4. Un amigo
El timbre sonó una única vez. Ahmet miró la hora.
—¡Las seis! ¡İlknur! ¡Se me han hecho las seis! —murmuró echando a correr—. ¿Dónde estabas, mal bicho, dónde estabas? —refunfuñó mientras abría la puerta, y se quedó de piedra.
Delante de él tenía a Hasán.
—¿Quién es ese mal bicho? —dijo Hasán—. ¡Hola! —Abrazó a Ahmet y le besó en las mejillas—. Pasaba por aquí y me dije: «Voy a entrar un rato». —Se detuvo de pronto—. ¡Y además tengo otras cosas en la cabeza! —dijo sonriendo.
«Un chico decente —pensó Ahmet—. Al fin y al cabo, es revolucionario».
—¡Pasa, siéntate!
—Si estás esperando a alguien o tienes trabajo, me voy.
—¡No, no, siéntate! —replicó Ahmet—. Charlaremos un rato. ¡No hay quien te vea!
—Yo iba a decir lo mismo.
—¿Quieres un té?
—¡Venga, ponlo! —de repente, Hasán le propinó un buen puñetazo en la espalda a Ahmet—. ¿Estás bien, tío?
Ahmet se tambaleó, pero procuró que no se notara. Al abrir el gas del diminuto hornillo notó que se le dormía la espalda.
—¿Sigues pintando? ¿Cómo siempre? —gritó Hasán desde dentro.
—¡Vaya!
—¡Ay, ay, ay! ¡Pon rápido el té!
Ahmet encendió el hornillo, puso el agua y regresó. Hasán se había sentado en un taburete en medio de la habitación, había estirado las piernas calzadas con botas y fumaba mirando los cuadros. De repente a Ahmet le apeteció herirle.
—Muchacho, tienes casi treinta años y todavía llevas trenca y botas y te dejas bigote de revolucionario, como si tuvieras dieciocho. ¿Te parece bien para alguien de Galatasaray?
—Seré de Galatasaray, pero soy un hijo del pueblo —contestó Hasán—. Como tú. —Guardó silencio un instante—. ¡Cada vez que vengo a Nişantaşı me rechinan los dientes! ¡Al ver esas tiendas, esas boutiques, esas mujeres, le cojo manía a la burguesía!
—Bueno, entonces ven a menudo, que te sentará bien —dijo Ahmet.
—¡No me hace falta! A ti sí, parece, aunque tienes el corazón encallecido.
Se echaron a reír. «Bien, seguimos como siempre —pensó Ahmet—. Me ve demasiado parado, pero me sigue teniendo cariño. Antes también éramos así… ¡Antes!». Se entristeció. Conocía a Hasán de Galatasaray, pero su amistad se había afianzado después, cuando regresó de Francia. Ahmet empezó a pensar «¡Qué años aquellos!», pero se enfureció consigo mismo. Contempló a Hasán a placer. «No me engaña con su trenca y sus botas: ¡también él se ha hecho mayor!».
—¿Y bien? ¿Qué haces ahora? —preguntó Ahmet.
—Vivo en casa, con el viejo. Ya sabes que mi madre murió hace seis meses.
—Lo sabía. ¿Traduces?
—Sí, voy tirando.
—¿Vas a terminar la carrera?
—No me paso por allí. No sé si la acabaré o no.
—¿Y no te expulsan?
—Tengo derecho a presentarme indefinidamente. ¡Ah, claro! Como tú estudiaste en París, no conoces bien las costumbres de aquí.
Ahmet aparentó sentirse molesto, pero no lo estaba. Si algo podía sentarle mal era haber estudiado pintura, no haberlo hecho en París. Cogió una silla, se sentó frente a Hasán y empezó a mirarle a la cara. Hasán debió de sentir que le observaba pero no apartó los ojos de los cuadros. Los examinaba atentamente, como si leyera. Luego se volvió hacia Ahmet y le sonrió.
—¿Qué te parecen? —le preguntó Ahmet.
—Bueno, no entiendo de pintura —respondió Hasán.
—¡Qué cauto!
—No tanto como tú, socialista independiente —replicó Hasán poniéndose en pie—. ¿Sigues siendo socialista independiente?
Hasán era miembro del Partido de los Trabajadores. Se enorgullecía de ello y de que su padre hubiera sido maestro.
—Ahora hay un montón de socialistas que no son del Partido de los Trabajadores. ¡Y son los que hacen más ruido!
