Kathia
El aeródromo privado de los Gabbana estaba totalmente vallado (casi parecía una cárcel). Había una pequeña torre de control donde aparentemente no había nadie. Pensé que no haría falta ningún controlador aéreo en ese momento porque los pilotos podrían seguir las instrucciones del aeropuerto comercial. Seguramente ya tendrían el permiso para volar.
Cristianno frunció el ceño, extrañado al ver que en el puesto de seguridad no había nadie.
—Qué extraño. Aquí suele haber vigilancia las veinticuatro horas del día.
—Tal vez se haya tomado un descanso —dije con la esperanza de encontrar una explicación.
Suspiró y bajó del coche para abrir la verja él mismo. Entró en la garita de seguridad y pulsó varios botones. La puerta metálica comenzó a moverse y Cristianno volvió a montarse en el coche.
Aceleró y nos adentramos en el aeródromo. Cristianno observaba todo a nuestro alrededor con una atención especial. Me intranquilicé. ¿Qué era lo que tanto le inquietaba? Estaba claro que debía ser algo importante porque él no solía incomodarse sin motivos.
Observé el jet. La escalera ya estaba lista para que subiéramos y la puerta, abierta de par en par. Solo nos acompañarían Enzo y Maximiliano, los pilotos, y Giselle, la azafata.
Por un momento me relajé y sonreí para mis adentros; la idea de marcharme a vivir con Cristianno me parecía maravillosa, y, aunque tenía algo de fobia a los aviones, no veía la hora de montarme en ese jet e irme a Londres. Tenía ganas de conocer la ciudad, ser una persona anónima en el Reino Unido. Me fascinaba la idea de conocer lugares nuevos… Volví a la realidad con la pesadumbre de saber si Ying estaría bien. No conocía a esa muchacha, pero no quería que sufriera por culpa de su padre.
De soslayo, vi el rostro tenso de Cristianno. Sus facciones no habían cambiado en absoluto. Incluso parecían más inquietas.
Le seguí por las escaleras hasta que extendió su brazo para que yo no pudiera pasar. No lo entendí hasta que me asomé por encima de su hombro. Había un charco de sangre en la entrada del jet y las paredes y la puerta estaban llenas de huellas ensangrentadas.
Me agarré al brazo de Cristianno mientras él cogía su pistola. Ahora comprendía por qué no había nadie en el puesto de vigilancia. Tal vez lo habían matado y habían escondido su cadáver.
Avanzó un paso terminando de subir el último escalón y me sujetó la mano. Me colocó detrás de él y me indicó con un gesto que no hiciera ruido. Asentí y apreté los labios para que no se notase que empezaban a temblar.
Entramos en el avión esquivando el pequeño charco de sangre y Cristianno miró hacia ambos lados. La puerta de la cabina estaba entornada, pero no se podía ver el interior. No parecía haber nadie allí; todo estaba en el más completo silencio.
Sí vimos signos de forcejeo en la moqueta, y también algunos arañazos en el filo de la puerta del lavabo. Respiré hondo e intenté dominarme. No podía dejar que el miedo se apoderara de mí, Cristianno me necesitaba fuerte.
Seguí el rastro de la sangre de la entrada con la mirada. Cristianno hizo lo mismo y ambos nos miramos comprendiendo que tras la puerta de la cabina podíamos encontrar una imagen aterradora, al menos para mí.
En el pequeño espacio entre la cabina de mando y la de pasajeros el catering estaba dispuesto para el viaje. Me acerqué a ese hueco y cogí un cuchillo de hoja ancha. Cristianno me observó, pero no puso impedimentos. Se agazapó y tensó los brazos. Observé cada uno de sus movimientos, tarde o temprano debería aprender a hacerlo igual si quería defenderme por mí misma. Aunque llegar al nivel de Cristianno era imposible. Su estilo era tan perfecto y tan cuidado que resultaba difícil pensar que se tratara de un adolescente de dieciocho años.
Empujó la puerta y apuntó hacia el frente. La imagen que esperábamos encontrar apareció ante nosotros y, como imaginaba, Cristianno no se inmutó. Continuó apuntando mientras recorría la cabina con la mirada.
Los dos pilotos del avión estaban muertos y los cristales de la cabina estaban completamente salpicados con su sangre. Uno de ellos estaba tendido en el suelo. Al parecer, había sido arrastrado. Puede que forcejeara e intentara escapar. Tenía dos disparos, uno en la pierna y otro en el pecho.
Me llevé las manos a la boca negando con la cabeza ante la escalofriante escena. Cristianno me cogió del brazo y me señaló que me quedara allí. Iba a inspeccionar el resto del avión. Volví a asentir con la cabeza, nerviosa por quedarme allí con los cadáveres.
