5. Otra casa
La criada que abrió la puerta del piso de Ayazpaşa le dijo a Ömer que le esperaban para cenar. Después de cogerle el abrigo, le condujo a un salón muy bien iluminado. Ömer felicitó las fiestas al diputado Muhtar Bey, a quien había visto previamente en una ocasión, a su hija Nazlı, a la que recordaba de niña, y a Cemile Hanım, la hermana del diputado. Luego, después de saludar al otro invitado, a quien le presentó Muhtar Bey y que también era diputado, pasó a la mesa, ya dispuesta. En cuanto se sentaron, la criada de cara larga trajo la cena y empezaron a hablar de esto y de lo de más allá.
Ömer había venido a recoger el alquiler acumulado de una casa en Üsküdar de la que era propietario conjuntamente con Cemile Hanım a causa de una compleja cuestión de herencia. Con ese objetivo había telefoneado a la casa esa mañana y el diputado, que fue quien le contestó, le dijo que lo esperaban para cenar. Pero el diputado, aunque le hubiera invitado, no le prestaba demasiada atención y hacía un repaso con su colega de los últimos cotilleos políticos. Ömer charlaba con Cemile Hanım, muy contenta de tener al joven para ella sola. Cemile Hanım era una mujer que pasaba de los cincuenta años, alegre y que nunca se había casado. Le gustaba hablar de los conocidos y familiares comunes.
—Tu tía Alebru y su familia se han mudado a Çamlıca. Tu tío Sabri se ha jubilado. ¿Sabes a qué se dedica? ¡A coleccionar monedas antiguas! Empezó para entretenerse, pero ahora lo tienen hechizado. Baja todos los días al Gran Bazar. Ha vendido el solar de Erenköy porque compra monedas de plata sin cesar. Tu tía Alebru está muy disgustada, pero ¿qué le va a hacer? Te acuerdas de tu tía Alebru, ¿no?
Por una parte, Ömer escuchaba a Cemile Hanım y por otra prestaba oídos a lo que hablaban los diputados y, de vez en cuando, miraba a Nazlı de reojo.
—Claro que me acuerdo.
—Por supuesto que sí. —Cemile Hanım se volvió hacia Nazlı—: Tú no te acordarás, pero también venías con nosotros, cada año íbamos a Ihlamur en primavera. A merendar al campo, a lo que ahora llaman un picnic. La tía Alebru le tenía mucho cariño a Ömer. Y ahora también se lo tiene. Por supuesto, no la llamas. ¿Y por qué no la llamas, eh? Descuidáis a los mayores. Si supierais lo que les alegra veros…
—¡Pero si no tengo tiempo, tiíta!
—Que no tienes tiempo… ¿Qué decía?
Cemile Hanım siguió recordando parientes y los diputados continuaron hablando de política hasta que llegaron las verduras en aceite. Cuando pusieron la fuente en el centro de la mesa, Muhtar Bey se dirigió a Ömer:
—Usted ha estado en Inglaterra, ¿no?
Luego se volvió a mirar a su compañero diputado. Su mirada decía: «Ven y examinemos juntos a este interesante joven».
—¡Ha estado en Inglaterra! ¿Y qué tal por allí?
—Bien, señor.
—Magnífico. O sea, ¿y la situación política? ¿Qué dicen de la guerra italo-abisinia?
—No pude seguir de cerca la política, señor.
—¡Ah, la generación joven! ¡Mi hija es igual!
—¡Papá!, yo sigo la política tan de cerca como es posible —dijo Nazlı.
—Sí, eso me gusta —respondió el diputado. Luego sacudió la cabeza como si quisiera olvidar lo que había dicho. Se volvió a Ömer—: Bueno, ¿y cómo nos ven allí?
—¿A quién?
—¡Ah, todavía no ha podido usted hacerse a Turquía! A nosotros, a Turquía; a nosotros, vaya.
—Nos siguen viendo como un país de hombres con fez y harenes y mujeres con charshaf.
—Vaya. ¡Qué vergüenza, qué vergüenza! ¡Con todo lo que se ha hecho! —rezongó el diputado. Parecía haber sido víctima de una injusticia.
—No le damos importancia, pero es muy importante. Hemos avanzado. ¡Ahora tendríamos que anunciar al mundo entero que hemos avanzado!
