60. Diario III
26 de septiembre de 1939, martes
¿Por qué he decidido escribir en el diario en medio de tanta confusión? Probablemente porque de repente me he dejado llevar por la sensación de que el tiempo pasa muy rápido, ¡por eso! Estaba recogiendo libros, papeles y carpetas y vi el diario. Dentro de cuatro días Perihan y yo nos mudaremos a Cihangir. Ahora estoy en la biblioteca, el despacho, o la habitación en la que jugábamos al póquer y escucho los ruidos de la casa. Le he echado un vistazo a las otras páginas de este cuaderno. Escribí por última vez hace año y medio. Hablaba de Kemah, de herr Rudolph, de mis proyectos. Esas tonterías se convirtieron, gracias a la ayuda del Ministerio de Agricultura, en un libro que nadie ha leído, y con toda la razón. Me apetece escribirlo ahora todo de una vez, pero tengo que ser ordenado. Escribiré más tarde. Me llaman de abajo para cenar.
Hora y media después. Las nueve y media. Hemos cenado: albóndigas, judías verdes. La verdad es que siempre empiezo a escribir en este cuaderno con mucho entusiasmo y luego lo dejo. ¿Qué otra cosa, qué otra cosa podría escribir? He encontrado en un armario las memorias de mi padre. Había escrito el título: Medio siglo de vida empresarial. Luego unas líneas y garabatos.
¡Todos vamos a morir!
He leído lo que escribió. La distancia entre lo que se le pasaba por la cabeza y sus palabras es obvia.
27 de septiembre, miércoles
Estoy metiendo los libros en cajas. Los hojeo mientras lo hago y pierdo mucho el tiempo. Hace un momento estuve hojeando Pobrecillo Cevdet. ¡Qué vulgaridad! Recuerdo que cuando tenía dieciséis años me lo leí entusiasmado en una tarde; me impresionó mucho y al día siguiente me avergoncé de mi entusiasmo mientras jugaba al fútbol con mis amigos. Hay libros cuyo contenido he olvidado. Uno de Hüseyin Rahmi atrajo mi mirada. Nunca me gustaron aquellas mujeres de barrio; en realidad, me asqueaban un poco. Pero ¿y el querido Rousseau? Volví a mirar las Confesiones, pero no es un libro para echarle un vistazo rápido. Las cajas…
Acaba de llegar Perihan y se ha marchado enseguida, me ha preguntado si nos vamos a llevar el armario que hay delante de la puerta de nuestro dormitorio, al lado de las escaleras. Me he quedado muy sorprendido. Antes, la mayor parte de las cosas no eran de nadie, sino de la casa. Cualquiera podía usarlas, o todos. Ahora se dividen entre las nuestras y las suyas. ¡Por ejemplo, ese armario! No se compró para nosotros cuando nos casamos, pero llevamos años usándolo. Tampoco tenemos una vajilla. Cuando mi madre oye que dividimos así las cosas, monta en cólera y arruga el gesto como si le diéramos asco. Nos echa la culpa. Pero la verdad es que no nos entiende. Yo tengo razón. He de escribir largo y tendido en este cuaderno por qué nos vamos de casa.
30 de septiembre
Nos hemos mudado. Son las tres de la madrugada. Perihan ha ido a acostarse. Yo también estoy muy cansado. Bebo porque temo no poder dormir y escribo esto. Nos hemos pasado el día trasladando muebles. ¡Me estoy acostumbrando a la casa!
1 de octubre, domingo
Estoy colocando las cosas. Ha venido Yılmaz el cocinero. Me ha traído dos cartas que me enviaba Osman. Una es de Muhittin y la otra del propio Osman. La abrí enseguida. Llegó hace dos días y se quedó olvidada en un rincón (o sea, la carta de Muhittin). Esta mañana Muhittin fue a la casa de Nişantaşı y preguntó por mí. Al enterarse de que me había mudado, quiso que le devolvieran la carta que me había escrito. Probablemente Osman se quedó estupefacto (no es lo que escribe), pero no se la devolvió. ¡Le dijo que una vez que echó la carta al correo y llegó a casa era de mi propiedad! Tampoco quiso darle mi dirección. Lo hizo tanto por aparentar que me protege de los malos amigos como por lo poco que le gusta Muhittin. En cuanto se fue, me envió la carta con Yılmaz. Me explica largo y tendido que no le ha dado mi dirección a Muhittin. Escribe con todo detalle sobre ciertas actitudes irrespetuosas que tuvo antiguamente con nuestro padre y su arrogancia y malos modos con él en casa.
