58. Un domingo
—¡Por dios, Osman, conduce más despacio! —le dijo Nigân Hanım.
—¿Cómo voy a ir más despacio si no pasamos de cincuenta, mamá? —replicó Osman.
—¡No me mires a mí, no me mires a mí, mira la carretera!
—Estoy mirando la carretera, pero me… —protestó Osman.
Puso cara de no ser capaz de terminar lo que estaba diciendo de pura irritación, pero no estaba enfadado. Se tranquilizó pensando: «¡Keriman, esta tarde veré a Keriman!». Los domingos por la tarde se veían en el piso que Osman había alquilado para ella.
—¡Dejaos de jugar a eso y mirad el paisaje! —dijo Nigân Hanım.
Como hacían siempre en los paseos en coche, Cemil y Lâle estaban jugando de nuevo al «cierra los ojos». Osman no conocía las reglas del juego, pero sabía que sus hijos cerraban los ojos y no miraban por la ventanilla.
—Niños, dejad de jugar, ¡mirad, se va un vapor! —dijo Nermin—. Estáis haciendo enfadar a vuestra abuela. Salimos de paseo por vosotros, ¡y cerráis los ojos!
—Lo hemos visto todo a la ida —contestó Cemil.
Nigân Hanım soltó una carcajada. Nermin también se rió. Regresaban del paseo matutino del domingo en coche. Estaban a principios de septiembre, pero todavía hacía calor. Ese año habían vuelto pronto de la isla. Al estallar la guerra, Nigân Hanım había dicho que quería estar en casa, que estaba preocupada. A quienes le replicaban que nunca entraríamos en la guerra y que, en caso de hacerlo, era más seguro vivir en la isla, les miraba con el ceño fruncido y les contestaba que además tenía que hacer los preparativos del compromiso de Ayşe. Aún quedaban tres meses para el compromiso y la guerra estaba muy lejos, pero, como no había nada que importara más que el ceño fruncido de Nigân Hanım, se trasladaron a Nişantaşı. «Empezamos otro año —pensó Osman—. Iremos de nuevo en coche al Bósforo los domingos por la mañana, compraremos pescado de nuevo, de nuevo la empresa…». De repente le poseyó una inquietud que sentía con frecuencia los últimos días cuando pensaba que la guerra impediría el comercio con Alemania.
—¡Cuidado con el pescado, que no apeste por el calor! —dijo Nigân Hanım.
—Era muy fresco —dijo Nermin.
—De todas maneras, toma, Ayşe, hija, coge el paquete. Lo haremos a la plancha, ¿no? Ojalá Refik y familia no lleguen tarde.
—No, no llegarán tarde —respondió Osman.
Se produjo un silencio. Hacía tres días que Refik había anunciado durante el almuerzo que Perihan y él querían vivir en otra casa. Al principio, Nigân Hanım se enfadó, luego lloró y, como le pareció que la explicación de su hijo no era convincente, lo atribuyó, como todo lo malo, a la ausencia de Cevdet Bey. Pero, probablemente, también buscaba otros motivos.
—¿Por qué querrán dejarnos? Osman, dímelo, ¿por qué?
—Mamá, por favor, no hablemos de eso ahora —contestó Osman—. Él mismo lo dijo… El cuarto es pequeño… ¡La niña está creciendo!
—Hijo, podemos darle la habitación que quieran para la niña. —De repente Nigân Hanım se volvió a Ayşe—: Dímelo tú… ¿Qué opina Perihan? Sois buenas amigas… Ha tenido que decirte algo…
—Que el cuarto es pequeño. ¡No me ha dicho nada más!
—¿Por qué, por qué? —se quejó Nigân Hanım—. ¡Tú también te casarás y te marcharás!
Osman no pudo contenerse:
—¡Por eso deberíamos construir un bloque de pisos como todo el mundo!
—Ya lo construiréis vosotros después de mandarme con Cevdet Bey —Nigân Hanım parecía a punto de echarse a llorar—. Ah, Cevdet Bey…
«¡Keriman! —volvió a pensar Osman—. Después de almorzar… Si no voy a verla, ¿qué hago? ¡El chal!». Le había comprado un chal a su amante. Empezó a pensar en cómo se lo daría. Luego, de repente, rememoró la época de su boda con Nermin. «He envejecido», murmuró. Miró de reojo a Nermin, sentada junto a él. Ella también estaba sumida en sus pensamientos, retraída. «Ya no estamos todos juntos, pero no es culpa mía. ¿De quién es? Simplemente, ha ocurrido. Pero los negocios van muy bien». En cuanto había empezado la guerra las ventas se habían duplicado. «Y nos vendrá muy bien que Ayşe se case con Remzi. Así no tendré miedo de que la empresa desaparezca. Incluso nos haremos más fuertes». Empezó a soñar con la idea del crecimiento de la empresa. «¿Por qué no crear una fábrica de bombillas? O de instalaciones eléctricas… Y tenemos el testamento de papá… Con Siemens…».
