Cristianno
«Estoy bien, no te preocupes por mí. Necesito verte, pero estoy vigilada. ¿Puedes venir? Después de medianoche. No se lo digas a nadie.»
Me dirigía a su casa. Desde que leí el mensaje por la tarde, no había podido parar quieto. Sabía que estaba bien, ella misma me lo había asegurado. Pero Kathia era capaz de mentirme con tal de tranquilizarme. Y tanto misterio en ella no era normal. Debía de tratarse de algo peliagudo.
Me detuve frente al hotel Plaza. La avenida estaba despejada, pero no quería saltarme el semáforo en rojo. Llamaría demasiado la atención.
Cogí aire y lo solté con fuerza, ansioso por llegar y abrazarme a Kathia. Un coche se detuvo en la puerta del hotel y de él se bajó Virginia. Al principio, creí estar equivocado, pero aquella melena roja y su presuntuosa manera de caminar no se podían confundir. Era Virginia y pude confirmarlo en cuanto miró a su alrededor. Le entregó al chófer un sobre, este asintió y se quedó en el coche mientras ella entraba en el hotel.
¿Qué hacía allí? Ni siquiera iba de luto.
Cogí mi móvil y llamé a Valerio. Él era el único que podría decirme algo.
—Dime, Cristianno —contestó.
—Necesito que entres en la base de datos del hotel Plaza —dije sin más.
Valerio era una especie de hacker informático. Para él era un juego de niños piratear cualquier cosa que estuviera en la red, así que en unos minutos tendría el número de habitación de Virginia y sabría si se iba a reunir con alguien.
—¿Qué buscas en concreto? —preguntó mientras yo apartaba el coche de la calle.
—Te darás cuenta tú mismo. Ahora, por favor, piratea la base de datos.
Nos mantuvimos en silencio durante más de diez minutos, solo se oía cómo mi hermano tecleaba a toda prisa.
—Bien ¿a quién buscas? —preguntó. Lo había logrado.
—Virginia Liotti.
—¡¿Qué?! —gritó extrañado.
—Tú solo busca. Te lo explicaré después, lo prometo.
—Más te vale. —Volvió a callarse unos segundos—. Nada. Ella no está alojada allí.
¿Cómo podía ser? Acababa de verla entrar con toda normalidad y llevaba allí más de quince minutos.
—¿Puedes mirar todos los nombres de las personas alojadas en las suites?
—Eso puede llevarme unos minutos.
—Pues empieza ya.
Ya eran más de las doce y Kathia debía de estar preocupada. Pero no podía marcharme de allí sin saber por qué mi tía estaba alojada en aquel hotel o a quién iba a ver.
—¡Joder! —exclamó mi hermano entre susurros—. El único nombre que puedo relacionar con Virginia es el de… No vas a creerlo.
—¡Habla de una vez!
—Jago Bianchi.
—¿Estás seguro?
—He cotejado sus datos en la base de datos de la policía, Cristianno. Es él, sin duda.
Cogí aire mientras apretaba la mandíbula. ¿A qué coño estaba jugando Virginia?
—Bien, luego hablamos.
—Eso espero, me debes una explicación.
—La tendrás.
Colgué y salí del coche empuñando mi pistola. Me dirigía al vehículo de donde ella había bajado. El chófer leía tranquilamente el periódico, pero estaba seguro de que solo lo utilizaba de revestimiento para ocultar otras lecturas más interesantes. Reconocí su rostro. Trabajaba para nosotros.
Jorge.
Llamé a la puerta y él se sobresaltó, bajando enseguida el periódico. Parecía nervioso ante la posibilidad de que le hubieran cazado viendo revistas con chicas desnudas. Pero más impresionado se quedó cuando descubrió quién reclamaba su atención.
—Baja del coche —dije. La sorpresa de su rostro se convirtió en temor.
Bajó lentamente, con las manos temblorosas. Lo cogí del brazo y lo arrastré hasta un callejón que había al lado del hotel.
—No me mates, Cristianno —suplicó en cuanto lo estampé contra la pared.
—¿Qué hace Virginia con Jago Bianchi cuatro días después de la muerte de su esposo? —pregunté ignorándole.
