Capítulo 20

Kathia

Abracé con fuerza su cintura como si así pudiera alargar los minutos que me quedaban para estar con él. Ya entrábamos por mi calle. Cristianno respondió a aquella caricia con un escalofrío. Seguramente, si no hubiese estado conduciendo, habría respondido a aquel gesto.

Se detuvo frente a la verja de mi casa y resopló mientras nos quitábamos los cascos.

—¿Te veré… mañana… en el instituto? —pregunté dudosa.

—Claro… —sonrió.

Enseguida se puso serio y me contempló fijamente, con intensidad. Yo le respondí de la misma forma, pero no pude evitar levantar la mano y acariciar su cabello. Estaba mojado, como nuestros cuerpos. Me gustó la sensación.

Cogió mi mano y me arrastró hasta su pecho. Me abrazó con fuerza.

—Espero que ahora no fantasees conmigo por esto —bromeó sin dejar de abrazarme.

—Imbécil.

—Yo también te quiero.

—Hasta mañana. —Asentí antes de darme la vuelta.

Me alejé sonriente.

Su sonrisa fue lo último que vi antes de atravesar la verja y entrar en el jardín. El sonido de su moto se alejó por la calle y yo me apoyé en la puerta deseando que las horas pasaran rápidas para volver a verle.

Me dirigía a mi habitación cuando mi madre surgió de la nada y me agarró del brazo con fuerza. Al darme la vuelta, recibí una bofetada.

Instintivamente, la empujé.

—Pero ¿qué coño te pasa? —grité llevándome la mano a la mejilla.

—Si vuelvo a verte con ese Gabbana, juro que yo misma me encargaré de encerrarte.

¡¿Qué?! Pero ¿estaba loca? ¿Qué le ocurría? No había hecho nada.

—¿Por qué me dices eso?

—Tu deber es estar con Valentino, no con Cristianno.

—¡Solo somos amigos! —exclamé antes de recibir otra bofetada.

Esta vez tropecé con el escalón y caí al suelo.

—Quedas advertida. No te liarás con un Gabbana.

—¿Y qué te importa si estoy o no liada con él?

—¡Tu novio es Valentino, te debes a él!

—¡Por Dios, deja de decir tonterías! Yo no me debo a nadie, no pienso salir con él.

Volvió a cogerme del brazo y se acercó a mí. Me sentí mareada, aún no estaba recuperada de la caída por el acantilado y tanto ajetreo me había trastocado. Mi madre bajó la voz, pero hizo que sus palabras las oyera claras.

—Te lo advierto, Kathia. Si te vuelvo a ver cerca de Cristianno me encargaré de que tengas problemas.

Fruncí el ceño. No comprendía el porqué de su arrebato. ¿A qué venía todo aquello? ¿Por qué se ofuscaba de aquella forma?

—¿Qué pasa, mamá? —Decidí plantarle cara—. ¿No lograste conquistar a ningún Gabbana y te enciende que lo consiga yo?

Roja por la rabia, me empujó. Se alejó de mí sin dejar de mirarme. Había dado en el clavo.

—Estás advertida. Confío en no tener que volver a decírtelo, Kathia.

Desapareció dejándome atónita. ¿Tendría algo que ver la conversación que escuché en el cumpleaños de Adriano con lo que acababa de ocurrir? ¿Por qué se empeñaba en que me ennoviara con Valentino?

Aquí pasaba algo raro y tenía que descubrirlo. Pero no dejaría de ver a Cristianno.

Cristianno

Estaba sentado en la terraza de mi habitación cuando la puerta se abrió de repente y entró Mauro gritando mi nombre teatralmente. Le miré desde la terraza y sonreí al ver los alardes histéricos que siempre utilizaba para hacerme reír.

Se asomó a la puerta y puso los brazos en jarras imitando a Luca.

—Querido, sí que te ha dado fuerte. Hasta madrugas y todo —bromeó saliendo a la terraza—. Y ya estás vestido, ¡impresionante!

Me dio unas palmadas en la espalda.

—Estate quieto, Mauro. No me pasa nada, es solo que no podía dormir.

Tomó asiento mientras enarcaba una ceja. Sabía que podía deducir que Kathia tenía la culpa de mi falta de sueño.

—Ya, claro. —Se encendió un cigarro y le dio varias caladas antes de pasármelo—. ¿Dónde estuvisteis?

—Bueno, estuvimos hablando y… la invité a desayunar. Después la llevé a su casa.

—¿La invitaste a desayunar? —preguntó alucinado.

Él sabía que jamás había hecho eso antes, pero con Kathia todo era por primera vez.

—Así es —contesté esquivando su mirada.

—¿Y no pasó nada? ¿Ni siquiera un beso? ¿Hubo tocamientos?

Siempre quería que le hiciera un resumen exhaustivo de lo que sucedía en mis citas.

—Tío, ¿qué dices? —Le pasé el cigarro antes de encoger mi pierna y apoyarme en ella.

—Es solo que se me hace extraño que no hayas tenido nada con ella. Que sencillamente la llevaras a casa y ya está. Admítelo, Cristianno, nunca has hecho algo que se le parezca. Ni siquiera dejas que se monten en tu moto.

Era cierto. La gran mayoría de veces (por no decir todas), las chicas acababan en mi cama sin más preámbulos. Nada de cenitas, ni despedidas a medianoche en la puerta de su casa, ni de besitos al día siguiente. En general, nada que comprometiera.

—No haré nada hasta que me lo pida —confesé—. No quiero cagarla de nuevo.

—¡Oh, joder! ¡Estás enamorado, tío! ¡Qué fuerte, macho! —exclamó Mauro tan alucinado como yo de que aquellas palabras estuvieran ligadas a mí.

