Cristianno
Nunca me había gustado ir a clase —aunque era un buen estudiante—, pero aquel día se me hizo más difícil que nunca.
El suave rostro de Kathia se estaba convirtiendo en mi tortura y sus miraditas furtivas a través de su flequillo, en una condena. Me observaba con disimulo esperando a que le hablara, a que dijera algo que le pudiera dar la opción de preguntarme por lo sucedido el sábado en la fiesta de Adriano. Después de dejarla en el salón y desaparecer, no había vuelto a verla. Y, al parecer, nadie le había explicado nada.
Decidí esquivarla. En clase me mantuve distante, ni siquiera la miraba, al menos no cuando ella podía cazarme. Lo peor de todo es que esa distancia se reduciría a nada en cuanto llegara la hora del puñetero recreo. Teníamos que cumplir un castigo, así que durante media hora estaría sentado al lado de Kathia.
Kathia
Cristianno volvió a desaparecer nada más sonar el timbre. Salió disparado y bajó las escaleras más aprisa que nunca; ni siquiera esperó a su primo.
Mauro me miró, tímido, como había estado haciendo toda la mañana… exactamente igual que Cristianno. Daba la sensación de que pretendían esquivarme. Apenas me habían dirigido la palabra y no me aguantaban la mirada más de un segundo. Era extraño, puesto que ellos siempre estaban participativos en todo, y Cristianno nunca había desperdiciado una oportunidad para hacerme la puñeta desde que llegué al San Angelo.
Aunque más extraño fue lo que había sucedido en la fiesta de Adriano. El disparo, la conversación entre mi madre y mi abuela… el beso de Valentino.
«Ojalá no lo haya visto», pensé sin saber por qué me importaba, pero lo cierto es que no podía soportar la idea de que Cristianno me hubiera visto recibir un beso de Valentino.
Abrí la puerta de la biblioteca y lo encontré sentado a la mesa. Estaba escribiendo en su cuaderno. ¡Dios!, era tan increíblemente guapo que no podía evitar mirarle embobada. No hubiese sido extraño que se me cayera la baba. Era tan perfecto a mis ojos que casi dolía mirarle.
Entré en la sala y la puerta chirrió al cerrarla. Cristianno ni siquiera levantó la vista del cuaderno. Continuaba actuando como si no existiera. ¿Acaso le había hecho algo?
Avancé hasta él y solté los libros sobre la mesa. Si hubiese estado la bibliotecaria me habría lanzado una mirada asesina, pero estábamos solos. Era el momento perfecto para que me explicara por qué se comportaba de aquella manera.
No encontraba motivos para que estuviera así; es más, el sábado parecía estar bien. Me protegió hasta con cariño durante el altercado en el salón.
Respiré profundamente y tomé asiento mirándole de forma acusatoria. Pero no cambió nada, continuó sin mirar, aunque él sabía que le observaba.
Cristianno
El aroma de su perfume me envolvió. Apreté la mandíbula con furia mientras me volvía a recriminar que me gustara tanto.
Carraspeó y abrió su libro por la mitad, sin mostrar interés alguno por lo que leía. Yo era el centro de su atención en aquel momento y sabía que no iba a tardar en hablarme.
—¡Vaya! Es un regalo de los dioses que Cristianno Gabbana esté tan callado esta mañana —dijo con sarcasmo.
Genial. Percibí en su voz que deseaba importunarme. No la miré, no entraría en su juego.
—¿No piensas hablar? ¿Ni siquiera un poco? —continuó.
No pareció gustarle que la ignorara de aquella forma; me comporté como si fuera un fantasma al que no podía ver. Alargó sus manos con parsimonia y retiró mi libreta dejándola a un lado.
Lo consiguió. Levanté la vista lentamente mientras ella se recostaba en la silla y se llevaba el lápiz a la boca con la sensualidad que la caracterizaba. Cruzó las piernas con lentitud mostrándome parte de sus muslos. Volví a apretar la mandíbula, esta vez por motivos algo más vehementes.
—No creí que fuera tan difícil mirar a las personas cuando te hablan —sonrió—. Cristianno, vienes de una buena familia. Muestra más educación, querido.
Puso su vocecita más engreída. Era tan estúpida y egocéntrica que… que me volvía loco.
—¿Qué ocurre? ¿No has logrado pillar nada este fin de semana? —me picó intentando humillarme—. ¿La abstinencia te convierte en mudo?
Me levanté de la silla y se sobresaltó. Me incliné hacia ella y la contemplé fijamente. Ella pareció empequeñecerse.
—¿Qué pretendes, Kathia? ¿Calentarme la bragueta? ¿Quieres jugar? Porque me da la impresión de que es lo único que quieres.
No comprendía por qué había dicho aquello, pero en ese mismo instante recordé el beso que le dio Valentino. Lo había visto desde la barra y ahora parecía estar viéndolo de nuevo. ¿Acaso estaba celoso?
Caminé hasta las estanterías del final de la sala. Podía haberme marchado, pero no lo hice, y todavía no sé porque. Tal vez esperaba que ella me siguiera. Y, si así era, ¿qué esperaba que me dijera? Joder, ¿qué me ocurría con Kathia?
Kathia
Le seguí furiosa. Reconozco que no fui elegante al hablarle de aquel modo y que si lo que deseaba era conversar con él me había equivocado de método, pero eso no le daba derecho a insultarme.
