19. El calor y el bebé

Refik pisaba los escalones de puntillas y se decía, alegre: «Qué pensará Perihan cuando me vea a estas horas?». Había doblado el descansillo del segundo piso y subía hacia el tercero. No se oía otra cosa que el tictac del reloj. «Nadie ha notado todavía que estoy aquí. O sea, que si un ladrón entra así de ligerito no se entera nadie». Se detuvo al notar que estaba sudando. Entreabrió ligeramente la puerta del dormitorio. Vio a Perihan. Leía el periódico en una silla junto a la cuna del bebé. Lo miraba como si no le diera mucha importancia a la lectura: leía palabras y frases, pero sin duda pensaba en otra cosa. A Refik le pareció encantadora. Le habría gustado reír, luego se decidió a entrar de repente.

—¡Bu! —gritó—. ¿Te he asustado?

—No, no me has asustado —respondió Perihan—. Pero vas a despertar a la niña. —Miró de reojo la cuna y comprobó que no se había despertado—. ¿No has ido al trabajo?

—¡He ido y he vuelto!

—¿Estás enfermo o algo así?

—¡Estoy como un roble! —dijo Refik. Luego quiso demostrar su euforia—: ¡He venido, he venido, he venido! ¿Te he dado una sorpresa?

Perihan no decía nada, le miraba con expresión interrogativa.

«Parece que no le ha gustado nada verme —pensó Refik—. Se ha sorprendido un poco y siente curiosidad. Es como si la hubiera atrapado con las manos en la masa. ¡Le da miedo que despierte a la niña!».

—He vuelto, simplemente. Fui con Osman a la oficina. Eché un vistazo, hacía mucho calor y decidí volver a casa. He hecho bien, ¿verdad?

—Sí, has hecho bien —contestó Perihan—. Hace mucho calor, ¿no?

—Vaya… Te asas. La gente está de los nervios. A la vuelta, en el tranvía, discutieron el cobrador y una mujer. Si a estas horas están tan atacados, por la tarde…

—¿Qué hora es?

—Las diez y veinte.

—¡Qué rápido has ido y has vuelto!

—¿Verdad que sí? Fui a mi despacho. Se me ocurrió de repente, así que fui al de Osman y le dije «No me encuentro muy bien, me voy a casa». Parece que le pillé por sorpresa. —Se echó a reír—. ¡Si le hubieras visto la cara! ¡Ni siquiera me preguntó qué me pasaba!

—No te pasa nada, ¿no?

—No, ya te digo… ¡Igual he perdido un tornillo!

Se estiró y besó a Perihan en la mejilla.

—¡Mira, eso sí que puede que sea verdad! De hecho, llevas unos días bastante raro.

«De acuerdo, entendido, ¡no te ha gustado nada verme! —pensó Refik—. Quiere quedarse sola, probablemente tiene proyectos en que pensar y cosas que hacer».

—¿Tienes algo que hacer ahora?

—No, qué voy a tener que hacer. Y la niña está dormida…

Miraron juntos cómo el bebé dormía en su cuna: tenía cuarenta días, pero ya se había convertido en una criatura enorme. Refik empezó a temerse que más adelante su hija se convirtiese en una grandullona. «La verdad es que los dos somos altos», pensó, y pareció preocuparse. La niña había nacido diez días después de la muerte de Cevdet Bey. Y a aquella cría enorme le habían puesto de nombre Melek[5]. Era un nombre en el que Refik llevaba tiempo pensando. Observó las ronchas que tenía en las piernas desnudas.

—¿Por qué no la has tapado con el mosquitero?

—Pensé que sería mejor que le diera un poco el aire.

Guardaron silencio.

Refik se sentó en la esquina de la cama.

—¡Pero qué calor…! —comentó por decir algo—. Llevamos una semana así. Como nos pasemos todo julio de esta forma…

—Ojalá hubiéramos ido a la isla —dijo Perihan.

