3. Estilo

3. Estilo

Sombrío, aguileño y fofo como un pulpo se levantó Henestrosa de la cama.

Durante la noche había lucido intensamente la luna.

Durante la noche había oído estallar varias bombas.

En el momento de encender el primer cigarrillo inglés llegó a la siguiente conclusión:

«No es la inteligencia lo que interesa en el hombre, sino el temperamento».

«No son las ideas lo que interesan en un discurso político, sino el estilo».

Estas ideas oscilaban en su cerebro, como dos fuegos fatuos, cuando salió a la calle.

La punta de su lengua, gorda como una pompa de jabón, se movía maquinalmente al compás de la repetición de estas dos importantes frases.

Con sus zapatos brillantes y el pelo planchado se fue a la Universidad, como todos los días, y sus ojos miraban provocativamente a través de las pestañas, demasiado largas, a los viajeros del mismo tranvía.

Contra su pecho apretaba la cartera negra, de moda entre los falangistas.

La calle de San Bernardo era entonces una especie de vía estratégica y la Universidad una especie de frente del Jarama, con sus emboscadas y golpes de mano.

Varios catedráticos estaban abiertamente del lado del fascismo, otros se lavaban las manos en las aguas cerradas de su propia ciencia, algunos eran sinceramente antifascistas.

Allí Henestrosa se reunió con sus jefes del sector universitario de la Falange.

Henestrosa era fofo, cejijunto, pálido; frente excesivamente ancha, pies estrechos, cuello duro y de temperamento racialmente bilioso. Sus músculos eran flexibles y débiles, poco acostumbrados al deporte. Parecía más bien un tiburón martillo, uno de esos cenagosos animales de las profundidades del mar Mediterráneo.

Una gran cartera negra fue abierta por el jefe del sector universitario de la Falange. Dentro había una pistola ametralladora «Parabellum», con un cargador puesto y un sobre lacrado con el yugo y las flechas, en el que se leía escrito a máquina: «Orden del día», y más arriba, en rojo: «Secreto». El sobre fue abierto, y repartido, entre los militantes de primera línea, un papelito escrito a máquina con estas palabras: «Agitación en contra de Jiménez Asúa»; y más abajo: «Destrúyase en cuanto se lea».

Llegó un estudiante alto, con gafas y pelo rizado.

Varios portadores de carteras negras.

Un individuo de unos cuarenta años, cetrino, nariz rota y torcida a consecuencia de un puñetazo.

Los ojos de este individuo eran como dos arañas negras de vientre brillante.

—La Falange no tiene más que una palabra. La Falange no perdona.

Sacó un paquete de porras y las repartió, diciendo:

—Tomad, camaradas, estos razonamientos pueden haceros falta.

Para algunos, el razonamiento es el argumento o demostración inferida que se hace en apoyo de alguna cosa.

El razonamiento es a la razón como el viento es al aire.

El razonamiento es a la conclusión como un río es al mar.

La razón es al razonamiento como un cráter al torrente de lava.

La lógica es correcta y digna de un Mozart frío y elegante.

La filosofía ya no es tan correcta y es azul como una montaña lejana, imposible de alcanzar. A veces es como un lago que se pasa los siglos y los siglos perdiendo el tiempo.

Un filósofo perdió el tiempo hace siglo y medio hablando de la razón y diciendo que era medio de toda la actividad del alma.

Los escritores modernos se sitúan unos en contra de otros como dos hombres de rugby.

Por la honradez moral y por la generosidad se baja como por una pista nevada hacia el marxismo.

Por la falta de escrúpulos morales y religiosos se sube al nido de las águilas orgullosas o, mejor dicho, al nido de las lechuzas y de los cuervos con plumas de águila.

Se sube al castillo cerrado al schloss pagano de la raza, de la clase y del confort.

Un razonamiento transcendente alemán puede justificar las mayores monstruosidades, las mayores crueldades, los mayores actos de barbarie.

El concepto de «razón», para la filosofía fascista, es mucho más sencillo que para todos los filósofos de la historia antigua, media y moderna.

Tiene una gran ventaja: que está al alcance de cualquier presidente del Consejo de Administración, de cualquier terrateniente feudal o de cualquier prostituta rencorosa.

Los cañonazos son, sin duda, razonamientos de tipo ideológico, dimanantes del mismísimo «Logos» cósmico.

Los bombardeos aéreos, por su origen celeste, son superiores a toda disciplina. Son algo así como la «Revelación».

En el «Logos» y en «la cosa en sí», salía pensando de su casa el estudiante Marcelo, gordo, alto, sentimental y republicano ferviente.

«La mañana está rubia y soleada —se decía— como una cabellera».

Sus ojos eran pardos y pacíficos; sus labios, sonrosados; sus dientes, un poco salientes.

Su camisa, azul claro; sus hombros, anchos; sus zapatos, fuertes, cuadrados, deportivos.

Sus pisadas resonaban escandalosas y alegres sobre el asfalto de las calles.

En la natación había conseguido varias marcas de la F. U. E. Luego pensaba ir. Allí mismo, debajo del brazo, llevaba un traje de baño nuevo.

Su vientre empezaba a ser prominente. Sus grandes y pardos ojos tenían tal vez una excesiva mansedumbre y el corazón le daba brincos de gozo, tal vez con demasiada frecuencia.

A menudo su espíritu estaba alegre, sin motivo justificado.

El amor era para él fácil y placentero, lo mismo que la política, los baños de sol y los conciertos al aire libre.

Por la alegría era ruidoso. Sus dientes brillaban, blancos al sol y al iris de sus ojos.

No podía considerarse como defecto la demasiada verbosidad, la pedantería y el que de su boca fluyese saliva al hablar.

