61. El jolgorio
Ayşe abrió la puerta, entró en la cocina y pensó: «Veo a mis queridos amigos manos a la obra, como siempre, y les sonrío».
—Ayşe Hanım, ¡ni se le ocurra entrar hoy en la cocina! —dijo Emine Hanım.
—¿Por qué? Quizá pueda ayudar en algo. ¿Te mondo unas naranjas? ¡Para el postre!
—Hoy, hoy especialmente, usted no se meta en nada. ¡Ah, si fuera mi compromiso! ¡Se va a manchar el vestido! ¡Y qué bien le sienta! —Se volvió hacia Yılmaz el cocinero—: Mírala, mírala.
Yılmaz miró un instante a Ayşe, como si temiera que la mirada se le quedara clavada en algo, y luego inclinó la cabeza.
A Ayşe le habría apetecido decir «¡Mira, mira, hoy puedes mirar!», pero se limitó a sonreír. «Me quieren, todos me quieren —pensó—. Trabajan en nuestra cocina. Preparan comida rica para los invitados. Se está calentito aquí. Por la ventana se ve el jardín, nuestro jardín… ¡Me largo y les dejo tranquilos!». Subió las escaleras y entró en el salón. «Cuánta gente, qué alegría, qué jolgorio, qué bonito todo, qué felicidad —murmuró—. ¿Adónde podría ir? Puedo ir a cualquier parte, cruzar un par de palabras con cualquiera, echarme a reír… Ah, ahí están tomando fotos. Iré con Atiye Hanım…».
—¡Esperad, que viene ella también! —gritó Güler Hanım.
Le hizo sitio a Ayşe.
«Están tomando fotos —pensó Ayşe mientras se dirigía hacia el sofá—. Seremos tres sentadas: Leylâ Hanım, Güler Hanım y yo. Detrás, mi hermano Osman, Fuat Bey y el tío Sait. ¡Podré ver la foto dentro de muchos años!».
Estalló el flash.
—¡Vamos a esto…! —dijo Atiye Hanım—. Remzi Bey, venga usted también.
«Sí, sí, es todo un caballero», pensó Ayşe.
Después de que hicieran una fotografía más, Ayşe se puso en pie. Delante de la habitación del nácar hablaban Fuat Bey y su buen amigo Semih Bey. Ayşe pasó por delante de ellos diciéndoles con la mirada: «Si quieren decirme algo, meterse conmigo o gastarme una broma, ¡adelante!». Ellos simplemente le sonrieron con un gesto que demostraba que se alegraban de verla. «¡Me han sonreído! —pensó Ayşe—. Fuat Bey y Semih Bey, comerciante en jabón y mi futuro suegro».
—¿Te has hecho al anillo?
Era la tía Şükran. Estaba sentada junto al piano.
—¡Sí, tiíta!
—¡Hija mía! Qué encanto, ¿verdad?
La tía Şükran sonrió y se volvió hacia la esposa de Semih Bey.
«¡Ah, o sea, que se conocen de antes! —pensó Ayşe—. ¡Todos se conocen! Todos se ríen. Todos juntos. Yo también seré como ellos, ¡viviré!».
—¿Sigues tocando el piano?
—Cuando me da por ahí.
—No se te ocurra dejarlo cuando te cases. ¿A Remzi le gusta el piano?
Ayşe sonrió por toda respuesta, se puso al piano, abrió la tapa y paseó los dedos por el teclado, pero no tocó. «Querido piano —pensó—. Querida habitación del nácar. —Se levantó sonriendo de nuevo y observó el mobiliario—. El tresillo de nácar. Los sillones. Cuando era pequeña los bordados de las fundas se me clavaban en las piernas y no aguantaba quedarme sentada. De todas maneras, me gustan esos sillones». Salió de la habitación al darse cuenta de que las mujeres habían iniciado una conversación entre ellas. «Querido cuarto grande, enorme… Nuestra lámpara… Estoy mirando los altos techos… Esos ángeles que tanto me asustaban de pequeña… El sillón que le gustaba a mi padre… Los sillones tapizados en fieltro… Los nudos de la lámpara de pie… La querida porcelana de mi madre detrás de los cristales del aparador. ¿Qué vajilla habrá sacado hoy? ¿La de las rosas azules? Pero le faltan muchas piezas, que se han roto». Avanzó hacia el aparador sonriendo a Atiye Hanım y luego al abogado Cenap Bey con la intención de satisfacer su curiosidad. «¡La roja, claro!». Luego fue junto a su madre, sentada en el sillón de siempre.
