9. El final de un día
Mientras el tranvía todavía estaba en Harbiye, Refik pensó: «Me bajaré ahora. Iré caminando por Osmanbey hasta Nişantaşı». Cuando se montó en el tranvía en Eminönü estaba chispeando. En Karaköy apretó bastante la lluvia y a la altura de Şişhane comenzó un chaparrón que todavía continuaba. De vez en cuando estallaba un relámpago, los viajeros esperaban el trueno mirando por las ventanas y el tranvía avanzaba balanceándose y patinando ligeramente sobre los raíles. Parecía un viaje en barco durante una tormenta. Al aproximarse a Osmanbey, Refik comprendió que la lluvia no iba a amainar. «¿Tendré que correr?», pensó.
Bajó del tranvía, echó a andar rápidamente y luego se puso a correr. «Voy a la oficina para no quedar mal. Salgo pronto y al volver me pilla un chaparrón y ¡estoy corriendo!», pensó. Por un lado corría y por otro se enfadaba. Todo era por lo mismo: se contentaba con su vida cotidiana. No quería que nada imprevisto, que ningún engorro inesperado le fastidiara la vida, y por eso evitaba la lluvia. Sorteaba los charcos que había aquí y allá en las aceras, tenía cuidado con el barro para no mancharse los pantalones, corría bajo las miradas de la gente que se agolpaba en las ventanas y debajo de los aleros.
Se detuvo como si de repente hubiera recordado algo. Empezó a andar con lentitud. La lluvia arreciaba aún más. «Pero esto es una tontería», se dijo luego. Decidió meterse bajo un saledizo. Pero no había ninguno cerca en el que refugiarse. Solo muros bajos de jardines que se extendían más allá. Miró la calle vacía escuchando el retumbar de la lluvia.
Un taxi se arrimó a la acera. «Si por lo menos hubiera podido encontrar uno libre…», pensó Refik. Luego le pareció oír una voz conocida. Se dio media vuelta para mirar y se llevó una sorpresa: Perihan le llamaba asomándose por la ventanilla del taxi. Echó a correr y subió.
—¡Qué mojado estás! —le dijo Perihan.
Su madre intervino y empezó a explicarle: habían ido a Beyoğlu a recoger a Ayşe, se encontraron con Leylâ en el Lebon y cuando empezó a caer la lluvia cogieron un taxi, dejaron a Leylâ en Şişli, se sorprendieron de ver a Refik… Hablaban, se gastaban bromas, de vez en cuando comentaban lo mojado que estaba Refik, sonreían. Una familia feliz: Refik se daba cuenta de que la felicidad le iba envolviendo como una manta seca y suave y se iba animando. Él mismo empezó a gastar bromas.
Cuando llegaron a casa y subió a su dormitorio con Perihan se dio cuenta de que le apetecía jugar un poco. Mientras Perihan le secaba la cabeza con una toalla, hizo ruidos de niño mimado, protestó un poco, resopló y suspiró. Hizo algunos chistes mientras se cambiaban de ropa. Se animó al ver que Perihan se reía con gusto: quitó la colcha que cubría la cama, se envolvió en ella e imitó a un preocupado senador de la Roma amenazada por Aníbal. Mientras hacía todo aquello miraba a Perihan, sentada ante la cómoda y pensó que se estaba riendo. «Estoy haciendo el ganso y nos reímos. Hace un momento corría bajo la lluvia muy serio». Era consciente de que volvía a estar contento. Cuando llamaron a la puerta y apareció Emine Hanım, susurró: «Se acabó. Ahora se calmará el entusiasmo. Me tomaré el té. ¡Comenzarán la seriedad reposada y la superioridad intelectual!».