—¡Esto también lo han convertido en un solar! —exclamó Nigân Hanım.
Pasaban por Beşiktaş. Osman había leído en los periódicos que iban a trasladar el cementerio para dar realce a la tumba de Barbarroja y que derribarían las casas viejas y harían un parque.
—Por aquí vivía un amigo de Refik —dijo Nigân Hanım—. ¿Dónde estará? No le vemos nunca.
—¿Muhittin?
—Un chico muy mohíno. ¿Andará con ellos mi Refik?
—Mamá, no empiece otra vez, por favor.
—Bueno, ¿y de qué vamos a hablar? ¡No se puede hablar de nada!
—Mañana iremos juntas a Beyoğlu, ¿no? —intervino Nermin.
Nigân Hanım se echó a reír. Ayşe se unió a sus risas. Osman, más tranquilo, preguntó una vez más cómo iban a preparar el pescado. Luego Ayşe empezó a hablarles de un pescado que había tomado en casa de Fuat Bey. Al pasar por Maçka, Nigân Hanım se entristeció recordando a Kutsiye Hanım, fallecida aquel verano, pero a la altura de la mezquita de Teşvikiye rememoró su niñez y juventud y habló alegremente de su madre. Dijo que esa semana iría a visitar a sus hermanas. Regañó a Osman porque nunca llamaba a sus tías. Al ver la verdulería de Aziz, comentó que estaba convencida de que no había nada que hacer con el jardín y cuando vio a lo lejos la casa y la obra que había comenzado al lado dijo que no pensaba volver a salir al jardín, pero en cuanto se bajó del coche fue a darse una vueltecita por él para ver qué ocurría en el solar contiguo.
Cuando Osman se vio en el espejo del hall, primero pensó en Keriman y luego en que se estaba haciendo viejo. Decidió fumar menos y, pensando en la novedad que eso supondría en su monótona vida cotidiana, subió las escaleras a toda velocidad. Cuando llegó a los últimos escalones pensó que no había envejecido en absoluto, entró en su cuarto y comprobó si el chal seguía donde lo había escondido. Allí estaba. Salió alegremente de la habitación, se metió en el lavabo al ver que Nermin subía por las escaleras, se lavó las manos a placer, bajó recordando que había decidido aprovechar el tiempo que tenía disponible y empezó a leer la prensa. Los periódicos no hablaban de otra cosa que no fuera la guerra: «Los franceses avanzan en la Línea Sigfrido… La contraofensiva alemana…». Al recordar algunas películas que había visto y sus años en el servicio militar, Osman intentó imaginarse las condiciones de los combatientes y compartir sus sentimientos, pero las noticias solo despertaron en él una sensación de desastre y un deseo de esconderse. La sensación de desastre iba acompañada de imágenes de bombardeos en Estambul, de los almacenes de Karaköy y Sirkeci ardiendo, de la destrucción de todos los libros de cuentas, los bonos y los depósitos de los clientes, y le entraban ganas de no salir de su escondrijo y dormir hasta que todo se terminara. De repente se dio cuenta de que bostezaba por segunda vez y pensó que le había sentado muy bien la pequeña caminata que se había dado por Bebek. Sintiéndose en forma, volvió a pensar en Keriman, en lo que haría con ella esa tarde y en cosas más excitantes y, con ganas de moverse, se puso en pie rápidamente y se lanzó escaleras abajo hacia la cocina como un niño impaciente.
Yılmaz el cocinero y Emine Hanım estaban limpiando el pescado.
—¿Cuándo comemos? —preguntó Osman. Luego, al recordar que aquellos dos nunca medían el tiempo en minutos, sino en palabras, murmuró alegremente, como si cantara—: El tiempo es oro.
—¿Ha llegado Refik Bey? —preguntó Emine Hanım.
—¿No han llegado todavía? Iban a venir a la una. Vosotros poned el pescado al fuego —respondió Osman, y por la ventana de la cocina vio a su madre paseando por el jardín.