Tras leer la carta de Osman, abrí inmediatamente la de Muhittin. Era terrible. Como luego vino por la tarde y se la llevó (supo nuestra dirección por Yılmaz, a quien se encontró por la calle), intentaré resumir lo que se me ha quedado en la memoria. Escribía lo siguiente: «Refik, he decidido suicidarme. Pensando en a quién podría comunicárselo, me acordé de ti. No me mato porque no he logrado ser un buen poeta a los treinta (todavía no he llegado a esa edad). Me suicido porque no he podido ser feliz ni lo seré. Nunca lo seré. Soy demasiado inteligente para ser feliz».
¡Tal cual! Puede que fuera un poco más larga, al final hablaba de nuestra amistad y me deseaba que tuviera una buena vida. Dado que seguía vivo, pensé que se trataba de una broma. Luego decidí que se había arrepentido después de echar la carta. Él me dijo que era una broma.
Vino a casa (Muhittin) y me dijo que me había enviado una carta a Nişantaşı. Cuando supo que la tenía y que la había leído, me preguntó qué me había parecido la broma y se echó a reír. Me preguntó qué le pasaba a Osman, que ni me había mandado la carta de inmediato ni había querido darle mi dirección. Cuando le contesté que me había sorprendido mucho su broma y que me preocupaba que lo hiciera en serio, me respondió que yo era demasiado inocente. Todo esto lo hablamos de pie, en la puerta. No quiso entrar. Pero miraba con curiosidad hacia dentro. El Muhittin de siempre. Insistió tanto en que era una broma que estuve a punto de creérmelo, pero probablemente lo había escrito en serio. Tomó esa decisión y luego se arrepintió. Pero ¿por qué escribiría una carta?
Se lo conté inmediatamente a Perihan, que me escuchó con atención. Me dijo que Muhittin le daba pena.
Muhittin me dijo que no volveríamos a vernos. ¡Una decisión irrevocable! También lo dijo este verano, el día que estuvimos bebiendo. Intenté hablar con él y pedirle que no gastara más bromas de ese tipo, pero no me escuchó. Miraba el piso muy nervioso. Estaba a punto de marcharse, ya había encendido las luces de la escalera, cuando de repente le dije: «¡Cásate de una vez, Muhittin!». Lanzó una carcajada y se fue.
He vuelto a leer lo que he escrito. Sigue sin reflejar correctamente lo ocurrido.
3 de octubre, martes
He regresado de la oficina. Por las mañanas voy andando. A la vuelta, o bien tomo un taxi, o bien, como he hecho ahora, el tranvía hasta Taksim y vengo andando. Son las seis. Perihan y yo hemos charlado un rato. Me ha contado lo que ha hecho hoy. Por la mañana se llevó a la niña al parque. Después de comer se quedó en casa. Mañana va a ir a casa de Sema. Después de charlar pasé a esta habitación y me tomé una taza de té. ¿Qué hago ahora? ¿Proyectos? ¿El programa?
5 de octubre, jueves
He vuelto de la oficina. ¿No dije que en otoño no iba a ir a la empresa? Me he ido de casa. Quiero dejar los negocios después de haber planeado como es debido lo de la editorial. Ahora iré al cine con Perihan. Acostaremos a la niña y la dejaremos dormida en la cama libre. Me gustaría escribir con más regularidad, de una manera más metódica.
15 de octubre, domingo
¡Hace veinte días que nos mudamos a Cihangir y todavía estamos arreglando la casa! Perihan ha comprado tela para las colchas y me la ha enseñado. Estalló una pelea. Perihan me enseñaba la tela y yo miraba el libro que estaba leyendo. O sea, tenía la cabeza levantada pero con un ojo leía el libro. (¡Los aforismos de Schopenhauer!). Perihan me preguntó qué pensaba y le respondí: «Bien, bien». Me dijo que no me interesaba nada por la casa ni por ella, que enseguida me metía en este cuarto. ¡Y yo le respondí que no pensaba pasarme toda la vida entre colchas y telas para cortinas! Nos gritamos. Luego lloró. ¡Lágrimas, reconciliación, besos! Cogí mi té y me vine aquí. Ahora, al lado de Schopenhauer, me siento más miserable y desesperado.
20 de octubre, viernes
Voy a acabar de una vez ese programa en el que he estado trabajando toda la primavera y el verano, o sobre el que he aparentado trabajar cuando en realidad lo que hacía era leer… Turquía necesita realmente un nuevo movimiento cultural… Sé que todos encontrarán utópica esta idea mía, como mis otros proyectos. Pero el sueño del desarrollo del campo estaba alejado de la realidad porque era imposible de poner en práctica. Sin embargo, esto lo llevaré a cabo yo mismo, con mi dinero y mi trabajo. Escribo sin parar listas de libros que todo el mundo debería leer, a veces tacho y algunos añado otros nuevos.
