Capítulo 24

Kathia

—El motor de un Bugatti es inconfundible —me dijo Enrico, sorprendiéndome en el pasillo que llevaba a la cocina.

Había decido subir por las escaleras traseras para que no me viera nadie, pero no había servido de mucho.

Enrico estaba apoyado en la pared con su planta sexy e imponente, esperando saber qué excusa pondría. No había hablado, y ya estaba sonriendo.

—¿Un Bugatti? Bueno, estamos en Roma. Hay bastante gente con ese coche.

—Claro, una de ellas es Cristianno Gabbana. Se rió con ganas.

—No te rías, Enrico. Comienzas a asustarme, en serio.

Entrecerró los ojos.

—Ya te vale. ¿No decías que lo odiabas?

Fruncí los labios sin saber qué decir. Enrico me conocía tan bien que era imposible mentirle. Y era inútil ocultarle que había pasado la noche con Gabbana.

—Y le sigo odiando, créeme —bufé mientras me acercaba a él.

—Por eso te escapas con él… Sois un desastre. Seguro que ha sido idea de él —dijo colocando un brazo sobre mi hombro.

—Cómo lo sabes.

Daniela me abordó mientras Mauro me miraba pícaro. Seguro que Cristianno lo había puesto al corriente de todo.

Tuve que hacerle una descripción exhaustiva de lo ocurrido entre Cristianno y yo aquella noche. Ya se lo había contado a Enrico, quien no había podido dejar de reír mientras me escuchaba. Así que no era de extrañar que Daniela hiciera lo mismo. Por supuesto, con mi cuñado me reservé momentos que a mi amiga sí le pude contar. No quería que Enrico se enterara de lo de la biblioteca, por eso la parte de la playa la tuve que adornar con cierto trabajo.

—¿Te besó? —preguntó Daniela al borde de un ataque.

Le parecía increíble que Cristianno hubiera actuado como lo hizo durante toda la noche. Y, la verdad, a mí también.

—No.

—¿Le besaste tú?

—No.

—Entonces, ¿qué hicisteis?, ¿miraros las caras?

—Más o menos.

—Yo flipo. Sin duda, tiene que estar hasta las trancas porque si no ya os habríais acostado, créeme.

Miré a Cristianno por encima del hombro de Daniela. Llegaba fingiendo una pelea con Alex.

—¿Tú crees que está…? —No pude terminar la frase y la cara de Dani tampoco me ayudó mucho—. Bueno, ya sabes…

—¿Enamorado?

—¡Chist! Baja la voz. —Le tiré del brazo—. No quiero que nos oiga y se está acercando.

Daniela miró y al ver que se aproximaba bajó la voz.

—Mira, no tengo ni idea. No sé cómo se pone cuando está enamorado porque nunca lo ha estado, pero sí puedo decirte que nunca lo había visto así. De modo que… sí, creo que está enamorado. —Como siempre, Daniela se enrollaba a la hora de exponer su punto de vista, pero era cristalina y tan concluyente que te dejaba sin palabras.

Cristianno se acercó, me cogió del brazo y me arrastró hacia el lavabo. Me iba a ir con él y estaría de vuelta para cuando viniera Valentino a recogerme.

—Te la robo, Ferro —le dijo a Daniela sin dejar de mirarme.

Ella, Mauro y el resto de nuestros amigos nos cubrirían ante los profesores.

—Sé bueno, Gabbana.

—Eso intentaremos, ¿no? —dijo Cristianno, pero para mí más que para Daniela.

—Más te vale. —Aunque, como me había dicho Dani, eso era imposible con Cristianno.

—¿Has tenido novio alguna vez? —me preguntó mientras conducía.

Me sorprendí por la pregunta y la cara que debí poner le hizo gracia. Le miré frunciendo el ceño.

—Bueno… no sé si se puede llamar así.

—¿Has tenido novio y no sabes si lo era? —hizo una mueca.

—Solo nos veíamos una vez a la semana y casi nunca hablábamos. Solo nos besábamos y cosas así.

Se tensó y dejó de sonreír en cuanto escuchó mi comentario.

—¿Cosas así? ¿Qué más hiciste con ese tío? —preguntó con desprecio.

—Cosas… Las mismas que tú con Mía o Laura o…

—Sí, sí, vale. —Negó con la mano.

Tuve que reír al verle celoso.

No sabía dónde nos dirigíamos, pero me daba igual con tal de estar con él.

—¿Cómo se llamaba? —Continuó, poniendo aquella carita de enfado que tanto me gustaba.

—¿Cuál de ellos? —Le piqué.

Aunque, era cierto. ¿Por cuál de ellos me preguntaba?

—¡¿Cuántos has tenido?! —dijo desconcertado.

—Los suficientes como para mantener una conversación de, no sé… ¿dos horas, tal vez? No, puede que más.

—Pero ¿qué os enseñaban en ese internado?

Estaba tan ofuscado, que terminó gritando mientras entrabamos en autovía.

—¿Celoso?

—No sabes cuánto. Iré a poner una queja, ¿sabes? —Terminó sonriendo—. ¿Cuál de ellos fue el que más te… gustó?

—Si lo que quieres es saber si me enamoré de alguno de ellos, te confieso que no. El último se llamaba Edgar y lo dejamos en verano.

—O sea, que fue el primero ¿no?

Se refería al sexo. No, no fue el primero porque todavía no existía la primera vez. Me dio la sensación de que estaba bastante obsesionado con el tema. No quería que se agobiara por tan poco. Me apetecía disfrutar de aquella mañana, porque no le iba a ver en todo el fin de semana.