—No lo sé. Ella solo me paga por mi silencio. No lo sé, lo juro —tartamudeó.
Ahora estaba apoyado en la pared con la manos alzadas y mirándome dubitativo. Temblaba cada rincón de su cuerpo.
—¡Mientes! —clamé acercándome tanto que apenas podía respirar—. Te mataré, Jorge, si no me dices la verdad.
—¡Lo único que sé es que Jago es el amante de Virginia! —exclamó con los ojos cerrados—. Ella me amenazó, no he tenido elección, Cristianno. Lo juro. Es la verdad.
Apreté la mandíbula. La posibilidad de que me estuviera mintiendo se esfumó. Jorge llevaba varios años con nosotros y siempre había sido efectivo y fiel.
—¿Te amenazó? —pregunté.
Necesitaba saber qué le había llevado a ocultarnos algo así, y esperaba que hubiera un motivo realmente bueno. Si no, Jorge tendría serios problemas.
—Sí.
—¿Con qué? ¿Qué miedo puede tener un sicario? —El temblor de sus brazos comenzaba a ponerme nervioso—. Responde y haz el favor de calmarte.
Tragó saliva e intentó tranquilizarse.
—El miedo a que alguien como él pueda terminar con su familia.
Fruncí el ceño.
—¿Tu familia?
—Así es —añadió temeroso.
Suspiré. Virginia había llegado muy lejos con todo aquello y el nombre Gabbana le había facilitado mucho las cosas. Una de ellas, poder asustar a la gente con lo que más quiere. Desde luego, si Virginia había sido capaz de eliminar a mi tío sin ensuciarse las manos, con Jorge y su familia terminaría en un segundo.
—Bien. —Cogí aire antes de seguir. Debía terminar con aquello y reunirme con Kathia—. ¿Es lo único que sabes sobre Virginia?
Asintió apretando los labios.
—Quiero que te largues de aquí ahora mismo. Coge a tu familia y sal de Roma.
—¿Cómo dices?
—¡Que te largues! —exclamé—. Alguien se pasará por tu casa y te dará un sobre. Cógelo y vete. Y haz el favor de hacerlo antes de que me arrepienta.
No me gustaba pensar en aquello como un indulto, pero por la cara que Jorge estaba poniendo, bien podía serlo.
Empujé a Jorge hacia el coche y me largué de allí dejándole totalmente desconcertado. Cogí el móvil y llamé a Emilio. Él se encargaría de que Jorge saliera de Roma por la puerta pequeña y comenzara una nueva vida lejos de allí.
—¿Ocurre algo, Cristianno? —preguntó Emilio.
—Necesito que saques a Jorge de la ciudad…
Kathia
Era más de la una de la madrugada. Todos dormían, ajenos a que yo recorría mi habitación de lado a lado, ansiosa por que llegara Cristianno. Tendría que burlar la seguridad de la mansión, pero eso para él no sería complicado. Por lo que sí estaba preocupada era por la tardanza. No estaba segura de que hubiera leído el mensaje y ya no podía comunicarme con él porque aquella tarde me habían confiscado el móvil y me habían cortado la conexión a internet.
Entonces escuché unos pasos. Me dirigí aprisa hasta la puerta de mi terraza y le vi saltando la baranda. Abrí y lo cogí de la camisa arrastrándolo dentro. Me besó entre empujón y empujón mientras cerraba la puerta.
Lo aparté y lo contemplé titubeante. Tenía millones de preguntas y no estaba segura de que él pudiera contestarlas todas.
—¿Qué es el proyecto Zeus? —solté a bocajarro.
Su rostro se heló, palideció de golpe mientras me observaba tragando saliva. Sabía que había sido brusca, pero buscaba esa reacción en él para cerciorarme de que estaba metido hasta el cuello. Y desde luego, así era.
—¿Dónde lo has descubierto? —preguntó echándose con una mano el pelo para atrás.
—Fabio me entregó esto —dije mostrándole el USB y acercándome al portátil— antes de… morir. —Bajé la cabeza, pero enseguida me volví hacia él—. Necesito que me expliques todo, Cristianno. Yo también estoy en medio y ni siquiera sé a qué me enfrento.