—Pero, cariño, ¿cómo podíamos haber ido? Tú con la niña recién nacida… Y además, mi padre acaba de morir.

—Tienes razón. —Perihan inclinó la cabeza—. Lo he dicho sin pensar.

—Sí, si ahora estuvierais en la isla, es posible que estuvieseis mejor, pero a estas alturas… Y además, ni mi madre ni Osman querían ir.

—Lo sé, lo sé.

Volvieron a guardar silencio.

—¿De verdad que no tienes nada que hacer? —preguntó Refik, preocupado.

—¡Que te he dicho que no! —contestó Perihan—. La verdad es que siento curiosidad por lo que tienes en la cabeza.

—¿Cómo lo que tengo en la cabeza?

—Da igual. ¿Qué crees que puedo tener que hacer? ¿En qué piensas?

—¡Ah! ¡Nada, nada! —dijo Refik. Cogió el periódico que Perihan había tirado al suelo y empezó a hojearlo—: ¡No pasa nada! —se puso a leer el periódico al azar—: «Medidas oficiales ante los casos de tifus. Resuelto el desacuerdo ruso-japonés. El comisario francés irá a Hatay próximamente y…».

Recordó que esa mañana había leído lo mismo por el camino. Miró a Perihan. Estaba sentada inmóvil en su silla.

—Si quieres, el domingo podemos ir a la isla —dijo Refik.

—¡No, hijo! Tres horas de ida, tres horas de vuelta. Y además tanto lío y tanto follón. ¿Quién se va a ocupar de la niña?

—Nermin la cuidará. Y está Emine Hanım. ¿O es que falta gente en esta casa?

—No, no, lo decía por decir. ¡La verdad es que no me apetece nada! Con este calor, hasta hablar es agotador.

—Eso es verdad. ¿Quieres que te traiga algo de abajo, de la nevera? ¡Le voy a decir a Nuri que prepare una limonada!

—Pero si Nuri no está… Ha ido a algún sitio, a la compra, al café. Y no me apetece nada.

—¿Sabes? —dijo Refik, alegre—, ¡nadie se ha dado cuenta de que he venido! Salté por el muro para que no sonara la campanilla. La puerta de atrás, la de la cocina, estaba abierta. ¡Si entrara un ladrón, no se enteraría nadie!

Perihan no le contestó. Se levantó de la silla y se sentó en el pequeño taburete de la cómoda andando con mucho cuidado. Al poner en el cuarto la cunita que habían comprado para la niña, habían tenido que cambiar de lugar el resto del mobiliario; y el dormitorio, que no era demasiado grande, acabó lleno a rebosar. Refik miraba a Perihan, esperaba que dijera algo y notaba que se le iba apagando la alegría. «La verdad es que estoy haciendo el ridículo poniéndome tan pesadito», pensó.

—Hace un momento decías algo. Que últimamente estaba raro.

—¡Qué sé yo! No tiene importancia. Lo he dicho tal y como me ha venido a la cabeza.

—Cariño, no te hagas de rogar, cuéntamelo.

—Qué sé yo, ¡estás raro y ya está! —Perihan murmuró un rato buscando la palabra adecuada. Luego dijo—: ¡El equilibrio! No tienes el mismo equilibrio de antes. Puede que me equivoque. ¡Me ha venido a la cabeza, y te lo he dicho!

«Así que estoy desequilibrado», pensó Refik. Dio un repaso a los últimos días: «¿Qué he hecho? Quizá he bebido un poco más de la cuenta. ¡He puesto cara larga! He dicho algunos disparates, pero ¿tanta importancia tiene eso? ¿Qué más he hecho?», meditaba, pero no se le ocurría nada más.

—¡Mi padre ha muerto! —dijo un tanto avergonzado.

—¡Es verdad! —susurró Perihan.

—¡Luego tuve una hija! —prosiguió Refik excitado—. Probablemente estoy desconcertado.