Nigân Hanım caminaba con lentitud, se detenía cada dos por tres con los nietos, que la seguían, y juntos observaban el solar de al lado. Las miradas de Nigân Hanım eran hostiles; los niños curioseaban intentando comprender.
Osman salió de la cocina. Subió velozmente las escaleras contando «Uno, dos, tres, cuatro y seis», saltándose el último escalón como cuando era pequeño, y entró en la sala. «Era niño… ¡Nací aquí! —susurró—. Hace treinta y tres años». Pensó que llevaba treinta y tres años subiendo aquellas escaleras, y que, exceptuando algunos breves viajes de negocios y el servicio militar, nunca había dejado aquella casa. Al ver a Nermin y a Ayşe sentadas en un rincón volvió a dejarse llevar por la costumbre de pillar a la gente con las manos en la masa y gritó:
—¿De qué hablabais? ¿Qué pasa? Decídmelo, venga, decídmelo.
Pero enseguida recordó el motivo por el que estaba tan alegre, se sentó en un sillón, desplegó el periódico y escondió la cara tras él.
—Estábamos hablando de la fiesta de compromiso de Ayşe —dijo Nermin.
—Sobre lo que podría ponerme.
—Pero si todavía queda mucho… —Nermin se rió.
Osman apartó el periódico de la cara y sonrió. Se alegró de ver que, tal y como pretendía, su sonrisa significaba: «Por un lado os estoy escuchando, por otro leo el periódico y, por otro, vivo». Pero luego su alegría se ensombreció al ver el retrato de su padre en la pared. «Tengo una amante, ¡eso está muy feo! —pensó—. Pero ¿qué le voy a hacer? De no ser por ella, no sé cómo viviría, qué esperaría». Miraba la página de ecos de sociedad del periódico: «¡Johnny Weissmüller se separa de su esposa!». Nunca había pensado en hacer algo parecido. «¡Nermin es incomparable como ama de casa y como madre de mis hijos! —murmuró, pero notó la ira que le salía de dentro y se corrigió—: ¡No es nada comprensiva!». En la habitación continuaba la charla. Volvió la página del periódico. «Bueno, ¿y cómo eran mi padre y mi madre? Mi padre no conoció a ninguna mujer aparte de ella en toda su vida. Sí, porque mi madre es comprensiva. Ahora se pone muy nerviosa, pero antes era comprensiva. —Y, como la explicación no le pareció suficiente, añadió para sí—: ¡Eran gente a la antigua!». No le apeteció meditar qué querría decir con eso. «¿Y bien? ¿Dónde está la comida?». Tiró el periódico en señal de protesta, se levantó y, para calmar su inquietud, se dijo: «Selahattin y Mustafá el Herrero también tienen, e, incluso, en tiempos, Fuat Bey. Y encima la mujer de Mustafá lo sabe y no abre el pico».
—¿En qué piensas? —le preguntó de repente Nermin.
—¿Dónde andará Refik?
—Ahora vendrán —dijo Ayşe.
—Querida, no está bien —contestó Osman. Luego, sintiéndose obligado a especificar qué era lo que estaba mal, añadió—: ¡No está bien que solo piensen en sí mismos!
Pero Ayşe y Nermin estaban hablando entre ellas y no le hicieron caso. Osman empezó a dar paseos entre la habitación del nácar y las escaleras que bajaban a la cocina.
—¡Qué nervioso estás! ¡Siéntate! —le dijo Nermin—. ¿Qué vas a hacer esta tarde?
—Iré al club.
Osman volvió a sentarse, abrió el periódico y empezó a leer, pero ahora se puso furioso porque se vería obligado a ir al club para nada. «No me quedaré mucho —pensó—. Entrar y salir. Que me vean todos. Ah, ya está la comida».
Pero fue Nigân Hanım quien entró. Se le acercó lentamente.
—¿Y? ¿Dónde está Refik? —preguntó.
—No han llegado —respondió Osman.
—¡Han puesto el pescado! ¿Vamos a empezar a comer a horas distintas? ¡Solo faltaba eso!
—Ahora vendrán, ahora vendrán —dijo Osman, y se levantó.
—¿Quién les ha dicho que pongan el pescado? —dijo Nigân Hanım.
—Se lo he dicho yo, pensaba que llegarían enseguida.
—Pero ¿cómo es posible? Por lo menos, que estemos juntos a la mesa. Si también estropeáis eso…
—Mamá, he dicho que vendrán, que vendrán enseguida.
Osman se enfureció al notar que la mano se le iba hacia el paquete de tabaco. «Si uno no puede fumar ni interesarse por otra mujer, ¿qué puede hacer?», pensó. Le alivió un poco pensar que estaba siendo víctima de una injusticia.
