56. El juicio

«¡Nişantaşı! —se dijo Ömer bajándose del taxi—. Y ahí está la piedra que servía de diana. Nunca he pensado en lo que tiene escrito». Miró la casa de la familia de Refik y cruzó la calle. «¡Las ventanas, las cortinas y las persianas están cerradas! ¿No está Refik? No, hombre, claro que está… Bueno, entonces ¿qué ha sido esa sensación que he notado en cuanto he visto la casa? ¿En qué estoy pensando? Ahora pienso que estoy cruzando la calle. Pienso que es una hermosa mañana de domingo. ¿Qué hora es? Las once y cinco». Caminó a lo largo del muro y se detuvo ante la puerta del jardín. «Ahora sonará la campanilla y Refik, tan amigo de los amigos y de la conversación, vendrá al punto». Abrió la puerta, sonó la campanilla, pero Refik no apareció. «Sí, ¿qué estoy pensando? —murmuró de nuevo Ömer—. Me hará preguntas. ¿Qué le voy a decir? Le diré con una cara muy triste: “Lo de Nazlı no ha resultado, hermano”. Se sorprenderá y me preguntará». Mientras subía los dos escalones que daban a la casa se le pasó por la cabeza que nunca había ido a esas horas, con esa luz. «Siempre por las tardes, por las noches, al póquer y…».

Se abrió la puerta y Refik abrazó a Ömer.

—¿Cómo estás? ¿Cómo estás?

—¡Bien! ¿No hay nadie?

—No, mandé recado a Muhittin, pero todavía no ha llegado.

Mientras entraba, Ömer se contempló en el enorme espejo de grueso marco. Cada vez que entraba en aquella casa se encontraba más guapo de lo que era, pero ahora no se lo parecía: «Puede que sea porque la casa está vacía y no hay nadie que me mire con admiración», pensó.

—Ven, ven… Ah, ¿te estás mirando al espejo?

—Estoy viendo el aspecto que tiene un propietario de fincas, un terrateniente.

—¡Ja, ja, ja! ¿Ahora te comparas con un terrateniente? Así que eso es lo último, ¿eh? ¿Y qué pasó con lo de ser un conquistador?

—No me estoy comparando. De hecho, soy un terrateniente. Hace tres días reuní a todos los herederos de la finca, fuimos al notario y se acabó.

—¿En serio? —gritó Refik—. ¡Enhorabuena! ¿Qué hacemos plantados aquí? ¡Vamos a entrar! Pero tú no puedes convertirte en terrateniente… Es un concepto que tiene tanto que ver con la propiedad como con la cultura… Sí… ¡Creo que el determinismo cultural es lo más importante de todo! Esas son mis últimas ideas, por supuesto, y me las oirás si no te parecen ridículas y ociosas…

—No, hombre, ¿por qué…? —Ömer siguió a Refik a la sala de estar. Se sorprendió al ver que habían cubierto los tresillos con sábanas blancas y habían quitado las alfombras—. ¿No estabais pasando aquí el verano Perihan y tú?

—Sí… Ah, claro, mi madre pensó que todo se iba a llenar de polvo igual. Siéntate. He hecho té.

—¿No puedes darme una copa?

—¿A estas horas? ¿Bebías en aquel sitio? Vamos, cuéntame, te has pasado meses allí, ¿qué has hecho?

—Nada. Ya te contaré. ¡Oh, habéis puesto el retrato de tu padre!

—Claro, no habías venido desde entonces, ¿verdad? Hay retratos de mi padre por todas las paredes… En las otras habitaciones también hay. ¿Está demasiado oscuro? ¿Abro las persianas?

—No, no, así está mejor… Da la impresión de que está anocheciendo… Hablaremos con más comodidad.

—¡Hablaremos! —repitió Refik con un entusiasmo que no fue capaz de disimular, y salió en busca del té.

Ömer se puso en pie y empezó a pasear arriba y abajo. «Sí, hablaremos —pensó—. Se enterará de lo que he hecho, de lo que he pensado, lo contrastará con lo suyo, se alegrará si encuentra algo bueno… Como siempre… Y, como siempre, yo pongo cara de despreciar todo eso… ¡Si por lo menos nos tomáramos una copa!». Al ver a Refik con la bandeja y el samovar, preguntó:

—¿Hay algo de comer?