Una entrada en algo oscuro desde el día es algo triste; sólo pueden llevarla a cabo con gusto, al alba, los fantasmas y los muertos que salen a vagar por la noche.

El estudiante Marcelo no tenía nada ni de una cosa ni de otra.

A la Universidad oscura entró con disgusto desde la alegría del Madrid antifascista.

Todos los días experimentaba la misma sensación que el nadador que asoma la cabeza a una cueva submarina.

Su boca sonrosada y sus dientes prominentes cortaban el aire malsano, cerrado, de cripta, de los pasillos de la Facultad de Derecho.

La Facultad de Derecho todavía estaba allí, en el mismo sitio en que estaba la noche de San Bartolomé. No tuvo tiempo de ser trasladada a la Ciudad Universitaria.

La Universidad es un edificio rodeado de cafés, donde todavía poetas melenudos y sucios mojaban sus bigotes en los vasos llenos.

Sus bancos huelen a chinches y sus aulas a tos.

A la puerta de una de ellas un grupo de fascistas sonreía. El pasillo estaba lleno de estudiantes de diversas tendencias.

Marcelo, alegre, inocente, hablador, incapaz de guardar rencor, se acercó al grupo de fascistas, sus compañeros de clase.

Marcelo era amigo personal de varios de ellos. Habían sido compañeros de colegio.

—Se os saluda.

—Se te contesta.

—¿Qué os contáis?

—Lo que tú digas. ¿Entras a Penal?

—A eso vengo.

La sonrisa de los fascistas se hizo más incisiva.

—Ese Jiménez Asúa es un maricón y a su clase no entran más que los maricones.

Estas palabras fueron pronunciadas en voz bastante alta. Varios estudiantes se acercaron formando corro; uno de ellos, de gafas y pelo rizado, les indicaba disimuladamente, con enérgicos gestos de mandíbula, las posiciones estratégicas en que se debían colocar.

—Lo dicho, Jiménez Asúa es un maricón y tú otro.

—Y además, un hijo de puta del Frente Popular —dijo nerviosamente un estudiante muy joven, elegantemente vestido, y a quien Marcelo tenía por buen amigo y compañero de water polo.

Ante el feroz insulto, los falangistas rieron.

Varios de ellos empezaron a silbar el himno de Falange, que fue coreado por otros.

Marcelo palideció. Sintió miedo. Él era un hombre pacífico y confiado, incapaz de explicarse la conducta de sus amigos.

Él estaba contento de la primavera, del baño que le esperaba, del triunfo del Frente Popular.

Él no podía esperar lo que pasaba. No daba crédito a sus ojos. Estaba sorprendido.

—¡Bueno! ¿Pero a qué viene esto? —exclamó con lengua temblorosa.

—Viene a que te andes con mucho cuidado de aquí en adelante. La Falange te conoce; te tiene fichado.

Varias muchachas miraban la escena. Ellas también eran falangistas, admiraban el machismo, la chulería y el sol naciente sobre las camisas nuevas.

En un estado de cólera indecible se alejó Marcelo de la Universidad. Él había visto las porras preparadas, los ojos brillantes, las narices dilatadas.

¡Él había sido insultado! ¡Cobardemente insultado! ¡Se había metido en la boca del lobo como un cándido!

Él estaba solo, completamente solo. Estaba en Babia. Esto no podía volver a ocurrir. Tenían que organizarse los de izquierdas.

¡Ya no quedan compañeros, ni amigos, ni hombres simpáticos ni antipáticos, ni buenos ni malos nadadores, ni hombres listos o tontos! ¡Ya no quedan más que fascistas y antifascistas!

Madrid, Madrid, a estas horas te canto, a esta primavera te digo, con tu brisa, tu sol, tus nubes, tus rascacielos, tus balcones, tus montes con la última nieve, tus trajes de verano, tus automóviles abiertos, tu asfalto brillante, tus jardines verdes, tus ventanas abiertas y tus aeroplanos todavía leales.

Madrid, con tus ríos amarillos y tus piscinas verdes, con tus campos de encinas y tus excursiones populares.

Madrid, con los trombones dorados al sol de tu Banda Nacional Republicana, entonadora de optimismo, con tu satisfacción electoral y tu elocuencia democrática.

Madrid, Madrid, a estas horas te digo. ¡Alegre: tenías en tu corazón una uña de alacrán!

Tenías la cabeza podrida bajo tu cielo azul y tus festivales republicanos.

Tenías un nido de serpientes en cada Ministerio, en cada Dirección general.

Tenías un Estado Mayor en cada Banco, un fortín en cada iglesia.

Tenías un centinela malévolo en cada uno de los rascacielos de la Gran Vía, que era la ciudadela del gran capitalismo.

Todos. sospechábamos lo que tenías, pero pocos podían convencerse de la monstruosa realidad que se formaba ante sus ojos. Tan infernal era.

Madrid al crimen

La calle de Goya es una de las más representativas del Madrid que murió para siempre el 18 de Julio.

Sólo su parte alta es alegre y popular.

Sólo desde allí se divisa, a lo lejos, como una llama azul en el horizonte, el pico perdido de Almenara, que tanto carácter da al horizonte oeste de Madrid.

La parte baja de la calle de Goya es como una bombonera, donde la burguesía madrileña se ocupa en resolver sus problemas sentimentales, en rezar y en acumular dinero.

Esta parte fue cruzada a los pocos días por balas de pistola ametralladora, y esta parte gritó como una vieja a la vista de un ratón.

La Falange Española atentaba contra la vida de Jiménez Asúa. Pero sus pistoleros no consiguieron más que matar a un policía y herir a algunos transeúntes.