22. Diario I

13 de septiembre, lunes, 1937

Ayer fui a Beşiktaş. Vi a Muhittin. Estuvimos en una taberna, hablando. No me dijo nada, y además tenía ese aspecto sarcástico suyo. Después de hablar con él, la vida cotidiana ha empezado a parecerme algo prohibido, un pecado que cometo a cada segundo.

Hoy he ido a la oficina. Me he pasado el día allí sentado. Por la tarde he oído la radio en casa. He leído las Confesiones de Rousseau, pero no me han gustado tanto como esperaba. ¿Qué puedo hacer? A veces me digo que ojalá creyera en Dios. He leído otra vez los poemas de Muhittin. La verdad es que no he encontrado gran cosa en ellos.

23 de septiembre

He ido a la oficina. He vuelto a casa aburrido. He leído un poco de la parte central de las Confesiones. Me he sentido algo aliviado, pero he pensado que eso mismo en sí ya era extraño. Antes de subir a acostarme he hojeado los periódicos y estoy escribiendo esto.

İsmet Bajá se ha retirado por motivos de salud. Celâl Bayar es presidente del Gobierno.

29 de septiembre, jueves

¡Fiesta! Por la tarde Perihan y yo hemos paseado hasta Taksim. Al regreso, hemos empezado a discutir. Me ha dicho que siempre ando con la cara larga, que no hago más que quejarme, pero que no entiende claramente de qué me quejo. Ha llorado en medio de la calle. He intentado explicarle que no la culpo a ella, pero no lo he conseguido. Sé que no me parezco a los demás maridos con estas peleas y mis rarezas.

7 de noviembre

En la oficina, Osman y yo hemos hablado de la situación de la empresa. Me ha contado que este año los beneficios serán mucho mayores que los del año pasado, que hay que terminar lo antes posible el nuevo almacén, que después de la muerte de mi padre Sadık el contable ha cometido algunos errores mínimos pero meticulosos en los libros de cuentas que le benefician a él y perjudican a la empresa. También ha dicho que debíamos seguir insistiendo en la exportación. Yo he comentado que era importante que todo funcionara como un reloj. Le he insinuado que quizá no volviera a ir por la oficina, pero no se ha enterado. En la entrada de la empresa y en su despacho, Osman ha colgado unos retratos de mi padre.

23 de noviembre, miércoles

Estoy como un pez fuera del agua. Me obligo a ir a la oficina pensando que es lo que debo hacer. Me entrego en cuerpo y alma al trabajo, me olvido de mí mismo, intento olvidar lo que soy y lo que tendría que hacer. Pero me pesa mi conciencia, o mi incomodidad… Ando por la casa como borracho. Intento leer, pero no logro prestar atención a la lectura.

23 de noviembre

Probablemente parezco un cristiano con estos sentimientos, de responsabilidad y de culpa. A veces pienso que tendría que olvidarlo todo para recuperar mi antigua armonía. He ido a la oficina. He vuelto cansado. Cada tarde, al regresar a casa, me digo: «Es la última vez, mañana no voy». Y por la mañana: «Estaré un rato sentado y luego vuelvo», pero en casa no hay nada que hacer, nada que pensar, nada que me ate. Así que me entrego a los negocios.

4 de diciembre, sábado

Anoche Perihan y yo vimos a Sait Nedim Bey en la esquina de la comisaría. Estaba paseando al perro. Me pareció que se apuró un poco al vernos. Hablamos de pie de esto y de lo de más allá. Pensé en la cena a la que nos invitó este verano y cómo trasegaba el licor. ¿Por qué somos así? ¿Por qué ellos son de una manera y nosotros de otra? ¿Por qué me gusta leer a Rousseau o a Voltaire y no obtengo ningún placer de Tevfik Fikret o Namık Kemal? ¿Por qué soy así?

13 de diciembre, lunes

He ido a la oficina. Hay carta de Ömer. Escribe que pasará el invierno en Kemah. Que la boda será el otoño próximo. Está trabajando en un túnel y es agotador, se ha «olvidado del mundo». He decidido sentarme a contestarle pero he sido incapaz de escribir nada. Lo único que me salía eran cosas pesimistas y malas. He dejado la carta. He optado por escribir esto. Ahora estoy escribiendo en el despacho. He vuelto a ponerlo como estaba. Tras la muerte de papá, mamá lo convirtió en oratorio durante un tiempo. Ahora todo vuelve a estar en su sitio. Por las tardes me encierro aquí a holgazanear. Escribo en papelitos, hago planes, de vez en cuando saco un libro de la biblioteca y leo. Me pregunto por qué no puedo hallar en mí mismo, o en nadie que conozca, o en ningún autor turco, el espíritu ilustrado que encuentro en Voltaire, Rojo y negro o las Confesiones, que hoy he vuelto a leer un poco. El mío es un espíritu desesperado, feo, apático, pero ¿por qué en Turquía todo es así? Como si todo y todos estuvieran dormidos… Ha empezado a llover.

