Capítulo 8

Kathia

Bajé del Rolls Royce negro del chófer de Erika. El viernes, durante el recreo, habíamos quedado para ir a la discoteca. Fue el mejor día de la semana porque no había visto a Cristianno en toda la jornada.

Nos encontramos con Luca y con una exuberante Daniela —llevaba unos pantalones cortos y un top que ocultaba lo justo— en la puerta del local.

Eternia era un establecimiento muy selecto en Roma. Allí iba gente famosa y rica, y las colas para entrar podían durar toda la noche. Si es que conseguías pasar. Pero nosotros entramos directamente; el enchufe era muy importante.

Daniela se enganchó a mí y me habló al oído después de que saludara al portero; un tal Nicole.

—No es por amargarte la noche, pero quiero que sepas que esta discoteca pertenece a los Gabbana.

—Lo sé, ¿y qué? —Comenzamos a bajar unas escaleras de cristal.

La pared era de tela blanca y se podía ver, en forma de sombra, a unas bailarinas bailar al son de la música.

—Pues que no es de extrañar que te encuentres a… —Me miró.

Suspiré. Daniela era la única que sabía lo ocurrido entre Cristianno y yo en el jardín de mi casa. Extrañamente, preferí no decirle nada a Erika; no parecía demasiado contenta con que me hubiera adaptado tan rápido a la ciudad y tampoco estaba muy receptiva. Apenas habíamos hablado como lo hacíamos antes. Así que se lo conté a Daniela en clase de química después de que me insistiera.

Nos acercamos a un retirado VIP y Luca se colocó delante de mí impidiendo que me sentara.

—Espero ansioso por ver ese modelito que me suena a… —Se acercó a mi abrigo negro y comenzó a olisquear—. ¿Es un Dolce & Gabbana?

Aluciné. No era comprensible que pudiera saber tanto de moda. De nuevo conseguía asombrarme.

—¿Cómo lo has sabido? —exclamé retirando mi abrigo.

—¡Oh, cielos! Estás soberanamente sexy —dijo mordiéndose un labio.

Cristianno

—No comprendo por qué hemos tenido que venir —dije resoplando mientras una de las gogós de la barra del primer piso acariciaba mi mentón.

Cogí su mano y la acerqué a mi boca. Besé sus dedos lentamente sin dejar de mirarla. Su atuendo de ángel negro me hizo divagar.

—¿Serás mala conmigo esta noche? —le susurré en los labios mientras me llevaba su dedo a la boca.

La muchacha sonrió.

—Mucho —contestó antes de que retomara su baile.

La observé sonriente antes de que Mauro me arrastrara.

—¿Es que no piensas dejar nada para los demás?

—¿Qué me dices de Erika? —Sabía que aquello le molestaría.

Mauro apretó la mandíbula y me dio un puñetazo en el hombro.

—Y tú, ¿qué me dices de Kathia?

Me quedé inmóvil mientras digería aquel golpe bajo. Para mi desgracia, sabía que se encontraba allí. Alex nos había arrastrado a todos porque quería estar con Daniela. Y como todos queríamos que se liara por fin con ella, allí estábamos, de aguanta velas. Así que si podía llevarme algo, y de paso molestar a Kathia, sería una noche productiva.

De repente, Mauro se detuvo en seco y yo choqué con su espalda. Le miré con un comentario grosero preparado, pero me lo tuve que tragar en cuanto vi que Eric y Alex estaban igual de alucinados que mi primo.

Mauro me dio un manotazo en el pecho para que mirase hacia el mismo lugar que ellos.

Y allí estaba. Iba con un vestido (muy corto) de brillantes azules. Las mangas le cubrían los brazos, pero su espalda solo la ocultaba su largo cabello. Aquellas piernas de infarto calzaban unos zapatos de un tacón exageradamente alto a juego con el vestido. Se retiró el cabello y lo colocó a un lado. Su espalda quedó al descubierto, como si protagonizara un videoclip. Sensual, provocativa… Era imposible no pensar en…

Tragué saliva. Estaba completamente jodido y sabía que mis amigos me machacarían durante toda la noche.