Acarició mi mejilla mostrándome una mirada cansada, pero tenaz. Besé la palma de su mano y se marchó sigiloso. Yo decidí no mirar, pero cuando bajé la cabeza me topé con la hoja del cuchillo que había olvidado que empuñaba; en ella se reflejó la cara ensangrentada del piloto. Me giré para mirarle. Vestía de forma informal y llevaba anillo de casado. Ese hombre tenía una esposa y quizá hijos; una familia que alimentar. Es posible que supiera para qué clase de personas trabajaba, pero tal vez no tuviera nada que ver con ese mundo. Puede que solo trabajara para ellos para ganarse un sueldo y llegar a fin de mes de la mejor forma posible.
Sentí un escalofrío y volví a ver un reflejo en la hoja de aquel cuchillo. Unas esbeltas piernas, cubiertas con medias negras, se acercaban sigilosas hacia a mí. Iba descalza para no llamar la atención. Alcé un poco el cuchillo para ver quién era, aunque podía imaginarlo.
Giselle iba vestida con el uniforme de azafata y llevaba el cabello recogido en un moño. Su barbilla y sus manos estaban manchadas de sangre. Cristianno debía de haber pasado delante de ella sin descubrirla.
Me di la vuelta y la apunté con el cuchillo, pero ella hizo lo mismo encañonándome con una pistola. Torció el gesto y sonrió mostrando una dentadura perfecta y aterradora.
—Así que tú eres Kathia —musitó muy bajo.
Fruncí los labios.
—Y tú debes de ser la asesina de estos hombres, ¿me equivoco? —Le sostuve la mirada con firmeza.
—Vaya, eres justo como te describió Valentino —dijo Giselle con una mueca.
—¿Ah, sí? ¿cómo soy?
—Insolente, mordaz y arrogante. En realidad, dijo muchas cosas más, pero prefiero ahorrarme esa otra parte.
—Soy insolente con quien debo serlo. —Levanté el mentón y mostré un tono de voz firme y algo alto.
Cristianno nos tenía que escuchar.
—¿Por ejemplo?
—Contigo.
—Nena, te estoy apuntando con una pistola. Yo no he matado a los pilotos, pero no dudaré un segundo en matarte a ti.
Su amenaza no me hizo decaer.
—¿Por qué participas en esto?
—Bueno, digamos que cada uno tiene sus intereses y mis intereses se resumen en Cristianno. Cuando te conoció, creí que solo sería una aventura más. Pero me equivoqué, y el hecho de que esté haciendo todo esto por ti me molesta mucho. Así que me he tomado la libertad de llamar a tu padre y a Valentino. Espero que no te enfades. No tiene nada que ver contigo, solo quiero quitarte de en medio. Así que deja de apuntarme con ese cuchillo si no quieres que cambie de opinión y acabe matándote.
Eso era lo que quería. Nos había traicionado porque quería a Cristianno. Debía de ser una de sus amantes abandonadas y ardía de celos.
—No puedes obligarle a elegirte.
—No me importa que esté conmigo por obligación, Kathia. No soy como tú.
Supuse que se refería a mi relación con Valentino.
Miré el reloj con el rabillo del ojo. Ya eran las siete.
—¿También te han ofrecido dinero?
Giselle frunció el ceño. Lo único que quería era darle conversación hasta que Cristianno regresara del fondo del avión.
—Madre mía, nena, me estás provocando dolor de cabeza.
Enarqué las cejas, sorprendida al recordar que Cristianno me había dicho exactamente lo mismo para picarme. No pude evitar una sonrisa al pensar lo mucho que habían cambiado las cosas. Ahora él me pertenecía y yo le pertenecía a él. Y así seguiría siendo por mucho que se entrometieran.
—Eso mismo me dijo Cristianno antes de besarme. —Me tomé la libertad de cambiar un poco el contexto.
—Cállate —bisbiseó.
—¿Qué es lo que más te molesta? ¿Que Cristianno esté con otra o que no quiera nada contigo?
—He dicho que te calles.
Sería mejor cambiar de tema.
—Dime cuánto te han ofrecido.
—Que te respondan ellos mismos.
Aquella no era la respuesta que esperaba. Giselle entrecerró los ojos, se estaba preparando para atacar.
Cristianno
—Hola, Gabbana —saludó Angelo jocoso con las piernas cruzas y bebiendo plácidamente sobre el sofá de mi tío.