17 de diciembre, viernes

Busco mi antiguo equilibrio. Muhittin me dijo que me hacía feliz pero mezquino. Trabajo mucho en la oficina.

19 de diciembre, domingo

Las tres de la madrugada. Perihan y yo nos despertamos cuando la niña empezó a llorar de repente. Perihan está intentando dormirla. Yo he bajado aquí. Me he desvelado. Andaba por casa en pijama pasando frío. Luego me he vestido. He bajado y he echado carbón a la estufa. También he encendido la pequeña. He intentado pensar mientras lo hacía. Pero lo mío no es pensar. En mi mente aparecen imágenes en lugar de ideas. Está lloviendo. Lleva dos días lloviendo sin parar. Cosas así son las que se me vienen a la cabeza cuando quiero escribir lo que pienso. Ahora estoy aquí sentado, pasando frío. Mañana iré a la oficina. He leído lo que he escrito en este cuaderno. Cuando le dije a Muhittin que estaba llevando un diario casi se le escapa la risa. También le dije que mi vida se había descarrilado. ¿Qué es lo que hago desde el verano? ¡Ir y venir de la oficina! De vez en cuando, Perihan y yo vamos al cine. Leo los periódicos. Y al leerlos pienso lo siguiente: «¿Afectará a mi vida algo de lo que estoy leyendo?». Cada mañana leo los periódicos con la esperanza de encontrar algo nuevo que influya en ella, que me cambie la vida. Pienso que quizá estalle una guerra mundial o cualquier otra cosa. No quiero que haya guerra. Lo que espero es un acontecimiento que me cambie la vida de la forma en que yo no he sabido cambiarla. No encuentro en mí mismo la fuerza para hacerlo. De hecho, tampoco sé en qué tendría que consistir dicho cambio. Lo único que sé es que la vida en esta casa y en la empresa no es digna de un hombre decente, es letárgica, mala, sucia, llena de estrechez mental, miserable. Muhittin me dijo que debería ser feliz, que lo tengo todo. ¡Está en lo cierto! Enrojezco al pensarlo… Pero luego medito que me falta algo. Le llamaba «equilibrio», «armonía» y demás, pero no me atrevo a pronunciar lo que es. Me fastidia recordar la frase de Muhittin de «mirarse el ombligo». Estoy aquí escribiendo esto, pasando frío, pensando en qué libro podría leer hasta que llegue la mañana. Puede que le escriba una carta a Ömer.

22 de diciembre de 1937, miércoles

Llevo dos días en cama. Me he puesto muy enfermo. Tengo fiebre. Probablemente me enfrié el lunes. Por la tarde llegué a casa de la oficina y me acosté. Tenía treinta y nueve y medio de fiebre. Anoche igual, y esta noche ha bajado a treinta y nueve. Me lagrimean los ojos, me duele la cabeza, toso, parezco un muerto. Para evitar el contagio, Perihan ha cogido a la niña y se ha trasladado al cuarto de Ayşe. Estoy solo, sentado en el dormitorio art nouveau. No me encuentro como para leer nada. Intento leer las Confesiones y olvidarme de mí mismo, pero este libro no me hace pensar en otra cosa que en mí mismo… Hojeo la prensa. El país está sufriendo un invierno muy crudo. Se han anunciado los candidatos a nuevos diputados. Dos barcos han desaparecido en la tormenta. Me habré leído cada una de estas noticias por lo menos diez veces.

24 de diciembre, viernes

La enfermedad no se me pasa. Siempre la misma fiebre. Me duele la espalda de estar acostado. Lo único que he hecho en todo el día es leer los periódicos y estar acostado apático como Oblomov. Leer la prensa, a Voltaire, a Rousseau, siempre lo mismo. Mirar adormilado desde donde estoy acostado los árboles y el cielo que se ven por el estrecho hueco de la ventana. Eso es lo único que hago en todo el día… Me avergüenzo de mi cuerpo enfermo y débil, de mi espíritu aletargado que se pudre en la indecisión.