Perihan y él se sentaron frente a frente. Refik estaba en el sillón junto a la ventana. Perihan apoyaba los codos en la cómoda y de vez en cuando se miraba al espejo. Refik se sentía como un gato dócil. Era como si hubiera recordado el momento y hubiera olvidado su breve arrebato. «He recordado que soy un ciudadano. Un ciudadano que trabaja en el negocio fundado por su padre, a quien no le gusta demasiado estar en la oficina y que sale de allí antes que nadie para escaparse a su casa. Y que ahora está sentado con su esposa en su dormitorio art nouveau». Miraba el armario y la enorme cama que con sus suaves curvas y líneas redondas recordaban las cubiertas y las portillas de un barco. «Un ciudadano… Saludable y en buena situación. Y no es que vaya a quejarme, ¡viviré muy en serio!». En algún sitio cercano cayó un rayo. Miraron juntos por la ventana, el alto castaño del jardín de atrás temblaba con el viento.
—¿Qué has hecho hoy? —preguntó Perihan.
«Me lo pregunta todas las tardes como si se burlara», pensó Refik. Pero sabía que no podría enfadarse fácilmente con ella.
—Nada, lo de siempre.
Se hizo un silencio. «Lo de siempre —pensó Refik—. Por la mañana salí de casa con mi padre y con mi hermano. En la oficina leí los periódicos. Repasé unos papeles hasta mediodía. Escribí una carta de pedido a Alemania. Luego fuimos todos juntos a un restaurante de Sirkeci. Después de comer hablé un poco de trabajo con mi hermano. Sadık el contable y yo miramos unos libros de cuentas mientras nos tomábamos un café. Luego salí y crucé el puente a pie. Me subí al tranvía. Me pilló la lluvia».
Miraba a Perihan intentando extraer algo de su rostro. ¡Como si fuera a leer en la cara de su esposa quién era! Volvió en sí cuando Perihan se apartó el pelo que le caía sobre la frente con un gesto brusco.
—Bueno, y tú, ¿qué has hecho?
—¿Yo? —preguntó Perihan.
Parecía sorprendida. Refik no se lo preguntaba mucho.
—Vamos, cuéntame.
—Esta mañana salimos de paseo. ¡Qué buen tiempo hacía esta mañana! Tomamos el aire. Caminamos hasta el café de allá en Topağacı.
Guardó silencio al ver el rostro de su marido. Refik comprendió que a Perihan le apetecía hablar. Y a él le gustaría escucharla.
—¡Cuéntamelo con todo detalle!
—Después de que te fueras nos sentamos un rato en el jardín de atrás. Desayuné con tu madre y Nermin. Estuvimos hablando de esto y de lo de más allá.
—¿De qué?
—Ah, de lo de siempre. Primero del jardín. Los castaños han crecido mucho. Tu madre nos contó cómo estaban cuando llegó aquí. Hace treinta años. Oye, ¿cuánto vivirá un castaño? Pues hablamos de cosas así. De lo descuidado que está el jardín y tal… Aziz el jardinero nunca se pasa por aquí. Tu madre lo puso verde, dijo que es incapaz de tener el jardín como es debido, que anda más ocupado con la verdulería que ha abierto que con el jardín, que tendremos que encontrar a otro, pero al final decidimos que él seguía siendo el mejor. Tu madre estuvo tejiendo mientras nos tomábamos un té. Nermin leyó los periódicos. Yo ayudé a tu madre a tejer, contando los puntos, probándomelo y tal… A las once, decidimos dar un paseo hasta Topağacı. Entramos en casa. Subí a nuestro dormitorio y lo recogí un poco. Hice las camas. Me aburrí. Miré el jardín por la ventana. Nermin llamó por teléfono a una amiga. Yo también pensé en llamar a alguien, pero no me apetecía hablar con nadie. ¿Te sigo contando?
—¡Cuenta, cuenta!
