Capítulo 10

Kathia

Salí de aquel pasillo completamente aturdida. No sabía qué pensar después de escuchar aquella conversación. Conocía a mi madre, sabía cómo era. Olimpia di Castro, la esposa del famoso juez Angelo Carusso. La mujer fría, despiadada e insensible que no asistió al funeral de su padre porque no pudo ponerse sus zapatos de Versace negros: tenía los pies hinchados después del velatorio. Pero jamás hubiera imaginado que la oiría hablar de una forma tan perversa sobre mí.

Sentí unas ganas arrebatadoras de llorar, me faltaba la respiración, tenía que salir de allí.

Cristianno

La seguí sabiendo que ella no era consciente de mi presencia. Caminaba entre la gente intentando ocultar su rostro.

¿Acaso estaba llorando? No lo sabía, pero estaba dispuesto a averiguarlo.

Subió un pequeño escalón y entró en un cenador rodeado de forja y exóticas plantas trepadoras. Algunas gotas de agua se colaban por el tejado de parras y madera, aumentando la belleza de aquel rincón. El viento agitó su largo cabello dejándome ver la curva de su espalda; se perfilaba perfecta sobre unas caderas insinuantes. De repente, inclinó la cabeza hacia atrás y soltó un suspiro ahogado. Algunas gotas cayeron sobre su pálido rostro y se deslizaron por su esbelto cuello. La imagen estaba tan cargada de poesía que deseé abrazarla y aliviar la sensación de angustia que expresaban sus ojos. Cierto, estaba llorando.

Humedecí mis labios tras retener mis pensamientos delirantes y entré en el cenador sintiendo cómo el viento también me envolvía.

—¿Estás bien? —pregunté. Era la primera vez que me preocupaba por alguien que no fuera de mi familia o de mi entorno más inmediato.

Se sobresaltó al escucharme y enseguida eliminó las lágrimas de su rostro.

—Como si a ti te importara —susurró.

—Vaya, para una vez que intento ser amable… —Me acerqué hasta ella.

—Lo siento, es que no tengo un buen día —dijo cabizbaja.

—Ayer tampoco lo tuviste, ¿no? —Sonreí recordando cómo se había cargado el faro de mi Bugatti.

Me miró entre enfadada y desilusionada.

—¿Esa es tu forma de ser amable? —Respiró profundamente y se colocó frente a mí—. Basta, Cristianno. Déjame tranquila de una vez. Ya me he cansado de este juego inútil y sin fundamento. Y sé que a ti también te aburre. Así que terminemos con esto de una vez. Evitemos hablarnos —remató con un tono seco y bajo, pero cargado de decisión.

Kathia había zanjado lo que yo había intentado cerrar desde que la vi en el San Angelo por primera vez. Sin embargo, no me gustó que aquella charla tuviera ese aroma a final.

Kathia

No sentía lo que acaba de decirle; había hablado mi frustración. Pero había dos razones por las que me había comportado de aquel modo. La primera era que estaba harta de estar allí; y la segunda, no tenía fuerzas para pelear con él después de lo que acababa de escuchar.

Me dispuse a salir de allí reteniendo las ganas de girarme e ir en su busca. Necesitaba que me abrazara. Lo vi desde el cristal; cabizbajo y pensativo. Por un instante, no parecía el Cristianno chulo y engreído. Más bien se veía perdido y afligido.

De repente, un sonido seco y atronador llegó desde la sala principal. Me quedé paralizada mientras al primer silencio le seguían algunos gritos.

Parecía un disparo.

Cristianno

Me abalancé a por Kathia, la cogí del brazo y la coloqué detrás de mí. El temblor de su cuerpo me hizo ver lo asustada que estaba. En ese instante, nos llegó una voz desgarradora. Un hombre gritaba el nombre de mi padre y el de Angelo. Se encontraba en el centro del salón apuntando con una pistola. Por su forma de hablar, parecía borracho. No alcancé a verle porque los invitados tapaban su imagen, pero sí pude apreciar cómo los guardias se preparaban para capturarle.

Volvió a disparar cerca de mi padre. Apreté la mandíbula y me adelanté echando mano a mi espalda. Sujeté el mango de mi pistola con fuerza. Me daba igual lo lejos que pudiera estar de aquel hombre, mi puntería era perfecta. No vacilaría. Pero en ese instante, Kathia entrelazó sus dedos con los míos mientras se apretaba contra mi hombro. Percibí su respiración agitada. No le iba a ocurrir nada si estaba conmigo.

Acerqué mis labios a su oído.

—Estoy aquí —le susurré.

Kathia cerró los ojos al sentir mi voz cerca de su cuello. No sé qué hubiese ocurrido en otras circunstancias. Casi con toda probabilidad la habría besado aprovechando que mi ego me había abandonado unos segundos.

Los guardias capturaron al hombre y se lo llevaron. Tras ellos fueron mi padre, Angelo, mis tíos Fabio y Alessio, Enrico y Valentino. Di un paso al frente. Tenía que irme y no podía decirle adónde.

