Capítulo 16

Kathia

—¿Me gustaría saber qué piensa una mujer cuando se queda mirando la nada de la misma forma que tú? —dijo Mauro mientras se sentaba en el bordillo de la acera.

Habíamos ido al Giordana’s a tomar algo mientras ultimábamos los preparativos de la fiesta de cumpleaños de Luca. Pero yo no era capaz de concentrarme en nada que no fuera Cristianno.

Salí del local y me senté en la acera. Me dejé llevar por mis pensamientos a pesar del frío húmedo que me recorría.

Me molestaba horrores admitirlo, pero le necesitaba cerca. Deseaba verle y no podía evitar esperar que apareciera por la calle y viniera hacía mí, tragándose su orgullo de niñato engreído. Dios, cómo lo… detestaba.

«¿Dónde estás, Cristianno?»

Miré a Mauro, que fumaba un cigarrillo, y sonreí; me sentí extrañamente reconfortada por tenerle cerca. Miré el humo que salía de sus labios y me hizo un gesto para que cogiera el cigarro. Asentí, lo cogí y le di una calada profunda.

No fumaba con frecuencia, pero debía admitir (por desgracia) que era fumadora desde los quince.

—¿Qué ocurre, Kathia? —volvió a preguntar; esta vez con más dulzura que la anterior.

Sacudí la cabeza y le miré.

—A mí también me gustaría saberlo. —Solté el humo.

Nos miramos a los ojos. Mauro era demasiado inteligente para que se le escapara algo. Sabía que él podía descubrir, incluso antes que yo, lo que realmente me ocurría.

—Es todo tan confuso.

—No puedes comprender un sentimiento —dijo cariñoso retirando mi cabello—. Mira, Kathia, no siempre podemos dominar lo que realmente sentimos. Por mucho que os empeñéis en negarlo, ya habéis caído. —Recuperó el cigarro de mis manos—. Ahora solo falta que lo comprendáis.

Fruncí el ceño al oírle emplear aquel plural cuando solo estaba hablando conmigo. ¿Acaso había mantenido aquella conversación con Cristianno?

Suspiré y volví la mirada hacia la calle. Me pregunté si aquellas personas que paseaban por allí estarían viviendo una situación como la mía. Bah, tonterías.

—Hablas como si supieras qué me ronda por la cabeza. —Intentaba hacerme la dura.

—Sé lo que te ronda por la cabeza. —Me empujó, bromeando—. Tiene nombre propio.

—Claro —dije incrédula.

Mauro se acercó a mi oído y me rozó con sus labios antes de hablarme.

—Él se resiste porque eres la primera. ¿Por qué te resistes tú, Kathia?

Me sobrecogí. No sabía qué hacer. Incluso temblé. Un escalofrío recorrió mi cuerpo en el momento en que di con la respuesta.

Volví el rostro hacia Mauro. Estábamos solo a unos centímetros. Tenía una débil sonrisa en los labios y sus ojos expresaban interés.

—Porque también es el primero.

El coche dio la última curva y allí apareció la enorme casa que el padre de Luca tenía en la playa. Había tardado cerca de un mes en convencerlo de que se la dejara para la fiesta. Yo no había entendido por qué su padre le ponía tantas pegas… hasta que vi la residencia.

De diseño muy moderno, estaba cubierta de cristaleras. Barandillas de metal, suelo negro con cristales brillantes, piscina y mini spa… y todo a unos metros de la playa (veinte para ser exactos). Cerca de uno de los porches había un promontorio, un acantilado de roca que se comunicaba con el aposento principal del segundo piso por un pequeño puente.

Eric volvió a gritar asomado por la ventana del techo de la limusina. Había decidido venirse con nosotras. Alex, Mauro y Erika ya estaban en la fiesta con Luca y otras ciento veinte personas invitadas.

Le había pedido a su chófer que nos trajera y lo agradecí. De ese modo evitaba que Valentino me acompañara y se quedara conmigo para vigilarme. Me había ido de casa justo después de comer, después de aguantar los sermones de mi madre sobre «deberías ser más amable con Valentino». El problema es que ya no veía aquellos consejos como el capricho de una madre con un muchacho, sino como un astuto plan. Desde que escuché la conversación que mantuvo con mi abuela, intentaba mantenerme alejada de ella. Sabía que tramaba algo y que se avecinaban problemas. Que el empeño que mi familia tenía con el menor de los Bianchi se debía a algo que, estaba segura, no tardaría en descubrir.