—¿Y por qué iba a desconcertarte tener una hija? —preguntó Perihan levantando ligeramente la cabeza. Atrapó desprevenido a Refik.

—¡Porque sí! Ni se me pasaba por la cabeza que iba a tener un hijo. ¡Una niña de carne y hueso! Qué cosa más rara… —cuidando de no mirar al bebé en la cuna, añadió—: Es algo inesperado, cariño, ¡entiéndelo! —le dio miedo el tono de su voz, pero continuó—: ¡Un montón de responsabilidades!

Perihan no abría la boca. Tampoco era posible imaginar lo que pensaba.

—¡No volveré a ir al trabajo! —dijo Refik de repente pensando que estaba sufriendo una injusticia, y él mismo se sorprendió.

«Tampoco lo que tenía en la cabeza era para tanto, hombre», pensó, pero por dentro abrigaba la sensación de que tenía todo el derecho no solo de decir algo así, sino también de hacerlo. No sabía de dónde se habría sacado ese derecho, pero estaba seguro de la existencia de la sensación.

—¡Quiero que haya otras cosas en mi vida! —gritó.

Y le dio miedo decir más.

—¡Por favor, no grites, que se va a despertar la niña! —dijo Perihan—. ¡Y luego es tan difícil que se duerma…! —miraba al bebé en la cuna. Después le preguntó—: ¿Y qué quieres?

—No lo sé. He estado pensando mucho desde que murió mi padre, en qué hacer, pero no se me ocurre nada… No puedo seguir así. ¡Tengo que hacer algo!

—¿En serio que no vas a volver al trabajo? ¿Te pasarás el día en casa?

Se levantó de nuevo y se acercó a la niña. Se estaba moviendo, y Perihan, preocupada, aproximó el rostro.

Refik veía de perfil la cara atenta e infantil de su mujer.

—Al final tendré que volver, claro. —Escogió el momento en que Perihan no pudiera mirarle a los ojos para dar marcha atrás—. Mientras viva en esta casa es obligatorio que vaya a la oficina. Pero también quiero hacer algo. ¿Me explico? ¡Podrías ayudarme! —se enfureció al ver que Perihan seguía atenta al bebé—. Pero ¿cómo vas a ayudarme? ¡Sigues siendo una niña!

—¡Ya te he dicho que habías perdido el equilibrio! —dijo Perihan volviéndose.

«He perdido el equilibrio, he perdido el equilibrio —pensó Refik—. Tiene razón. Y yo también la tengo. Perihan es lista, ¡pero es una niña! Me he quedado sin equilibrio… ¿Qué voy a hacer? Esta casa, la oficina a la que voy para que no quede feo… ¿Qué voy a hacer?».

—Quiero leer un poco, ¡leer en serio y pensar!

—Tú sabrás —susurró Perihan.

Volvieron a guardar silencio.

—¡Pero qué calor, qué calor! —dijo Refik.

—Sí —contestó Perihan en voz baja.

Se callaron de nuevo.

Refik se puso a pensar. «Me he escapado de la oficina. Hace mucho calor. Comprendo que tengo que hacer algo pero no encuentro qué. Podría hacer lo siguiente: uno, leer durante un tiempo de forma programada y disciplinada; dos, tratar de escribir algo; tres, venderle mi parte de la empresa a Osman, marcharme de casa y trabajar de ingeniero; cuatro, salir de viaje por Europa con Perihan. Pero esto último es imposible porque está la niña. Entonces el cinco es lo siguiente: irme de viaje solo. Para eso tengo que encontrar una excusa. ¡Qué calor hace!». De repente bostezó no solo con la mandíbula, sino con todo el cuerpo.

—¡Oooh! —exclamó Perihan—. Parece que por fin te ha dado sueño. —Se rió.

A Refik le alegró ver el cariño en el rostro de su mujer, pero había perdido el buen humor:

—¡Le daré sentido a mi vida! —dijo.

—Haces bien —respondió Perihan riéndose de nuevo.

