Capítulo 41

Kathia

Salí del lavabo y atravesé el pasillo cuando Virginia me lanzó al suelo con fuerza. En ese momento descubrí el auricular que llevaba en la oreja. Los Gabbana debían de estar escuchando nuestra conversación y no quise que me oyeran lamentarme por el dolor. Pero lo cierto es que aquel simple y débil empujón había despertado las lesiones internas dejándome aturdida por un momento.

—Silvano, tengo a Kathia. Deberías rendirte. Termina con esto de una vez. Hemos ganado —dijo contenta Virginia, cometiendo el fallo de darme la espalda.

«No habéis ganado. No dejaré que ganéis.»

Le di una patada en la pierna antes de levantarme. Gracias a la abertura de mi vestido pude moverme con agilidad. No estaba acostumbrada a pelearme, y menos a hacerlo con una persona que parecía tener experiencia, pero no me di por vencida.

Virginia me dio un bofetón y yo arremetí dándole un puñetazo en el pecho. Se le escapó un gemido al toparse con una estatua y caer. Me lancé sobre ella aprovechando que estaba en el suelo y le di varios puñetazos en la cara. Aun así, pudo cogerme del pelo y estirar hasta que la solté.

Me levantó del suelo sin dejar mi larga melena y se acercó hasta la mesa que había en aquella sala. Cogió un abrecartas y me lo puso en el cuello.

—No hagas tonterías, ¿de acuerdo?

Caminamos hacia la cubierta. No opuse resistencia, esperando el menor descuido para contraatacar.

El primer rostro que vi después de subir los escalones fue el de mi cuñado. Al parecer, ya estaba al tanto de todo y cuando me vio cerró los ojos con dolor. La situación se había complicado y él lo sabía. Lo sabía muy bien.

Los invitados iban soltando grititos de sorpresa y se iban separando en grupos conforme Virginia pasaba entre ellos. No dejaba de presionar el abrecartas sobre mi cuello.

—Angelo, tenemos un problema —gritó Virginia, ante el rostro impasible de mi padre.

Sin duda no me lamentaría de que él muriera en ese barco porque estaba claro que a él mi vida le importaba bien poco. Ni siquiera se inmutó, y mi madre… tampoco. Enrico mantuvo el tipo. Ser descubierto en medio de todos habría supuesto mi muerte y la suya.

—Quiero que todos salgáis del barco.

—¿Por qué? —preguntó Valentino desde el fondo de la cubierta.

Le habíamos interrumpido una conversación bastante caldeadita con una morena de metro ochenta.

—Los Gabbana nos vigilan desde alguna parte del puerto y el vestido que llevo va cargado de nitroglicerina. Tienen intención de hacerlo explotar, pero dudo que lo hagan si tengo un seguro de vida como este —dijo, mirándome con desprecio.

La mayoría de invitados empezaron a correr despavoridos por el barco. Nos encontrábamos a bastantes metros del puerto, pero la gente no dudó en saltar por la borda. Perdí a Enrico de vista entre el tumulto.

En menos de unos segundos, se formó un caos apoteósico. Todo el mundo gritaba y corría de un lado al otro mientras yo seguía prisionera bajo los brazos de Virginia.

—¿Qué opinas ahora, Silvano? Si haces estallar la bomba, Kathia morirá conmigo. Así que dile a tu hijito que la desconecte si no quiere recoger a su novia en trocitos.

—¡No! —grité, antes de darle un codazo en la nariz.

El abrecartas me hizo un rasguño en el cuello, pero cayó al suelo.

Y yo aproveché para salir corriendo en busca de Enrico mientras me limpiaba la sangre.

Cristianno

Me aferré a un cabo y empecé a trepar. Había tenido que nadar desde la bahía, pero ya estaba allí. Me sujeté a la barandilla y me impulsé hacia dentro de la cubierta de popa lo más silenciosamente que pude. Me pareció escuchar la voz de Virginia.

Me agaché y empuñé mi arma. Miré a ambos lados y comencé a caminar agazapado hacia la cubierta principal. Me escondí tras una columna intentando descubrir dónde estaba Kathia, pero no pude ver nada.

De repente, alguien apareció detrás de mí y me cogió del cuello. Con agilidad, me escabullí de aquellos fuertes brazos. Le di un puñetazo y él me respondió de la misma forma. No dudé en disparar. El tiro se ahogó con el silenciador.

El cuerpo sin vida de aquel matón cayó sobre mí con los ojos aún abiertos. Lo arrastré hacia la barandilla y lo empujé al mar. El ruido tampoco trascendió, confundido con el caos que invadió de golpe el barco. La gente comenzaba a correr sin saber adónde ir. Gritaban atemorizados al descubrir que Virginia portaba una bomba.