Su mano se resistió, pero terminó por liberarme. La miré una última vez antes de mezclarme con la gente que cuchicheaba asustada y desconcertada.

Cerré la puerta bajo la mirada de mi padre, que sonrió en cuanto me vio entrar.

—Vaya, Cristianno, creía que me habías abandonado —dijo con ironía mientras se encendía uno de sus cigarros. Allí no había nadie a quien le molestara el humo del habano.

—Sabes que eso no ocurrirá, papá —le dije mientras observaba cómo ataban al hombre a una silla. Lo reconocí enseguida. Era Luigi Scarone—. ¿Dónde están Diego y Valerio?

—He preferido que no asistan. Ellos y Adriano se encargarán de tranquilizar a los invitados.

Me apoyé en la puerta presionando el pomo. Fabio se colocó a mi lado en cuanto vio que Valentino me observaba asqueado.

Luigi comenzó a patalear mientras Angelo tomaba asiento; el juez prefería observar a formar parte de la acción. En cambio, Enrico… Se apoyó en los hombros del detenido. Dos de los escoltas desenfundaron sus armas cortas.

—Irrumpes en la fiesta con un arma y estás a punto de herir a alguien… ¿A qué se debe ese arrebato, Scarone? ¿Es que no hemos sido buenos contigo? —preguntó Enrico, rodeándole.

Fabio me alargó un cigarrillo después de encender el suyo. Lo prendí a la vez que Alessio le retiraba de un tirón la cinta que Luigi tenía pegada a la boca. Este gimió al sentir el calor en sus mejillas.

—Mi mujer no tiene nada que ver con esto y vuestros hombres la atacaron —masculló.

—¿Cómo? ¿Atacaron a Carla? —Ya me extrañaba que mi padre no hubiese empleado su sarcasmo. Señaló a los guardias con su puro—. Dios, sois muy perversos. —Todos comenzaron a reír.

—Como volváis a tocarla, os juro… —amenazó.

—Tenemos un acuerdo, Luigi —dijo mi padre caminando decidido hacia él—. El 60% de tus ganancias son nuestras y a cambio hacemos la vista gorda, ¿recuerdas? —Cogió una de sus mejillas y se la apretó ligeramente—. Sin embargo, me has cruzado la cara. He sido bueno contigo y a ti no se te ocurre otra cosa que irrumpir en mi fiesta amenazándome. Eres mala persona, Luigi, y tu mujer es una mentirosa de mucho cuidado.

—No la metas en esto.

—Tendrías que haberlo pensado antes. De hecho, ella tuvo la idea, ¿no es así? —Hice el comentario sin moverme del sitio. Luigi miró el suelo sabiendo lo que le esperaba.

Mi padre me lanzó una mirada llena de orgullo. Fabio me dio un palmetazo en el hombro a modo de felicitación.

—Me has desafiado ahí fuera. Y lo peor de todo es que has olvidado que yo soy Roma —continuó mi padre. Hizo un gesto a Emilio, su jefe de seguridad.

Este echó mano a su bolsillo y sacó el silenciador de su arma. Alessio volvió a tapar la boca de Luigi con la misma cinta mientras este pataleaba.

—Que tus hombres se encarguen de él en cuanto termine Emilio —ordenó mi padre a Valentino. Él frunció los labios para responderle.

Emilio se colocó frente a Luigi y, sin dudar, disparó. Valentino marcó un número en su móvil y avisó a sus guardias para que vinieran. Mi padre me echó la mano por los hombros antes de que yo abriera la puerta para salir.

—Caminaré entre vosotros marcado por la vergüenza —dijo irónicamente, refiriéndose a cómo Luigi Scarone había burlado la seguridad del hotel.

—No deberías ser tan teatral, papá —bromeé en cuanto él se separó y se adelantó.

De repente, Valentino me empujó haciendo que topara con la barandilla de las escaleras. Monté en cólera en cuanto vi su sonrisa.

—No deberías haber venido. No has hecho nada ahí dentro —dijo, despectivo.

Sin dudarlo, me lancé a por él, lo cogí del cuello y lo estampé contra la pared mientras echaba mano a mi pistola. Coloqué el cañón contra su cabeza.

—No lo harás —sonrió, mientras los demás intentaban separarnos—, ni siquiera está cargada.

Hice retroceder el martillo del arma presionando con fuerza sobre su cabeza. No dejó de sonreír.

—Ahora, sí.

—¡Basta chicos! —clamó mi tío Alessio, terminando de separarnos.

Valentino continuó observándome mientras se alejaba. Algún día acabaría con él.

—Deberías andarte con ojo. Sabes que hay negocios por medio que… —dijo Enrico con un tono que no llegó a ser recriminatorio.

—Lo sé, Enrico —dije.

Fabio me cogió del brazo y me retuvo hasta que los demás se alejaron por el pasillo.

—Quiero verte en mi despacho esta madrugada. Tenemos que hablar de algo que te interesa. —Se marchó con paso ligero.

Su voz sonó extrañamente pícara y no pude evitar sonreír. Si mi tío Fabio quería hablar conmigo, seguro que merecía la pena.