27 de octubre, viernes
He recibido una carta de Süleyman Ayçelik. Me pregunta dónde estoy, qué pienso. En el estilo y el tono de la carta se notaba cierta ironía que me puso de los nervios, como si yo le pareciera un ingenuo. He decidido no responderle.
28 de octubre, sábado
Carta de Ömer. Me describe su vida cotidiana. Dice que pasará allí el invierno y nos invita a ir. Me lo había dicho con la boca pequeña en verano, cuando nos vimos. Y ahora me lo repite por escrito. ¿Por qué no?
Una hora después. Se lo he comentado a Perihan. «¡Claro, vamos!», me ha respondido. Me he quedado muy sorprendido. ¡Vamos a ir! «Así nos daremos un descanso en el arreglo de la casa», ha dicho Perihan. ¡Estoy muy emocionado! Lo sé, a veces soy muy infantil. Ahora iremos los tres juntos a comer a casa de mi madre. Haga lo que haga, nunca podré librarme de tanta tontería.
Por la tarde. Acabamos de volver del almuerzo. Perihan y yo hemos hablado sin parar del viaje. Nos vamos. Se lo dije a los de Nişantaşı en la comida. No protestaron demasiado cuando supieron que Perihan me va a acompañar. En realidad, nos vamos solo para una semana. Mi madre me preguntó qué se nos había perdido allí con este frío. Ojalá se me hubiera ocurrido algún embuste. Pero le dejaremos a Melek.
29 de octubre, domingo
¡He ido a comprar los billetes! Ahora, decididamente, vamos a ir. Perihan está sacando ropa de abrigo del armario. Mañana por la tarde dejaremos a la niña en casa. Le he mandado una carta a Ömer. Le he escrito que mañana Perihan y yo nos pondremos en camino y que no se sorprenda cuando nos vea.
30 de octubre, lunes
Estamos en el tren… Escribo esto balanceándome en el compartimento. ¡Me he hecho una mesa con una maleta pequeña! ¡Ah! ¡Dos días de tren! He decidido leer y escribir todo lo que pueda. También Perihan está leyendo. Lee a George Sand, pero me parece que no le gusta porque bosteza a menudo, cierra el libro y mira absorta por la ventanilla. De vez en cuando la miro de reojo. Hace mucho calor en el compartimento, pero los cristales están helados. Estoy muy contento, fumo un cigarrillo, Perihan me dice: «No fumes antes de acostarnos para que esto se airee un poco». ¿Qué iba a escribir?
Se me acaba de ocurrir lo siguiente: no he podido hablar a Osman sobre la relación extramarital de Nermin, ni Perihan a Nermin. La vida en la casa de Nişantaşı se estaba poniendo cada vez más desagradable. Menos mal que nos hemos mudado a Cihangir.
¿Por qué vamos a ver a Ömer? quizá por variar. Para que Perihan vea el país. Puede que para que vea el país y al fin entienda esas depresiones mías que le desconciertan. La palabra «depresión» la usó Muhittin refiriéndose a mí. ¿Qué estará haciendo Muhittin? No me ha vuelto a llamar desde el extraño asunto de la carta. Yo le he llamado dos veces y, o no estaba en la oficina, o ha mandado decir que no estaba.
Estamos pasando por İzmit. Menos mal que se me ocurrió coger este cuaderno. Banderas en la estación y en las ventanas. La fiesta pasada estaba en Ankara.
31 de octubre, martes
Mediodía. Estamos en Ankara esperando que salga el tren. Todos los que pasan por mi lado miran a ver qué escribo en mi cuaderno. Perihan está tomando un té. Le ha puesto mucha azúcar, le he dicho que sigue siendo una niña, nos gastamos bromas… Ahora me dice: «¿Qué escribes sin parar?». He pedido otro té para mí. ¡Ah, qué gusto estar vivo!
Hemos salido de Ankara: son las 12.30. He comprado el diario Ulus. Noticias de la guerra.
Por la tarde. Estoy hecho polvo.
