Cristianno
Había decidido pasar de Kathia, y de hecho lo logré durante un par de días. Pero cuando el jueves aparecí en el pasillo del instituto y la vi apoyada contra la pared hablando con Giulio, me entraron ganas de…
Me acerqué hasta ellos caminando lentamente mientras me fijaba en sus piernas. Esa vez, las medias le ocultaban las rodillas y hacían más espectacular el inicio de sus muslos. Lástima que aquella puñetera falda tapara lo más interesante.
Suspiré. Aquella niñata se había propuesto amargarme la vida llevando el uniforme de aquel modo. Se atusó la coleta alta que llevaba y me miró fijamente.
Me apoyé justo a su lado, hombro con hombro.
—Dice mucho de ti que la primera semana de clase ya estés coqueteando —sonreí, desviando la mirada hacia su pecho.
Me humedecí los labios, expectante por la contestación. Si algo sabía hacer Kathia —aparte de ponerme muy, pero que muy cachondo— era ser ingeniosa a la hora de hablar.
—¿Qué intentas decirme? —preguntó entre dientes girándose hasta que su frente topó casi con la mía.
Dios, estábamos muy cerca. Sonreí. Dijera lo que dijera, ya había logrado captar su atención y apartar a Giulio de ella.
—Que te pueden confundir con una chica… fácil. Pero, vaya, si lo eres, no tienes por qué preocuparte.
—¡Serás capullo! —exclamó antes de lanzarse sobre mí para agarrarme del cuello.
La esquivé cogiendo sus brazos y girándola. Su espalda topó con fuerza contra mi pecho y los dos nos estampamos contra la pared.
—¡Suéltame! —gritó mientras los otros alumnos se iban agolpando a nuestro alrededor.
—Eres un poco histérica —le susurré al oído. La solté en cuanto vi al señor Petrucci, el profesor de matemáticas.
—¿Qué es lo que está ocurriendo aquí?
—Este niñato me ha insultado delante de todo el mundo. ¡Me ha llamado chica fácil! —dijo sin poder contener su desconcierto.
No era momento de explicarle por qué lo había hecho. Quizá algún día tuviera ocasión de hacerlo, pero Giulio ya no se volvería a acercar a ella.
—Los dos al despacho, ahora.
—¡Pero yo no he hecho nada! —protestó.
—¡He dicho ahora, señorita Carusso! —repitió el profesor Petrucci—. Y en silencio. Los demás, a clase.
Kathia
Iba caminando aprisa y enfurecida por el pasillo, hacia el despacho del director. Sabía que Cristianno me seguía, pero si se me ponía a tiro, acabaría matándole.
¿Por qué hacía esas cosas? Daniela me había dicho que era extraño que se comportara así con las chicas. ¿Qué tenía yo de especial? Si no me soportaba no tenía más que esquivarme como yo intentaba hacer con él. Además, es lo que había estado haciendo los días anteriores. Sí, nos sentábamos juntos en el recreo (mis amigos eran del mismo grupo que los suyos), pero solo nos mirábamos. Había vuelto a sentarse con Mauro (aunque lo tenía justo detrás de mí), pero apenas hablábamos. Nada. Cero. Habían sido unos días tranquilos.
Me alcanzó y se colocó a mi lado. Tenía las manos en los bolsillos y me observaba de reojo; por suerte, sin sonreír. Ya lo había hecho demasiado en lo que llevaba de día.
Intenté controlarme apretando los puños, pero ni por esas. Salté sobre él antes de que termináramos de bajar las escaleras. Lo empujé, pero aguantó la embestida. Se volvió serio hacia a mí. Me observó durante unos segundos y me tomó de las muñecas empujándome contra la pared. Su nariz rozó la mía. Lo más extraño de todo era su respiración. Surgía entrecortada de sus labios e impactaba en los míos. Fue una sensación cercana al beso.
Noté cómo mi cuerpo perdía las fuerzas cuando dejó sus manos caer por mis brazos. Sus dedos rozaron mi cintura. Podía retirarme, escapar, pero me quedé allí. Sentí una electricidad envolvente. Quise que me acariciara, que me besara.