—¿Y bien? ¿Cómo estás, hija? ¿Estás contenta? —dijo Nigân Hanım.
—¡Sí!
—¡Todos estamos contentos! —dijo Osman.
Estaba sentado en el sillón de Cevdet Bey, fumando un cigarrillo.
—¡Qué pena que no esté Perihan! —se lamentó Nigân Hanım.
—Madre, sabe que está muy enferma —dijo Refik—. Después de comer tenía treinta y ocho de fiebre. —Luego se volvió hacia Ayşe—: No hace falta que te diga lo mucho que quería venir.
—Claro, claro… Y ahora está…
Ayşe sonrió. «Va a tener un niño», pensó. Se levantó. «Yo también tendré hijos. ¿Adónde voy ahora? ¡Con mi prometido! Yo también tendré hijos, tresillos de nácar, cachivaches…».
Remzi estaba hablando con un amigo. Como el otro era alto y tenía un cuello largo y delgado, Remzi levantaba la cabeza, como siempre que hablaba con él, y su amigo se encorvaba. Ayşe se acercó a Remzi pensando: «Sí, es un poco gordito, pero como todo el mundo». Remzi estaba hablando de discos y de un nuevo gramófono que había comprado. Ahora, cuando hablaban de un objeto, no solo mencionaban sus particularidades y su uso, sino también su precio. Remzi había empezado a ir a la oficina con Fuat Bey. Su amigo estaba haciendo prácticas de abogacía. Al parecer, él también se comprometería pronto. «Nos visitaremos, cenaremos, nos reiremos», pensó Ayşe, y se alejó de ellos. Oyó una carcajada. «¿Adónde voy ahora? ¡Ah, Sadık Bey, el contable! ¿Por qué se habrán quedado en un rincón?». Les miró con expresión de afecto y, con la misma sonrisa, se acercó a un niño que veía por primera vez. Se agachó cuando llegó a su lado. Levantó la cabeza al oír un roce de tela.
—¡Ah! ¿Es suyo, Kadriye Hanım?
—Sí, ha crecido, ¿verdad?
—Pero me parece que se aburre —dijo Ayşe.
—No se aburre, querida. Le asusta tanto ruido. Mira, te voy a decir algo: ¡cada día que pasa te pareces más a tu madre!
—¿En serio?
—Sí. Yo creía que te parecerías a tu padre, pero… ¡Pestañeas! ¿Cuántos años tienes ahora?
—¡Diecinueve! —contestó Ayşe y, sonriendo, echó a andar a toda prisa, tan impaciente como si tuviera que llegar a tiempo a alguna parte.
Por un instante sintió que Kadriye Hanım la miraba por detrás. «¡Kadriye Hanım!». Era la esposa del famoso médico Agâh Bey. También conocía a los hijos de Agâh Bey. «¡Seremos como ellos! —pensó representándose en la mente a toda aquella familia—. Y tendremos más posibilidades de hacer más cosas». Osman había dicho en cierta ocasión que aquel matrimonio sería ventajoso para ambas empresas. «¡Nuestra casa!». Se imaginó un piso. Era lo que siempre se imaginaba. En aquel piso reunía las habitaciones que más le gustaban de diversos hogares y la felicidad que contenían. Luego se acercó a Sait Nedim Bey y a Nermin, que hablaban en un rincón. Atiye Hanım también estaba allí. Sait Bey hablaba de su perro. Al ver a Ayşe guardaron silencio por un instante, pero luego, en cuanto Atiye Hanım elogió el vestido de Ayşe, volvieron a hablar del perro. «¿Tendré yo también un perro en casa?», pensó Ayşe, pero no acababa de encajar con ella. Pensó que Remzi no era el tipo de persona a quien le gustaran los perros, un animal que se paseara con insolencia por la casa. «¿Y qué tipo de persona es? —murmuró, y se respondió sin pensar—: Bueno, generoso, de buen corazón, un gentleman…». Debía de haber más palabras, pero no le venían a la cabeza. Se alejó porque Sait Bey empezaba a hablar de la guerra.