1 de noviembre, miércoles
Por la mañana. Me acabo de enterar por el revisor de que hemos pasado Sivas. Perihan ha terminado su George Sand. Yo estoy leyendo a Anatole France. ¡Divrik! He bajado del tren. Sonó el silbato y me subí enseguida. Me emociona ver estas montañas. Perihan y yo hablamos. De nuevo me pregunta qué escribo. Las once. Entramos y salimos de túneles. Las doce. Nos vamos acercando. Hemos parado en Kemah. La fortaleza en la colina. ¡Esa especie de túmulo a lo lejos! Nos queda como mucho media hora para Alp. He ido a dar una vuelta y he regresado. El mismo aviso que siempre leo en el pasillo: «Prohibido escupir en el interior de los vagones». El tren se ha puesto en marcha. Recogemos. Estamos contentos.
Por la tarde. ¿Qué escribo ahora? He visto a Ömer… «¡Ojalá no hubiéramos venido!», pensamos Perihan y yo. ¿Por dónde podría empezar? El generador no funciona. Nos hemos instalado en una fría habitación iluminada por una lámpara de queroseno y nos estamos quedando helados.
Bajamos del tren en Alp y caminamos quince minutos por un sendero fangoso y ligeramente nevado. Ya había estado en el caserón. Primero vimos a Hacı, que se sorprendió. Llamó a Ömer y nos hizo pasar… Estaba resolviendo un problema de ajedrez en una amplia habitación donde había encendida una enorme estufa. Se quedó estupefacto al vernos. No había recibido la carta. Hablamos de unas cosas y otras. Nos sentamos. Le conté el asunto de la carta de Muhittin. Le expliqué lo que hacía en Estambul, que nos hemos mudado, todo. Y él me contestó que allí no hacía nada y que de vez en cuando se iba a Erzincan a jugar al póquer. Jugaba él solo al ajedrez o al chaquete con los funcionarios de la estación… Pare usted de contar. Hizo que nos prepararan el cuarto. Colocamos nuestras cosas y bajamos. ¿Y? ¿Qué podemos hacer? Había un silencio, una frialdad… Empezamos a hablar de los años de la carrera, de los recuerdos. Ömer no hacía más que volverse para hablarle a Perihan. Somos como antiguos compañeros de clase que se encuentran años después por casualidad y se ven obligados a pasar unas horas juntos. Qué hace este, qué hace aquel. Hacı nos sirvió la comida y cenamos. Hace media hora que hemos subido… «¿Para qué habremos venido?».
2 de noviembre
Hemos ido en tren a Kemah y nos hemos dado un paseo. Todos nos miran, sobre todo a Perihan. Unos niños no dejaron de seguirnos. Subimos a la fortaleza con ellos detrás. Estaba cerrada. Un niño nos mostró un agujero entre las piedras, pero tuvimos que volvernos porque Perihan no habría podido pasar por allí. Bajamos por unas escaleras y unas callejuelas a la estación. Todo el mundo estaba delante de sus tiendas o sus casas mirándonos. Y Perihan decía: «Vamos allí, vamos allá, ¿qué hay aquí?». Esperamos el tren cuatro horas. El jefe de estación nos decía: «No se vayan, puede llegar en cualquier momento y lo perderán». Por la mañana hacía buen tiempo. Se ha vuelto a estropear. Nos quedamos sentados en el edificio de la estación la mar de aburridos. Regresamos mañana no, pasado. Hemos comprado los billetes. Escribo esto por la noche a la luz de la lámpara. Ömer dijo «Mañana podemos ir a Erzincan y te presentaré a mis nuevos amigos», pero le respondí: «No, da igual». ¿Qué íbamos a hacer allí? Pero ahora me preocupa qué vamos a hacer mañana aquí. Puede que charlar con Ömer. Sobre lo que piensa hacer, sus intenciones, de otras cosas… ¿De la vida?
4 de noviembre: por la tarde
Estamos en el tren. Hace una hora a Perihan le ha dado una llorera. «¿Por qué lloras?», le pregunto, no me responde, pero lo sé, porque a mí mismo me entran ganas de llorar. La he abrazado, la he consolado… Salí del compartimento. Encontré una mesa vacía en el vagón restaurante.