Sin embargo, reaccioné rápido y lo aparté de un empujón. Retomé el camino al despacho del director notando su mirada penetrante tras de mí.
El director solo nos dio dos alternativas.
La primera: expulsión.
La segunda: una semana sin recreo haciendo un trabajo de cincuenta folios para la clase de física.
Resultado final: la segunda opción. Estaría castigada hasta el siguiente jueves.
A Cristianno no parecía importarle optar por la primera alternativa —seguramente por lo acostumbrado que estaba a que le expulsaran—, pero terminó aceptando el trabajo de física.
Cristianno
—¿Piensas contarme de una puta vez qué te ronda por la cabeza? —preguntó Mauro al coger el café que le tendía la camarera.
Estábamos en la cafetería del colegio y Kathia no dejaba de mirarme como si estuviera esperando explicaciones por el castigo. No pensaba dárselas.
Durante las clases había hecho lo mismo. Motivo suficiente para que no quisiera verla, pero, también, para que deseara ir allí, plantarme frente a su bonita cara y decirle que dejara de mirarme como si quisiera matarme porque no iba a conseguir nada. Estaba harto de que creyera que podía enfrentarse a mí. ¿Por qué coño me miraba de aquella forma? ¿No se daba cuenta de que me incomodaba? Seguramente, sí. Por eso lo hacía.
—No me pasa nada. Tengo que irme a la biblioteca para hacer el jodido trabajo de física —expliqué, intentando esquivar más preguntas.
La biblioteca. El trabajo. Los dos solos. Eso era más de lo que podía soportar.
—Te importa una mierda ese trabajo. —Mauro se interpuso en mi camino anteponiendo su café. Kathia seguía cada uno de mis movimientos. La miré frunciendo los labios y supe que fue un error en cuanto Mauro siguió la dirección de mi mirada—. ¿Qué ocurre con ella? ¿Qué te está pasando, Cristianno?
Si alguien sabía soltar la verdad en la cara (aunque jodiera) ese era Mauro.
—No lo sé.
Fui sincero. No sabía qué me estaba ocurriendo. Aquella niña me estaba volviendo loco. No hacía falta que hablara, ni siquiera que me mirara, para que me sintiera atraído como si fuera un imán. Me absorbía y me dominaba, y no me gustaba nada sentir esa sensación.
—Te pone… y mucho —añadió con sorna.
—Lo que tú digas —dije haciendo una mueca.
En el fondo sabía que llevaba razón. Había estado con un montón de chicas. Morenas, rubias, altas, bajas, delgadas, no tan delgadas… todo tipo de mujeres habían pasado por mi cama, pero ninguna me había descontrolado tanto como lo hacía Kathia (y menos sin tocarme). Ninguna era como ella. Su forma de caminar, la manera que tenía de pasarse la lengua por los labios antes de hablar, cómo se retiraba el cabello, la mirada de aquellos ojos plateados, el estilo como llevaba el uniforme… Le habría hecho el amor un millón de veces, de un millón de formas, en cualquier lugar. Pero, aun así, sabía que no tendría suficiente, que necesitaría más de ella. Mucho más. Odiaba necesitarla de aquella manera tan urgente.
¿Qué me estaba sucediendo?
«Maldita niña. Podría haberse quedado en el internado de Viena», me dije.
—Tengo que irme. Di un sorbo a mi café; aunque mejor me hubiera sentado un trago de vodka o de ron.
Kathia
Cristianno salió de la cafetería sin quitarme los ojos de encima. Solo de pensar que pasaría con él media hora, se me hacía un nudo en la garganta.
El profesor Petrucci me miró y me hizo señas de que fuera a la biblioteca. Suspiré.
—Bueno, chicos, tengo que irme —dije antes de darle el último sorbo al café.
—Qué fastidio —se quejó Luca.
«Dímelo a mí», pensé.
—Lo sé. La culpa la tiene ese insensible al que adoráis —les dije refiriéndome a Cristianno.