Valentino estaba frente a él, con una expresión mucho más glacial. Ambos parecían haberse librado de la explosión sin secuelas. A Angelo no lo había tenido controlado la noche anterior, pero había dejado inconsciente a Valentino un minuto antes de que el barco explotara. Y sin embargo, allí estaba, sano y salvo.
—Está muy mal lo que hicisteis anoche. Pobre Virginia y Jago. Si queríais venir a la fiesta solo teníais que decirlo. No tuvisteis miramientos.
—Vosotros tampoco cuando matasteis a Fabio —mascullé observando que Valentino se removía.
—Él nos traicionó…
—Eso fue después de que vosotros hicierais lo mismo —le interrumpí con furia.
—Habéis matado a mi hermano y eso tiene un precio —prosiguió Valentino, incorporándose.
Negué con la cabeza.
—Ya ha sido pagado. Una muerte por otra. Estamos en paz.
Así era como funcionaba la mafia, ellos lo sabían bien.
—Pues yo no me siento complacido.
—Por primera vez, estoy de acuerdo contigo —asentí.
Angelo se levantó del sofá y se acarició el poco cabello que tenía sin quitarme ojo de encima.
—Dime, Cristianno, ¿cómo puede tener tanto valor? Quiero decir, tenemos el aeródromo tomado. Ahora mismo es probable que te estén apuntando con un arma… ¿Cuántos, Valentino? —Miró al que consideraba su yerno.
—Yo veo seis puntos rojos desde aquí.
Miré mi jersey blanco y vi los seis puntos rojos titilando sobre mi pecho. Parecían que estaban jugando entre sí.
—Vaya, seis francotiradores. Y sigues manteniendo la compostura. Es una suerte que tengas el gen Gabbana, yo en tu lugar estaría cagado de miedo —dijo Angelo torciendo el gesto mientras miraba de reojo por las ventanas.
Era cierto, el aeródromo estaba tomado por los hombres de los Carusso y los Bianchi.
—Creo que eso se puede arreglar —terció Valentino observándome orgulloso.
Aun así, me negué a decaer mientras rezaba por que Kathia no saliera de la cabina de mando.
—Lo dudo —dije negando con la cabeza y mostrando la sonrisa sarcástica típica de mi padre.
—Cambiarás de opinión en unos segundos. ¡Giselle! —terminó gritando antes de que la azafata apareciera con Kathia. La apuntaba a la cabeza—. ¿Qué te parece? —sonrió Valentino.
Giselle, la misma chica que nos había acompañado a Hong Kong, la misma chica con la que había llenado varias noches vacías, estaba allí delante apuntando a la mujer de mi vida. Estaba desconcertado.
Fruncí el ceño intentado reprimir mis miedos.
—Tengo una pregunta, Angelo. —Tragué saliva y humedecí mis labios. Kathia parecía impasible, no noté temor en sus ojos—. ¿No sientes nada cuando ves a tu hija en una situación como esta?
—Las decisiones que ha tomado mi hija no son las correctas, y si tengo que hacerla cambiar de opinión de esta forma, lo haré. Cristianno, tú mejor que nadie sabes cómo funciona esto. Da igual cuántas vidas se cobre. El negocio es el negocio.
«Kathia no es un negocio.»
Kathia le miró con repugnancia. Definitivamente, estaba dispuesta a romper del todo con su familia y, en el fondo, me alegré. No merecían el cariño de una persona tan maravillosa como ella.
—Es tu hija —reproché.
—¿Quién lo dice? —dijo Angelo a media voz, torciendo el gesto.
Nos quedamos anonadados. ¿Qué estaba insinuando?
Kathia miró a su padre boquiabierta.
—¿Qué quieres decir? —pregunté, adelantándome a Kathia, que seguía confundida.
—Piensa, eres listo Gabbana. El más listo, así que dudo mucho que no hayas entendido lo que he dicho.
Lo único que mi mente procesaba era la posibilidad de que Kathia no fuera una auténtica Carusso.
Volví a mirar por las ventanas. Teníamos que salir de allí fuera como fuese. Entonces aparecieron unos vehículos. Reconocí el Maybach. Mi familia llegaba con refuerzos. Sonreí en el momento en que los puntos rojos se dibujaban también en sus torsos. Incluso Giselle tenía algunos en la cabeza.
Bien por Enrico, seguro que había sido él el que les había advertido.
—¿Y si te dijera que ahora sois vosotros los que tenéis a seis, no…, a nueve francotiradores vigilando vuestros movimientos? —Miré a Angelo fijamente—. Emocionante, ¿verdad?
Kathia se mantenía firme. Me observó insinuante mientras Angelo y Valentino se miraban desconcertados.
—Cómo demonios… —masculló confundido.