«¿Dónde estará?», pensaba, cuando vio a su hermano Refik y se entristeció. «¿Por qué se habrá vuelto así? —susurró—. ¿Por qué mi hermano se habrá vuelto tan silencioso, meditabundo y triste? —mientras se dirigía hacia él, pensó—: ¡Con lo alegre que era antes! Antes era yo la triste, la de las caras largas, y él el alegre. Se metía conmigo, me daba tirones de las trenzas, ¡se reía de mí, pero sin hacerme daño!». Se sentó frente a Refik.
—¿Cómo está Perihan?
—Tiene fiebre. Está agotada. La gripe…
—¡Si por lo menos te hubieras traído a la niña! —dijo Nigân Hanım.
—Pensamos que se enfriaría.
—¡No le habría pasado nada! —Nigân Hanım miró a sus tres hijos uno por uno—. ¡Con seis meses, yo os sacaba cuando más frío hacía!
—¡Oh! ¿Se ha reunido la asamblea familiar?
Sait Nedim Bey sonreía, alegre. Se había terminado la conversación de la guerra.
—¡Ay, Cevdet Bey! —murmuró Nigân Hanım. Miraba el retrato de la pared. Movió la cabeza a izquierda y derecha y volvió a la conversación—. ¡Siéntese ahí, Sait Bey! Usted conocía bien a Cevdet Bey. En su mansión, en la mansión de Nedim Bajá nos…
—Quien mejor lo conocía es Fuat Bey. ¡Que sea él quien hable de Cevdet Bey!
Sait Bey se levantó. Se encaminó hacia Fuat Bey, que estaba hablando con Semih Bey. Le dijo algo. Fuat Bey sonrió y fue a sentarse con ellos avanzando con lentitud.
Nigân Hanım le rogó a Fuat Bey que les hablara de su difunto marido. Por todas las habitaciones de la casa había un rumor incesante, que se animaba cada vez más, brillante, ondulante. Fuat Bey contó que había conocido a Cevdet Bey cuando vino de Salónica a Estambul con la intención de abrir una tienda y, gruñendo con voz ronca, intentó calcular en qué año había sido.
Ayşe se puso en pie silenciosamente. Fue hacia Remzi, que todavía hablaba con su amigo, y de repente les dijo:
—Vamos a ver, ¿de qué habláis?
Le sonrieron. El muchacho encorvado le dijo algo. Ayşe se rió. Fue hacia el aparador. «¡La porcelana! —pensó—. ¡Mis tías, la vieja mansión! Hoy me he comprometido. Ahora ando por nuestro enorme salón. Tengo diecinueve años. Oigo las voces, la alegría, a la gente. Oigo este rumor tan agradable y ondulante. ¿Adónde voy? ¡A la cocina! Allí están mis queridos amigos… Pero, ¡qué silencioso está esto!».
—Mira tú, has vuelto —dijo Emine Hanım.
—Me he dicho: «Voy a ver qué están haciendo».
—¡Acabamos de poner el dulce dentro del horno! —dijo Yılmaz.
«Oh, ha hablado», pensó Ayşe. Se acordó del cocinero Nuri. Se acordó de su padre. Se acordó de Cezmi. Abrió la nevera y bebió agua simplemente por hacer algo. Mientras la bebía le echó una ojeada al periódico que había encima de la nevera. Dejó el vaso junto al fregadero. Salió de la cocina pero, en lugar de subir las escaleras, fue hacia aquel estrecho y oscuro pasillo. Allí se acumulaban pacientemente los olores del lavadero, del cuarto de la criada y del retrete a la turca para recordarle su niñez. Aspirando aquellos olores, murmuró: «¡La almendra! La alondra, la alondra, la olopendra… Cruceros, viajes por Europa, diversiones…». Avanzó hacia las escaleras. Subía los escalones. «Casas, muebles, habitaciones, niños, años, fotografías, alfombras, cortinas, ruido. ¡Qué hermoso! Tal y como lo dejé. ¡Qué jolgorio, qué bullicio, qué alegría! ¡La vida! ¿Adónde voy?».