matrícula no sería difícil rastrearlo. En los laterales del vehículo se podía leer «Cerrajería Lars Faulsson» y había un número de teléfono.
No hizo ningún intento de volver a su coche para seguir a la Toyota. En su lugar, volvió andando a paso lento. Llegó a lo alto de la cuesta justo a tiempo para ver a la mujer de la cámara entrando en el portal del edificio donde se hallaba el apartamento de Mikael Blomkvist.
Se sentó en el coche y apuntó tanto la matrícula como el número de teléfono de la cerrajería de Lars Faulsson. Luego se rascó la cabeza: qué tráfico más misterioso había en torno al domicilio de Mikael Blomkvist. Acto seguido, levantó la mirada hacia el tejado del inmueble de Bellmansgatan 1. Sabía que Mikael Blomkvist vivía en un ático, pero según los planos de la oficina municipal de urbanismo estaba ubicado en la parte trasera del inmueble y tenía unas ventanas abuhardilladas que daban a la bahía de Riddarfjärden y a Gamla Stan. Una vivienda exclusiva en un barrio histórico. Se preguntó si Blomkvist sería uno de esos arrogantes nuevos ricos.
Tras nueve minutos de espera, la mujer de la cámara salió del portal. En lugar de subir la cuesta hasta Tavastgatan, siguió bajando y giró a la derecha doblando la esquina del Pryssgränd. «Mmm». Como tuviera un coche aparcado en Pryssgränd, Mónica Figuerola ya estaba perdida. Pero si se fuera andando, sólo podría salir de aquel fregado de un único modo: subiendo a Brännkyrkagatan por Pustegränd, cerca de Slussen.
Mónica Figuerola salió del vehículo y giró a la izquierda entrando por Brännkyrkagatan con dirección a Slussen. Casi había llegado a Pustegränd cuando la mujer de la cámara apareció ante ella. Bingo. La siguió. Pasó el Hilton y fue a salir a Södermalmstorg, frente al museo de la ciudad, en Slussen. La mujer caminaba apresurada y decididamente sin mirar a su alrededor. Mónica Figuerola le dio unos treinta metros. Desapareció por la entrada del metro de Slussen y Mónica Figuerola aligeró el paso, pero se detuvo al ver que la mujer se dirigía al quiosco de Pressbyrån en vez de pasar por los torniquetes.
Mónica Figuerola contempló a la mujer mientras ésta esperaba su turno. Medía poco más de un metro y setenta centímetros y parecía estar en relativa buena forma. Llevaba zapatillas de hacer footing. Cuando la vio plantada allí de pie, frente a la ventanilla del quiosco, a Mónica Figuerola se le ocurrió de repente que se trataba de una policía. La mujer compró una cajita de snus Catch Dry, volvió a salir a Södermalmstorg y giró a la derecha por Katarinavägen.
Mónica Figuerola la siguió. Estaba bastante segura de que la mujer no había reparado en su presencia. A la altura de McDonald's, ésta desapareció de su campo de visión al doblar la esquina y Mónica fue tras ella a toda prisa, aunque manteniendo una distancia de unos cuarenta metros.
Al volver la esquina, la mujer se había esfumado sin dejar rastro. Mónica Figuerola se detuvo asombrada. Mierda. Paseó despacio examinando los portales. Luego sus ojos se fijaron en un letrero: Milton Security.
Mónica Figuerola asintió para sí misma y regresó caminando a Bellmansgatan.
Cogió el coche, subió hasta Götgatan, donde se encontraba la redacción de Millennium, y se pasó la siguiente media hora dando vueltas por las calles aledañas a la redacción. Fue incapaz de encontrar el coche de Mårtensson. A la hora de comer, volvió a la jefatura de Kungsholmen y estuvo una hora haciendo pesas en el gimnasio.
—Tenemos un problema —dijo Henry Cortez.
Malin Eriksson y Mikael Blomkvist levantaron la vista del manuscrito del libro sobre el caso Zalachenko. Era la una y media de la tarde.
—Siéntate —dijo Malin.
—Se trata de Vitavara AB, la empresa que fabrica inodoros en Vietnam para venderlos luego a mil setecientas coronas la unidad.