—Estuvimos a punto, pero me arrepentí en el último momento. —Noté cómo todo su cuerpo se relajaba, suspiró y la sonrisa tornó a sus labios, aliviado—. ¿Podemos dejar de hablar de mis exnovios? Creo que no estás en posición de enfadarte conmigo por si he mantenido relaciones sexuales con otra persona. No tengo por qué darte explicaciones, ¿o, sí? —Arqueé las cejas, interrogante.

Se mantuvo callado y aquel silencio hizo que se agolparan en mi mente un montón de preguntas y dudas que nunca había hablado con un chico. Ahora me apetecía hacerlo con la persona de la que estaba enamorada.

¡Dios!, me moriría de la vergüenza, pero, como siempre, mis labios no se dejaban dominar.

—¿Cómo es…? Quiero decir…, ¿qué se siente cuando…? —Ya está, lo solté.

No terminé la frase, pero él supo inmediatamente a qué me refería. No hizo ningún gesto, permaneció concentrado en la carretera. Un chico y una chica no hablan de sexo entre sí, a menos que ese chico sea Luca.

Ahora que lo había preguntado, deseaba saber cómo lo había vivido él. Qué había sentido y si había estado enamorado alguna vez. Estaba claro que él tenía experiencia suficiente.

Cristianno suspiró y frunció los labios, como buscando la respuesta a aquella pregunta.

—Creo que soy la persona menos indicada para hablarte del placer del sexo. Al fin y al cabo yo solo he tenido sexo. Jamás he sentido nada que no fuera una noche loca o un delirio entre clase y clase. —Me reconfortó saber que no había estado enamorado—. No sé qué se siente cuando tienes a la persona que realmente amas bajo tu cuerpo. No lo he experimentado… todavía —repuso susurrando. Después me echó una mirada fugaz.

Yo continuaba mirándole cuando llegamos a nuestro destino. Estábamos en un circuito de carreras que había en las afueras de la ciudad. Sentí un chute de adrenalina. Si pretendía que yo condujera, lo haría muy dichosa. Bajamos del coche.

Cristianno

—Bien, ¿estás lista? —pregunté mientras me deleitaba mirando lo bien que le quedaba estar al volante de aquel Lamborghini Murciélago del circuito.

—Siempre.

La forma que tuvo de mover los labios para decir eso me hizo sentirme celoso (otra vez) del condenado Edgar. Él había tenido la suerte de probarlos, yo no.

Aceleró con maestría y salimos disparados por la pista antes de toparnos con la primera curva. Giró con estilo, poniendo en práctica lo que le había enseñado. Aún le quedaba relajarse al volante, pero lo hacía estupendamente bien para tener tan poca experiencia.

—¡Esto es increíble! —exclamó antes de detener el Lamborghini—. La próxima vez, lo haré con el Bugatti.

—Ni de coña. Ese coche vale más de un millón de euros.

—Te compraré otro si le sucede algo.

—No, no. Le tengo cariño a ese.

Kathia se rió mientras bajaba del vehículo. Se colocó bien la falda y caminó hacia mí mientras Roberto, el dueño del circuito, recogía su joya amarilla. Le había pagado tres veces los ingresos de un día para que lo cerrara para nosotros. Por supuesto, no puso pegas. ¿Quién se las pondría a treinta mil euros?

La había llevado allí por puro placer. Sabía que le encantaría y quería compartir otra de mis pasiones con ella. En algún momento tocaría el fútbol, aunque dudaba que triunfara tanto con eso.

Me puse detrás de ella para rodearle su cintura mientras caminábamos.

—¿Qué quieres hacer ahora? —le pregunté mientras besaba su cuello.

—Tenemos que volver. Son casi las tres y no llegaremos a tiempo.

Gemí negándome. No quería desprenderme de su aroma, no quería ver cómo se marchaba con Valentino.

—No quiero volver —mascullé a la vez que ella echaba la cabeza hacia atrás.

—Yo tampoco.

Pero volvimos.

Los alumnos ya estaban saliendo del edificio, pero, por suerte, Valentino aún no había llegado. Disponía de unos minutos más para estar con ella.

Dejé el coche lo más escondido posible y me giré en el asiento hacia ella. Vi en sus ojos que había descubierto lo que pensaba.

Kathia

—¿Quieres besarme? —pregunté temerosa.

Cristianno movió sus labios en una sonrisa casi invisible.

—¿Por qué me preguntas eso?

—Solo contesta, por favor —dije con un hilo de voz sin apartar la vista de sus ojos. Ahora refulgían más que nunca.

—Sí… —susurró.

—¿Y por qué no lo haces? —Me acerqué.

—Porque no me lo has pedido. —Miró mis labios. Parecía que les estaba hablando a ellos.

—¿Te lo pidieron… las… demás?

Se me escapó. No sé si estuvo bien preguntar aquello, pero la incertidumbre desapareció en cuanto escuché las palabras de Cristianno.

—Las demás no me importaban. No había necesidad de preguntarles. —Si ya no me quedaban claros sus sentimientos hacia mí, es porque era imbécil.

Tragué saliva y cerré los ojos. No tardé en sentir sus dedos paseando por mi mejilla. Estaba ahí, e iba a besarme.

Pero la maldita canción de mi móvil rompió el embrujo. Nos miramos.

Ambos sabíamos quién era.