Y cuando con su amabilidad acostumbrada Refik bajó a la cocina, pensó: «Parece que estuviera intentando demorar algo. Hacía lo mismo cuando estudiábamos el bachillerato. No me gusta que me hagan preguntas. No, eso no es verdad. —Se detuvo de repente en mitad de la habitación—. ¡Si pudiera callar la palabrería incesante de mi mente! Bueno, ¿y qué soy ahora? Ay, ay, ya estoy como siempre ¡y sin haber bebido!». Se sentó en el sillón que en tiempos ocupaba Cevdet Bey y empezó a esperar nervioso.

Refik trajo galletas y queso junto con el té. Probablemente se dio cuenta de que Ömer mordisqueaba las galletas por hacer algo.

—Muhittin vendrá enseguida —dijo.

—¿Qué hace ahora?

—Sabes que está sacando una revista, ¿no? Ha conseguido los derechos de edición…

—Lo sé, lo sé. Una revista turanista completamente absurda. Compré el último número. ¡Repugnante! Dime qué más hace.

—No lo sé —contestó Refik. Era como si se viese obligado a entretener a Ömer—: Si quieres, te hablo de mí… Voy a la oficina. Estoy haciéndome un programa que esta vez creo que servirá de algo. Perihan y yo nos llevamos bien. ¿Te sorprende? Porque a veces pienso que podría ser peor. Sabes que no soy hombre que pueda vivir solo. La niña está creciendo. Los niños puede que te den alegrías, ¡pero es difícil criarlos! Si tuviéramos otro hijo, sería un desastre. Leo. ¿Qué más hago…?

—Probablemente respiras, te alimentas… —dijo Ömer—. No sé si te escribí que en Ankara me encontré con Samim. Incluso una vez fui a comer a su casa con Nazlı. ¡Se ha casado!

—No me digas.

—Pues sí, ha formado un hogar. La casa estaba recién amueblada. Les gusta comprar muebles nuevos, de calidad, ¡y les gusta conocer gente nueva, de calidad!

Refik miraba a Ömer con una sonrisa que decía «¡Qué pena que no sepa encontrar chistes ni frases tan buenas!», y mojaba una galleta en el té para ablandarla.

—Él también vive, y respira. Ah, dijo algo sobre nosotros. O sea, sobre nosotros tres. Que le asustábamos… ¿Ha sonado la campanilla?

—Será Muhittin. Así que le asustábamos, ¿eh? ¿Qué significa eso? —preguntó Refik asomándose a la ventana—. ¡Muhittin, es Muhittin!

Y salió para abrirle.

Ömer se levantó, se acercó a la ventana y vio a Muhittin por entre los huecos de las persianas. De pronto le pareció que el cariño despertaba dentro de él, pero en cuanto vio la mirada airada de Muhittin clavándose en el mobiliario, se sintió incómodo. «Sí, de nuevo nos dedicaremos a cotejar nuestras vidas y nos fijaremos en quién lo hace mejor —pensó—. Todos diremos que tenemos razón. ¡Ojalá le hubiera contado a Refik lo de Nazlı antes de que llegara Muhittin! ¡Si por lo menos nos tomáramos unas copas! Por supuesto, lo verían raro en un día tan caluroso ¿Para qué viven?». Se levantó al oír la voz de Muhittin. Cuando comprendió lo que la voz despertaba en él, pensó de repente que había vuelto a Estambul para nada.

—Aquí estás, tal y como me esperaba… Mmm… ¿Qué tal? —Muhittin se acercó a Ömer. Le ofreció la mano—: Bien, ¡estrechémonos la mano, a ver! —mantuvo un instante la de Ömer en la suya y luego la soltó—. ¿Qué piensas? ¿Cómo me encuentras?

—Pareces muy saludable.

—¿De verdad? —Muhittin miraba el mobiliario. De repente se volvió hacia Refik—: ¿Por qué están amortajados los muebles?

Probablemente no le gustó su propia broma; gruñó y se sentó.

—¿Quieres té? —le preguntó Refik.

—Sí… Siempre lo mismo…

—¿Te deslumbra el sol? —preguntó Ömer.

—No, al ojo del demonio no le ofende la luz. ¡Vamos, cuéntanos algo!

—¿Qué quieres que cuente? Vivo —respondió Ömer. Y, como le daba miedo parecer incómodo, añadió—: Vivo muy tranquilo en un bonito caserón en Alp.

—Bueno, ¿y los proyectos, los sueños, las ambiciones, los deseos? —dijo Muhittin.