—Vale. ¿Y en qué consiste el problema? —preguntó Mikael.
—Vitavara AB es una filial de SveaBygg AB.
—Ya. Es una empresa bastante grande.
—Sí. El presidente de la junta directiva se llama Magnus Borgsjö y es un profesional de las juntas directivas. Entre otras, preside la del Svenska Morgon-Posten, de la cual posee más del diez por ciento.
Mikael le echó una incisiva mirada a Henry Cortez.
—¿Estás seguro?
—Sí. El jefe de Erika Berger es un puto delincuente que utiliza mano de obra infantil en Vietnam.
—¡Ufff! —soltó Malin Eriksson.
El secretario de redacción, Peter Fredriksson, parecía sentirse incómodo cuando, con toda prudencia, llamó a la puerta de Erika Berger sobre las dos de la tarde.
—Sí.
—Bueno, verás, me da un poco de vergüenza. Pero hay alguien de la redacción que ha recibido un correo tuyo.
—¿Mío?
—Sí. Me temo que sí.
—¿Y de qué trata?
Le dio unos folios que contenían unos cuantos correos dirigidos a una tal Eva Carlsson, una suplente de veintiséis años de la sección de cultura. En la casilla del remitente se podía leer erika.berger@smpost.se.
Eva, amor mío: Quiero acariciarte y besarte los pechos. Ardo en deseos y no me puedo controlar. Te pido que correspondas a mis sentimientos. ¿Podríamos vernos? Erika.
Eva Carlsson no había contestado a esta primera propuesta, lo cual provocó otros dos correos durante los siguientes días:
Eva, mi amor: Te pido que no me rechaces. Estoy loca de deseo. Te quiero desnuda. Tengo que poseerte. Haré que lo pases muy bien. Nunca te arrepentirás. Voy a besar cada centímetro de tu desnuda piel, tus hermosos pechos y tu deliciosa cueva. Erika.
Eva: ¿Por qué no contestas? No tengas miedo. No me rechaces. Tú ya no eres virgen; ya sabes de qué va esto. Quiero acostarme contigo, te recompensaré de sobra. Si tú eres buena conmigo, yo lo seré contigo. Has pedido que se te prolongue la suplencia. En mi mano está prolongarla e incluso convertirla en un puesto fijo. Te espero esta noche a las 21.00 en el aparcamiento, junto a mi coche. Tu Erika.
—Vale —dijo Erika Berger—. Y ahora ella se está preguntando si soy yo la que le está enviando esas cochinas proposiciones.
—No exactamente… Quiero decir… Bah…
—Peter, habla claro.
—Puede que lo medio pensara en un primer momento, cuando recibió el primer correo, o, por lo menos, que se sorprendiera bastante. Pero luego se dio cuenta de que era absurdo y de que ése no era precisamente tu estilo. Y…
—¿Y qué?
—Bueno, pues que le da corte y no sabe qué hacer: Hay que mencionar también que te admira mucho y que le gustas mucho… como jefa, quiero decir. Así que ha venido a verme y me ha pedido consejo.
—Entiendo. ¿Y tú qué le has dicho?
—Le he dicho que esto es obra de alguien que ha falsificado tu dirección de correo y que la está acosando. O que os está acosando a las dos. Y me he ofrecido a hablar contigo sobre el asunto.
—Gracias. ¿Puedes hacerme el favor de decirle que venga a verme dentro de diez minutos?
Erika empleó ese tiempo en escribir un correo cien por cien suyo:
Debido a los hechos acontecidos debo informar de que una colaboradora del SMP ha recibido una serie de correos electrónicos que dan la impresión de haber sido enviados por mí y que contienen groseras insinuaciones sexuales. Yo misma he recibido unos cuantos correos de contenido vulgar de una presunta «redacción central» del SMP. Como ya sabéis, no existe tal dirección en el periódico.
He consultado con el jefe técnico y me ha dicho que es muy fácil falsificar una dirección de correo electrónico. No sé muy bien cómo se hace pero, al parecer, hay páginas web en Internet donde se pueden conseguir cosas así. Por desgracia, debo llegar a la conclusión de que hay alguna persona enferma que se está dedicando a esto.