—¿Lo has estado mirando? —preguntó sentándose a mi lado.
Asentí antes de que el mosaico de carpetas volviera a aparecer.
—Fabio bloqueó casi todas las carpetas, pero hay algunas que no. Las he estado estudiando, pero sigo sin comprender nada.
Abrí la primera y le mostré los informes médicos de su hijo secreto.
Cristianno
Kathia me explicó todo lo que había descubierto en aquel USB. Una tal Hannah había sido amante de mi tío durante años y ahora se encontraba en paradero desconocido. Al menos, era lo que se deducía de aquellos archivos, pero yo estaba seguro de que Fabio sabía dónde se encontraba. Con ella, tuvo un hijo que falleció minutos después. Al parecer, él quiso hacer la autopsia del pequeño, pero el cuerpo desapareció.
Todo aquello era muy extraño y Kathia no dejaba de pedirme que le explicara algo de lo que yo no tenía ni idea. En cambio, sí conocía todos los movimientos del proyecto Zeus.
—Fabio utiliza los nombres «Zeus» y «Helena» en clave. A este último siempre se refiere con muestras de cariño… Dios, estoy echa un lío. —Tomó aire y me miró, dudosa, antes de continuar—: lo que voy a enseñarte ahora es algo confuso. —Clicó y descubrí fotos de Virginia con Jago—. Al parecer, Jago y Virginia llevaban viéndose desde el año 2007.
Suspiré mientras digería toda aquella información, y miré a Kathia fijamente.
—Lo sé. Acabo de ver a Virginia entrando en el hotel Plaza. Iba a verse con Jago. Pero no sabía que llevaran tanto tiempo —repuse.
—Cristianno, Jago estaba allí. —Sabía que se refería a la muerte de mi tío—. Estuvo en el momento en que su hermano disparó, y sonrió. No puedo evitar pensar que… —No terminó por respeto hacia mí, pero yo quería que siguiera.
—Continúa, Kathia.
—Creo que Virginia está detrás de la muerte de Fabio. Un triángulo amoroso, más poder, más dinero… No sé el motivo, pero algo me dice que ella está tras todo esto.
Asentí y le cogí la mano.
—Yo también lo creo. Avisaré a mi familia para que la investigue —dije cuando me di cuenta de las carpetas que se agrupaban al final—. ¿Has podido comprobar esos archivos? —pregunté.
—No, todos están bajo contraseña y seguramente encriptados. Yo no sé cómo hacerlo.
—Valerio sí. Él podría abrir las carpetas y averiguar qué contienen, pero llevará unos días.
Kathia extrajo el USB y me lo entregó. Envolvió sus dedos con los míos enviándome una mirada solidaria.
—Bien… quiero que me pongas al tanto de todo ¿de acuerdo?
—Lo haré.
Pero no dejó de mirarme. Se acercaba el momento de tener que hablar del proyecto Zeus.
—Ahora necesito que me expliques lo del proyecto. —Giré la cara, pero ella me obligó a mirarla—. Sabes de lo que estoy hablando y tienes que contármelo. Cristianno, ya sabes que estoy en esto contigo. Por favor…
Hablar con ella de todo aquello significaba dar un paso muy difícil y duro, seguramente el último a partir del cual todo podía cambiar. Pero debía darlo. Sabía que estaría a mi lado, así que no tenía por qué tener miedo a perderla. Ella me había asegurado que estaba conmigo.
—El proyecto Zeus, así es como lo llamamos. Fabio jugó con la idea de crear un virus para expandirlo por el país y crear una pandemia. Si caían otros países, tampoco importaba. Estaba dispuesto incluso a propagarlo por toda Europa.
El rostro de Kathia ni se inmutó. Ni siquiera se consternó por ello. No estaba nerviosa, no tenía miedo. Se cruzó de brazos y me miró atenta.
—Al ser familias hermanadas desde hace más de tres generaciones, mi padre las reunió y les expuso el proyecto. Aquello iba más allá de lo que estábamos acostumbrados a hacer. Extorsiones, tráfico de armas, de droga… Era algo totalmente nuevo. Se trataba de un nuevo estilo de… mafia. A Fabio no le hacía gracia que tu familia…
—Que los Carusso —me interrumpió para corregirme.