—Tú lo has dicho, Carusso. Somos listos, muy listos. —Miré mi pecho. Los puntos rojos iban desapareciendo—. Y nuestros sicarios son mejores que lo vuestros. A la vista está que solo tengo dos… humm, no, un punto rojo en vez de seis como hace unos minutos. ¿Qué dices ahora? ¿Seguimos con el juego? —reté.
—Sabes que este juego no ha hecho más que empezar.
—Puede, pero ahora la partida no está de tu lado.
Miré a Kathia y le señalé con la mirada la esquina que había entre el sofá y la pared. Allí podría ocultarse unos segundos antes de que la pudiera coger y salir de allí.
Ella asintió con los ojos, y yo cogí aire sin dejar de sonreír. Disparé a Giselle en la frente, entre ceja y ceja. Kathia se tiró a la esquina acordada mientras yo empezaba a vaciar el cargador. Angelo se escondió en la habitación aprovechando la confusión y Valentino saltó tras la pequeña barra del bar.
Me acerqué a Kathia y me agaché para cogerla de los brazos. Escuchamos unos disparos. Sería difícil salir con un fuego cruzado en aquella explanada. Miré por la ventana dejando a Kathia aún en el suelo. Podríamos llegar hasta el coche de mi padre; era el vehículo más cercano al avión.
Valentino comenzó a disparar. Me parapeté contra la pared y cogí el rostro de Kathia entre mis manos.
—Escucha, el coche de mi padre está muy cerca. Solamente tienes que correr hacia él sin mirar atrás, ¿de acuerdo? —Kathia asintió mientras yo cogía el móvil y marcaba el número de Diego. Si alguien tenía reflejos para cubrirnos, ese era mi hermano—. Diego, Kathia va a salir.
—Bien, yo la cubriré, pero que baje agachada —respondió mi hermano—. ¿Y tú?
—Iré detrás de ella. Nos esconderemos en el Maybach, así que abre la puerta.
—Vale. —Colgó.
—¿Estás lista?
—Sí… ¿Seguro que vendrás tras de mí?
Contesté a las balas de Valentino con más disparos. Al parecer, Angelo también se añadía.
—Lo prometo, cariño. —La besé—. Venga, vamos.
Comencé a disparar mientras caminábamos hacia la puerta del avión. Al asomarnos, vimos la explanada del aeródromo plagada de hombres disparándose entre sí. Aquella era una reyerta aún mayor que la del cementerio y me incomodaba que Kathia estuviera presente. Todos mis reflejos estaban concentrados en ella y no sería de extrañar que yo recibiera un balazo.
—Prepárate a salir, agáchate y cuando llegues abajo espera a que Diego te haga una señal.
—Vale, después salgo corriendo hacia el coche.
—Eso es. —Miré el coche y vi que ya tenía la puerta abierta.
La besé y cuando se dispuso a agacharse para salir Valentino me empujó con fuerza. Me estampé contra Kathia y rebotamos en la pared de la cabina de los pilotos. Ni siquiera me repuse, le di un codazo en la boca y me giré.
—¡Vete! —grité.
—¡No! —clamó Valentino cogiendo a Kathia del brazo.
Intenté darle otro puñetazo, pero lo esquivó. Aunque no pudo eludir el golpe en el estómago que le dio Kathia. Valentino la miró lleno de furia y la empujó antes de que yo pudiera reaccionar.
Kathia bajó rodando las escaleras y se estampó contra el suelo. Quedó estirada, inconsciente. Diego quiso ir a por ella, pero las balas llovieron en su dirección y le fue imposible salir. Mi novia estaba en medio de un fuego cruzado, la forma más fácil de recibir un disparo.
Arremetí contra Valentino empotrándole contra la puerta del lavabo. Le sujeté del cuello y apunté. Cuando quise disparar, Angelo me dio un golpe en la mano y el disparo se desvió al brazo de Valentino. Aproveché la confusión para salir del avión y cerrar la puerta. Sabía que desde fuera no se podía cerrar del todo, pero me daría unos minutos.
Bajé las escaleras a toda prisa sin importarme los disparos que sonaban sobre la barandilla. Mis hermanos y mis primos intentaban cubrirme mientras yo me acercaba a Kathia. Me arrodillé ante ella y volteé su cuerpo hacia mis brazos. Había perdido el conocimiento y tenía una herida en la frente.
Salí corriendo agazapado cubriendo su cabeza. La metí en el coche y estiré sus piernas antes de escuchar cómo el cristal delantero del vehículo explotaba. Cubrí su cuerpo con el mío para que no le dañara ningún cristal y alcancé la pistola que había bajo el asiento trasero.