—¿Qué has intentado decirme? —pregunté tirando de su brazo para que me mirara.
—Lo has comprendido perfectamente.
—Repítelo si tienes pelotas.
Le eché cara, pero en realidad no esperaba que contestara reiterándolo. No se retractó.
—¿Acaso no eres nada de lo que insinúo? —Me miró de arriba abajo—. Hasta ahora es lo que has demostrado.
Fruncí el ceño y sonreí. Daba la impresión de que estaba… ¿celoso?
—Estás frustrado porque no voy detrás de ti como tus fulanitas. ¿No es eso? —Era mi turno de mostrar desprecio—. Lástima, esta vez te toca perder.
—Te equivocas. Mis fulanas, como tú dices, me dejan bien satisfecho. Dudo que tú sepas calentar mi cama.
—Eres tan…
Soltó una breve carcajada y volvió a mirarme.
—No te ofusques, puedo hacer una excepción. —Se acercó a mí con una mirada que no le había visto antes. Deseaba herirme, pero le costaba—. Si Valentino no te deja satisfecha. —Me quedé estupefacta. ¿Hablaba él o eran… sus celos?—, podemos buscarte un hueco. Tú por eso no sufras, pero, claro, tienes que decirme si llegas hasta el final. Dime, Kathia… ¿llegas hasta el final?
Mi mano impactó en su cara de porcelana. Deseaba verle sangrar. Era la segunda vez que le pegaba y la segunda que no me había quedado satisfecha haciéndolo; todo lo contrario. Quería hacerle daño, pero mi fuerza no era la suficiente para una persona que parecía estar acostumbrada a dar y recibir.
Cristianno giró la cara con fuerza, y enseguida me miró con más ira que nunca. Entonces, se lanzó sobre mí. Jamás pensé que le vería tan cabreado conmigo, pero así era.
Cogió mis muñecas y me empujó sin pensar en la fuerza que estaba utilizando. Mi espalda crujió al impactar contra la pared y sentí un dolor punzante en el costado. Colocó mis brazos por encima de mi cabeza sin dejar de apretar la piel. Pensé en darle una patada, pero estaba tan cerca que ni siquiera podía moverme.
—No sabes cuánto te odio —masculló rozando mis labios con los suyos.
—Es recíproco —susurré con esfuerzo—. Ahora suéltame.
—Nadie me da órdenes, Kathia. Hago lo que quiero, cuando quiero y… con quien quiero. —Lo último terminó susurrándolo en mi cuello.
Deslizó sus manos por mis brazos rodeando mi pecho hasta la cintura. Me envolvió con demasiada fuerza.
—¿Qué estás haciendo? —dije, temerosa.
Me ignoró y continuó acariciándome con agresividad. ¿Qué esperaba lograr con aquello? ¿Que cayera rendida a sus pies? ¿Qué le estaba pasando? Yo había empezado a creer que el verdadero Cristianno no era de aquel modo.
—Cristianno, por favor, déjame.
Intenté empujarle, pero sus brazos me tenían bien sujeta.
—No. No lo haré —dijo algo sofocado.
Acarició mi cuello con sus labios. Notaba cómo el corazón le latía desbocado y respiraba entrecortado. Sus manos bajaron hasta mis caderas envolviendo los muslos. Empezó a subirlas de nuevo, pero logré esquivarlas removiéndome.
—Cristianno, ¡no, no, por favor! —comencé a sollozar—. Estate quieto.
—¿Por qué debo hacerlo? —preguntó, volviendo a rozar sus labios con los míos—. ¿Acaso no fue esto lo que te hizo Valentino?
Era eso. Su voz tembló de ira al pronunciar el nombre de Valentino y sus manos apretaron mi piel con más fuerza haciéndome daño. Eran celos, de eso estaba segura, pero no comprendía por qué estaba actuando así. ¿No se daba cuenta de que yo quería sentirle, pero no de aquella forma?
—¡Aléjate de mí, no quiero que me toques! —grité antes de conseguir apartarle.
Cristianno
Ahí estaba la confirmación que lo más profundo de mi pecho deseaba oír. No quería que la tocara. No quería que la besara, que le hiciera el amor. No quería que me acercara a ella. No era como las demás… Me sentí el hombre más sucio del mundo.
Kathia me empujó y se echó las manos a la cara. Estaba llorando y su pecho subía y bajaba una y otra vez respirando descontrolado. La había herido y me sentía fatal por ello.
¿Qué clase de monstruo podía hacerle aquello a una mujer? Yo. Quise acercarme, pero me apartó de nuevo.
—¡No me toques!
Me observó enfurecida. En sus ojos también vi decepción. Comencé a caminar y me alejé antes de que se tirara al suelo y comenzara a llorar sin control. No podía soportar ser el causante de su dolor.
Nunca había dejado que un sentimiento me sometiera y sin embargo lo que Kathia me hacía sentir me dominaba. Ninguna chica había reaccionado así a mis caricias. Todas deseaban más y había pensado que así sería con Kathia. Me equivoqué.
Paradójicamente, me sentía orgulloso de que ella hubiera reaccionado de ese modo. Deseaba profundamente que me empujara, que me gritara. Deseaba profundamente que fuera la única.