—No le hacía gracia que los Carusso y los Bianchi participaran, porque ellos no iban a aportar nada. Los laboratorios Borelli pertenecen a mis abuelos maternos y toda la idea había sido de Fabio. Una vez más, los demás se iban a llenar los bolsillos con algo en lo que no habían movido un dedo.
—Yo también me sentiría indignada. —Aquella contestación me dejó aluciado. La miré con fascinación. Todavía no le había contado lo que se podía considerar una traición por parte de Fabio y ya estaba de su lado.
Me acerqué a ella torciendo el gesto y comencé a susurrar.
—Creamos el virus. Una toxina capaz de eliminar a cualquiera en menos de dos semanas. Se contagia por el aire, la sangre, la saliva, las relaciones sexuales… Todo el mundo estaría expuesto. Una simple caricia sería la perdición. —Acaricié su mejilla pensando en lo doloroso que sería no poder volver a hacerlo. Ella cerró los ojos al percibir el contacto y yo enseguida controlé mis emociones—. Es el virus más letal que ha existido nunca.
Kathia tragó saliva, pero no porque estuviera asustada por lo que le estaba explicando, sino por lo que la caricia le movía en su interior.
—¿Cómo se desarrolla en el organismo? Quiero decir, ¿qué síntomas crea? —dijo Kathia. Le sonreí. Nadie, excepto Enrico, Mauro y yo, había preguntado aquello. Sin duda, Kathia era una chica muy especial.
—Hay dos fases. La primera: fiebre alta o hipotermia, vómitos, mareos, temblor. La primera semana, aparentemente, parece neumonía. Los siguientes días percibes un cambio. Comienzan a surgir eritemas, inflamación de garganta, faringe y esófago, necrosis. La necrosis es…
—Muerte celular en el tejido corporal; precede a la gangrena, lo sé —me interrumpió y yo la miré orgulloso.
—En la segunda fase la cosa cambia.
—¿Cómo sabes que estás en la segunda fase? —Entrecerró los ojos.
En ese momento supe que Kathia sería una gran mafiosa. Escuchaba atentamente, analizando lo que le decía y sin asustarse. Era normal que en un principio hubiera reaccionado como lo había hecho, pero ahora tenía delante a una Kathia completamente diferente. Y ella también se había dado cuenta.
—Porque comienzas a perder todas las facultades y es cuestión de horas que se tenga una hipoxia cerebral —proseguí.
—¿Estás hablando en serio? —preguntó sorprendida, pero continuaba impertérrita.
—Sí… Pérdida de visión progresiva, dificultad para hablar y mantener el equilibrio. Pérdida de memoria. Posible ataque epiléptico o paro cardiaco. Hipoxia y coma. Cuando entras en estado comatoso todo está perdido. La función cardíaca y la presión arterial podrían, en realidad, mantenerse, pero ya estarías completamente muerto.
—Muerte cerebral —susurró Kathia, con la mirada perdida—. La segunda fase es irreversible…
—No del todo… En la primera fase la probabilidad de muerte es de un treinta por ciento; en la segunda es de un ochenta y siete por ciento, pero todavía queda un trece por ciento de probabilidades de vivir. Solo antes del coma —reiteré las últimas palabras.
—¿Por qué Zeus? ¿Por qué decidisteis llamarlo así?
—Porque Zeus es el dios de dioses. Este virus es lo mismo. Puede con cualquier cosa.
Kathia se retiró el cabello de la cara con un gesto realmente insinuante y sonrió. Tras aquella mirada esperaba la siguiente pregunta.
—Supongo que Fabio, al ser el creador de la pandemia, se encargó de crear un antivirus ¿no?
—Correcto.
—De eso va todo… —Kathia entrecerró los ojos, comprendiendo—. Los laboratorios Borelli serían los salvadores y nadarían en millones. Pero en todo esto ningún Carusso o Bianchi se ha mojado. En cambio, solo tienen que esperar con las manos abiertas a que les caiga el dinero.
—También es correcto, pero nada de eso ha sucedido aún. Todavía no se han obtenido beneficios —añadí.
