3. ¡No sabía lo que hacía!

3. ¡No sabía lo que hacía!

Un mapa de Estado Mayor es algo terriblemente detallado, confuso por eso mismo. Algo pardoamarillo, rayado de lápiz rojo, con una serie de nombres tiernos, no ya de pueblos y aldeas, sino de vereditas y trochas. Nombres de majadas y de arroyos; nombres de ríos de arena, tostada por el sol del verano de Castilla; nombres de alegres colinitas y cerros cubiertos de encinas y de olivos; que se destacan sobre el cielo azul y los trigales amarillos: esto es un mapa español de Estado Mayor; esta cosa profunda y terrible: Estado Mayor. El trigo será quemado, los surcos serán aplastados por las cadenas de los tanques, las alegres colinitas servirán de refugio a traidoras baterías atronadoras, los inocentes arroyos servirán de escondite y de refugio contra los aviones, y sus aguas lavarán la cara ensangrentada de algún cadáver.

¡La tierra española será levantada, en surtidores negros, por los obuses y las bombas! ¡Éste es el Estado Mayor! ¡Ésta es la guerra que ha caído sobre la geografía española!

El militar Pezuño mira fijamente una taza de café medio vertido sobre la mesa. Pero su vista va más allá.

—Está perfectamente indicado el camino —dice—; las circunstancias geográficas suelen ser, generalmente, los mejores guías; no engañan y conducen a sitio «seguro.

—Madrid nos espera —dijo—. Tenemos que hacer una venganza ejemplar y rápida. Nuestro avance no puede detenerse ni diluirse con rodeos inútiles. En mi opinión, es estúpido en estos momentos y dado el escaso número de hombres de que disponemos, el intentar un sitio en regla en torno a Madrid. Esto produciría una dilatación de nuestros frentes, que yo considero peligrosa. Mi consejo es: de prisa, de prisa, sin perder un solo momento. ¡A Madrid!

Aquí empezó a dar golpes sobre la mesa para recalcar las palabras:

—¡A Madrid! ¡A Madrid! Por el camino más corto, por el más directo. ¡A Madrid!

—Tenemos Talavera. Seguramente esta tarde tendremos también Santa Olalla. Maqueda y Santa Cruz de Retamar caerán en cuanto nosotros queramos. Se nos presentan tres soluciones. Primera: continuar por la carretera de Torrijos hasta Toledo, y de aquí a Aranjuez, y seguir por el Tajo a cortar la carretera de Valencia y unir nuestras fuerzas con las de la Alcarria; segunda: continuar por la carretera de Madrid, por Maqueda, Navalcarnero, Móstoles, Alcorcón, etc., sin preocuparnos de más. De esta manera estaremos en Madrid dentro de ocho días, que es, al parecer, lo que quiere Mola.

—De acuerdo —rugió éste.

Y era tal su estado de nerviosismo, que movía ligerísimamente la pierna mientras escuchaba.

—Y la tercera solución, que a Franco y a mí nos parece la más acertada, es la intermedia. En el término medio está la virtud. Nosotros creemos que lo mejor es continuar presionando sobre la carretera de Madrid y al mismo tiempo atacar por el flanco derecho y dirigirnos en derechura a Toledo: cortamos la línea de Andalucía y entonces, todos juntos, marchamos sobre Madrid. Todos conformes. ¡Mirad qué maravillas acaban de llegar a Cáceres!

Pezuño sacó de su bolsillo una fotografía de un tanque ligero, italiano.

—¡Cincuenta de éstos tenemos ya en Cáceres, limpios como una patena y preparados para actuar! ¡ Vamos a lanzar veinte, de primera intención, para ver qué tal les sientan a la canalla marxista!

La sombra del mediodía de verano entraba por la ventana. Los generales salieron rápidamente. Quedaba Pezuño solo, con la fotografía.

¡En cuanto en Madrid vean esto, se entregan!», pensó, sonriendo.

En la habitación había un gran cuadro que representaba la Purísima Concepción, envuelta en la bandera monárquica. Pezuño colocó la fotografía del tanque metida en el marco, y en cuanto todos se hubieron marchado dibujó, a título de broma, sobre el pecho de la Virgen, el haz y las flechas de Falange Española.

Después empezó a tararear, picarescamente, esta canción napolitana:

Italia, Italia bella.

¡Oh dulce tierra mía!

Era pleno verano. En la habitación hacía un calor insoportable. Se echó y se levantó varias veces del camastro. ¡Estaba tan nervioso! ¡No sabía lo que se hacía!