—Mucho ruido, pero no hacen lo necesario. —Luego Hasán añadió cuidadosamente—: Y tengo que decirte otra cosa: no me veas como a alguien totalmente entregado al partido. Hay montones de compañeros como yo que buscamos una vía intermedia entre el punto de vista del partido y de Revolución Democrática. Con esos compañeros…
—¡Tú siempre has tenido tus propios puntos de vista! —dijo Ahmet—. En cuanto se te aprietan un poco las tuercas, no defiendes la opinión del partido, sino la tuya.
—¡No salir de casa te pone de mal humor, muchacho!
—¡Crees que traeréis el socialismo a Turquía con unas elecciones! ¡Todos hemos visto adónde habéis llegado en las elecciones!
—¿No hemos hablado ya de esto? —dijo Hasán—. Déjalo de una vez.
—Te ríes de los socialistas independientes. Y yo te digo que me dejes disfrutar un poco de la independencia.
—Muchacho, la estás disfrutando desde que naciste —respondió Hasán—. Y te sigue pareciendo igual de sabrosa. Pues, para saborearla como es debido, tendrás que hacer algo de vez en cuando, ¿no?
No lo dijo con intención de herir a Ahmet, sino amistosamente.
Ahmet se enterneció. No obstante, dijo:
—¿Y qué si no hago nada? ¡No hay nada que me guste! ¿Que hay más? ¡Pues tampoco me gusta!
—Si no te gusta, expón tus objeciones y lo discutiremos.
«Eso es verdad», pensó Ahmet. Buscó una respuesta, se le pasaron pensamientos extraños por la cabeza y, de repente, gruñó:
—Yo pinto, ya lo ves.
Señaló los cuadros con la mano. Luego se rió culpable y corrió a la cocina a preparar el té. «Debo de tener pinta de desesperado, pero Hasán es buen chico —se dijo—. ¡No piensa nada malo de mí!». Salió de la cocina.
Hasán seguía sentado contemplando las pinturas.
—¿Y bien? ¿Qué me dices?
—¿De qué?
—¡De los cuadros! Miras y remiras, pero no dices nada.
—Bueno, seguro que estás haciendo algo, que tienes una idea, pero no la entiendo.
En un primer momento, Ahmet se sintió furioso, pero luego se relajó. «Hasán es buen chico —pensó—. De haber sido Metin o Sacit, enseguida habrían encontrado desaliento, desconfianza en las masas, o entreguismo».
—Hombre, dímelo de todas formas. ¿Qué opinas?
—¡Qué sé yo! ¡Tienes una idea! —dijo Hasán—. Yo no entiendo de sutilezas. —Al ver la cara de Ahmet sintió que tendría que precisar—: Te lo juro, no sé si lo haces en serio o te estás riendo de todo el mundo.
—¿Lo dices de verdad? —preguntó Ahmet, excitado.
—¿Cómo de verdad? —Hasán parecía sorprendido.
—Que no se entiende si es en serio o si me estoy riendo —dijo Ahmet. Luego prácticamente gritó de la emoción—: ¡Bravo, hombre! Lo mismo le decían a Goya, ¿lo sabías? Todo el mundo sentía curiosidad por saber si se burlaba de esos aristócratas o si los admiraba.
—Me parece que tú no admiras a esta gente. —Hasán señalaba los cuadros.
—¡Claro que no! Pero, de todas formas, intento entenderlos un poco. O hacerme una idea de ellos y de Turquía…
—¡Qué emocionante! —dijo Hasán.
Ahmet se picó, pero corrió a buscar las reproducciones de Goya. Empezó a mostrárselas a Hasán pasando las hojas del grueso libro.
—¡Míralo, míralo! —decía cada dos por tres—. Estoy empezando a entender a Goya.
—¿Y ahora lo estás imitando? —dijo Hasán, y añadió de inmediato—: Lo que haces no se parece nada a esto. ¡Ah, espera! Este es La maja desnuda, ¿no? Bueno, este cuadro lo conozco. Pusieron una película, ¿la viste? ¿Así que el pintor se estaba burlando con este desnudo?
Ahmet estaba de pie a su lado y pasaba a toda velocidad las páginas del libro que Hasán tenía sobre las piernas. Por fin encontró lo que buscaba: Los fusilamientos del 3 de mayo.
—¿Y qué me dices de esto?
—¡Madre mía! ¡Es impresionante! Este cuadro también lo conocía.
—Sí, ¿verdad? —dijo Ahmet—. ¿Lo ves?
De repente se asustó. No sabía si se enorgullecía de Goya o de sí mismo. En cuanto se calmó un poco, pensó: «¿Para qué le enseño esto? Para que me comprenda… ¿Y para comprenderme a mí tiene que comprender a Goya?». Se enfadó y le apeteció decirle algo desagradable a Hasán.
