Kathia
Tomé asiento en la cafetería con un café entre las manos. Me había reunido con mis amigos y esperaba que los treinta minutos de recreo me sirvieran para calmarme. Cristianno había estado jodiéndome las tres primeras horas y mucho me temía que insistiría en las tres próximas.
Saqué mis apuntes de química y comencé a realizar unas fórmulas.
—Me parece increíble. Cristianno nunca se sienta con nadie que no sea Mauro —dijo Luca risueño.
Al parecer, sus otros amigotes iban a otra clase. Intenté no distraerme con la conversación… pero no lo logré.
—Bueno, Kathia, ¿qué pensaste cuando reconociste que era el «loco» del taxi? —añadió Luca provocando las risas de mis amigas.
Resoplé poniendo los ojos en blanco, pero de inmediato me quedé petrificada. Por encima del hombro de Erika vi cómo Cristianno y sus amigos se acercaban con decisión. Pensé que pasarían de largo, pero Cristianno cogió una silla de una mesa cercana y la colocó justo a mi lado. Tomó asiento de la manera más condenadamente sexy que había visto en mi vida. Apoyó sus codos sobre las rodillas entreabiertas y me contempló con el gesto torcido. Todo en él me provocaba; y fui consciente de que si me quedaba mirándole demasiado tiempo, corría el riesgo de perder la cabeza.
Saludó a los demás dedicándoles su mejor sonrisa, que terminó cuando me miró a mí. Su primo, Mauro, prácticamente se vio obligado a sentarse al lado de Erika, pero ella fingió no prestarle atención; se estaba haciendo la ofendida. Un muchacho alto y fornido acarició el cuello de Daniela haciendo que esta se estremeciera y cerrara los ojos. Cuando el chico tomó asiento, se observaron: se estaban diciendo millones de cosas sin que nadie pudiera escucharles. Se percibía que allí había algo más que amistad.
El muchacho rapero y delgado fue el que mejor me cayó a simple vista. Parecía alegre y no pude evitar pensar cómo podía ser amigo de Cristianno alguien así. Se acercó hasta mí.
—¡Kathia! —exclamó, dándome un fuerte beso en la mejilla.
Me dejó descolocada.
—Soy Eric. ¿No te acuerdas? Una vez te hice un dibujo de Sailor Moon —añadió provocando la sonrisa de Cristianno.
Aparté un momento la vista de Eric para fulminar a Cristianno con la mirada. Él alzó las manos negando con la cabeza; como si me tuviera miedo y se protegiera. Seguía burlándose de mí.
Volví a Eric. Me acordé de aquel muchacho. Era el menor de los Albori, una familia que también veraneaba con nosotros. Él y yo siempre estábamos dibujando… cuando Mauro y el puñetero Cristianno no nos molestaban.
—Hola, Eric —dije dándole un pequeño abrazo.
También reconocí al joven fornido. Era el mediano de los De Rossi y se llamaba Alex. Este alargó su mano y me cogió suavemente de la mejilla.
—Yo soy Alex. —Me besó—. Me alegro de que estés de vuelta.
—Gracias. Es agradable recibir algo de cortesía después del día que llevó —dije mirando con el rabillo del ojo a Cristianno.
Suspiró y su rodilla topó con la mía. Intenté que no se notara mi sobresalto.
—Tampoco seas tan dramática —dijo apoyándose en la mesa—. ¿Sabéis que aquí, nuestra nueva compañera, tiene matrículas de honor y todo sobresaliente? ¡No sabe lo que es un notable! —Puso cara de fingido asombro.
Alex, Eric y Luca me observaron curiosos. Erika lo sabía de sobra y Dani y Mauro lo habían descubierto del mismo modo que Cristianno: en clase. La profesora Sbaraglia, aprovechando mi obligada presentación, había ido mencionando lo buena estudiante que era, acompañándose de vez en cuando de algún «a ver si aprendéis».
—¿En serio? Vaya, nena, podrías haberlo dicho —dijo Luca acariciando mis manos.
Miré a Cristianno. Por un instante, no vi ni oí nada más. Como si solo estuviéramos él y yo en aquella cafetería. Él deslizó su mirada de mis ojos a mis labios y entrecerró los ojos mientras apretaba la mandíbula. No podía hacerme una idea de qué se le pasaba por la cabeza. Yo solía descifrar a las personas enseguida, pero Cristianno se me escapaba. Me contemplaba de una forma tan intensa que hasta me costaba respirar.
Me repuse e intenté hacer lo mismo. Observé su cuerpo con parsimonia, como él había estado haciendo todo el día conmigo.