Eric se acuclilló y se desplomó en el asiento mientras cogía un regaliz de la bandeja. Se lo llevó a la boca antes de hablar.

—Joder, hace un frío que pela, ahí fuera.

Daniela lo miró satírica.

—¿Qué esperabas? Llevas cerca de media hora haciendo el gilipollas asomado en esa ventana.

Solté una carcajada que enseguida se vio coreada por la de Eric. Comenzaba a acostumbrarme al humor mordaz de Dani y me encantaba. Era extraordinaria.

Suspiró y se estiró la falda del vestido rojo oscuro que le había dejado. Era un Versace de cinco mil euros que estaba estrenando ella. Lo había comprado el martes por la tarde en un arrebato. Daniela no vestía de ese modo, pero me había confesado —después de presionarla para que hablara, porque ella no estaba acostumbrada a desahogarse— que quería sorprender. Ya iba siendo hora de dar el gran paso con Alex. Quería estar con él y no veía por qué esperar más. Aquella sería la noche. Así que la arrastré a mi enorme ropero y la transformé dejándola más impresionante de lo que ya era.

Erik cogió la botella de champán y se sirvió la cuarta copa en veinticinco minutos que llevábamos de trayecto.

—¡Bah! En cuanto vea a… —Eric frunció el ceño. Le miramos extrañadas— a… Lucille. —Sonrió para disimular los nervios—. Sí, en cuanto vea a Lucille, se me pasará el frío.

—Ya… —murmuró Dani escudriñando en su mirada.

Estaba segura de que Daniela tenía la misma impresión que yo de que no era Lucille la dueña de sus pensamientos. Ni siquiera era una chica.

—¿Por qué me miráis así? —preguntó escondiéndose tras la copa.

—Porque eres gilipollas.

Volví a reír. Daniela tenía una forma de insultar muy impulsiva y contundente.

—Eso ya me lo has dicho.

—Pues te lo vuelvo a decir. —Meditó lo que iba a soltar a continuación—. ¿Sabes quién es el DJ de la fiesta? Yo te lo digo. Joni. Ese morenito cachas que trabaja en Eternia y tira los trastos a Luca siempre que puede. Ha venido a su fiesta, de gratis, simplemente por el hecho de… de estar con él. —Lo último lo dijo con cierto desdén.

La insinuación era obvia. Efectivamente, Eric estaba colado ¡por Luca! Y, al parecer, odiaba a Joni.

—Vale… De acuerdo.

—¿Qué significa ese «de acuerdo»?

—Simplemente, de acuerdo.

Eric pareció que se enfurruñaba, pero en realidad no estaba enfadado. Solo tenía miedo.

Daniela se lanzó a por él y comenzó a hacerle cosquillas. Yo también me uní y tras varios minutos dando tumbos en la limusina, nos incorporamos y nos miramos.

—¿Creéis que él… que él sentirá lo mismo? —preguntó dubitativo y completamente asustado.

No pude evitar recordar la conversación con Mauro. No sabía si Cristianno sentía algo por mí, pero la insinuación de su primo fue suficiente para ponerme más cardíaca durante esos días.

Daniela sonrió y torció el gesto antes de mirarme. Era increíble que Eric estuviera sincerándose de aquella forma delante de mí, y quise darle mi apoyo. No podía estar segura de lo que quería Luca porque apenas le conocía, pero sabía que era un buen tío y que las miradas que yo había visto que le lanzaba a Eric significaban mucho más que amistad.

—Solo tienes que comprobarlo. Déjate llevar —le aconsejé acariciando su mejilla.

—Dios, ¿qué dirán los chicos?

—Los chicos te quieren y no les importará. Parece mentira que no lo sepas. ¿Acaso no recuerdas el día en que Luca os dijo que era gay? —añadió Daniela.

—Como para olvidarlo. Cristianno se quedó en estado de shock más de una hora.