Mis sentidos me alertaron de la presencia de alguien más a mi espalda. Me concentré y esperé a que estuvieran cerca. Entonces arremetí dándole a uno de ellos un fuerte golpe en el estómago. Vi a otro y le disparé en la cabeza. El primero se removió en el suelo queriendo escapar. Apreté el gatillo.

Virginia continuaba allí. Sujetaba a Kathia y la amenazaba con un objeto punzante en la garganta.

¡Mierda! El peor de mis temores estaba delante de mí. Si delataba mi presencia no podría salvar a Kathia.

—¿Qué me dices, Cristianno? —preguntó mi padre esperando que yo decidiera.

—Dime cuántos minutos quedan —mascullé observando los ojos encolerizados de Kathia. Estaba a unos metros de ellas, pero pude ver el resplandor del gris de sus ojos.

—Ocho minutos para la explosión.

—¡No! —clamó Kathia, propinando un codazo en la nariz a la pelirroja.

Virginia cayó al suelo y Kathia echó a correr entre la gente, por la parte de estribor, hacia la popa del barco.

—Estaremos fuera en cinco —dije.

Eché a correr en su busca, pero yo lo hacía en paralelo a ella, por babor. Cuando me dispuse a girar hacia el otro lado, alguien me disparó. Resbalé y me escondí. Tenía que esperar a que el que me había disparado apareciera y atacar de improvisto.

Así fue.

Un sicario robusto apareció y yo le di en la cabeza con la culata de mi arma. Se arrodilló y presioné su cabeza contra mi estómago antes de partirle el cuello en un gesto preciso y rápido.

Varios hombres más corrían hacia mí desde proa. Me escondí tras uno de los salientes que servían de entrada a la parte inferior del yate. Disparé uno a uno. Cambié el cargador.

—Minutos —le dije a mi padre mientras cargaba el arma.

—Cuatro.

Apunté y continué hacia la popa, agazapado. Llegué al final a la misma vez que Kathia.

Se detuvo al verme. Apunté en su dirección. Nuestros ojos se miraron fijamente. Ella sabía lo que me proponía hacer. Deslicé mi dedo por el gatillo y disparé con precisión.

Kathia

Cristianno apuntaba con una pistola en mi dirección. Su rostro se mostraba absolutamente inmutable, ni siquiera parpadeaba. Solo me miraba con firmeza; al parecer, estaba calculando algo. Le devolví la misma mirada de seguridad. Quería que supiera que no tenía ningún miedo si estaba con él.

Sus ojos se movieron ligeramente y capté el mensaje. Parpadeé para hacerle comprender que le había entendido. Dibujé una débil sonrisa antes de apartarme.

Noté la velocidad de la bala cuando rozó mi cabello, pero no me tocó. Cristianno había disparado con una maestría insuperable. El hombre cayó al suelo antes de que pudiera apartarme. Su brazo armado rebotó en mis pies, pero ni lo miré. Teníamos que salir de allí cuanto antes.

Cristianno me abrazó con fuerza después de guardarse el arma detrás de la espalda. Se aferró a mi cintura respirando agitado, casi jadeando. Y yo no pude hacer otra cosa más que comenzar a sollozar. No cayó ni una lágrima de mis ojos, pero estaba a punto de derrumbarme. Cristianno me abrazó con más fuerza y pude sentir la piel de su cuello en mis labios.

Se separó un poco y cogió mi rostro entre sus manos. Me besó con premura.

—Dime que estás bien. ¡Dímelo! —exclamó hablando a unos centímetros de mi boca.

—Sí, estoy bien. Estoy bien.

Me miró el cuello y retiró la sangre que había con sus dedos. Después besó la pequeña herida y volvió a besarme en los labios.

—Minutos —dijo como al aire. Deduje que llevaba un micrófono—. Tenemos que irnos.

—Pero Enrico…

Me hizo callar para prestar atención a lo que le decían.

—Enrico está fuera. Sabe que estás a salvo.

Ahora era yo la que me lancé a besarle.

—Conmovedor. Es maravilloso ver a los amantes tan acaramelados —dijo Valentino a mi espalda.

Cristianno me empujó y reboté contra la barandilla del barco. Cuando quise mirar ya estaban forcejeando. Valentino le dio un puñetazo y arremetió dándole una patada en las costillas. Cristianno se tambaleó pero enseguida se lanzó a por él y le reventó la nariz.

Valentino comenzó a sangrar y se llevó la mano a la nariz instintivamente. Vio la sangre y se lanzó a por Cristianno. Consiguió estamparlo contra el suelo y empezó a presionar su cuello. Ni siquiera lo pensé; me colgué del cuello de Valentino con fuerza. Este se removió y me empujó dándome un revés. Caí al suelo como una pluma insignificante. Me irritó parecer tan poca cosa.