—¿Todo eso es suyo? —preguntó Alex.

—Me temo que sí —respondió Eric.

—¡Dios!, está… —Mauro ni siquiera pudo terminar.

—Me cago en… —resoplé antes de que Laura tirara de mí y me arrastrara a la pista de baile.

No puse impedimentos porque no me encontraba en plenas facultades. Todas ellas se las había llevado Kathia y su puñetero vestidito.

Laura me apoyó contra la pared y comenzó a bailarme al son de una canción nueva que había logrado Joni, mi DJ; se trataba de Cristian Deluxe, «Quiero contigo», un español que sonaba de maravilla.

Vi a Kathia caminando hacia la barra, pero se detuvo al verme. Pude apreciar muchas cosas en aquella mirada, pero la más evidente era: odio.

Kathia

Le miré mientras Laura danzaba pegada a él, insinuante. Se restregaba contra su pecho y, por mucho que me fastidiara admitirlo, me molestó que estuvieran tan cerca el uno de la otra.

El humo comenzó a salir de las máquinas del techo y parecía brillar gracias a los focos y a las bolas de cristal. La imagen de Cristianno se difuminó, pero seguía latente.

Nos contemplábamos con intensidad, como si estuviéramos luchando y esperáramos que ocurriera algo. Entonces, la música se hizo más rotunda y él se acercó a Laura. Colocó sus manos en las caderas de la chica y la hizo seguir el auténtico ritmo de la canción. Rebosaba sensualidad, bailaba como todas las mujeres desean que baile su hombre, al ritmo perfecto. Sus caderas se topaban y sus rodillas se entrelazaban, hasta que vino la peor parte. La besó sin dejar de mirarme. Me observaba jocoso, disfrutando de que estuviera presenciando aquello.

Por suerte, pude controlar la marea de cólera que bramaba en mi pecho y retomé mi vuelta a la mesa. Solo dejé de mirarle cuando la gente lo impidió. Podría vengarme de eso, estaba segura.

Cuando llegué a la mesa, Eric me abordó dándome un beso y un abrazo. Mauro me observó de arriba abajo sonriente, y Alex me guiñó un ojo.

—¡Eres lo mejor que hay en esta discoteca, nena! —gritó Eric.

Le empujé, modesta.

—Parece que nunca has visto a una chica con un vestido. —Me senté al lado de Mauro.

Este me dio un beso en la mejilla.

—Estás impresionante. —Me llamó la atención su forma de hablarme. Se acercó aún más a mí—. No hagas caso a nada de lo que te haya dicho Cristianno —susurró en mi oído volviendo su atención a Erika, que ya parecía algo frustrada porque todo el protagonismo me lo llevara yo.

¿Qué quería decirme con aquello? ¿Qué me olvidara de lo que me había dicho la noche anterior? Ni hablar. No, al menos, hasta que me tomara la revancha.

Ahora sonaba Rihanna con «Rude boy». Eric tomó las manos de Luca y las comenzó a mover de un lado a otro. Sonreí.

—Me encanta cuando dice «Esta noche estoy caliente, te dejo ser el capitán» —canturreó Luca mirando de reojo a Eric y con cara de felicidad—. En general, me encanta Rihanna.

—A mí me gusta que Rihanna hable de sexo de esa manera tan desenfadada. —Reconocí esa voz; estaba demasiado cerca. Cristianno tomó asiento justo a mi lado mientras sus amigos cruzaban miradas cómplices—. Resulta tan… —Se acercó a mí creyendo que me alejaría— incitador. Además, al parecer le gusta hacerlo en la calle. ¿Tú qué opinas, Kathia?

No dejé de mirarle ni un momento mientras me pasaba la lengua por mis labios. Lo hipnoticé.

—¿De Rihanna o del sexo en la calle? —hablé bajo para mostrarle el poder de mis labios y mis ojos. Él no sabía dónde mirar.

Hasta que moví las piernas.

—Preferiría que contestaras a lo último. —Sonrió morboso.