Cristianno.

No sabía si estaría en la fiesta, pero todo apuntaba a que sí. Mi estómago era una bolsa de nervios. No sabía cómo reaccionaría al verle, aunque estaba deseando que llegara el momento. Necesitaba ver aquellos ojos observándome como si fuera lo único que hubiera en el mundo.

Suspiré antes de que la limusina se detuviera frente a la puerta principal. Observé el cotarro antes de bajar. Luca había desalojado la casa convirtiéndola en una especie de club de lujo, tipo Nikki Beach. Pequeñas carpas, gogós, camareros, un podio para el DJ… todo era un derroche fabuloso.

Al primero que pude ver fue a Alex, que se lanzó hacia el vehículo a toda prisa. Iba con unos pantalones blancos y una camiseta negra que le marcaba sus prominentes músculos. Estaba guapísimo, pero Daniela no era consciente de su presencia así que salió de la limusina como si nada. Se estiró la falda y se retiró el pelo mientras fruncía los labios. Alex se detuvo y la contempló pasmado.

—Vaya… Dani… estás… —No sabía qué decir. Eric la empujó en cuanto salió.

Ella se dio la vuelta y le miró, ruborizada.

—Estás… —volvía a decir Alex.

—Sí, sí…, la culpa la tiene Kathia. —Se escudó en su ironía—. Tuve que ceder porque temía por mi vida. Puede llegar a ser muy persistente.

—Sigue siéndolo, Kathia. —Alex me guiñó un ojo antes de abrazarla.

Luca apareció en cuanto salí de la limusina.

—¡Nena! ¿Cómo demonios consigues salir así de un coche? —gritó.

Entonces me fijé en que todos me miraban, algunos boquiabiertos; como Mauro, que se acercó en ese instante.

Me había puesto unos pantalones muy ceñidos de color negro metalizado que estaban cubiertos hasta las rodillas con unas botas altas de tacón. Sobre ellos llevaba un corsé, el cual marcaba mi cintura y dejaba mis hombros al descubierto (también de color negro). El cabello decidí dejarlo suelto; aquel atuendo era demasiado provocativo como para quitarle fuerza con algún recogido.

—Si fuera heterosexual, te lo haría ahí mismo, créeme —bromeó Luca. Todos se rieron a carcajadas.

Eric alzó las cejas, observándole fijamente.

—Preferiría que al menos me llevaras a la cama. —Sonreí antes de morderme el labio en plan coqueta.

—Eso está hecho, pero tendrás que esperar a otra vida. A ver si hay suerte —añadió antes de mirar a Eric.

Mauro se acercó a mí con las manos en los bolsillos. Si no se hubiese parecido tanto a su primo, no me habría puesto tan nerviosa.

Me inspeccionó después de darme un beso en la mejilla y sonrió mientras asentía con la cabeza. Humedeció sus labios.

—Sé de uno que saltaría sobre ti, y ese sí es heterosexual —bromeó.

Cristianno.

Me puse tensa y tragué saliva.

—¿Está aquí? —pregunté con un hilo de voz.

Mauro frunció los labios, suspirando, y asintió.

Después de unos segundos digiriendo la noticia (Cristianno estaba entre esas ciento veinte personas y seguramente ya me tendría en su punto de mira sin yo saberlo) retoqué mi corsé y miré hacia la carpa que había montada justo al lado del salón.

—Bien, a divertirse.

Dejé a Mauro con una sonrisa en su cara y caminé con decisión. Me sorprendí al ver a Daniela a mi lado.

—¿Crees que le he gustado?

—¡Nena!, pero ¿qué dices?

—No sé, no estoy acostumbrada a… ir de este modo.

Me di la vuelta y la cogí de los hombros. Tuve que inclinarme un poco, Dani era más bajita que yo.

—Estás increíble y, ahora, olvídate de todo y haz lo que te apetezca hacer. No intentes calcularlo todo.

Torció el gesto mostrando una sonrisa interrogante.

—¿Piensas hacerlo tú también?

Donde las dan las toman.

Ya lo advertía la directora del internado de Viena: «No intentéis dar consejos que no sois capaces de aplicar vosotros mismos».