Era cierto, mis amigos lo adoraban. Por supuesto, Luca estaba loco por él, pero también tenían muy buena relación. Me extrañaba que un chico como Cristianno protegiera y tratara de una forma tan sensible a Luca. Cuando los veía juntos suponía que (muy en el fondo) Cristianno debía de tener algo de corazón, aunque conmigo no lo utilizara.
Daniela comenzó a reírse al escuchar el tono de voz que había empleado. Era la cuarta vez, en solo cinco minutos, que mencionaba a Cristianno. Aquello comenzaba a ser preocupante.
—Espera, te daré algo que te ayudará —me dijo Daniela, sin dejar de chuperretear el caramelo que tenía en la boca.
Abrió su cartera y rebuscó entre los libros. Cogió una libreta naranja donde había una foto de todos ellos pegada en la portada. Estaban todos abrazados y tirados sobre la hierba de algún parque. Erika besaba a Mauro en la mejilla; Luca estaba sentado sobre el regazo de Cristianno y apoyaba una mano en el hombro de Eric, que sonreía a la cámara con las piernas cruzadas; y Daniela tenía las manos de Alex rodeando su cintura. Parecían felices.
Me quedé pasmada mirando aquella foto.
—Fue en el cumpleaños de Cristianno, el año pasado —dijo Erika. Ahora faltas tú, así que tendré que llevarme la cámara un día de estos y obligarte a ponerte cerca de él.
Me pareció que estaba fingiendo.
—Y lo más difícil de todo, tendrás que sonreír —añadió Luca.
—No creo que lo consigáis —dije sonriente.
—Bueno, el cumpleaños de Cristianno es el 13 de julio. Aún quedan unos meses para que cambies de opinión sobre él —sentenció Daniela, soltando el día de su cumpleaños como si nada—. Bien, aquí están todos los apuntes de física que necesitas.
—Muchas gracias, Dani. —Le di un beso antes de guardar la libreta en la cartera.
Me despedí de todos y me dirigí hacia la biblioteca.
Al entrar allí solo me encontré con la bibliotecaria, que ni siquiera me saludó. Me indicó que tomara asiento con la mirada.
Solté los libros y el café sobre la mesa y me acerqué hasta ella. No había señal de Cristianno, pero sabía que no tardaría en llegar.
—¿Dónde están los libros de física? —susurré, aunque no había nadie a quien pudiera molestar.
—Final del pasillo, a la derecha —contestó de una forma bastante estúpida.
—Muy amable —dije con ironía antes de que ella me enseñara los dientes.
Llegué al final del pasillo, y me adentré entre las estanterías. Comencé a mirar sin saber muy bien qué buscaba. En realidad, solo quería estar sola un rato, poder despejarme. Habían sido unos días muy duros para mí, todavía tenía que adaptarme y reponerme del viaje. Era una vida muy diferente a la que llevaba en el internado; si no hubiese sido por mis amigos y por Enrico, habría deseado volver a Viena. Aunque Cristianno… No se me iba de la cabeza. Ya podía luchar por evitarlo, que era imposible sacarlo de mi mente.
Estaba tan absorta en mis pensamientos que ni siquiera oí el sonido de la puerta. Segundos después, sentí un escalofrío en mi espalda. No quise volverme. Me quedé allí esperando a ver qué ocurría. Desando que fuera… él.
Sentí una mano rozar suavemente mi cintura. Mi respiración se paralizó y cuando volvió lo hizo de forma entrecortada y agitada. Cristianno retiró mi cabello acariciando mi cuello y se acercó aún más.
—Eres tú la culpable de que me comporte de este modo —dijo, dejando que el susurro de su voz vagara por mi cuello.
Decidí girarme y me topé con su pecho. Sus ojos me observaban fijamente, con gran intensidad. Permanecía serio, más de lo que había visto en anteriores ocasiones. Más de lo que me esperaba.
—¿Por qué? —pregunté en el mismo tono de voz.
Se acercó hasta mi mejilla, vacilante. Era extraño verle así, tan seguro de sí mismo como siempre estaba.
Terminó acariciando mi piel con sus labios. Solo durante unos segundos. Cristianno sentía lo mismo que yo.
—Ni yo mismo lo sé —dijo.
Se marchó dejándome con el deseo ardiendo en mi pecho.