—Entonces, ¿por qué murió Fabio? ¿Por qué… le mataron? —Le costó hacer la pregunta.
—Para crear el antivirus necesitábamos un componente específico que anulara toda la toxina, pero solo podía conseguirse en China. Concretamente en Hong Kong…
—Estuviste allí. —Me miró.
No era una pregunta, no tenía por qué contestar, pero decidí hacerlo.
—Me fui porque no era capaz de mirarte a la cara. No quería verte, no quería saber nada de ti, pero aquel viaje me hizo darme cuenta de muchas cosas y una de ellas es que quiero estar contigo. —Respiré hondo mientras ella me observaba alucinada. No le había dicho «Te quiero», pero ella había comprendido que todo aquello significaba mucho más que esas palabras—. Hice el viaje con mi tío sin que nadie se enterara. Solo lo sabía Enrico, pero él no podía ir, hubiera llamado demasiado la atención. Llegamos a un acuerdo con Wang Xiang, el dueño de la farmacéutica que domina el país. Él nos entregaba el componente y nosotros le pagábamos el doble.
—¿Cuánto? —preguntó Kathia.
Vacilé unos segundos antes de responder.
—Sesenta millones antes y sesenta millones después de la entrega. Después obtendría el nueve por ciento de cada fármaco que se vendiera. Con los Carusso de por medio, solo conseguía el dos por ciento.
—Ciento veinte millones de euros —dijo Kathia para sí misma.
—Él aceptó y nos entregó el componente.
—¿Y cómo lo descubrieron los Carusso? ¿Cómo lo descubrió Virginia? Nadie lo sabía, no lo entiendo. —Kathia entrecerró los ojos y comenzó a agitar un dedo en el aire, como si hubiera encajado las piezas de un puzle en su cabeza pero le faltara la última—. Las elecciones a la alcaldía están de por medio, ¿verdad? Adriano quiere ser alcalde, pero… todo es por el virus, ¿me equivoco?
«No. Claro que no.»
¿Cómo lo conseguía? Aún no había llegado a esa parte. Kathia no se daba cuenta de que era la perfecta mafiosa. Fabio la habría adorado.
Sonreí y me acerqué de nuevo a ella.
—Escúchame bien, Kathia. Todo estaba planeado desde un principio. Tu fami… Los Carusso pensaron que si Adriano se convertía en alcalde, costaría menos expandir el virus y todo el pueblo esperaría ansioso la solución de los dirigentes del país. Adriano, siendo simplemente el alcalde de Roma, expondría esa solución y sin darnos cuenta descubrimos que podíamos ir a más. El país entero nos adoraría, aunque la representación de todos nosotros fuera Adriano. No tardaríamos mucho tiempo en conquistar Italia. Entonces dominaríamos todo los terrenos. Pero la avaricia rompe el saco, dijo mi tío, y él no quería ver cómo los demás se enriquecían y conseguían un poder desmesurado gracias al sudor de la frente de su familia. Él y Enrico trazaron un plan y en ese plan entré yo también. No fue casualidad, Fabio me estaba formando, como siempre había hecho. Sabía que yo, tarde o temprano, seré el dueño del imperio Gabbana y por eso quiso que entrara a formar parte del plan B.
—¿Quieres serlo? —preguntó Kathia, de improvisto.
—He nacido para ello. La cuestión es… —Algo que no venía al caso, pero excedía en importancia para mí, irrumpió en mi cabeza. Necesitaba saber qué pensaba ella, pero no fue exactamente esa pregunta la que salió de mi boca—: ¿quieres serlo tú también?
¿Quería ella formar parte de ese imperio?
—He nacido para ello… —susurró antes de ahogar una sonrisa un tanto pícara.
Me obligué a continuar tragando saliva. Mantener la flema estando con Kathia era una tarea imposible.
—Debíamos fingir y lo hicimos. Continuamos adelante mientras Fabio trabajaba en el antivirus.