Ömer miró a Muhittin como si hablara una lengua extranjera que desconociese. Luego se volvió a Refik y sonrió. Convencido de que su sonrisa decía «Me parece que aquí el amigo está hablando de algo agradable, pero no le entiendo», se relajó.

—Tus proyectos, tus ambiciones —repitió Muhittin—, ¿qué ha sido de ellos?

—¡Ahí siguen! —respondió Ömer por fin convencido de que no podría ocultar su incomodidad—. Ahí siguen, sí… Yo también estoy haciendo cosas… Por ejemplo, he llevado la electricidad a esa aldea al pie de las montañas… O sea, al caserón…

—¿De verdad? —exclamó Refik—. ¡Así que les has llevado la luz!

—Pero no la luz filosófica, sino la luz de las lámparas —contestó Ömer pensando que aquella obviedad le haría parecer aún más ridículo ante Muhittin.

Refik pareció avergonzarse de su entusiasmo.

—Ambas se complementan. Pero yo pienso que la filosófica es más importante porque…

—¿No tienes nada de beber, hombre?

—Me parece que he venido al lugar equivocado —dijo Muhittin—. ¡Pues sí que habéis perdido la compostura vosotros dos!

—¿Quieres que vaya por bebida? —preguntó Refik—. ¿Y qué hay del té?

—¡Ve por ella! —Ömer vio que Refik miraba a Muhittin y añadió—: Él no creo que beba. ¿Bebes? No, ¿verdad? ¡Te has retirado al monasterio de la Manzana Roja de las montañas de Altay! ¡Pero sabes que los curas beben!

—¡No me ha gustado nada tu broma! —replicó Muhittin.

Probablemente intentaba parecer decidido y capaz de mantener la sangre fría.

—¡Me da igual que te guste o no! —dijo Ömer. Se volvió hacia Refik—: ¿Qué vas a traer? Trae rakı, bebida nacional, que así le gustará al amigo… ¡O trae leche de yegua fermentada si lo prefieres!

Aquel último chiste no le hizo gracia ni siquiera a él, pero, como lo que pretendía era herirle, miró sonriente a Muhittin.

—Me parece que te gustas demasiado —dijo Muhittin.

—No, a mí no me gusta nadie. Soy como tú. —Ömer señaló a Refik—. ¡A él sí que parece que hay alguien que le gusta! Por eso está así… Vivo, vaya…

Refik parecía contento de haber encontrado la conversación que pretendía y buscaba. Quiso responder a Ömer, pero no encontró nada adecuado.

—Traigo algo para picar también, ¿no? Muhittin, si quieres, puedes tomar té de ese.

—¡Trae algo para picar! —exclamó Ömer—. ¡De no ser por ti, jamás habríamos acabado juntos!

—Nuestra amistad es algo especial, muchacho —dijo Refik y salió.

—Mira —dijo Muhittin con un gesto helado—, debo decirte que no me han gustado las bromas que me has gastado antes. Por favor, no hagas que me arrepienta de haber venido, ¿de acuerdo? En realidad, no iba a venir, pero he cambiado de opinión en el último momento.

—Ah, así que no ibas a venir. ¿Y qué pensabas hacer, vamos a ver? Me compré una revista de las tuyas y la leí.

—¡No saques ese tema a relucir! —Muhittin se puso en pie y empezó a pasear por la habitación—. Claro que no iba a venir… Si Refik no me hubiera llamado…

—Tú tampoco lo ves mucho… ¿Por qué no?

—Probablemente, porque no tenemos nada que decirnos. Y luego, no encuentro el momento. Además, Refik está muy raro.

—¿Cómo?

—Te juro que no sabría explicártelo, pero si a sus buenas intenciones, que llegan a la estupidez, le añades sus depresiones del tipo «¿Qué hay que hacer en la vida?», comprenderás a qué me refiero… Antes era más como nosotros, pero ahora parece un extranjero… Le dije que se estaba afrancesando. —De repente se dio media vuelta—. ¡En ese sentido se parece a ti!

—No has cambiado nada, Muhittin mío —respondió Ömer más tranquilo.

—Ahí tienes otro de tus comentarios superficiales… He cambiado mucho. ¡Soy hombre de una causa!

—Eso te crees tú —dijo Ömer poniéndose nervioso—. ¡Y no te gustaban las grandes palabras! ¿De verdad piensas que te lo crees?