—¡Vamos, cierra el libro! ¡Ni te gusta ni lo entiendes!
—Sí, la verdad es que es muy bonito todo esto —dijo Hasán, y luego añadió sin pensar—: En los últimos tiempos hemos descuidado el arte. —Tenía muchas frases así, de múltiples usos y aprendidas de memoria. Ahmet se alejó, pero Hasán siguió pasando las páginas—. ¡Mira, mira, él también pintaba gatos, como tú! Un niño, un pájaro, gatos… —Hasán mostraba una actitud infantil—. Y estos sí que son ridículos. Reyes, mujeres elegantes. Ja, ja, ja. Me gusta Goya. ¡Bravo por él!
De pronto cerró el libro, se puso en pie, se desperezó y sonrió levemente. Su sonrisa decía: «¡Gracias, me has hecho pasar un rato entretenido!».
—Voy a por el té —dijo Ahmet.
Miraba atentamente a Hasán a la cara y por su mente cruzaban turbios pensamientos sobre la revolución, el arte y los revolucionarios.
Hasán le echó un vistazo a los cuadros de Ahmet. Luego su alegre cara se contrajo al volver del sueño a la realidad:
—Mira, tú también has hecho gatos… Has pintado esos burgueses o lo que sean, y ¡ahora siento algo al mirarlos! —pareció avergonzado—. De verdad que siento algo, pero… Pero, hermano, seguro que ya lo sabes, ¡con esto no se hace la revolución!
Puso tal cara de abatimiento que parecía que fuera culpa suya.
—Eso es… —murmuró Ahmet—. Pero tampoco significa que los cuadros no valgan para nada.
—Sí, claro que no —exclamó Hasán, aliviado. Bostezó.
«¿Cómo he sido capaz de aguantárselo?», pensó Ahmet. Y gritó irritado:
—¡Pero es muy discutible que no puedan contribuir a la revolución!
—Sí, pero no lo discutamos ahora —dijo Hasán, y bostezó de nuevo. Encendió un cigarrillo—. Estuve hablando hace poco con los compañeros y me acordé de ti.
—Espera, voy a buscar el té.
Ahmet entró en la cocina. «Ahora me explicará a qué ha venido», pensó. Llenó los vasos y volvió al cuarto.
Hasán paseaba por la habitación.
—Sí, me acordé de ti…
—¿Por qué? ¿Cuántos terrones?
—Yo me pongo… Estamos sacando una revista…
—¡Vaya! —dijo Ahmet. Sabía perfectamente qué tipo de revista era, pero de todas formas preguntó—: ¿Una revista de arte?
—No, una revista política —respondió Hasán con toda seriedad.
—Podíais haberla llamado «revista de arte y política». Ahora es lo que hacen todos.
—Escucha, Ahmet, hablo en serio. Te lo iba a contar y me has dejado con la palabra en la boca. Sabes que hay un montón de compañeros que fluctúan entre el Partido del Trabajo y Revolución Democrática, o que hacen suyos los lados buenos de ambos. Si quieres, puedes reírte llamándolos «indecisos» y disfrutar de tu independencia, pero no lo son. Yo mismo, a pesar de pertenecer al PT, soy uno de ellos. Como te decía, no creen ni en el parlamentarismo del PT ni en el ruido que meten los otros. Para ser capaces de organizarnos como es debido, ambas partes nos vemos obligados a someternos a una autocrítica seria y a exponer nuestros puntos de vista. Para eso hace falta una revista. Y quiero pedirte lo siguiente: ¿podrías ayudarnos un poco con la portada, la organización de las páginas y los asuntos artísticos, por escasos que sean? ¡Espera, escúchame un momento! Segundo: ¿nos apoyarías financieramente? O sea, hablando en plata, ¿nos darías dinero?
—Claro, claro que sí —respondió Ahmet sin pensar.
—¡Espera, hombre, piénsatelo un poco! ¡Enseguida te lanzas!
—¿Quieres que os ayude o no? —dijo Ahmet.
—Si no lo quisiera, no habría venido —respondió Hasán. Al punto se corrigió—: ¡Si no lo quisiera, no habría sacado el tema! Pero piénsatelo, porque quiero que te decidas como es debido.
—Muy bien, me lo he pensado, lo he meditado. Pero déjame decirte solo una cosa: ¡no tengo mucho dinero! De hecho, no tengo nada. —Y añadió, complacido—: Mi padre se gastó todo lo que tenía. ¡Estoy sin un céntimo! —se excitó, más complacido aún—: La mitad de este piso puede considerarse mía, pero, a no ser que haya una amnistía urbanística, me puedo despedir de este ático pirata. Tu padre tiene un piso, ¿no? ¿Dónde? ¿En Yalova? Y un poco de tierra, por pequeña que sea. —Miraba sonriente a Hasán a la cara. De repente exclamó—: ¡Haré lo que esté en mi mano! ¡Doy clases particulares!