Me incorporé en el suelo mientras veía cómo Cristianno dejaba inconsciente a Valentino a base de golpes en la cara. Después, se acercó a mí y me retiró el cabello antes de levantarme.

Comenzamos a correr, esta vez hacia la proa del yate, sorteando cadáveres y surcos de sangre. Sabía que Cristianno los había matado a todos. Cuando quisimos bordear la pasarela, encontramos a Virginia que sonrió, feliz, al vernos. Estaba algo despeinada y se había descalzado. Pude ver restos de sangre en sus pies.

Agitó su cabello cerrando los ojos; Cristianno aprovechó aquel gesto para echar mano de su pistola sin dejar de sostener mi mano. Pero en ese momento escuchamos un repetido chasqueo de la lengua detrás de nosotros, como negando.

Contuve el aliento y presioné la mano de Cristianno. Alguien apuntaba mi cabeza con una pistola. Virginia comenzó a reír casi con carcajadas. Incluso aplaudió. Se vio salvada.

—Deja tu arma tranquila, Cristianno —dijo con sorna.

Cristianno hizo caso y miró de soslayo a la persona que me apuntaba. Era Jago y también sonreía.

—En fin, según este chisme quedan menos de dos minutos para que la bomba estallé, ¿no es así, Silvano? —dijo Virginia mientras miraba su reloj.

Cerré los ojos y volví a apretar la mano de Cristianno. Los abrí y le envié una mirada perspicaz y segura. Él me devolvió exactamente la misma expresión.

—Supongo que todos viajaremos juntos al infierno —añadió la pelirroja acercándose a nosotros.

El arma de Jago presionó aún más mi cabeza y me obligó a inclinarme. Solo durante un instante, porque después fui yo quien presionó en sentido contrario. Cristianno frunció los labios al comprender mis intenciones. No sabía si saldría bien, pero la confianza que Cristianno depositó en mí a través de su mirada hizo que me sintiera segura.

Solo tendría que seguir la estela de sus movimientos y después saltar con rapidez.

—Cuarenta segundos —dijo Virginia mirando a su amante.

—Vuestras últimas palabras —ironizó Jago. Parecía que le diera igual que fuera a morir. O ¿confiaba en que Virginia no estallaría teniendo a aquellos rehenes consigo?

—Sí… —Cristianno torció el gesto mostrando una mirada de lo más siniestra.

—Pues date prisa. Solo tienes treinta y cinco segundos. Virginia taconeó el suelo de madera, mientras sonreía y se acercaba a su amante.

Cristianno me miró con fijeza.

—Solo tienes que sostener el arma con fuerza y estar segura de lo que vas a hacer —me explicó mientras los amantes se besaban con un ardor repugnante.

Cristianno me estaba dando instrucciones. Jago entrecerró los ojos sin dejar de besar a Virginia. No había captado nada, pero algo no le cuadraba.

Alcé el mentón y me humedecí los labios de forma insinuante.

—Veinte segundos —canturreó Virginia paseando su lengua por los labios de Jago.

—¿Dónde tengo que apuntar? —pregunté lista para que Cristianno actuara.

—Hazlo en la cabeza —me dijo frunciendo los labios y asintiendo.

Ahora era yo la que torcía el gesto.

—Cuando quieras, amor —dije mientras Cristianno se mordía un labio.

Solo diez segundos.

Cristianno dio un fuerte golpe al brazo de Jago y la pistola cayó al suelo. Virginia se retiró sobresaltada mientras yo me agachaba a por el arma. Ella comprendió al fin nuestra conversación y se llevó las manos a la cabeza mientras negaba.

Por un momento, todo se ralentizó y los acontecimientos parecieron desencadenarse a cámara lenta. Cogí la pistola y me levanté del suelo con decisión.

«Sostener con fuerza y seguridad. Apuntar a la cabeza», repitió mi mente antes de disparar a Jago.

Cayó al suelo mientras un pequeño hilo de sangre brotaba de su frente. Había disparado en su cabeza, como Cristianno me había dicho. No sentí nada, solo un pequeño temblor en las piernas y en las manos. Virginia gritó intentando socorrer a Jago mientras yo soltaba el arma. Cristianno me cogió del brazo y me arrastró hasta la barandilla.

Colocamos los pies casi al unísono cuando solo quedaban tres segundos, tal vez menos.

—¡Salta! —gritó Cristianno, aunque ya estábamos flotando en el aire.

Noté el agua en mi cuerpo a la vez que el barco explotaba. Una fuerza impetuosa nos arrastró hacia el fondo haciendo que nuestras manos se separaran.

El mar me absorbió bajo una lengua de fuego. Todo se iluminó con una luz anaranjada. Sentí una fuerte opresión en el pecho y calor, mucho calor. Estaba bajo el agua y sentía cómo la piel me abrasaba.