Prólogo
Modernamente y a medida que se han ido disipando las nieblas soñolientas del formalismo, puras, hermosas y frías como el alabastro; a medida que todo va quedando reducido a su verdadero punto, brilla, al día de los nuevos poetas, la corriente de un rico manantial de sangre que nos trae el pueblo: la Política.
Un manantial que convierte en acero el hierro dulce de los sueños indolentes, que arrastra las torres de marfil de las alturas y se las lleva al llano, con su gran fuerza de torrente o río humano.
Porque, ¿qué hay en el mundo más poderoso que la Política?
¿Qué hay más bello, más rico, más suave y más fuerte, más trueno y más rayo?
¿Qué ha hecho fijar las miradas y las voluntades?
¿Qué ha hecho descruzarse los brazos?
La Política es la nube de fuego que guía a la nueva Poesía, porque, ¿qué paisaje hay más emocionante? ¿Qué amor hay más ardiente, más entrañable?
La guerra no es sólo la guerra sino una parte de la Política.
En Castilla el verano es caliente y seco, como en pocas partes del mundo. En pleno verano empezaron a arder los pinares del Puerto del León. Entre nubes de gasolina morían aviadores; entre rastrojos de piedras, hombres como nosotros.
Las heridas de metralla son dolorosísimas. El miedo físico es aplastante, aniquilador. Alegre y generoso, como los vinos del Sur, el sentimiento del deber cumplido.
El cielo es una suerte de aviones; la noche, sombra de granadas; la tierra, la madre; el hogar, la paz.
Nuestro interior, la conciencia política.
La Política envuelve la guerra y la hace girar, como el viento manchego al molino.
A los escritores jóvenes nos envuelve, nos hincha y nos inflama.
¡Ay del que no ardió con los pinares del Puerto del León!
De una paz llena de inquietudes y de problemas hemos pasado a una guerra tranquila, porque es justa; serena, porque es heroica, y noble, porque es popular. Inteligente, porque es política.
Nuestro trabajo tiene una significación; nuestra inspiración, un motivo; nuestra retórica, un fondo.
En el aire está una poesía épica o una novela, un género literario que equivalga el antiguo que cantaba las epopeyas de las ciudades, las odiseas de los navegantes y el heroísmo de los pueblos.
El Pueblo y la Poesía están más cerca que nunca; el arte vuelve al pueblo como el hijo pródigo. Hay que humanizar el arte. La revolución revuelve la Poesía y vuelve a subir el fondo a la superficie, donde ha estado siempre. El preciosismo, con todos los respetos, está en trance de muerte, como una pobre señora menopáusica, cruelmente abandonada. Esto no quiere decir que se le olvide.
El romancero de la guerra es un símbolo primerizo y nada más de lo que puede ser la nueva literatura, la nueva Poesía.
La generación nueva será de realizadores o no será nada, así como la anterior fue de luchadores, literariamente hablando.
Todo esto son opiniones personales y, por lo tanto, parciales y apasionadas. Sencillamente: así he pensado al escribir ACERO DE MADRID.
Madrid, 22 de febrero de 1938