—Creo que cuando se trata de hacerlo da igual el lugar y eso tú lo sabes bien, ¿no, Cristianno?

Ahora soltó una carcajada. Me removí en mi asiento al percibir su aroma tan cerca de mí.

—En fin, ¿por qué no bailamos un poco? —dijo Daniela rompiendo la tensión que se había producido. Me guiñó un ojo.

—De acuerdo —dijo Cristianno levantándose—. Dime, Kathia, ¿sabes bailar?

Comenzaba a fastidiarme que quisiera cabrearme con tanta insistencia. Pero no iba a darme por vencida.

—Depende del estilo.

Ragga, por ejemplo. ¿Sabes lo que es?

Luca aplaudió entusiasmado y Mauro resopló mientras movía la cabeza de un lado al otro. Él sabía lo que se avecinaba, yo no.

—Me encanta ese estilo. Ojalá pudiera aprender a bailarlo —dijo Luca, con una voz un tanto nostálgica.

Erika se removió en su asiento y por fin participó en la conversación. Aunque lo hizo de una forma que nunca me hubiera esperado.

—No sabe bailar y menos ragga. Es demasiado complicado. —Se tiró en el sofá, cruzó los brazos y aguantó las miradas que Dani y yo le lanzamos, extrañadas. ¿Intentaba humillarme?

—Bah, tonterías —sentenció Cristianno. Se levantó del sofá y desapareció entre la gente.

Creí que por fin podría descansar de él, cuando de repente la música dejó de sonar y se oyó su voz en todo el local. La gente se volvió loca y rompió a aplaudir como si de su ídolo se tratara.

—Bien, quiero que hagáis un círculo en la pista de baile y que Kathia salga de su escondite y dé la cara. —Al escuchar mi nombre casi me desmayo—. Vamos, Kathia, ¿dónde estás? ¡Allí, por favor, enfocad allí! —clamó hasta que el foco me encontró.

Daniela quiso morir y los demás rompieron a reír. Erika no parecía que estuviera allí.

—Supongo que se le da de maravilla ese estilo de baile, ¿no? —quise saber.

Nadie respondió. Al menos, no con palabras. Todos asintieron a la vez.

—¡Oh, vamos, Kathia! ¡Joni, dale a Sean Paul toda la caña! —Bajó de la tarima y corrió hacia mí.

Definitivamente, mis venas dejaron de transportar sangre; toda se había congregado en mi rostro.

—¡Marchando «Press it» de Sean Paul! —aulló el DJ animando aún más el cotarro.

Cristianno me cogió del brazo y me arrastró a la pista de baile. Al menos, cien personas nos contemplaban.

—A ver cómo sales de esta, cariño —susurró, antes de que me deshiciera de sus brazos dándole un empujón.

—Pienso matarte en cuanto acabemos con esto.

—Espero ansioso.

Comenzó a mover la pelvis en cuanto la voz de Sean retumbó en todos los rincones de la discoteca. Efectivamente, era un experto en ese tipo de música. Se movía lento, suave, sexy. Excitaba a cualquiera. Le observé presuntuosa y esperé mi momento mientras me acercaba a él.

—No sabes con quién te la estás jugando, Cristianno —le murmuré, antes de comenzar a bailar el estilo de baile que mejor se me daba.

Al final terminaría dándole la razón a Daniela; en el fondo, éramos iguales.

Cristianno

De todas las cosas que podía esperar, aquella fue la más impensable. No solo bailaba como una experta, sino que lo hacía enviándome un mensaje: supera eso. Pero si esperaba fastidiarme no lo consiguió. Más bien logró todo lo contrario. Me provocó y mucho. Así que me crucé de brazos y observé (como el resto de las personas que nos rodeaban) cómo se contorneaba.

Se agachó y comenzó a mover las caderas mientras avanzaba hacia mí. Me miró desde abajo y fue subiendo lentamente haciendo círculos con las caderas y rozando mis piernas. No pareció importarle que pudiera vérsele la ropa interior. Solo quería molestarme y provocarme. Pegó sus caderas a mi pelvis y movió la cabeza dejando que su cabello cayera en mi rostro. Se giró y sus ojos quedaron a unos centímetros de mi cara. Una separación que no existía entre nuestros cuerpos; estábamos completamente pegados.