—Bajé mientras Nermin estaba hablando por teléfono. Fui a sentarme al cuarto del nácar. Estuve toqueteando el piano de Ayşe. ¿Sabes?, siento mucho haber dejado el piano. En fin, luego me estuve entreteniendo un rato. Salí al jardín de delante a pasear un poco. A las once nos encontramos en la puerta. Cuando tu madre sale de casa es todo un número. Se queda mirándose en el espejo grande del hall. Nermin le dijo que llevaba una ropa demasiado gruesa. Tu madre no le hizo ni caso. De hecho, siempre se viste así. Nos pusimos en marcha. Tu madre volvió a hablarnos de la Nişantaşı de antes. Quién vivía allí, quién era el dueño del jardín de allá, cosas así… Pero es divertido. Nermin también contó algunas cosas. Cuando era niña jugaban en el patio de la mezquita y en un jardín de más abajo. Pasamos por enfrente de la comisaría. Íbamos hablando de cosas parecidas. En el café nos sentamos donde siempre, en la mesa pequeña que da a la vaquería. Ellas tomaron té. Yo pedí una gaseosa. Tomamos garbanzos tostados. No hablamos mucho en el café. Yo sobre todo estuve callada. Miramos hacia abajo, a la parte del arroyo. A la vuelta tu madre nos contó que İbrahim Bajá se había vuelto loco. Pasábamos por delante de su mansión. No lo sabía. Ocurrieron cosas muy divertidas. Uno de los nietos del bajá se fue a América y se hizo cristiano. Luego vimos a un anciano que iba de paseo con su mayordomo. Era Seyfi Bajá. Tu madre le besó la mano. Hablaron un poco. En Teşvikiye, un poco más abajo de la mezquita, han empezado una obra. Tu madre tenía curiosidad y fuimos a mirar. Para almorzar comimos albóndigas y berenjenas con carne. Para cenar también hay berenjenas. Después de comer llamó Leylâ… Tu madre habló con ella. Pero no me estás escuchando…
—¡Claro que te estoy escuchando!
—La verdad es que tampoco queda nada que contar. Después de comer dormí un poco. A las tres salimos para Beyoğlu. Estuvimos mirando las tiendas. No encontramos nada. Luego recogimos a Ayşe. Estuvimos un rato con Leylâ en Lebon. Y entonces empezó a llover…
Tenía la cabeza gacha y la mirada clavada en un cajón que había abierto mientras hablaba. Refik también evitó mirarla. Se retrepó en el sillón y contempló los árboles temblando con la lluvia. No le apetecía pensar en nada. Sentía una ligera inquietud y le asustaba pensar en sí mismo.
Hubo un silencio. La lluvia, que parecía haber amainado, arreció de nuevo. Miraban juntos por la ventana.
—¿Vamos al cine esta noche? —preguntó Refik.
—¡Vamos! —contestó Perihan con gesto vergonzoso.
Hubo un nuevo silencio.
—¿Y adónde vamos? —preguntó Refik.
Perihan no respondió y se encogió de hombros.
«Parece que no tiene muchas ganas de ir», pensó Refik. Luego preguntó:
—¿Están los periódicos abajo? En el İpek ponían algo… —Perihan movía la cabeza. Refik dijo—: Bueno, pues voy a mirarlos.
Pero no se movió de donde estaba. Se notaba aletargado y no le apetecía mucho moverse. Estaba sumido en tal desinterés que le daba igual ir al cine o no. Y tampoco le había afectado mucho nada de lo que le había contado Perihan. Pensar en sí mismo le resultaba demasiado horrible, así que lo evitaba. En aquella casa se podía encontrar con facilidad algo que te salvara de los pequeños desasosiegos. Y en caso de que se amargara tanto como para pensar en él mismo, en Perihan, en su matrimonio o, sobre todo, en su vida, siempre podía bromear con su madre, jugar con sus sobrinos o, al menos, bajar a unirse a la conversación. Fue a echar un vistazo a los periódicos y vio a su padre. Le estaba contando algo a Osman. En cuanto les prestó atención, comprendió que se libraría enseguida de su inquietud.