—Pero el mundo entero está enfermo, querido amigo —dijo Muhtar Bey—. ¿Estallará una guerra? —lo preguntó mirando a Ömer, pero probablemente no esperaba respuesta, o bien sabía que no le daría ninguna que valiera la pena.
Los dos diputados se dedicaron a hablar de la posibilidad de una guerra, de la situación en España y de los combates en Abisinia. Cemile Hanım puso cara de «¡Ah, la interminable política de estos dos!». Y Ömer y Nazlı por primera vez comenzaron a hablar entre ellos.
Ömer le preguntó a Nazlı qué estudiaba en la universidad. Después de enterarse de que estudiaba en el departamento de Literatura, recordó a un pariente que también estudiaba allí. Pero, como era familia por parte de padre, Nazlı no lo conocía. Tras aquel breve intercambio, ambos se sonrojaron como si hubieran hecho algo embarazoso. Nazlı enrojeció aún más precisamente porque Ömer se había sonrojado, o eso le pareció a él.
Poco antes de finalizar la cena entró en el comedor un gato color ceniza. Nazlı llamó al animal, lo cogió en su regazo, lo acarició y la tía Cemile se enfureció. Al parecer, no le había podido enseñar nada a aquella sobrina a la que llamaba «hija mía» e insistió en lo malo que era el pelo de gato. Contó, sintiéndolo mucho por aquel desdichado, las tribulaciones de un hombre adinerado cuya vida se había ido al traste porque había aspirado un pelo de gato y se le había ido al pulmón. Mientras tanto, Ömer pudo observar cuidadosamente a Nazlı.
No poseía un rostro bonito, pero tampoco feo. Tenía la frente amplia, los ojos grandes, la nariz pequeña como su padre y la boca era muy graciosa. Por su expresión se habría dicho que siempre estaba acordándose de algo. Cuando cruzó los brazos sobre el pecho después de que se levantaran de la mesa, Ömer se dio cuenta de que la estaba mirando y de que le ponía nervioso la presencia de aquella joven que se sentaba en el extremo del diván. Sentada con los brazos cruzados, a Ömer le recordaba a una maestra de la escuela primaria a la que había admirado mucho y a una alemana muy hermosa que visitaba a su madre cuando él era niño. Tanto la maestra como la alemana, una noble cuyo marido era general, eran mujeres muy inteligentes y ambas, como ahora hacía Nazlı, cruzaban a menudo los brazos sobre el pecho.
Antes de que llegaran los cafés, Cemile Hanım, ondeando un sobre y un modelo de contrato que había traído de dentro, informó a Ömer sobre el alquiler y el inquilino. Sin que le importase que Ömer pareciera no escucharla y estar ocupado con otras cosas, le contó todo lo que tenía que contar sobre el asunto hasta quedarse tranquila, y le entregó los sobres. Al tiempo que oía todo aquello, Ömer intentaba prestar atención a los diputados para no mirar a Nazlı en su asiento acariciando al gato y para no dar la impresión de que escuchaba atentamente a Cemile Hanım. Muhtar Bey le contaba a su compañero, como si no tuviera la menor importancia, un recuerdo relacionado con İsmet Bajá.
Muhtar Bey empezó a elogiar al gobierno actual de İsmet Bajá. En los momentos más entusiastas de sus alabanzas se volvía a Ömer y era como si le dijera con la mirada: «Por favor, háblele a sus amigos ingleses de este gobierno para que entiendan qué tipo de gobierno es». De nuevo tenía cara de haber sufrido una injusticia. En cierto momento se excitó y le preguntó:
—Bueno, ¿y usted qué opina?
—¿Sobre qué?
—Sobre las revoluciones, sobre Turquía, sobre nosotros…
—Ah, sí, estoy completamente de acuerdo, señor mío —respondió Ömer, y luego, sonriendo, miró a Nazlı.
El gesto le pareció estúpido. Vio que Muhtar Bey se tiraba de las sisas de la chaqueta con un gesto de irritación.
—¿Y con quién está de acuerdo? —preguntó. Luego frunció los labios—: ¡En fin! ¿Y qué va a hacer ahora?
—¡Ganar dinero! Trabajaré en la línea Sivas-Erzurum.