Quiero saber si hay más colaboradores que hayan recibido correos electrónicos raros. En tal caso, quiero que se pongan inmediatamente en contacto con el secretario de redacción, Peter Fredriksson. Si esta ignominia continúa, tendremos que considerar la posibilidad de denunciarlo a la policía.
Erika Berger, redactora jefe.
Lo imprimió y luego le dio a «enviar» para que les llegara a todos los empleados del SMP. En el mismo instante, Eva Carlsson llamó a la puerta.
—Hola. Siéntate —le pidió Erika—. Me han dicho que has recibido correos míos.
—Bah, no creo que sean tuyos.
—Pues hace treinta segundos sí has recibido uno mío. Lo he redactado yo misma y se lo he enviado a todos los empleados.
Le dio a Eva Carlsson la hoja impresa.
—De acuerdo. Muy bien —dijo Eva Carlsson.
—Lamento que alguien te haya elegido como blanco para esta desagradable campaña.
—No tienes que pedir perdón por algo que es obra de algún chalado.
—Sólo quería asegurarme de que no te quedaba ninguna sospecha en cuanto a mi relación con esos correos.
—Nunca he pensado que los hayas mandado tú.
—Vale, gracias —respondió Erika sonriendo.
Mónica Figuerola dedicó la tarde a recabar información. Empezó solicitando al registro de pasaportes una foto de Lars Faulsson para verificar que se trataba de la persona a la que había visto en compañía de Göran Mårtensson. Luego efectuó una búsqueda en el registro criminal y obtuvo un rápido resultado.
Lars Faulsson, de cuarenta y siete años de edad y conocido con el apodo de Falun, inició su carrera con el robo de un coche cuando contaba diecisiete. En los años setenta y ochenta fue detenido en dos ocasiones y procesado por robo, hurto grave y receptación. La primera vez lo condenaron a una pena de cárcel no muy dura y la segunda a tres años de reclusión. Por aquel entonces era considerado como up and coming en los círculos delictivos. Lo interrogaron como sospechoso de al menos otros tres robos, uno de los cuales fue un golpe relativamente complicado que recibió mucha atención mediática y en el que abrieron la caja fuerte de unos grandes almacenes de Västerås. A partir de 1984, una vez cumplida la condena se mantuvo a raya, o como mínimo no participó en ningún golpe que acabara en arresto o condena. Se reeducó como cerrajero (¡menuda casualidad!) y en 1987 fundó su propia empresa: Cerrajería Lars Faulsson, con domicilio fiscal en Norrtull.
Identificar a la desconocida mujer que había filmado a Mårtensson y Faulsson resultó ser más sencillo de lo que Mónica se había imaginado. Simplemente, llamó a Milton Security y explicó que buscaba a una empleada que conoció hacía ya tiempo y de cuyo nombre se había olvidado. Sin embargo, podía dar una buena descripción de ella. La recepción le informó de que parecía tratarse de Susanne Linder y le pasó la llamada. Cuando Susanne Linder se puso al teléfono, Mónica Figuerola pidió perdón y dijo que se había confundido de número.
Entró en los registros del padrón y constató que en la región de Estocolmo había dieciocho Susanne Linder. Tres de ellas rondaban los treinta y cinco años. Una vivía en Norrtälje, otra en Estocolmo y la última en Nacka. Solicitó sus fotos de pasaporte y enseguida pudo identificar a la mujer a la que había seguido desde Bellmansgatan como la Susanne Linder que residía en Nacka.
Redactó un informe en el que resumió el trabajo del día y fue a ver a Torsten Edklinth a su despacho.
A eso de las cinco, Mikael Blomkvist cerró la carpeta del material de investigación de Henry Cortez y la apartó con desprecio. Christer Malm dejó el texto impreso de Henry Cortez que había leído ya cuatro veces. Henry Cortez estaba sentado en el sofá del despacho de Malin Eriksson con cara de culpable.
—¿Un café? —preguntó Malin, levantándose. Volvió con una cafetera y cuatro tazas.
Mikael suspiró.
