Capítulo 43

Kathia

Apoyé mi cabeza en su pecho sintiendo cómo su brazo me rodeaba. Besé su piel mientras trazaba círculos con el dedo sobre su vientre. Dejamos que el silencio fluyera para notar solo el contacto de nuestros cuerpos desnudos. Había sido fabuloso sentir a Cristianno de aquella manera; su respiración agitada en mi oído, sus labios besando cada esquina de mi cuerpo, su cuerpo contra el mío… Le deseaba más que a nada y a nadie en el mundo, y supe que necesitaba sentir aquello cada noche de mi vida.

Solo nos acompañaba el sonido apacible del agua de la piscina y la oscuridad de la noche. Suficiente. No quería otra cosa. Me hubiera gustado quedarme allí para siempre, aferrada a su pecho, en contacto con su cálida piel, y dejando que los minutos pasaran sin más. Sin complicaciones. Solo él y yo.

Cristianno suspiró y percibí que el ritmo de su corazón se aceleraba. Segundos después, asomó su voz de forma débil y tímida.

—Cásate conmigo —musitó incorporando la cabeza para mirarme—. Vayámonos lejos y casémonos. Comencemos de nuevo.

Me quedé paralizada, sin respiración. ¡Me estaba pidiendo que me casara con él! Aquello era mucho más de lo que me esperaba. Esa misma noche se había hecho oficial mi supuesto compromiso con Valentino. El muy cretino me había preguntado ante todos si quería casarme con él. Pero Cristianno, en cambio, ni siquiera había hecho una pregunta, y eso era lo que más me gustaba de él.

—Todavía no tengo los dieciocho —me obligué a mencionar, aunque no era realmente lo que quería decir.

Supongo que a Cristianno no le importó, porque sonrió débilmente y se aferró aún más a mí.

—No me importa esperar. Estamos en febrero y tu cumpleaños es en junio. Solo faltan cuatro meses. Merece la pena la espera si después te conviertes en mi esposa —terminó susurrando insinuantemente, como casi siempre hacía—. ¿Qué me dices?

Ahora ya no parecía tan inseguro y yo, al fin, pude controlar mis nervios.

—Quiero casarme en Japón; en una aldea rural, bajo un manto de estrellas y la luz de la luna. Tú me esperarás en un puente forrado de pétalos e iluminado con velas, con el río fluyendo tranquilo bajo nuestros pies. —Cerré los ojos imaginando ese momento. Sería maravilloso—. Quiero llevar un vestido blanco de seda, sencillo, sin nada que empobrezca su pureza, y una corona de pequeñas flores blancas.

—Que se mezclen con tu hermoso cabello —susurró acariciando mi melena dulcemente.

Terminó dándome un beso en la frente.

—Hum… Después me cogerás entre tus brazos y haremos el amor hasta que amanezca.

—Suena perfecto.

—Es perfecto.

—Entonces, así será. —Se inclinó hacia delante para quedar frente a mí. Apoyó un codo en la almohada y me miró con intensidad—. Solo dime cuando.

«¡Ahora!», gritó una voz en mi interior. Pero no podía ser. No podía hacerlo sin necesidad de permiso familiar hasta que cumpliera los dieciocho.

—El mismo día de mi cumpleaños —repuse.

—El 11 de junio.

Sonreí. Yo no le había dicho cuál era mi fecha de nacimiento y sin embargo él ya la tenía procesada.

—Sí…

Nos quedamos de nuevo en silencio y Cristianno volvió a ponerse un poco nervioso, tragaba saliva y me observaba indeciso. De repente, sus labios se abrieron.

—Te quiero —susurró, colocándose sobre mí.

Su beso y la oscuridad ocultaron mi rubor. Una punzada atravesó mi pecho y me sentí algo mareada. Jamás imaginé que Cristianno pudiera mencionar aquellas palabras, al menos, no hasta que yo las hubiera dicho primero, y sin embargo acababa de pronunciarlas con la mayor sinceridad.

—¿Me… quieres? —pregunté algo amedrentada.

—Te quiero, te quiero, te quiero —musitó besándome.

Lo detuve y empujé su pecho con delicadeza para poder mirarle a los ojos. Quería hacerlo del mismo modo que él.

Lo observé con seriedad y cogí aire.

—Te… quiero… —sonó entrecortado, y eso fue lo que a Cristianno le emocionó.

Me abrazó con tanta fuerza que pensé que nada sería capaz de separarnos.

—No dejes nunca de hacerlo —susurró entre mi hombro y mi cuello.