«Maldición, lo sabía. Sabía que esa niña terminaría volviéndome loco.»

Mauro comenzó a dar vueltas de un lado para el otro, como si estuviera trazando un plan. Le noté nervioso, tenso.

—Vale, tranquilicémonos. —Le miré divertido. Él era quien debía calmarse, no yo—. ¿Kathia lo sabe? —preguntó parándose de golpe.

—¡No jodas! —clamé incrédulo. Me levanté. Comenzaba a hacerse tarde y debíamos bajar a desayunar—. ¿Cómo quieres que lo sepa? Si se lo digo se volverá más insoportable y creída.

—Todavía estás con lo mismo, ¿eh? —Sacudió la cabeza siguiéndome.

—Es una estúpida insufrible. —Entré en la habitación y cogí la chaqueta del uniforme.

—Lo que tú digas, pero te has enamorado de la estúpida insufrible y eso es lo más alucinante de todo. ¿Quién iba a decirlo?

—¿Por qué no paras un rato, anda? Comienzas a cansarme.

—¿Sabes? Creo que ya sé por qué te gusta Kathia.

Se colocó en la puerta para que no pasara y tuviera que escuchar la gilipollez que iba a soltar.

—¿Por qué? —Fruncí los labios.

—Porque es igual que tú.

Sabía que tenía razón. En cierto modo, Kathia y yo no éramos tan diferentes. Solo que ella no sabía nada de nuestro mundo. ¿Cómo se lo tomaría. ¿Qué pensaría de mí si descubriera que formaba parte de la mafia? ¿Que nuestras familias dominaban Roma porque eran mafiosos? ¿Qué asesinábamos a gente para conseguir nuestros propósitos? Y lo peor de todo, que yo no vacilaba en hacerlo.

Tragué saliva al pensarlo y Mauro descubrió lo que vagaba por mi cabeza. Me colocó la mano en el hombro y buscó mi mirada.

—Tranquilo, podemos evitar que lo descubra —dijo casi en un murmullo.

—Pertenece a nuestro mundo tanto como nosotros. Es solo cuestión de tiempo que lo averigüe.

Pensé en Valentino. Presentía que tras su obsesión por Kathia había algo más que la simple atracción. No sabía cuál era el plan, pero lo descubriría, y después lo evitaría.

—Te recuerdo que su padre es Angelo Carusso… —Por encima del hombro de Mauro, vi los ojos azules de mi madre.

Mi abuela me decía que tenía la misma mirada que mi madre, pero que la intriga la había heredado de mi padre.

Sonreí al ver que mi madre observaba el cigarrillo de Mauro.

—¡Mauro! —exclamó poniendo los brazos en jarras.

Del sobresalto, a mi primo se le cayó el cigarro al suelo y lo pisó. Enseguida se puso detrás de mí.

—¡Tía Graciella…! Estás especialmente guapa esta mañana —la intentó adular mientras mi madre fruncía los labios.

Mi primo solía utilizar su encanto para calmar a su tía. Pero ella tenía carácter Belluci y no se dejaba influenciar. Ni siquiera por mi padre. Ella era la que mandaba en casa.

—Mauro, sabes que no me gusta que fumes en las habitaciones… —empezó a decir antes de sentir cómo Mauro la abrazaba por la cintura.

Retoqué bien mi corbata y alcé el cuello de mi camisa riéndome de la conversación que mantenían mi madre y mi primo.

—Lo siento, llevas toda la razón. Si yo fuera tú, me daría de hostias, ¿sabes?

—No creas que no lo he pensado.

Mauro sonrió con tensión y yo solté una carcajada en cuanto mi madre se marchó.

—Venga ya, Mauro. —Le cogí del cuello—. Cambia esa cara, anda —dije saliendo de la habitación y colgándome la cartera al hombro.

Llegué al garaje y miré el faro de mi Bugatti. Mi padre me había dicho que ya estaba listo, y es que lo mejor de ser un Gabbana era que conseguíamos las cosas sin necesidad de esperar.

—Si piensas ir en coche, voy contigo —me dijo Mauro acercándose a la puerta del copiloto.

—Lo imaginaba —asentí.

Mauro adoraba aquel coche y utilizaba cualquier excusa para montarse conmigo. Aunque su Audi R8 no estaba nada mal.

Tomó asiento antes de que pudiera darme cuenta. Le seguí y me coloqué el cinturón. Mauro me contempló extrañado.

—¿Qué? —pregunté arrancando el motor. Aquel suave y agresivo sonido me inundó de placer. Recordé las piernas de Kathia sobre mi capó.

—¿Desde cuándo te pones el cinturón? —Hizo lo mismo.

—Desde que voy a poner esta preciosidad a más de doscientos, Mauro.

—Joder… —Se deslizó en el asiento de piel blanco. No era la primera vez que lo hacía. No llevaba mucho tiempo con el carné, pero llevaba años conduciendo y tenía mucha maestría—. De acuerdo. Te apuesto quinientos euros a que no llegas al San Angelo en cinco minutos —me retó.

—¿Cinco minutos? Fruncí los labios.

Estiré la tela del pantalón acomodándome en el asiento. Hice crujir los dedos.

—Sí, con tráfico incluido.

—Lo haré en tres —dije bravucón.

—Macho, si lo haces en tres te daré ochocientos. —No me creía capaz.

—¿Los tienes aquí?

—Tengo para pagar la apuesta dos veces, ¿y tú?

—Que sean mil.

Apreté el acelerador y salí del garaje antes de que la puerta terminara de abrirse. Derrapé en cuanto llegué a la curva de la avenida.