—Es un reportaje cojonudo —dijo—. Una investigación de primera. Todo documentado. Una dramaturgia perfecta con un bad guy que estafa a los suecos valiéndose del sistema, algo que es cien por cien legal, pero que es tan jodidamente avaro y estúpido que se aprovecha de una empresa de Vietnam que utiliza mano de obra infantil.
—Además, está muy bien escrito —dijo Christer Malm—. En cuanto esto se publique, Borgsjö se convertirá en persona non grata para toda la industria sueca. La televisión va a morder el anzuelo. Acabará junto a los directores de Skandia y otros timadores. Un auténtico scoop de Millennium. Buen trabajo, Henry.
Mikael asintió.
—Pero lo de Erika nos ha aguado la fiesta —dijo.
Christer Malm asintió.
—Pero ¿por qué es eso un problema? —preguntó Malin—. No es ella la que ha cometido el delito. Se supone que podemos investigar al presidente de cualquier junta directiva, aunque dé la casualidad de que se trate del jefe de Erika.
—Es un problema gordo —dijo Mikael.
—Erika Berger no ha dejado de trabajar aquí —comentó Christer Malm—. Es propietaria de un treinta por ciento de Millennium y está en nuestra junta. Es incluso presidenta de la junta hasta que podamos elegir a Harriet Vanger en la próxima reunión, que no se celebrará hasta agosto. Y Erika trabaja para el SMP, de cuya junta directiva también forma parte y a cuyo presidente vamos a denunciar nosotros.
Silencio sepulcral.
—Entonces, ¿qué diablos hacemos? —preguntó Henry Cortez—. ¿Cancelamos el reportaje?
Mikael miró a Henry Cortez a los ojos.
—No, Henry. No vamos a cancelar ningún reportaje. En Millennium no trabajamos así. Pero eso va a exigir un poco de esfuerzo por nuestra parte. No podemos echárselo a Erika así como así, publicándolo sin hablar antes con ella.
Christer Malm asintió y levantó un dedo al aire.
—Vamos a poner a Erika en un aprieto que no veas. Ahora tendrá que elegir entre vender su parte y dimitir de inmediato de la junta de Millennium o, en el peor de los casos, ser despedida del SMP. Pase lo que pase acabará viéndose envuelta en un terrible conflicto de intereses. Sinceramente, Henry: estoy con Mikael en que hay que publicar la historia, pero quizá tengamos que aplazarlo un mes.
Mikael asintió.
—Porque nosotros también estamos en un conflicto de lealtades —dijo.
—¿La llamo? —preguntó Christer Malm.
—No —dijo Mikael—. Ya la llamaré yo para quedar con ella. Esta misma noche, si puede ser.
Torsten Edklinth escuchaba con atención a Mónica Figuerola mientras ésta le resumía toda la movida que se había montado en torno a la vivienda de Mikael Blomkvist en Bellmansgatan 1. Sintió que el suelo se movía levemente bajo sus pies.
—O sea, que un empleado de la DGP/Seg entró en el portal de la casa de Mikael Blomkvist acompañado de un reventador de cajas fuertes convertido en cerrajero.
—Correcto.
—¿Y qué crees que harían allí?
—No lo sé. Pero estuvieron cuarenta y nueve minutos. Una posibilidad sería, por supuesto, que Faulsson abriera la puerta y que Mårtensson pasara ese tiempo en el apartamento de Blomkvist.
—Pero ¿para qué?
—Bueno, no creo que fueran a instalar equipos de escucha porque en eso sólo se tarda un minuto. Así que supongo que Mårtensson ha estado hurgando entre los papeles de Blomkvist o en lo que haya de interés en esa casa.
—Pero Blomkvist está prevenido… ya robaron el informe de Björck de su casa.
—Eso es. Sabe que lo están vigilando y él vigila a los que lo vigilan a él. Mantiene la cabeza fría.
—¿Por qué?
—Tendrá un plan. Estará recopilando información para denunciar a Mårtensson. Es lo único lógico.
—Y luego va y aparece esa mujer: Linder.
—Susanne Linder, de treinta y cuatro años de edad, residente en Nacka. Ex policía.
—¿Policía?