—Espera un momento. Virginia era la esposa de Fabio. Vivían juntos, es ella la que ha tenido más tiempo para espiarle. Eso confirma su implicación. Ella es la traidora y Jago…
—Y Jago está con los Carusso. Por eso le viste en los laboratorios —susurré—. Wang hizo dos copias. —Joder, todo comenzaba a encajar—. Introdujo el virus en la réplica de La bella ferronière de Leonardo da Vinci, el cuadro favorito de Fabio, y algo de lo nunca pensarían mal. Por eso no me dejó mirar en la caja.
—¿De qué estás hablando, Cristianno?
Kathia parecía confusa, pero se esforzaba por seguirme.
—El componente del que te he hablado lo introdujimos en Europa camuflado en las fibras de un cuadro…
—Sí, de eso sí que me he enterado, pero ¿qué es eso de que hay dos copias?
—Es evidente que Fabio sabía que estaba vigilado, sabía que Virginia tramaba algo y por eso encargó dos copias. Una libre y la otra portadora del componente. Virginia informó a los Carusso y estos decidieron… —Cogí aire, todavía me costaba creer que mi tío estuviera muerto— matar a Fabio.
—¿Crees que han robado el cuadro?
—No el auténtico. Fabio tuvo que guardarlo en algún lugar. Pero ¿dónde?
Me puse a cavilar. Mi tío era demasiado perfeccionista con sus cosas y no dejaba cabos sueltos. Así que pensar en dónde podría estar el cuadro era literalmente una pérdida de tiempo.
De repente, me levanté de la silla. Recordé una mañana que entré en el despacho de mi tío. Tras unas estanterías escondía la caja fuerte. Y nadie excepto él sabía la contraseña. Él mismo la cambiaba dos veces por semana, lo que demostraba lo poco que se fiaba de su esposa.
—Puede que encontremos algo en la caja fuerte.
Kathia se levantó también, expectante.
—Bien ¿tienes alguna contraseña o alguna llave con la que se pueda abrir la caja?
Ya estaba pensando en eso y no me gustaba nada la idea que comenzaba a vagar por mi mente, pero quizá era de la única forma si queríamos ganar aquella batalla.
—Necesita un código, sí, pero la contraseña no sirve de nada si no se supera antes un examen ocular, el escáner del iris de mi tío.
Kathia me miró con los ojos bien abiertos. Enseguida supo lo que estaba concibiendo.
—Intentas decime que tenemos… que… ¡Oh, Dios mío! Es una locura.
—Sí, lo es, pero debemos hacerlo. Tenemos que exhumar el cadáver.
Me acaricié el cabello pensando en si mi tío querría aquello. Pero no veía otra solución si quería salvaguardar la supervivencia de los míos y poner a salvo a Kathia. En unos meses estaría casada con Valentino y debía evitarlo como fuera.
—Está bien, ¿cuándo? —preguntó Kathia.
—¿Cuándo, qué? —pregunté entrecerrando los ojos.
Estaba insinuando algo que no me hacía gracia.
—¿Cuándo vamos al cementerio? —dijo decidida.
—¡Ni lo sueñes, tú no irás! —exclamé entre susurros.
Pestañeó y colocó los brazos en jarras caminando hacia mí. Iría, quisiera yo o no.
—¡Claro que sí! Iré. —Apreté la mandíbula cuando ella se aferró a mí rozando mis labios con los suyos. Ni siquiera me moví. Permanecí quieto ante el deseo de besarla. Ahora no podía caer en sus redes—. Lo único que te impide enfrentarte a mí en esta decisión es que sería como enfrentarte a ti mismo. ¿Dejarías de ir? —Rozó mi labio inferior con su lengua con la excusa de coger aire. No pude evitar soltar un gemido—. ¿No, verdad? Pues yo igual. Si tú vas, yo voy. Pase lo que pase.
Cerré los ojos al escuchar aquella frase. La tomé entre mis brazos y la llevé hasta la cama tumbándome sobre ella. Kathia me contempló con una sonrisa débil en los labios.
—Estaré esperándote al final de tu calle la madrugada que viene, sobre las dos —dije antes de besarla.
No quería que fuera, pero si no la llevaba conmigo, Kathia podía plantarse allí sola.
Me abracé a ella sintiendo el calor de su cuerpo. Y pensar que había estado a punto de perderlo.