—¡Déjate de tonterías! ¿Qué importancia tiene si me lo creo o no? Sigo ese camino y hago algo. ¡Soy de utilidad para la causa! ¿Qué importa si es de corazón o no? Hago algo y sirve para algo…

—¿Podemos considerarlo una confesión?

—Te he dicho que te dejes de tonterías. Para ti sigue sin haber nada más importante que tu inteligencia, ¿no?

Con las manos en los bolsillos, Muhittin miraba, no a Ömer sino a los muebles.

Ömer comprendió que se había disgustado. «¡No me gusta nada que se parezca a mí! —pensó—. ¿Qué pinto aquí? Allí llevaba una vida tranquila, de rico, equilibrada. ¡No! O no lo sé… ¿Dónde tendría que vivir?».

Muhittin paseaba con las manos en los bolsillos. Entró en el cuarto contiguo a la sala y le habló desde allí:

—¿Qué piensas de esta casa? Con los años que llevamos viniendo y ni una vez la habíamos visto tan vacía. Es como si ahora…

Ömer también miraba los muebles. De repente le llegó el sonido de un piano desde la otra habitación. Muhittin presionaba teclas al azar. Después de aporrear un rato el piano, cerró la tapa ruidosamente.

—¿Qué ha pasado entre esa chica y tú?

—¡Ya no hay nada entre nosotros! —respondió Ömer.

—¿Tocaba el piano? Así que no… Siempre pensé que acabarías con alguna que supiera tocarlo… En realidad, ¡la hermana de Refik te venía que ni pintada! —se echó a reír—. ¡Qué contentos habrían estado! Le habrías besado la mano a Cevdet Bey. Y hoy mirarías con respeto los retratos del difunto. Cevdet Bey, gran hombre, fundador del hogar, persona incomparable, ¡nuestra familia te está agradecida!

Muhittin entró de nuevo en la sala.

—Pues sí que te lo pasas bien tú solito…

Hubo un silencio. Ömer encendió un cigarrillo. Muhittin volvía a pasear por el cuarto.

—¿Dónde se habrá metido ese? —preguntó.

—Hoy es domingo. No habrá encontrado tiendas abiertas —respondió Ömer.

Pensó que lo decía simplemente por hablar y para parecer tranquilo.

—Oh, Nişantaşı ha evolucionado mucho desde que te fuiste —dijo Muhittin.

Se oyó la campanilla. Poco después se abrió la puerta y entró Refik. Llevaba unos paquetes y parecía muy animado.

—¿Y? ¿De qué hablabais? ¿De qué habéis hablado?

—De nada —contestó Muhittin.

—Enseguida vengo, enseguida —dijo Refik, y echó a correr hacia la cocina. Mientras bajaba les explicó a voces lo que había comprado y lo que no había podido encontrar. Luego volvió con platos y cubiertos—. No vamos a sentarnos a la mesa. ¡Comeremos ahí, en esa mesita!

—No se vaya a manchar —comentó Muhittin.

—No, no se mancha —dijo Refik.

Luego se volvió hacia Muhittin y comprendió que bromeaba, pero no se enfadó. Probablemente le agradaba que estuvieran tan unidos como para reírse unos de otros. De una carrera trajo la botella de rakı y unos vasos.

—¡Mira lo que te ha traído, Muhittin! —dijo Ömer.

—No voy a beber… Esta tarde tengo que ir a un sitio.

—Vamos, hombre, con lo a gusto que íbamos a estar charlando —dijo Refik.

—Lo que tengamos que decirnos lo podemos hablar en un par de horas.

—Bien, empecemos entonces, caballeros —dijo Ömer. Abrió la botella de rakı. Llenó apresuradamente un vaso y se puso en pie—. Por fin ha llegado el día del gran juicio. Esos ángeles que tenemos sobre los hombros y que registran todos nuestros actos en sus libros de cuentas… ¿Eran ángeles? En fin… Ahora todo quedará claro, quién ha hecho qué con su vida, ¡quién tenía razón!

Apuró el vaso de un trago sin añadirle agua. «¿Por qué lo hago? —pensó—. No hay ninguna necesidad».

—¡Espera, hombre, que te va a sentar mal! —dijo Refik.

Muhittin no abría la boca, observaba atentamente los acontecimientos. Era como si quisiera mantenerse apartado voluntariamente.

—Bueno, ya hemos empezado —dijo Ömer—. ¿Qué somos? Somos… ¡Ah, sí! En Ankara vi a Samim. Me dijo que le dábamos miedo. ¿Me escuchas, Muhittin? Un chico calladito, que iba a lo suyo. En la Escuela de Ingenieros le asustábamos… ¿Por qué sería?