Su físico incitaba a todo menos a pensar con cordura, y su rostro… su rostro era el que cualquier mujer vería en sus sueños. Era asombrosamente guapo. Efectivamente, como cuando éramos pequeños, seguía siendo el más apuesto de los Gabbana… con diferencia.
Su cabello era azabache y algunos mechones le caían sobre sus ojos, lo que lejos de ocultarlos, todavía los hacía más penetrantes. Su mirada azul zafiro, inmensamente brillante, te embrujaba de tal forma que olvidabas todo lo demás. Lo que daba más rabia era que sabía utilizarla. Como sabía utilizar sus labios, que reposaban sobre una piel pálida, sin ninguna imperfección. Me quedé fascinada por su belleza y por un instante (solo un instante) se disipó el odio que me había despertado.
Humedeció sus labios con pausa y volvió a hablar. Aquel momento mágico se esfumó.
—Es toda una empollona. —Tocaba mis apuntes. No dejé de mirarlo—. Quién lo diría. —Se acercó a mí con la intención de intimidarme. Lo consiguió, pero no lo mostré—. En realidad, pareces una de esas modelos frías y vanidosas que se creen insuperables físicamente, pero que tienen el cerebro de un pez.
Quería ofenderme y dejarme en ridículo. Yo no entendía por qué. ¿Por qué me odiaba de aquella forma? Yo tenía motivos: el sábado casi me mata en aquel maldito taxi y estuve en el calabozo cerca de dos horas, pero él… ¿cuáles eran sus razones?
Estaba irritada.
—La belleza no está reñida con la inteligencia. Y yo tengo la suerte de tener ambas —le dije casi pegada a su cara. Me mordí el labio sabiendo que él miraba mi boca. Por fin le noté algún sentimiento: impotencia y deseo. Sonreí apartándome un poco—. Pero hablemos de ti. En tu caso la belleza te ha sido concedida… —Me levanté de la mesa con mis apuntes y el café, y añadí—: pero la inteligencia brilla por su ausencia.
Sonó el timbre. Cristianno se levantó con brusquedad y me tiró el café encima. Mi camisa quedó empapada.
—¡¿En qué estás pensando?! ¡Tenías espacio suficiente para esquivarme, imbécil! —le grité.
Con furia, tiré al suelo el vaso de cartón. El poco líquido que quedaba terminó en nuestros zapatos. Él echó a caminar como si nada. Ni siquiera hizo el intento de disculparse.
Avancé dando zancadas y le cogí del hombro obligándole a darse la vuelta. Se giró con pose arrogante, solo que esta vez frunció el ceño y los labios. Estaba molesto. Con un gesto déspota, se retiró dejando mi mano en el aire. Por primera vez en mi vida me vencía la sensación de inferioridad. Media cafetería observaba expectante.
—¿Es que ni siquiera piensas pedir perdón? —pregunté, inventándome una seguridad que no existía. Él suspiró y comenzó a negar con la cabeza, lentamente.
—Dudo que lo merezcas —contestó con una voz grave.
Pestañeé varias veces mientras digería lo que acababa de escuchar. Aquel tío dejaba de ser un imbécil para convertirse en el capullo más grande que había conocido.
—No solo te falta inteligencia sino también vergüenza —espeté, sabiendo que eso terminaría de crisparle los nervios.
Apretó la mandíbula y acortó la poca distancia que nos mantenía separados con un decidido paso.
—Si no te hubieras interpuesto en mi camino, ahora no estarías aquí esperando una disculpa —susurró pegado a mi mejilla y totalmente irritado—. Créeme, no voy a dártela. —Su nariz rozó mi mandíbula.
—¿Crees que me acobardas con esa fachada de tipo duro, chulo y descarado? Pues te equivocas —le dije con voz contenida.
—Lo único que sé es que eres una jodida jaqueca.
¿Acababa de llamarme jaqueca? Será capullo. Me cago en…
—¿Cómo dices? —Casi me sale un tartamudeo.
—Te lo diré de otra forma. Estás comenzando a provocarme dolor de cabeza —me habló como si fuera una niña de tres años.
—No lo tendrías si no hubieras metido tus narices en esta mesa —casi grité.
Daniela me cogió del brazo y me arrastró condescendiente.
—Para ya, Cristianno —le dijo.
Este suspiró, le sonrió y le guiñó un ojo. No comprendía cómo demonios Daniela lograba llevarse así de bien con él.
Volví a clase.
Cuando escuché el último timbre del día, recogí mis cosas aprisa y salí del aula. No quería hablar más con Cristianno, así que mejor evitar la ocasión. Daniela me siguió arrastrando su cartera a medio cerrar.