—Se graduó en la Academia de policía y trabajó durante seis años en una patrulla del distrito de Södermalm. Y, de repente, dejó el cuerpo. No hay nada entre sus papeles que explique por qué. Estuvo unos meses en el paro hasta que fue contratada por Milton Security.
—Dragan Armanskij —dijo Edklinth, pensativo—. ¿Cuánto tiempo permaneció en el edificio?
—Nueve minutos.
—¿Y qué hizo?
—Yo diría que, como estuvo grabando a Mårtensson y Faulsson en la calle, estaba documentando sus actividades. Eso quiere decir que Milton Security trabaja con Blomkvist y que han colocado cámaras de vigilancia en la casa o en la escalera. Es probable que ella entrara para hacerse con el contenido de las cámaras.
Edklinth suspiró. El asunto Zalachenko empezaba a resultar extremadamente complicado.
—De acuerdo. Gracias. Puedes irte a casa. Tengo que reflexionar sobre todo esto.
Mónica Figuerola se fue al gimnasio de Sankt Eriksplan y se entregó al ejercicio.
Mikael Blomkvist usó su otro teléfono, el T10 azul de Ericsson, para marcar el número de Erika Berger del SMP. La cogió en medio de una discusión que estaba teniendo con los editores de textos acerca del enfoque que había que darle a un artículo sobre terrorismo internacional.
—Hombre, Mikael, hola… Espera un momento.
Erika tapó el auricular con la mano y miró a su alrededor.
—Creo que hemos terminado —dijo antes de dar unas últimas instrucciones sobre cómo lo quería. Cuando se quedó sola en su jaula de cristal se llevó nuevamente el teléfono a la oreja—. Hola, Mikael. Perdóname por no haberte llamado. Es que estoy hasta arriba de trabajo. Hay miles de cosas nuevas.
—Pues yo tampoco he estado lo que se dice ocioso —le contestó Mikael.
—¿Cómo va la historia Salander?
—Bien. Pero no te llamo por eso. Necesito verte. Esta noche.
—Ojalá pudiera, pero tengo que quedarme aquí hasta las ocho. Y estoy hecha polvo. Llevo al pie del cañón desde las seis de la mañana.
—Ricky… no me refiero a alimentar tu vida sexual. Necesito hablar contigo. Es importante.
Erika se calló un segundo.
—¿De qué se trata?
—Te lo diré cuando nos veamos. Pero no es muy divertido.
—De acuerdo. Pasaré por tu casa sobre las ocho y media.
—No, en mi casa no. Es una larga historia, pero, de momento, no es un buen sitio. Pásate por Samirs gryta y nos tomamos una caña.
—Conduzco.
—Vale. Entonces una sin alcohol.
Erika Berger estaba algo irritada cuando apareció por la puerta de Samirs gryta a las ocho y media. Tenía cargo de conciencia por no haber dado señales de vida a Mikael desde que entró en el SMP. Pero es que en su vida había andado tan liada como ahora.
Mikael levantó la mano desde una mesa del rincón que estaba junto a la ventana. Ella se detuvo en seco en la misma entrada. Por un instante, Mikael le pareció una persona completamente extraña; fue como si lo viera con nuevos ojos: ¿Quién es ése? ¡Dios mío, qué cansada estoy! Luego él se levantó, le dio un beso en la mejilla y ella cayó en la cuenta, para su gran horror, de que llevaba varias semanas sin ni siquiera pensar en él y de que lo echaba de menos con locura. Tuvo la sensación de que los días pasados en el SMP habían sido un sueño y de que, de un momento a otro, iba a despertarse en el sofá de Millennium. Todo le pareció irreal.
—Hola, Mikael.
—Hola, redactora jefe. ¿Has cenado?
—Son las ocho y media. No comparto tus asquerosos horarios de cena.
Pero luego notó que tenía un hambre de mil demonios. Samir se acercó con la carta y ella pidió una cerveza sin alcohol y un pequeño plato de calamares con patatas al horno. Mikael pidió un cuscús y otra cerveza «sin».
—¿Cómo estás? —preguntó ella.
—Estamos viviendo una época interesante. Bastante liado, la verdad.
—¿Qué tal Salander?