—Seguro que le daba miedo tu ropa —dijo Muhittin—. Siempre ibas elegante a clase… ¡No puede haber nada más natural que ese chico humilde tuviera la sensación de estar oprimido con tu pipa y tus trajes de esnob!

—Vamos, hombre. No le asustaba yo, le asustábamos nosotros. Probablemente, sobre todo tú. Leí tu revista y me entraron sudores fríos. Como si me hubiera dado fiebre. Luego me dio la risa, claro. Era eso que tienes lo que le daba miedo, no, eso que tenemos los tres… ¡Bueno! ¡No pongas esa cara! Pospongo el tema.

—¡Mejor será! —dijo Muhittin.

—¡No, no lo pospongo! —gritó Ömer—. Diré todo lo que se me ocurra. Sentís curiosidad por saber lo que he hecho, ¿verdad? Luego hablaré de ti, pero antes mis propias cuentas… Sentís curiosidad por lo que he hecho… Yo…

—¡No te des tanta importancia! —dijo Muhittin. Parecía divertido.

—Me he convertido en un terrateniente. A Refik no le parece bien la palabra. Pues en algo así me he convertido… Fuimos al notario y se acabó… Y he roto con mi prometida.

—¿Has roto con tu prometida ante notario? —preguntó Muhittin.

—Chico, a ver si te enteras —intervino Refik—. Compró las tierras ante notario. —se volvió hacia Ömer—. ¿Eso no se hace en el registro de la propiedad?

—Tú acabas de beber y tú todavía no has bebido, pero ¡estáis los dos ya borrachos! —dijo Muhittin.

—Pues tú tómate un té. ¡La bebida la tienes prohibida! —dijo Ömer—. Acabo de deciros que he roto con mi novia… ¿Cómo ha sido posible? ¿Qué ocurre si el novio se oculta hasta el día de la boda y no aparece? Escriben una carta… Sí, Muhtar Bey escribió una carta a mi tío. Muhittin, si la hubieras visto, te habría encantado. Aunque, claro, puede que ahora te la tomaras en serio. ¡En fin! ¡Gracias a Dios no cometieron la vulgaridad de devolver el anillo de compromiso! ¡Y ya os lo he contado!

—Muy bien, ¿y qué haces ahora? Cuéntanoslo también —dijo Muhittin.

—Pero luego tu cuentas lo tuyo, ¿eh? Allí me levanto por la mañana, me busco una ocupación. Reparar el generador o el camión, engrasar la bomba de agua o cualquier otra cosa… Como hasta este momento he estado de huésped, no me he dedicado a nada más importante. Ahora le toca el turno a la tierra. Luego, de vez en cuando, voy a Kemah a comprar o a Erzincan para ver a las amistades. Sí, allí me he hecho con unos amigos, el gobernador, el médico… Jugamos al póquer. Charlamos. Bebemos. Eso es lo que hay… ¿Os parece bien? Ahora cuéntanos tú, vamos. O tú, Refik.

—Te lo acabo de contar, pero lo repetiré para Muhittin —dijo Refik. Le explicó a Muhittin lo que le había contado a Ömer. Luego se volvió de repente hacia este—: ¿Qué dice de mí Muhtar Bey?

—¡Muchacho, nunca se me habría ocurrido que te picara la curiosidad por esas cosas! —dijo Muhittin.

—Nada. Probablemente le caías bien. Pero yo no le gustaba nada, ¡eso sí que lo sé!

—¿Pasó algo entre vosotros? —preguntó Refik.

—¡Ahora le toca a Muhittin! —exclamó Ömer enfadado—. Yo no le gustaba a Muhtar Bey, lo sé. ¡Cuando me veía comprendía lo absurda que es la vida!

—Vuelves a darte demasiada importancia —dijo Muhittin. Luego pareció arrepentirse—. No te enfades, hombre. No sabemos lo que pasó, por supuesto…

Se estiró y empezó a comer mortadela de un plato.

—Bueno, cuéntanos tú —dijo Ömer—. ¿O no piensas hacerlo? Ni hablas ni bebes, para eso mejor que no hubieras venido.

—De acuerdo, ¡beberé yo también! —dijo Muhittin poniéndose repentinamente en pie.

—¡Claro que sí! ¡Bravo, hombre! —gritó Ömer—. ¡En eso consiste la amistad! La amistad…