—Muchacho, el dinero no tiene importancia —le respondió Hasán como si quisiera consolarle—. Enseguida te lanzas. Lo que quiero saber es lo siguiente: ¿estamos en la misma línea ideológica?
—¿Por qué te tomas tan a la tremenda nuestras diferencias?
—¡No me las tomo a la tremenda! Quiero que el nuestro sea un acuerdo estable. ¡Una unión sin principios, sin crítica, está condenada a la ruptura!
—Pareces un libro, tío.
Hasán se puso en pie, irritado. Se dirigió a la ventana. Miró a la calle dándole la espalda a Ahmet. Hacía rato que había oscurecido y probablemente la luz que se reflejaba en el cristal no le permitía ver nada, pero seguía mirando.
—¿Te has enfadado? —preguntó Ahmet—. Perdona, hoy no estoy de buen humor.
Hasán se dio media vuelta.
—¡Muchacho, no hay quien cruce dos palabras contigo! Enseguida empiezas con las pullitas, los chistes, los sarcasmos, los ataques…
—¡Usted disculpe! —dijo Ahmet, y pensó de repente: «Darán un golpe y todo se resolverá… ¡Que lo den de una vez!».
—La verdad es que te entiendo —continuó Hasán—. Aquí estás furioso, irritado…
De repente guardó silencio.
Llamaban a la puerta.
«¡Ay, Dios, İlknur!», pensó Ahmet. No le apetecía lo más mínimo que Hasán la viera. Abrió la puerta e interpuso el cuerpo en el umbral.
—¡He vuelto! —exclamó una voz musical. Era su hermana—. Ha venido la tía Ayşe. También estaba Mine. ¡Se me ha ido el santo al cielo cotilleando! Me voy a casa, tenemos visita. Quería decirte algo. —Probablemente intuyó que había alguien dentro por la forma en que Ahmet sostenía la puerta y ocupaba el vano—. ¡Te iba a decir algo! —susurró de nuevo, y, de pronto, con un ágil movimiento introdujo en la habitación su enorme cuerpo.
Dio dos pasos y se quedó muy sorprendida al ver a Hasán.
«Pensaba encontrar a İlknur», se dijo Ahmet.
—Ah, hola, Hasán Bey —dijo Melek—. ¡Casi no le reconozco!
Hasán se puso en pie haciendo crujir sus enormes botas.
—¡Hola!
Se dieron la mano. A Ahmet la situación le pareció ridícula. Aunque se ponían nerviosos mutuamente, se examinaban con curiosidad. «¡Veamos quién aguanta más!», pensó, y vio que Hasán apartaba la mirada. Sintiéndolo por Hasán y por ella misma, su hermana se volvió hacia la puerta.
—Quería preguntarte cuándo iremos a cenar —dijo Melek.
A Ahmet le alegró que su hermana se lo preguntara en voz baja. Pero respondió a gritos:
—¡Iremos al restaurante cualquier día de estos! ¿Te parece bien el miércoles por la noche? ¡Pasaré a recogeros!
—De acuerdo —respondió Melek, sorprendida por el volumen de su voz.
Parecía asustada. Desapareció sin besarle.
Ahmet cerró la puerta y se volvió hacia Hasán.
—Tu hermana, ¿no? —preguntó este.
—Sí, Hasán Bey —dijo remedando a Melek—. ¿Ya no la reconoces?
—Ha cambiado, hombre, está bastante…
—¡Dilo, dilo! —Ahmet vio que Hasán se ponía serio—. No eres capaz. Serás de Galatasaray, pero para esto de las hermanas sigues siendo muy de pueblo.
—¡Déjate ya de lo de Galatasaray! —Hasán se echó a reír. Se puso en pie—. Yo también me voy. Estamos de acuerdo aunque sea a medias, ¿no? En realidad, estamos empezando. Pero si se produce una unión en torno a esta revista, que la habrá, cambiarán muchas cosas en Turquía.
Ahmet asentía con la cabeza mientras pensaba: «Van a dar un golpe, ¡un golpe! ¡Vamos, díselo de una vez!».
—Supongo que te das cuenta. Hay mucha gente que critica a ambos grupos y busca un movimiento nuevo. Además, esta tendría que ser la orientación correcta. Una buena revista lo cohesiona todo. Como explica Lenin en ¿Qué hacer?