—Así que primero va a servir a la revolución. Esa vía férrea es muy importante. El Este está en ebullición. Ese ferrocarril convertirá Turquía en un todo y llevará la revolución al Este. Así que usted en primer lugar va a servir a la revolución. Dígalo así… ¡Ya llegará el dinero! —Y puso punto final a sus palabras mirando a Nazlı, como si le pidiera con la mirada que le diera la razón—. ¿Verdad?
—¡Hoy estás inspirado, amigo Muhtar! —comentó el otro diputado.
—¿Acaso no tengo razón? —le respondió Muhtar Bey encaminándose hacia él; volvió a sentarse en el sillón del que se había levantado llevado por el entusiasmo, y continuó con la charla donde poco antes la habían dejado.
Ömer estaba un tanto sorprendido. Miraba a Nazlı y al gato que esta tenía en su regazo, pensaba en lo que había dicho y esperaba que le comprendiera. Poco después se avergonzó al darse cuenta de que se había quedado ensimismado mirándola. Entonces la tía Cemile volvió a un recuerdo que lo suavizó todo:
—Fue el año en que se anunció la guerra en Europa. Tu difunta madre, tu padre, tu difunto tío Tevfik y yo, no sé cómo, habíamos ido juntos a un restaurante que acababan de abrir en Beyoğlu… no, no, en Tünel. El restaurante era un sitio muy agradable. De hecho, en aquellos tiempos había pocos lugares así a los que pudiéramos ir las mujeres. Tú habías sido un poco malo y habías hecho enfadar a tu difunta madre, así que me decidí a cogerte en brazos. Te cogí y empecé a acunarte. Llevaba un vestido nuevo de seda. Tú, diablillo, cómo lo diría, ¿cómo no ibas a darle un repaso a mi vestido nuevo? Así que por un lado te apretaba entre mis brazos para tapar las manchas y que tu difunta madre no las viera y se enfadara, y por otro…
Se echó a reír con una risita tonta.
Ömer también se echó a reír. Miró de reojo a Nazlı. Al ver que arrugaba el gesto como si hubiera escuchado una historia sucia, comprendió que se había enfadado con Cemile Hanım por haber contado aquella historia. Entonces se puso serio como si de repente hubiera recordado algo y se levantó.
—¡Será mejor que me vaya!
Al principio, como era de esperar, intentaron convencerlo de que no lo hiciera. Luego le acompañaron a la puerta. El diputado, mientras volvía al salón, le gritó:
—No olvide la revolución. No olvide nunca la revolución. ¡Primero el Estado, luego nuestros propios deseos! ¿O no? Deles recuerdos a sus tíos.
También Cemile Hanım le dio recuerdos para sus tíos, que vivían en Bakırköy.
—Vuelve alguna vez. Mira, como no vuelvas, me lo voy a tomar a mal. ¡Hoy solo has venido por esto! —Señalaba los sobres que Ömer llevaba en la mano. Luego se arrepintió—: ¡Que no, que no! ¡Lo he dicho de broma!
Ömer le decía algo a su tía, pero era consciente de que a quien prestaba atención era a Nazlı, que rebullía delante de la puerta acariciando al gato. De repente se dijo: «¡Seré un conquistador!». Le estrechó la mano también a Nazlı. Acarició la cabeza del gato. Al bajar las escaleras, se repitió: «¡Sí, seré un conquistador!». Cemile Hanım le gritaba a sus espaldas que se pusiera el abrigo, no fuera a enfriarse. Hacía un viento frío. Un vehículo militar se detuvo ante el hospital de Gümüşsuyu. Trastabillando, dos soldados ascendían las escaleras con un tercero agarrado a sus hombros. Ömer subió a un taxi y dijo que iba a Bakırköy.
Por el camino pensó en aquel largo día. Por la mañana estuvo sentado un rato con sus tíos, vio cómo degollaban al animal para el sacrificio, almorzó con un pariente; por la tarde fue a ver a Refik. En el Estambul que celebraba la fiesta, en las familias numerosas y animadas, en los amplios y cálidos salones había algo que era necesario evitar, de lo que había que mantenerse alejado. Recordando el día, se despertaba en él el deseo de romper algo, de poner patas arriba un orden que no sabía muy bien en qué consistía. «No me dejaré llevar por esta blandura dormilona, cómoda y necia, por esta vida familiar carente de pasiones. ¿Y qué voy a hacer en lugar de todo eso?». Bostezó desperezándose.