—Nunca… —Volví a mirarle y acaricié su rostro observando cómo cerraba los ojos. Me acerqué a sus labios—. Hazme el amor.

Cristianno me cogió de la cintura y me colocó sobre su cuerpo. Aquel débil susurro pronto se convirtió en gemidos.

Desperté con los besos de Cristianno sobre mi espalda desnuda. Sonreí y me giré lentamente para encontrarme con sus ojos azules. Me retiró el pelo y me besó con delicadeza. Aún no había amanecido, pero la intensidad del tono plateado que la piscina emanaba había menguado.

—Tenemos que irnos. El jet sale en menos de una hora —susurró.

Me incorporé y vi que ya estaba casi vestido. Llevaba unos vaqueros sin abrochar y una camiseta. Se alejó de la cama y se puso una sudadera blanca. Caminó hacia la puerta y cogió una pequeña maleta marrón. La colocó sobre la cama y la abrió.

—Mi madre nos ha dejado ropa. Seguramente, te irá algo holgada, pero en cuanto tengamos tiempo, compraremos ropa nueva.

—No importa. —Me desperecé mientras bostezaba.

Cristianno comenzó a hacerme cosquillas y el bostezo se convirtió en risas. Lo aparté sonriente.

—¿Qué hora es? —pregunté y volví a bostezar.

—Pasadas las seis. —Se abrochó los pantalones y por un momento se quedó embelesado mirando mi cuerpo. Me había levantado y aún seguía desnuda cuando alcancé un jersey—. Iré a la cocina mientras te cambias —dijo tragando saliva y desviando la mirada.

Sonreí al ver que palidecía y se ponía nervioso.

—Ya me has visto desnuda. No tendrías por qué ponerte nervioso. —Me acerqué a él picarona cubriendo mi cuerpo con aquel enorme jersey, que bien podía utilizar de vestido.

—Me acostumbraré pronto, pero procura no pasearte desnuda delante de mí cuando esté recién levantado. Corres grave peligro, créeme. —Por fin sonrió y me besó—. Voy a guardar unas cosas. No tardes.

—Ok.

Terminé de vestirme y me cepillé el pelo con un peine que había en el aseo. Cuando salí, encontré a Cristianno guardando un sobre en una pequeña mochila negra mientras masticaba algo.

Me apoyé en la barra americana de la cocina y observé lo guapo que estaba con aquella ropa. ¿Cómo demonios conseguía ser tan condenadamente sexy?

—¿Qué escondes? —pregunté enarcando las cejas con cara divertida.

Me envió una mirada jocosa. Dios, no hacía falta que amaneciera si existían unos ojos como los suyos.

—Nuestros pasaportes. —Sonrió cerrando la mochila.

—¿Utilizaremos nombres falsos o algo así? —Mantuve mi postura y mi sonrisa mientras él se acercaba hasta a mí.

Se apoyó en la barra y entrecerró los ojos.

—¿Qué nombre escogerías?

—Alessandra… —dije arrastrando las eses—, o Helena. Sí, ese nombre también estaría bien.

—Me gusta más Kathia. —Me besó antes de que pudiera reaccionar—. Toma, come algo —dijo mientras me daba una pequeña bolsa con un bollo de azúcar dentro.

Me lo comí saliendo de la casa. Cristianno guardó su arma detrás de su espalda y cerró con llave la puerta antes de caminar hasta el Maserati. Presionó el botón de la llave digital y me monté en el coche terminando de masticar.

—Y tú ¿qué nombre escogerías?

—Veamos, déjame pensar… —Se quedó callado durante unos segundos mirando a la nada. Sabía que no se estaba molestando en cavilar nada. Dijo—: Cristianno. Ese nombre es fantástico. Además, me favorece mucho ¿no crees?

—Sin duda.

Negué con la cabeza mientras Cristianno arrancaba el coche y se encendía un cigarro. Enseguida se lo quité de los labios. Sonrió y volvió a coger otro para él.

Cristianno

Nos detuvimos en un semáforo. Por el horizonte asomaba un pequeño rastro de luz blanquecina. Comenzaba a amanecer. Kathia cogió aire intensamente y me observó de reojo.

No había ninguna duda sobre lo que ella quería, pero notaba la necesidad de preguntárselo.

—¿Estás segura de que quieres hacerlo?

Era una tontería. Kathia había aceptado casarse conmigo, quería comenzar una vida conmigo y, aun así, yo volvía sobre lo mismo.

—¿Por qué me lo preguntas ahora? —preguntó extrañada.