Ahora le tocaba a ella estar alegre.

—Así no hay quien viva. Me entiendes, ¿no? Me das la razón, ¿no? Porque así no hay quien viva.

—Te la doy, por supuesto que te la doy.

—¿Y qué puedo hacer? ¿Qué me dices?

—No sé —contestó Perihan, desesperada pero alegre.

Las palabras resonaron vacías por la habitación.

«No sabe —pensó Refik—. ¿Qué puedo hacer? Por lo menos, en vez de estar aquí sentado sin hacer nada, podría ir a echar un vistazo a la biblioteca».

La niña empezó a llorar en su cuna.

—¡Vaya, se despertó! —dijo Perihan—. ¡Cómo no! —la niña se había despertado, pero Perihan no parecía apurada. Estaba tan contenta como si lo hubiera estado esperando. Después de observar a su hija un rato, comentó—: ¡Ya lo entiendo, ha vuelto a hacerse caca!

Y, cogiendo en brazos a la niña, la alzó. En cuanto la subió y bajó varias veces, como si la lanzara al aire, la niña, que tenía cara de mal genio, empezó a reírse.

—¡Mira, mira, me ha visto y se ríe! —dijo Refik—. Ha conocido a su padre.

—¡No me digas tonterías! ¡Todavía no conoce a nadie más que a su madre!

Perihan colocó a la niña en la mesita que había junto a la cuna y empezó a desnudarla.

—No, no. Me ha reconocido. ¡Va a ser tan lista como su padre!

—¡Oh, madre mía, cómo hemos llenado el pañal! —dijo Perihan.

Había desnudado a la niña y acercaba la cara a su cuerpo desnudo.

Refik se puso en pie para ver de cerca lo que ponía a Perihan de tan buen humor. Pero al ver que ambas reían juntas, le poseyó de nuevo la sensación de ser víctima de una injusticia. Asustado, dijo a toda prisa:

—Voy abajo. A trabajar en la biblioteca.

Perihan recogió los pañales sucios. Luego cogió la manita del bebé y la sacudió:

—Vamos, despídete de papá. Despídete de papá, venga.

—Iré a la biblioteca a trabajar.

—Pero ahora en la biblioteca está tu madre.

Refik se acordó de que, tras la muerte de su padre, su madre había empezado a pasar la mayor parte del tiempo en la biblioteca. Se pasaba el día allí sentada, hojeando fotografías antiguas, llorando y, si le daba por ahí, rezando. Nigân Hanım también había cambiado de sitio los muebles de la biblioteca, había quitado los cuadros de las paredes y había convertido aquella diminuta habitación en la que en tiempos Refik y sus amigos habían jugado al póquer en un oratorio.

—¡Claro, se me había olvidado! —dijo Refik, molesto—. Pero últimamente ha empezado a salir a la calle, ¿no? —añadió.

—Puede que hoy salga con Ayşe.

Refik dio media vuelta y volvió a sentarse en la esquina de la cama.

—Conozco a mi madre: esto no puede durar mucho. Volverá a su vida de siempre. Y además, es tan extraño que rece… Pero si no cree en nada… Se burla de Nuri porque ayuna.

—Es verdad —contestó Perihan. Rió y pellizco a la niña, a quien había cogido en brazos—. Vamos, hija, ahora vamos a la agüita.