Manteniendo el ritmo, habló.

—Deberías mantener tu cuerpo algo más relajado —dijo frunciendo los labios.

Miré hacia abajo arqueando las cejas, y negué con la cabeza mientras chasqueaba la lengua. Volví a mirarla.

—Eso es imposible si tú estás cerca, cariño. —La cogí de las caderas y me pegué aún más a su cintura.

Comenzamos a bailar; pelvis con pelvis, rodilla con rodilla. Pero duró poco. Me empujó y se marchó dejando que la gente rompiera el círculo gritando y aplaudiendo.

Suspiré y sonreí antes de morderme el labio. Para ella, seguramente, era sencillo, pero yo tardaría unos minutos, por no decir horas, en recuperarme.

Kathia

Salimos de la discoteca hacia las dos de la madrugada. Cristianno había desaparecido desde que lo dejé en la pista de baile. Y Erika fingió encontrarse mal y se marchó en un abrir y cerrar de ojos, sin dejar siquiera que hablara. Aquella noche tendría que haber dormido en su casa, pero me dejó bien claro que volviera a la mía porque quería descansar y no le apetecía escucharme hablar de Cristianno. Que yo supiera, nunca había hablado de él. Al menos, no con ella.

Por suerte, Daniela me evitó tener un enfrentamiento con mis padres dejándome dormir en su casa.

Dani silbó para llamar la atención de un taxi que venía por la calle. El coche se detuvo enfrente y ella me miró.

—Lo siento, pero tenemos que ir en taxi.

Nos miramos durante unos segundos mientras yo rememoraba lo que me había sucedido el sábado anterior, hasta que soltamos una carcajada. Me agarró de un brazo y nos dispusimos a cruzar la calle cuando el Bugatti de Cristianno se detuvo a unos pocos centímetros de mis piernas.

A Daniela se le escapó un gritó intentando alejarme, pero me solté de sus brazos y contemplé el rostro risueño de Cristianno. Torció el gesto y me envió un beso.

Sonreí y respiré hondo cuando una idea se me pasó por la cabeza. Con todo el dolor de mi alma (por el coche, claro) clavé mi tacón en el faro delantero. Este estalló en mil pedazos dejando a Cristianno noqueado.

Salió del coche hecho una furia, se dirigió hacia mí, me cogió de los brazos y me estampó contra el capó. Mi espalda desnuda percibió el calor que manaba la chapa y maldije no haberme puesto el abrigo; ahora debía de estar en el suelo.

Cristianno se recostó sobre mi cuerpo después de empujar mis rodillas. Se acercó flexionando sus brazos lentamente, amenazante.

—Si buscabas tocarme los cojones, lo has conseguido —masculló sin perder el maravilloso brillo de sus ojos. No estaba tan enfadado como quería aparentar.

—Es la segunda vez que lo «percibo» esta noche. —No pude evitar sonreír.

Pero dejé de hacerlo en cuanto sentí cómo su cuerpo presionaba con más fuerza el mío, lentamente, despacio. Cristianno me desafió con la mirada. Esperaba que le empujara, pero hice todo lo contrario. Suavemente, separé las piernas.

—Podemos estar toda la noche así, si lo deseas.

—Sería demasiado para ti —refunfuñó.

Gané. Se separó, deslizando primero sus manos por mis caderas. Tiró de mi falda con delicadeza, ayudándome a que no se viera más de lo que tenía que verse. Me incorporé desafiante y recogí mi abrigo.

—¿Piensas pagarlo? —me preguntó.

—Espera sentado. —Eché un vistazo al faro antes de volver a mirarle—. Te veo mañana en la fiesta, ca-ri-ño —arrastré las palabras cerca de su mejilla.

—Cuento las horas —dijo con una mueca en su cara.

Volvió al Bugatti y salió de la calle derrapando.