27 de diciembre, lunes

Esta mañana me he levantado. Me he mirado la temperatura: treinta y ocho. Sin embargo, pensaba continuamente: «El lunes por la mañana iré a la oficina por fin». He pensado que no aguantaba más estar en la cama y me he levantado. Me he vestido con ropa gruesa y he salido a dar un paseo. He ido hasta «la Cantera». Soplaba un viento frío. He contemplado Nişantaşı un lunes por la mañana. Colmados, verdulerías, señoras que salían a la compra, criadas, niños, árboles, coches pasando de cuando en cuando… He caminado hasta la parada de tranvía de Maçka. He regresado en tranvía. En nuestra esquina he visto a Güler, la hermana de Sait Nedim Bey. Estaba paseando al perro. Al verla he puesto una cara un poco rara, lo sé. Me he dejado llevar por la preocupación, el agobio, el nerviosismo. No es bueno que me importen esas cosas, pero me preocupa tener barba de una semana. Me ha preguntado: «¿Te estás dejando barba?». Dios mío, qué tonterías. ¿Por qué me afectan esas cosas? ¿Qué estoy haciendo? ¿Qué personalidad tengo? ¿Dónde está mi antiguo equilibrio?

29, miércoles

El lunes por la tarde me subió la fiebre, hasta cuarenta. Volví a caer en cama. Vino el doctor İzak. Parece que estoy pasando una mala gripe. ¡Qué desastre estar aquí, en la cama, atado de pies y manos!

31, viernes

No me ha bajado la fiebre. Nochevieja. Abajo están jugando a la lotería. No duermo ni soy capaz de hacer nada. Me siento vacío, completamente vacío, como un objeto sin personalidad, pasado ni futuro, como una maceta o, qué se yo, el picaporte de una puerta. Sí, soy un picaporte de una puerta.

2 de enero de 1938, domingo

No me ha bajado la fiebre. Estoy acostado y no quiero pensar en nada.

17 de enero

Llevo tres días levantado, pero sin ir a la oficina. He hablado con el doctor İzak. Me ha dicho que lo mejor sería que descansara en casa una semana o diez días… Fumo. Me paso el día en el despacho leyendo. Tengo una barba de un palmo.

21 de enero

Leo muy intensamente. He leído algunos libros de economía y filosofía. Por la noche vuelvo una y otra vez a Voltaire y Rousseau, pero no con la emoción de antes. Esta mañana le he escrito otra carta a Ömer. En su respuesta a la anterior me decía: «En primavera, venid Perihan y tú, y si ella no puede, ¡ven tú!». En cierto momento lo pensé muy seriamente. Todavía lo sigo pensando. Sé que me vendría muy bien un cambio de aires así. Osman también me dijo algo parecido. Pero quiere que regrese lo antes posible a la oficina. Esta enfermedad que he pasado, que estoy pasando, puede no ser gripe. Todavía tengo los pulmones llenos de líquido… Y el pitido que suena cuando toso no es nada sano. Cuando Perihan lo oye, arruga la cara. También quería escribir lo siguiente: para gran sorpresa mía, en los últimos días me he sorprendido varias veces pensando en Güler. Después de sentir curiosidad por lo que hará y su vida cotidiana, ahora la siento por su vida entera. No va más allá de la pura curiosidad por saber cómo es y cómo piensa un ser humano. Pero, a pesar de ser consciente de ello, por alguna razón he sentido la necesidad de escribirlo aquí. Está nevando muchísimo…

27 de enero

Estamos a finales de mes y todavía no he ido a la oficina. Tengo los pulmones bien, estoy sano y de buen humor, me paso el día leyendo en el despacho sentado a la mesa. De vez en cuando salgo de paseo o al cine con Perihan. Sigo con mi antigua vida pero con una enorme diferencia: no voy a la oficina. Osman y mamá me han preguntado varias veces por qué no voy. He balbuceado algo sobre la salud y el cansancio. He decidido ir a la oficina la primera semana de febrero. A petición mía, Osman mandó comprar en el mercado de libros algunos que andaba buscando. Ahora los leo entusiasmado. También me trajeron las colecciones completas de las revistas Estatismo económico, Revolución y organización, El Estado y el individuo, Política impositiva y Sistema. Estoy de buen humor. Casi digo que he recuperado mi salud y mi antiguo equilibrio. Ya no me apetece tanto escribir en este cuaderno.

5 de febrero de 1938

He leído estos escritos. No reflejan con exactitud mi vida cotidiana. La mayor parte del tiempo estoy con Perihan y los sobrinos, charlando con Ayşe y con mi madre, ocupándome de asuntos simples y sin importancia. Nada de eso se ha reflejado aquí. Y tampoco mis ideas, mis preocupaciones, mis problemas… Pienso millones de cosas, mucho más complejas, puede que irrelevantes, pero angustiosas. Todavía no he ido a la oficina. Lo dejo para después de las vacaciones. Para después de la fiesta del Sacrificio… Entonces me afeitaré esta enorme barba… Y como el cuaderno no refleja la realidad, renuncio asimismo a escribir. De hecho, mientras escribo siempre me posee una sensación de hipocresía. Han atado en el jardín de atrás los carneros que han comprado para la fiesta y de vez en cuando les oigo balar. Hoy Osman y Nermin han discutido… En casa hay un ambiente desagradable. No debería escribir más. Porque no hay nada nuevo.