—¡Espera! —exclamó alcanzándome—. Chica, ¡qué prisas!
—No quiero tener que volver a cruzarme con Cristianno.
—Vamos, tranquila, Cristianno no es tan capullo como crees.
Puse los ojos en blanco.
—Será contigo. Cada vez que me ve intenta fastidiarme y eso me incomoda, ¿sabes? Es muy difícil estar cerca de él. Ya ni te cuento si se sienta a tu lado.
Daniela se quedó pensativa mientras bajábamos las escaleras. No vi a Erika ni a Luca; seguramente ya estarían abajo.
—Lo extraño de todo esto es que nunca se había comportado así con una chica —comentó Daniela, como si siguiera una conversación con ella misma—. Él no se anda con rodeos. Si le gusta alguien, se lo dice y después… bueno después…
—Después se la lleva a la cama, ¿no es así? —terminé por ella—. Supongo que ni siquiera hay primera cita.
—Con Cristianno las cosas no funcionan así. Él es diferente. No se compromete. Nunca ha tenido novia y tampoco quiere tenerla. Eso lo saben todas las chicas del instituto.
La miré incrédula. En realidad, no terminaba de comprenderla.
—Vale, y ¿qué me quieres decir con eso?
—Pues que es raro que Cristianno te esté molestando. Él pasa de esas cosas. —Daniela frunció el ceño.
¿Qué pretendía decirme? ¿Qué excepción estaba haciendo Cristianno conmigo?
—¿Crees que trama algo? —pregunté.
—Es capaz de cualquier cosa, así que no me extrañaría. —Entrecerró los ojos—. Está claro que tú eres diferente, Kathia.
—¿Diferente? —Arqueé una ceja antes de que se acercara a mí con una sonrisa pícara.
—Sí… —Me miró pensativa y tomó aire antes de hablar—. Mira, Kathia, conozco a Cristianno mejor que a mi hermano. Sé de sus rollos, de sus peleas, de sus problemas… Lo sé todo de él y de sus amigos porque también son los míos desde hace mucho tiempo. Son mis mejores amigos, él es mi mejor amigo, pero no tengo ni la menor idea de por qué se está comportando así contigo.
Desvié la mirada, indecisa. No conocía a Daniela, pero me daba la sensación de que se estaba enfadando conmigo y eso era lo último que quería. Yo solo necesitaba saber por qué Cristianno actuaba de este modo.
—Lo siento, Dani. No quería importunarte.
—Pero ¿qué dices? No estoy enfadada. Dios, perdóname si te he dado esa sensación, no era mi intención. —Me agarró del brazo antes de darme un beso—. Solo intentaba decirte que no se me ocurre ningún motivo para que Cristianno se comporte así.
—Me dejas más tranquila.
—A menos que…
—¿Qué?
La sonrisita juguetona de Daniela me desquició. Me daba a entender muchas cosas, pero ninguna de ellas me concretaba nada.
—Te diré una cosa y espero que no te moleste. —Humedeció sus labios—. Eres exactamente igual que él, pero en versión femenina y algo menos chula.
«¿Iguales? Joder, lo que me faltaba, parecerme a ese capullo», pensé.
—¡Venga ya! —le dije.
Daniela soltó una carcajada. Ni siquiera me había dado cuenta de que habíamos llegado a la entrada del colegio. Bajé las escaleras y salí al patio exterior donde me despedí de mis amigas. Erika continuaba seria, pero prefería esperar a llamarla para hablar con tranquilidad. Le guiñé un ojo antes de ver a Valentino apoyado en su impecable Aston Martin verde oscuro. Iba vestido con unos vaqueros y un polo blanco que marcaba cada músculo de su cuerpo.
Pestañeé sorprendida cuando mi prima pasó por mi lado.
—¡Que tierno! Valentino ha venido a recogerte —dijo poniendo aquella estúpida voz de niñata—. Es una pena que no sepas complacerle.
La miré y forcé una sonrisa.
—¡Qué lástima! Me prefiere a mí en vez de a ti. Así que algo tendré que le complazca, ¿no crees?
Me marché caminando con paso firme. Giovanna vivía enamorada de Valentino desde hacía unos años, pero, por lo que sabía, no había logrado nada con él. Así que mi comentario le tenía que haber hecho daño. «Te aguantas», pensé.
Mientras me acercaba a Valentino vi a Cristianno al final del jardín. Hablaba con Mauro y Eric (Alex se había ido con Daniela en la moto). De repente, miró hacia mí sin dejar de hablar. Estaba lejos, pero no tanto como para no ver su mirada intensa y acusadora. Suspiró y se quitó la chaqueta del uniforme con cierta furia. Para él, un ademán típico, para mí, un gesto de lo más excitante. La cintura del pantalón se le ceñía a la cadera y marcaba sus piernas.