Vi en sus ojos que se sentía molesta.

—Porque aún no hemos hablado de ello.

—No creo que haga falta. Está más que claro —respondió con brusquedad. Volvió a suspirar—. De lo que creo que tenemos que hablar es de lo que vamos a hacer.

Sonreí al ver lo segura de sí misma que estaba.

—Primero tenemos que ir a Zúrich. Tengo que poner el contenido de la caja fuerte de Fabio a salvo.

—¿Qué había en la caja?

—En realidad, nada. Solo unas coordenadas y las contraseñas para entrar en el lugar que indican. Pero, al parecer, es una fortaleza que aún no hemos descubierto dónde está.

—Propio de Fabio —sonrió—. ¿Y el USB?

Valerio había logrado desbloquear algunas carpetas, pero no llegaba al cinco por ciento del total. Muy poco, pero suficiente para descubrir que Fabio estaba seguro de que moriría más temprano que tarde.

—Solo hemos podido descubrir algunas cosas. Valerio no ha logrado descifrar todavía todas las carpetas.

—¿Cuáles son esas cosas?

Tomé aire después de tragar saliva y la miré con el rabillo del ojo. Hablar de aquel tema con ella me costaba un poco, puesto que su familia estaba implicada. Pero debía hacerlo. Kathia estaba metida tanto o más que yo.

—Los Carusso estuvieron haciendo tratos con Wang Xiang antes de que Fabio decidiera desviarse por su cuenta. Al parecer, mi tío decidió traicionarles porque descubrió que tramaban engañarnos.

—O sea, que ¿fueron los Carusso los que comenzaron todo esto?

Kathia parecía sorprendida. En los últimos días había descubierto cosas de su familia que aún no podía creer, por mucho que se esforzara. Pero saber que los Carusso habían iniciado aquella guerra, y no Fabio como ella creía, la dejó aún más perpleja.

—Exacto.

—Pero… no lo entiendo. Fabio era científico, él sabía cómo crear el virus. Sin él estaban perdidos.

—Sí, pero el virus ya estaba creado cuando lo decidieron. Parece ser que la idea fue de la propia Virginia y de Jago. Angelo aceptó y esperó a que Fabio creara a Helena. Después, lo mató.

—Espera, ¿Helena? ¿Zeus y Helena? —preguntó buscando mis ojos.

Cuando unos días antes me había enseñado el USB en su habitación, me había preguntado por el proyecto Zeus. Kathia ya había hecho referencia a lo mucho que le extrañaban aquellos nombres. El significado de «Zeus» se lo pude explicar, pero el otro… no.

—Helena es el antivirus. Es lo que anula a Zeus. Y Fabio solo creó una toma. Solo para una persona. Eso es lo que buscan los Carusso para poder fabricar más.

Kathia continuaba mirándome fijamente, como si estuviera reprendiéndome.

—¿Por qué no me lo dijiste antes?

—Porque no quería ponerte en peligro.

—Bien —dijo secamente—, y ¿por qué Fabio hablaba de Helena como si se tratara de su propia hija?

Negué con la cabeza. A aquello no podía responderle. Tal vez era porque mi tío le tomó cariño a su creación…, ¡memeces!, seguro que tenía una explicación.

Kathia cambió de tema, pero escogió uno que a mí me encolerizaba particularmente.

—Entonces ¿Wang Xiang os ha traicionado?

Sujeté el volante con las dos manos antes de responder.

—Puede.

—¿Puede?

—No lo sé, Kathia. Wang es un hombre que no se casa con nadie, así que no es de extrañar que también los traicionara a ellos. —Cogí aire—. Ha desaparecido. Nadie sabe dónde está.

—¿Y su familia?

—Solo tiene una hija de diecinueve años, Ying, y está en Praga estudiando música. Pero ella continúa allí. Lo cual significa que el muy cobarde se ha escondido él solo sin pensar en el peligro que corre Ying.

—Pero ella no tiene nada que ver en esto.

—Tú tampoco.

—Cristianno, tenemos que ir a buscarla.

Negué con la cabeza.

—¡Está en peligro! —exclamó

—¡Ahora tú también lo estás!

—Bien, ¿y adónde me llevas? —repuso de morros.

Detuve el coche en arcén y cogí sus manos, obligándola a que se acercara a mí.

—A Londres. Es el único sitio donde no nos encontrarán, al menos en un tiempo. Cuando te ponga a salvo, pensaremos en cómo localizar a Ying. Apoyé mi frente en la suya.

—¿Lo prometes?

—Lo prometo.