—He estado mirando el solar de al lado. ¡Casi me echo a llorar! —dijo Nigân Hanım.
Osman asintió con la cabeza. Se sentó de nuevo.
—¡Han destrozado Nişantaşı! —y, después de un silencio, Nigân Hanım añadió—: ¡Qué calor hace!
—Sí, sí que hace calor —convino Nermin.
—¿Dónde están los niños?
—¿No estaban con usted en el jardín?
—Sí, pero…
—Ahí vienen.
—¡Y también viene la comida! —Osman prácticamente chilló. Se dio cuenta de que le miraban de una forma muy rara, y añadió—: ¡Tengo un hambre de lobo! ¡Oh, qué bien huele! ¡Ese laurel…!
Se sentó alegremente a la mesa al ver que Emine Hanım sonreía, pero su madre no se movió.
Como Nigân Hanım no se sentaba a la mesa, tampoco Ayşe ni Nermin se levantaron. Osman las llamó. Les dijo que Refik llegaría enseguida e hizo unos chistes, pero Nigân Hanım solo se sentó después de que Nermin la engatusara un buen rato. También atribuía aquello a la ausencia de Cevdet Bey. En eso sonó la campanilla.
—¡Han llegado! —exclamó Osman.
—¡Han llegado, pero ya estábamos sentados! —protestó Nigân Hanım.
Poco después entraron Refik y Perihan. Todavía seguían hablando entre ellos. Luego Perihan sonrió al verlos sentados a la mesa.
—Habéis hecho bien no esperándonos —dijo Refik.
—No hemos hecho bien, para nada —murmuró Nigân Hanım.
—Hemos estado mirando casas.
—Para huir de nosotros, ¿no? —dijo Nigân Hanım.
—Me apena que piense eso —dijo Refik acariciándole la mano a su madre, que la tenía apoyada sobre la mesa.
Luego salieron para lavarse y cambiarse.
—¿Cómo ha acabado así este chico? —dijo Nigân Hanım.
—Estamos bien, madre —replicó Osman—, estamos todos bien, gracias a Dios. Todo va bien, estamos sanos, la empresa va bien, ¿de qué se queja?
Y se enfadó al notar que movía las piernas con nerviosismo. Luego, por decir algo, empezó a contar un suceso divertido que le había ocurrido el viernes anterior en la oficina, pero enseguida recordó que lo había contado antes y comentó que el pescado estaba muy bueno.
—¿Cuándo empieza el Ramadán? —preguntó Nigân Hanım.
—El quince de octubre —respondió Osman.
—El quince de octubre. Un mes más, quince de noviembre —Nigân Hanım se volvió hacia Ayşe—. ¿Vas a celebrar tu compromiso entre las dos fiestas? —De pronto recordó algo—: ¡Si hubiera naranjas y Yılmaz hiciera dulce…! ¿Se puede hacer también con mandarinas? ¿Dónde estabais, dónde? ¡El pescado se ha quedado helado!
Miraba a Refik y a Perihan, que entraban en ese momento.
—Esta se ha puesto a llorar —contestó Perihan. Llevaba a la niña en brazos—. ¡Siéntate, vamos a ver! —le dijo.
Colocó su cuerpecito regordete en la silla alta del rincón y se sentó a su lado.
—Hemos encontrado una casa muy buena en Cihangir —dijo Refik—. Hemos decidido alquilarla a principios de octubre.
—¡Ese es un barrio de advenedizos! —dijo Nigân Hanım.
—Madre, ¡se ve el mar! —dijo Refik—. Y además tiene calefacción. Un piso nuevo, limpísimo y con vistas al mar. Con unas ventanas amplias, enormes. Tiene muy buena luz. Y las paredes muy blancas…
—He acabado el pescado —dijo de repente Osman—. ¿Qué hay de postre?
—Y aquí tenemos otro niño… ¡Por Dios que es como un niño!
Nigân Hanım se echó a reír.
—Sí, sí, tengo mucha hambre —dijo Osman uniéndose a la alegría general.
«¡Qué bien vivimos! —pensó—. Me gustan mucho los domingos… ¿Qué hora es? La una y veinte… ¡Ay!, y ahora tengo que ir al club a que me vean».
—Vendréis a visitarnos a menudo, ¿no? —dijo Nigân Hanım—. ¡Quiero ver a mi pequeña Melek! Apareció una semana después de que se fuera Cevdet Bey, para consolarme.