Perihan salió con la niña. «¿Qué estoy haciendo?», pensó Refik. Se encontraba solo y relajado. «Mi mujer, mi hija». Se lo repitió en susurros varias veces. «Bajaré a la biblioteca, cogeré un par de libros y leeré. Pero en toda esta inmensa casa no hay un cuarto donde uno pueda sentarse. En una casa de tres pisos, estamos todos metidos en un cuarto como si fuera un gallinero. De hecho, en estos tiempos es un error que toda la familia viva junta. Todos vigilándonos atentamente, en cuanto intentas hacer algo enseguida se lo huelen. Y yo aquí sentado en este cuarto, con este calor». Dejó de pensar un rato. Miró por la ventana. Luego volvió a dejarse ir: «El hijo comerciante de una familia de comerciantes… Un tipo hueco, sin problemas ni preocupaciones… Me casé… Tuvimos una hija. Y ahora pretendo que mi vida tenga sentido. Algo de lucha, unas ideas y algunas tormentas pequeñas que me sirvan para superar esta opresión y esta indolencia. El hijo de un comerciante quiere darle sentido a su vida. Aquí, en su dormitorio art nouveau, se siente aletargado y torpe y bosteza agobiado por el calor. Pero es demasiado tarde. Ahora está la niña… ¡No tengo ambición! ¡No tengo pasión! ¡No tengo equilibrio! Quiero que algo me entusiasme un poco, porque la felicidad me resulta excesiva. Bueno, al fin y al cabo soy nieto de un bajá. Por mucho que por mis venas corra sobre todo sangre de comerciante, entiendo que hay que encontrar altos propósitos. ¿Qué tendría que encontrar? ¿Leo un poco, o salgo de viaje? He bebido demasiado desde la muerte de mi padre. Tengo que beber menos. Luego me prepararé un programa. Tengo que disciplinarme un poco, tiranizarme un poco». Dándose cuenta de que estaba cayendo en el sarcasmo, se puso en pie, asustado. En tiempos, observando a Muhittin, había pensado que el sarcasmo era síntoma de infelicidad e hundimiento. Seguía mirando por la ventana. En el extremo del jardín de atrás había un amplio solar. Allí, bajo el sol, unos niños jugaban a la pídola. Refik pensó, atemorizado: «No hace tanto tiempo, apenas diez o doce años, yo era ellos».

—¡Venimos limpias! —Perihan entró en el dormitorio—. A nuestra hija Melek Hanım le gusta mucho el agua. ¡Se pone muy contenta cuando la bañan!

Refik se dio la vuelta y vio que Perihan estaba sonriendo. «Bueno, ¿y qué he hecho por ella?», se preguntó.

—¡Ah, tienes una pinta muy rara! ¿Por qué me miras así?

Perihan secaba a la niña con una toalla.

—¡Qué calor, qué calor! —refunfuñó Refik. Y luego, de repente, añadió—: ¿Alguna vez te he dejado sola?

Perihan meditó unos instantes.

—¿A mí? —al comprender por la cara de Refik que se estaba dirigiendo a ella, contestó un tanto sorprendida, pero también orgullosa—: ¡No! —luego se lo pensó unos segundos y dijo—: No me quejo de nada. ¿Estás bien? ¡Tienes que estar bien!

—¡Estoy bien! ¡Estoy bien, cariño! —dijo Refik intentando sonreír—. Solo un poco agobiado… Me gustaría pensar; me explico, ¿no? Me pregunto qué es lo que voy a hacer. No lo sé. Ando distraído. ¡Este calor es horrible! —guardó silencio.

—Lo importante es que estés bien —respondió Perihan con mucho cuidado.

«¡Me quiere!», pensó Refik. Le habría apetecido abrazarla, pero se reprimió. Tuvo la sensación de que aquello habría significado pedirle disculpas. «Me quiere, estamos sentados en nuestro dormitorio… ¡Y ahora tenemos una hija! Y encima, en cuanto me siento un poco deprimido, le echo en cara que es una niña… Basta ya, no debería pensar».

—Bajaré a la biblioteca. Puede que mi madre haya salido.

—Y yo voy a dormirla —respondió Perihan.

Cuando Refik se acercaba a la puerta, esta se abrió. Era Nermin. No le sorprendió ver a Refik.

—Ah, estás aquí. Osman ha telefoneado. Ha dicho que no te encontrabas bien. Está preocupado. ¿Cómo te encuentras?

—Bien, bien, voy abajo —contestó Refik, cabizbajo y deprimido.