A Ahmet le habría apetecido exclamar «¿Qué hacer, qué hacer?», pero prefirió callarse para no irritar a Hasán.
—Simplemente, claro, es que estamos al principio de todo. En cuanto empecemos, lo llevaremos a buen término. Como ocurrió con ¿Qué hacer?, al final se creará un partido… Pero todavía estamos con los preparativos… Me dije que sería mejor avisarte al principio en lugar de cuando todo esté en marcha.
—¿A quién conozco?
—¿A qué viene tanta curiosidad? —respondió Hasán con aspecto serio y responsable. Luego, añadió—: Perdona. Además, tío, yo estoy un poco al margen del asunto, no exactamente dentro.
Ahmet se picó, pero trató de que no se le notara.
—¿Está Metin? No es por curiosidad, es que me he acordado de pronto. Hace poco escribió un artículo. Influido por las traducciones de Lenin, no hacía más que decir: «Estos caballeros… Estos caballeros…». Si le ves, coméntale que «señores» es más efectivo.
—Si lo veo… —dijo Hasán con el mismo gesto responsable. Y luego añadió mirando hacia otro lado—: Supongo que no hace falta que te diga que no debes contárselo a nadie, ¿no?
Ahmet se enfureció, le habría gustado soltar alguna barbaridad, pero, dejándose llevar por un repentino sentimiento de culpabilidad, respondió:
—De hecho, no me veo con nadie.
—La verdad es que eso también es malo. —Hasán se encaminaba hacia la puerta—. Sal un poco, hombre. Mira, si funciona lo de la revista, tendrás que mezclarte con gente; ¡ve acostumbrándote! ¿Qué dice Nazım?
Ahmet no le respondió. Simplemente le miraba furioso porque no se le ocurría ninguna barbaridad que contestarle.
—Nazım dice: «Lo que buscas no está en tu habitación, sino fuera».
—Esto no es una habitación, sino un estudio —respondió Ahmet. Pero no le pareció suficiente. Irritado, se metió las manos en los bolsillos—. ¡Van a dar un golpe de Estado! —dijo—. He recibido la noticia de una fuente de toda confianza.
—¿De quién? ¿De los servicios de inteligencia? —preguntó Hasán, sonriente—. Era broma. ¿De quién?
Ahmet estuvo a punto de decir «¡De un primo de mi padre!», pero, como le pareció ridículo, contestó:
—De un pariente lejano. Un coronel jubilado. Un tipo raro. —Luego, por alguna extraña razón, se emocionó—: ¡Cuéntaselo a los chicos!
—Pues íbamos a empezar una semana antifascista. —Hasán se rió—: Pero será un golpe de izquierdas, ¿no?
—Sí. Como lo de Torres en Bolivia. ¿Has leído la prensa hoy?
Hasán asintió con la cabeza. Se miraban sonrientes. Hasán también se había metido las manos en los bolsillos. Ahmet se entristeció y de repente sintió por su amigo un cariño exagerado.
—¡Venga, vamos al cine! —dijo Hasán.
—Déjalo, ¡no tengo tiempo! —respondió Ahmet.
Se acordó de İlknur. «¿Dónde estará?», pensó.
—Vaya, pues sí que eres hogareño. Te voy a decir una cosa: probablemente estés muy orgulloso de no haberte casado, de no tener una vida familiar monótona ni un empleo fijo, pero eso no tiene nada que ver, ni de cerca ni de lejos, con los intereses del proletariado.
—Lo sé —contestó Ahmet. Luego se corrigió—: ¿De verdad que no? ¿Y la pintura?
—¡No entiendo de pintura!
—Bien.
Hasán abrió la puerta, estaba a punto de salir cuando dijo:
—Me voy pitando, antes de que me contamine la mugre de Nişantaşı.
—¿Qué opinas de lo del golpe? —preguntó Ahmet. Luego susurró con el tono de quien desea convencerse de lo que dice—: No ocurrirá nada, ¿no? Estamos en Turquía. Si hicieran algo, se pasarían una semana pegando voces y luego todo se enfriaría y volveríamos a lo mismo de siempre, ¿no?
—No sé —dijo Hasán. Al parecer, él también se había emocionado—. Bueno, adiós.
Abrazó a Ahmet y le besó en las mejillas.
—¡Vuelve, aunque no quieras pedirme nada!
—Quise meterme en este asunto también por ti —dijo Hasán.
Si se había emocionado, no le parecía propio, así que golpeó en el hombro a Ahmet, ahora con más suavidad, y descendió las escaleras.