¿Por qué demonios estaba tan bueno?
Llegué al Aston Martin, donde Valentino me esperaba con una encantadora sonrisa.
—¡Hola! ¿Como tú por aquí? —dije mientras él me cogía de la cintura y me daba un abrazo más típico entre las parejas de enamorados que entre amigos.
Además, nosotros solo éramos conocidos. Apenas habíamos tenido trato y Valentino ya se tomaba ciertas confianzas.
Pude ver de soslayo cómo Cristianno se mordía el labio. Ahora le tenía más cerca y algo me dijo que no le sentaba demasiado bien que estuviera en brazos de Valentino, así que decidí alargar el momento.
Solté la cartera en el suelo y estiré lentamente mis brazos hasta rodear el cuello de Valentino. Cerré los ojos cuando me besó en el cuello. Le sonreí cuando los abrí.
—Quería darte una sorpresa. ¿Te apetece que comamos juntos? —me propuso, resistiéndose a soltarme.
Cristianno había desaparecido de mi campo de visión.
Ya era demasiado tarde para volver atrás, así que no me quedó más remedio que aceptar la invitación. No quería intimar con Valentino, pero después de haberle utilizado me sentí en el compromiso de acceder.
Me monté en el coche y bajé la ventanilla. Valentino arrancó el motor. La música de su reproductor saltó donde la había dejado antes de detener el vehículo. Sonaba una de las canciones del nuevo disco de Shakira: Rabiosa.
Alcé las cejas, incrédula.
—¿Te gusta Shakira? —pregunté.
—No más que tú.
Perfecto. Tuve que girar la cara para que no percibiera lo poco que me había gustado el comentario.
Antes de dejar la calle, escuché el rugido de un motor inconfundible: Bugatti Veyron. No sé cómo lo supe, pero estaba segura de que al volante de esa maravilla se hallaba Cristianno.
Así fue. Se colocó justo a mi lado haciendo gala una vez más de aquella mirada, tan bonita como inescrutable. Tenía una mano sobre el volante y la otra en la ventanilla. Un cigarrillo colgaba de sus labios.
—¡Rabiosa! —exclamó mientras echaba la cabeza hacia atrás y empezaba a mover los hombros de un lado al otro. Ni siquiera el cachondeo restaba sensualidad a sus movimientos, perfectamente acompasados con la melodía—. Dime, Kathia, ¿me morderías la boca?
Un extraño resquemor a medio camino entre el odio y la excitación me recorrió el cuerpo. Le miré encolerizada.
—Tendrás que descubrirlo tú mismo.
¡Dios! Si le odiaba, ¿por qué no podía evitar imaginar esa situación? Sí que le mordería la boca, sí…, entre otras muchas cosas.
«Estás loca. Esto no puede ser. Mándalo a la mierda. Es un imbécil», me decía a mí misma tratando de hacer entrar en razón a mis pensamientos.
Mauro comenzó a aullar y levantó su puño con el pulgar hacia arriba. Iba sentado al lado de Cristianno y mostraba la misma chulería que su primo.
—Valentino, deberías acostumbrarte a saludar, ¿no crees? —dijo Cristianno.
Valentino se echó para adelante y le lanzó una mirada iracunda. Cristianno siguió mofándose. Ya había oído que los dos se odiaban, pero no me imaginé que uno de sus piques me pillaría a mí en medio.
—Lo que creo es que va siendo hora de que te acostumbres, Cristianno.
Cristianno apretó el acelerador retando a Valentino a una carrera. Al menos eso parecía. Valentino le imitó. Le miré con los ojos abiertos de par en par. La risa de Mauro llegaba clara. Al parecer, él sabía quién iba a ganar: confiaba en su primo y en aquel pedazo de coche.
—Ni se te ocurra, Valentino —dije algo timorata. Eran coches muy potentes y una calle muy estrecha.
—Haznos un favor a los dos y ¡cállate! —gritó acelerando.
No me dio tiempo a enfadarme por el comentario. Me estampé contra el asiento antes de ver cómo Cristianno nos adelantaba magistralmente y salía disparado.
Valentino tuvo que frenar y comenzó a maldecir una y otra vez mientras el Bugatti negro se perdía rugiendo como solo él podía hacerlo.
Sonreí en mi fuero interno. Sin saber muy bien por qué, me alegraba de que Cristianno ganara aquella extraña competición.