—Ella forma parte de lo interesante.
—Micke, no tengo ninguna intención de robarte el reportaje.
—Perdona… no es que esté esquivando tus preguntas. Ahora mismo las cosas son un poco confusas. No me importa contártelo todo, pero me llevaría la noche entera. ¿Qué tal es ser jefa del SMP?
—Bueno, no es precisamente como Millennium.
Guardó silencio un instante.
—Cuando llego a casa me apago como una vela y me quedo frita enseguida, y en cuanto me despierto no hago más que ver cálculos de presupuestos por todas partes. Te he echado de menos. ¿Nos vamos a tu casa? No me quedan fuerzas para el sexo, pero me encantaría acurrucarme contigo y dormir a tu lado.
—Sorry, Ricky. Ahora mismo mi apartamento no es el mejor sitio.
—¿Por qué no? ¿Ha pasado algo?
—Bueno… una banda ha pinchado los teléfonos y están escuchando lo que allí se dice. He instalado cámaras ocultas de vigilancia que muestran todo lo que ocurre en cuanto salgo por la puerta. Creo que vamos a privar a la posteridad de tu culo desnudo.
—¿Me estás tomando el pelo?
Él negó con la cabeza.
—No. Pero no es por eso por lo que necesitaba verte.
—¿Qué ha pasado? Tienes una cara muy rara.
—Bueno… tú has empezado a trabajar en el SMP. Y en Millennium nos hemos topado con una historia que va a hundir al presidente de tu junta directiva. Va sobre la explotación laboral infantil y sobre presos políticos en Vietnam. Creo que hemos ido a parar a un conflicto de intereses.
Erika dejó el tenedor y se quedó mirando fijamente a Mikael. Se dio cuenta enseguida de que no estaba bromeando.
—Como lo oyes —dijo—. Borgsjö es el presidente de la junta directiva y el mayor accionista de una empresa que se llama SveaBygg y que tiene una filial, llamada Vitavara AB, de la cual es la única propietaria. Fabrican inodoros en una empresa en Vietnam que ha sido denunciada por la ONU por utilizar mano de obra infantil.
—¿Me lo puedes repetir, por favor?
Mikael le contó con todo detalle la historia que Henry Cortez había descubierto. Abrió su cartera y sacó una copia de la documentación. Erika leyó lentamente el artículo de Cortez. Al final levantó la mirada, que se cruzó con la de Mikael. Sintió una mezcla de pánico irracional y desconfianza.
—¿Cómo coño es posible que lo primero que hace Millennium cuando yo lo dejo sea investigar con lupa a la junta directiva del SMP?
—No es eso, Ricky.
Explicó cómo se había ido componiendo el reportaje.
—¿Y cuánto tiempo hace que lo sabes?
—Desde esta misma tarde. Siento un profundo malestar ante todo esto.
—¿Y qué vais a hacer?
—No lo sé. Tenemos que publicarlo. No podemos hacer una excepción sólo porque se trate de tu jefe. Pero no queremos hacerte daño. —Abrió los brazos en un gesto de desesperación—. Lo estamos pasando bastante mal. Sobre todo Henry.
—Estoy todavía en la junta directiva de Millennium. Soy copropietaria… Lo van a ver como…
—Sé cómo lo van a ver. Te cubrirán de mierda.
Un profundo cansancio se apoderó de Erika. Apretó los dientes y reprimió el impulso de pedirle a Mikael que silenciara el reportaje.
—¡Dios! ¡Mierda! —dijo—. ¿Y estáis seguros de que la historia se sostiene…?
Mikael asintió.
—Me he pasado toda la tarde repasando la documentación de Henry. Ya sólo queda entrar a matar.
—¿Y qué vais a hacer?
—¿Qué habrías hecho tú si hubiésemos encontrado esta historia dos meses antes?
Erika Berger observó atentamente al que, desde hacía más de veinte años, era su amigo y amante. Luego bajó la mirada.
—Lo sabes muy bien.
—Todo esto es una maldita y desafortunada casualidad. Nada de esto va dirigido contra ti. Lo siento mucho, de verdad. Por eso he insistido tanto en verte cuanto antes. Tenemos que buscar una solución.
