Capítulo 29

Cristianno

Frené bruscamente y enseguida vi a Kathia caer sobre la mesa. Los cristales se extendieron por el suelo. Salté como alma que lleva el diablo hacia la entrada del edificio. Si descubría quién quería hacer daño a Kathia, lo descuartizaría.

Me protegí la cabeza y arremetí contra el vidrio de la puerta. No sabía a qué me enfrentaba y no quería sacar el arma delante de Kathia, a menos que no fuera necesario. Las puertas del ascensor se abrieron y, antes de que pudiera verme, me lancé detrás del mostrador. Yo, en cambio, sí pude verle a él.

Kathia permanecía tras la madera doliéndose de una rodilla. Tenía sangre por todas partes, pero vi que no era suya…, era la sangre de mi tío Fabio. La cogí de un brazo y la arrastré hacia mí.

—¿Estás bien? —musité antes de que Valentino disparara. Kathia comenzó a llorar desconsolada. Estaba asustada y se aferró a mi chaqueta. Fruncí los labios, lleno de ira, y le cogí el rostro—. Kathia, mírame. ¡Mírame! —Terminó haciéndolo sin dejar de llorar—, quiero que hagas lo que te diga, ¿de acuerdo? Estoy aquí, no te preocupes. —Asintió tragando saliva. Eché mano a mi espalda, cogí mi pistola y la cargué. Kathia me miraba con las pupilas dilatadas, luchaba por comprender qué hacía yo con un arma, pero no lo lograba. Acababa de perder a una persona que amaba, no sabía si resistiría perder a otra. Suspiré—. Corre hacia la puerta cuando yo te diga ¿Entendido?

—¿Y tú? No pienso irme sin ti. —Su voz sonó rotunda, aunque las lágrimas seguían cayendo por su mejilla. Acarició mi mano. Por fin la miré.

—Iré detrás de ti, lo prometo.

Kathia sabía que cumplía mis promesas. Su rostro se calmó y asintió con la cabeza dejando que una oleada de expresiones la dominara.

Asomé lentamente la cabeza y vi a Valentino escondido en el pasillo de las escaleras de emergencia. Me disparó y Kathia tiró de mí para protegerme.

—No pasa nada, Kathia —susurré, tranquilizándola. Ella frunció el ceño.

—No es la primera vez que disparas, ¿verdad? —dijo con un tono cálido. Me tranquilizó, su rostro parecía confiar en mí. Mi silencio le dio la respuesta.

Entonces vi el cartel que indicaba el orden de las plantas. Estaba colgado de unos alambres. Si disparaba, caería sobre Valentino y nos daría los minutos que necesitábamos. Humedecí mis labios y apunté sabiendo que Kathia me contemplaba alucinada.

Era consciente de que estaba descubriendo que yo no era un chico normal, como seguramente había pensado. Estaba averiguando qué había tras mi fachada. Disparé y el panel se soltó. Cayó sobre la espalda de Valentino, que se desplomó.

—¡Ahora, corre! —grité, indicándole la salida cuando nos levantamos del suelo. Lo único que quería era que no la viera. Si Valentino la descubría, su vida correría peligro.

Salió corriendo hacia la puerta sorteando los trozos de cristal. La seguí sin dejar de apuntar a Valentino, que se removía bajo el panel; le llevaría unos minutos levantarse. Kathia entró en el Bugatti cuando yo guardaba la pistola en mi espalda. Arranqué todavía con la puerta abierta.

—¡Agáchate! —grité mientras esquivaba un camión a toda velocidad.

Estábamos fuera de la vista de Valentino, pero no me fiaba.

Cuando estuve seguro de que Kathia ya estaba a salvo, me vine abajo. Todo aquello lo había provocado el asesinato de Fabio. Mi tío estaba muerto. La angustia se apoderó de mí.

Kathia

Entré en el salón del piso de Cristianno aferrada a su mano. Graciella, la madre de Cristianno, fue la primera en vernos.

—¡Oh, Dios mío! —gritó lanzándose a por mí—. ¿Qué ha pasado?

Comenzó a inspeccionarme rápido, con la respiración agitada y con las manos temblorosas.

Silvano se levantó de su asiento seguido de Alessio y de sus hijos, Valerio y Diego. También pude ver a Enrico, que enseguida corrió hacia mí.

—No es suya… —masculló Cristianno, impotente.

Sabía lo que él estaba sintiendo porque en mi pecho no cabía más dolor. Mis ojos volvieron a inundarse, pero evité llorar. Tragué saliva cuando vi cómo Silvano miraba a su hijo. Todos los hombres de aquella sala se estaban hablando sin que nadie pudiera escucharles.

—¿De quién es? —preguntó Alessio con la vista fija en la sangre que cubría mi cuerpo.

Que Cristianno bajara la cabeza de aquella forma, les dio la respuesta que requería su tío.

—¡Cristianno! ¡Oh, joder, tío! ¿Estáis bien? —exclamó Mauro al entrar en el salón.

Me abrazó con fuerza y después miró a su alrededor. Alex y Eric también estaban allí.

—¿Dónde está mi hermano? —habló Silvano esperando que su hijo le mirara. No lo hizo hasta que gritó—: ¡Contesta!

Cristianno se humedeció los labios después de morderlos. Estaba totalmente desconsolado, afligido. Habían matado a su tío, a quien él tanto adoraba. Sus ojos reflejaban tanto la pena que sentía como la sed de venganza. No pude evitar volver a llorar y me aferré más fuerte a los brazos de Mauro. Enrico me miró frunciendo el ceño.

—¿Tú estabas allí? —murmuró discretamente, para que solo pudiera escucharle yo.

Asentí mientras Cristianno se pasaba una mano por el cabello y se desplomaba contra la pared.

—Llegué tarde… podría haberle salvado, pero no llegué a tiempo —dije en voz alta alejándome de Mauro.

Caminé hacia Silvano y le miré suplicando perdón.

—¡Lo siento muchísimo! ¡No pude salvarle! —exclamé a solo un metro de él.

Oculté mi rostro entre mis manos antes de sentir cómo me abrazaba. Pude ver como Alessio se desplomaba en el sofá.

—¿Dónde? —gruñó Diego.

—En los laboratorios… —suspiró Cristianno.

Graciella cogió la mano de su hijo.

—¿Quién había allí, Kathia? —me preguntó Valerio.

Me alejé de Silvano y le observé temerosa. Debía decirle que mi padre estaba allí y que seguramente dio la orden.

—Adriano y sus dos hijos. También estaba mi… padre… —Contuve el sollozo que resbalaba por mi garganta—. Dijeron que sus hombres irían después a recoger el cuerpo de Fabio.

Cristianno me contempló con fijeza. Me estaba acariciando con la mirada y todos se dieron cuenta. Toda la familia supo que estábamos juntos.

—Valerio, Diego, llamad a mis inspectores. Que vayan y levanten el cadáver. No quiero que toquen a mi hermano.

Me quedé allí plantada, en el centro del salón, contemplando la nada mientras todo el mundo se movía a mi alrededor. Cómo había cambiado mi vida en unos minutos.

Cristianno cogió mi mano y me arrastró con delicadeza hacia las escaleras. Me llevó a su habitación.