Ayer nos pasamos el día en el caserón de Ömer. Quería hablar conmigo, lo intuía, pero le daba vergüenza hacerlo delante de Perihan. Nos pasamos horas jugando al ajedrez. De vez en cuando le preguntaba «¿Qué piensas hacer? ¿Cuándo vendrás a Estambul?», y me respondía con evasivas. Me dijo que por ahora estaba contento con su vida en aquel lugar. Gastó unas bromas e hicimos como que nos reíamos. De nuevo Hacı volvió a servirnos la comida. Y lo mismo por la tarde… Sacó bebida de algún sitio. ¡Coñac! Bebemos y jugamos al ajedrez. Fuera caía una nevada ligera. Estuvimos jugando al ajedrez la tarde entera. Y por la noche, ¡otra vez a comer! ¡Más ajedrez! Perihan subió a nuestra habitación. Ömer había bebido un poco más de la cuenta. «¡Quiero jugar sin mirar el tablero!», dijo. Lo había intentado una vez hacía tiempo. Le dio la espalda al tablero. Jugamos unas partidas. Incluso ganó una. Y estuvo bebiendo sin parar. Yo también bebí y me emborraché. Le pregunté abiertamente qué hace aquí (¿allí?). Se rió de mí. Entre nosotros solo hubo la siguiente conversación: «¿Sabes qué hacen Nazlı y Muhtar Bey?», me preguntó. «No lo sé». «¿Te acuerdas de cómo me encontraba en mi fiesta de compromiso?». «Sí». «Por lo que más quieras, olvídalo, ¡olvídalo! A mí se me ha olvidado toda esa historia de la petición de mano, de la ceremonia del compromiso, hasta me he olvidado de la obra del ferrocarril… ¡Y no me vuelvas a recordar los años en la escuela!». Luego se rió. Esta mañana, mientras esperábamos el tren, ha sido él mismo quien me ha hablado de los años de la carrera, quizá porque no tenía nada mejor que decir. Ayer aún jugamos una partida más. Al parecer, hay un americano que juega con seis a la vez dándoles la espalda, sin mirar. Luego tienen que llevarlo al hospital… «Qué gran placer… El mayor placer en la vida debe de ser esa capacidad de concentración mental», dijo Ömer (o algo parecido). Por fin acabamos con el ajedrez. Subí a acostarme… Por la mañana Ömer nos ha acompañado a la estación. El tren venía con retraso… No hemos encontrado nada de que hablar. He vuelto a recordar a Muhittin y Cihangir. Asentía con la cabeza… Me ha dicho que vendría sin falta a Estambul y que me escribiría… Ha llegado el tren, hemos subido, nos hemos instalado… Y pocas horas más tarde Perihan se ha echado a llorar.
¿Por qué llora? ¿Seguirá llorando? ¿Debería ir a consolarla? Miro por la ventanilla. Montañas, llanos, rocas, árboles. ¿Qué tienen, qué? ¿Qué hay que hacer en esta vida?
6 de noviembre, lunes
Estamos en casa. Hemos ido a Nişantaşı a recoger a la niña. Hemos comido, nos hemos sentado un rato con todos, les hemos contado el viaje, hemos regresado.
7 de noviembre, martes
¿Qué he hecho hoy? Despacho. Perihan y yo hemos ido a casa de su amiga Sema. Su marido es un tipo interesante. Ha estudiado económicas en Francia. Me ha dado unos libros de Marx para que los lea. Siento curiosidad.
14 de noviembre de 1939, martes
Fiesta de fin de Ramadán. Almuerzo en Nişantaşı. Por la tarde nos quedamos en casa. ¡Me he dormido un poco! No he encontrado lo que buscaba en Marx. No me parece interesante.
27 de noviembre, lunes
Casa, oficina, niña, Perihan, Nişantaşı, algunos libros, proyectos, proyectos, oficina, ¡oficina!
28 de noviembre, martes.
¿Y el programa para una vida buena y como es debido? ¿Y la puesta en práctica del programa? ¡Pero lo de la editorial lo haré sin falta!
1 de diciembre, viernes
Una carta de herr Rudolph desde América… Me habla de la guerra… Vuelve a escribir sobre la luz, la oscuridad, etcétera. Sé que todo es una estupidez, pero sigo vivo.
2 de diciembre, sábado
Perihan me ha dicho que está embarazada. ¡No me lo podía creer! ¡Con el cuidado que teníamos! ¿Qué será ahora de mi vida? ¿Me he hecho mayor?
10 de diciembre, domingo
Le estoy escribiendo una carta a herr Rudolph. Acabo de dejarlo. Voy a Nişantaşı al compromiso de Ayşe. Perihan se ha resfriado, está muy enferma y no puede venir… Mi vida tendrá un objetivo, seguro, y la viviré dignamente. El mismo dilema aparece en lo que le he escrito a herr Rudolph: ¿Oscuridad o luz? A pesar de todo, estoy contento, me siento agradecido a la naturaleza por estar vivo.
Diez minutos más tarde. ¡No! Todo es una estupidez. Y no le escribiré a nadie ni nada parecido. Me habría gustado estar callado hasta el fin, pero sé que no soy capaz. Porque soy un imbécil.