—¿Tenemos? ¿Quiénes? ¿Tú y yo?
—Eso es… Este reportaje iba a publicarse en el número de junio. Lo he aplazado. Se publicará como muy pronto en agosto, pero lo podemos aplazar algo más si es necesario.
—Entiendo.
Su voz adquirió un tono amargo.
—Propongo que esta noche no tomemos ninguna decisión. Coge esta documentación, llévatela a casa y reflexiona sobre todo esto con tranquilidad. No hagas nada hasta que no hayamos decidido una estrategia común. Hay tiempo.
—¿Estrategia común?
—O dimites de la junta de Millennium antes de que lo publiquemos o te vas del SMP. Pero no puedes estar en misa y repicando.
Ella asintió.
—Todo el mundo me asocia tanto a Millennium que, por mucho que dimita, nadie se va a creer que no tenga nada que ver con esto.
—Hay otra alternativa. Puedes llevarte el reportaje al SMP, te enfrentas a Borgsjö y exiges su dimisión. Estoy convencido de que Henry Cortez no tendrá nada en contra. Pero ni si te ocurra mover un dedo antes de que nos pongamos todos de acuerdo.
—Así que pretendes que lo primero que haga nada más entrar en el periódico sea conseguir que el hombre que me contrató dimita.
—Lo siento.
—No es mala persona.
Mikael movió la cabeza en un gesto afirmativo.
—Te creo. Pero es avaro.
Erika asintió. Se levantó.
—Me voy a casa.
—Ricky, yo…
Ella le interrumpió.
—Es que estoy hecha polvo. Gracias por ponerme sobre aviso. Necesito tiempo para pensar en las consecuencias de todo esto.
Se fue sin darle un beso y lo dejó con la cuenta.
Erika Berger tenía el coche aparcado a doscientos metros de Samirs gryta y ya había recorrido la mitad del camino cuando sintió que le palpitaba tanto el corazón que tuvo que parar y apoyarse contra la pared de un portal. Estaba mareada.
Se quedó un buen rato respirando el aire fresco de mayo. De repente, se dio cuenta de que, desde el uno de mayo, llevaba trabajando una media de quince horas diarias. Casi tres semanas. ¿Cómo estaría dentro de tres años? ¿Qué sentiría Morander cuando cayó muerto al suelo en medio de la redacción?
Al cabo de diez minutos volvió a Samirs gryta y se cruzó con Mikael justo cuando éste salía por la puerta. Él se detuvo asombrado.
—Erika…
—No digas nada, Mikael. Llevamos tanto tiempo de amistad que no hay nada que pueda destruirla. Tú eres mi mejor amigo y esto es como cuando tú te fuiste a Hedestad hace dos años, aunque al revés. Me siento muy infeliz y bajo mucha presión.
Él asintió y la abrazó. Ella notó que de golpe los ojos se le llenaban de lágrimas.
—Tres semanas en el SMP y ya estoy destrozada —dijo ella, riéndose.
—Bueno, bueno. Creo que se necesita un poco más para destrozar a Erika Berger.
—¡A la mierda tu casa! Estoy demasiado cansada como para volver a Saltsjöbaden. Me dormiré al volante y me mataré. Acabo de decidirlo. Iré andando hasta el Scandic Crown y cogeré una habitación. Acompáñame.
Él asintió.
—Ahora se llama Hilton.
—Pues como mierda se llame.
Recorrieron a pie la corta distancia. Ninguno de los dos dijo nada. Mikael había puesto el brazo sobre el hombro de Erika. Ella lo miró de reojo y se dio cuenta de que él estaba tan cansado como ella.
Nada más entrar en el hotel se dirigieron a la recepción, pidieron una habitación doble y pagaron con la tarjeta de crédito de Erika. Subieron, se desnudaron, se ducharon y se metieron bajo las sábanas. A Erika le dolían mucho los músculos, como si acabara de correr el maratón de Estocolmo. Estuvieron abrazados un rato y luego se apagaron como velas.
Ninguno de los dos tuvo la sensación de que los habían estado vigilando. No advirtieron al hombre que los observaba en la misma entrada del hotel.