4. Viejos amigos

Subieron al despacho. Ömer examinó cuidadosamente todo lo que le rodeaba como si hubiera olvidado algo en la habitación hacía cuatro años.

—¿Y? ¿Qué te parece todo? —le preguntó Refik.

—Cuando fui a la oficina no pude ver a tu padre —contestó Ömer—. ¡Está muy envejecido!

—Sí, ha cambiado mucho en los últimos años.

—Hace cuatro años estaba ágil y sano. —Ömer se inclinó hacia delante sacando joroba—. Ahora está así. ¡Y qué despacio habla!

—Malo, muy malo.

—Sí, lo siento mucho —dijo Ömer. Luego, acercándose a la biblioteca de pestillos, susurró—: Libros, libros… —Inclinando la cabeza, empezó a leer los lomos—. ¿Lees todos estos libros?

—Los compro, pero no los leo —se rió Refik—. Siempre estoy pensando en hacerlo, pero al final no puede ser, ya ves… ¿Quieres un cigarrillo?

—Eso es porque te has casado —dijo Ömer.

—Si quieres abrirla tienes que tirar del otro lado —comentó Refik para cambiar de tema.

Se acercó a su amigo. Abrió el pestillo de una de las vitrinas de la biblioteca.

Ömer cogió un libro de uno de los estantes. Se sentó a la mesa.

—¡Muhittin sí que lee! —dijo—. ¿Dónde habrá dejado lo de la poesía?

—Enseguida vendrá. Te quedas a cenar, ¿no?

—No, voy a ir a Ayazpaşa. Se lo prometí a un familiar. Puede que lo conozcas… Muhtar Laçin, diputado por Manisa.

—¿Y qué tienes que ver con él?

—Vaya, es complicado. Ahora mismo no me acuerdo de si mi madre era hermanastra de su difunta mujer, o si tenían algún otro tipo de parentesco.

—¡Se te ha olvidado todo! —Refik lo dijo como si se hubiera ofendido.

—¡No, hombre! Es solo que no me acuerdo de esos parentescos. No me he olvidado de nada más.

—Bueno, ¿y cómo lo encuentras todo?

—Por ejemplo, lo de esta habitación, igual —dijo Ömer paseando la mirada por el cuarto—. No ha cambiado mucho, ¡todo está igual! Y esta casa, como todas las fiestas, está muy animada. —Y añadió sonriendo—: O más animada. ¡Habéis aumentado en número!

Refik sonrió como si hubiera recordado algo y luego se ruborizó:

—Sí, ya ves, ¡me he casado!

—Has hecho bien.

—Sí, me he casado —dijo Refik sin hacerle caso y como quejándose—, como ves, mi mujer es muy bonita, nos queremos mucho, voy a la oficina, en lugar de ejercer de ingeniero me dedico a los negocios con mi padre, no puedo leer los libros que compro. Me he casado, ¡es lo único que he hecho en cuatro años! Pero no me quejo.

—¿Y por qué ibas a quejarte? —Ömer miró de reojo el libro que tenía delante. Luego se levantó y volvió a colocarlo en la biblioteca—. Yo tampoco tengo tiempo para esto. Antes podía leer un poco. Ahora no sé cómo la gente lo hace. Estoy hirviendo por dentro. Voy a vivir mucho. Haré muchas cosas. —Caminaba arriba y abajo por el despacho—. ¡Haré muchas cosas!

—¿Te has decidido? ¿Vas a irte al ferrocarril?

—Sí, o bien… Lo he contado abajo, ¿no? Todavía no me he decidido. Pero lo que decida no tiene demasiada importancia. Lo importante es ese deseo cada vez mayor que tengo dentro de mí de hacer muchas cosas… ¿Me explico? Quiero hacer mucho. Empezarlo todo desde abajo y acabar arriba, hacerme con todo… Dame un cigarrillo… ¿Me explico?

—Te entiendo perfectamente —dijo Refik acercándose, animado, a su amigo.

Ömer se detuvo delante de la ventana.

—Mira el jardín. No cambia. El castaño y los tilos están igual que hace cuatro años. En cambio, yo quiero que todo cambie muy rápido, que todo se transforme. No, tampoco es eso lo que quiero exactamente. Lo que quiero es que sea mío. Dejar huella en todo esto, ponerlo patas arriba.

Comenzó a pasear de nuevo por el cuarto.

Refik le escuchaba emocionado, sentía que en su interior se despertaba una agitación preocupante y asentía de vez en cuando: «Sí, sí».

De repente se abrió la puerta. Entró la criada con una bandeja de té.

—Muchachos, les he traído té. Ömer Bey, le he reconocido en cuanto lo he visto. No ha cambiado nada. Le he puesto limón a su té. ¿Ve cómo me acuerdo?

—¡Bravo, es verdad!

—¡Mira, otra vez se está riendo de mí! —dijo la mujer—. ¡No ha cambiado nada! Y nosotros, aquí estamos… —Salía de la habitación con la bandeja vacía cuando miró a Refik—. Lo único es que el señorito se ha casado… ¿Les traigo unos hojaldritos?

—No hace falta —contestó Refik. Luego miró, avergonzado, a Ömer. En cuanto se cerró la puerta, continuó—: Mira, tengo que decirte algo sobre todo esto del matrimonio. Perihan me… Me gusta mucho. Te iba a decir que te casaras tú también. Pero luego he cambiado de idea. No te digo que te cases ni que no.

—¿Y eso?

—No sé, no sé —murmuró Refik a toda velocidad. Luego, temiendo parecer descontento, continuó—: Pues lo que te he dicho, pero no sé. ¿Cómo podría ser? Sí, deberíamos hablar más tranquilamente de todo esto. Pero hoy no, ¿verdad? Con este alboroto no hay quien hable. ¡Así son las fiestas! Charlaríamos si te quedaras a cenar. Lo sé, lo sé, no puedes. —Comenzó a hacer crujir las articulaciones de los dedos con movimientos nerviosos.

—Te comprendo —dijo Ömer sonriendo—. ¿Y tú a mí?

—Claro, claro… Luego hablaremos de todo esto. Pondremos abajo el samovar como hacíamos antes. Y vendrá Muhittin. ¡Hablaremos hasta el amanecer!

—En serio, ¿dónde está este chico?

De repente se abrió la puerta. Entró Osman sonriente.

—¡Hola, chicos, hola! —Solo tenía unos años más que ellos, pero le gustaba adoptar aquellas actitudes paternalistas—. Habéis vuelto a encontraros y os habéis escondido en un rincón. ¿Tenemos póquer, póquer? —Movía las manos como si estuviera repartiendo naipes.

—Eso era hace cuatro años —le contestó Refik a su hermano.

Osman soltó una carcajada como si aquello fuera algo muy divertido:

—¿Y por qué no ahora lo de hace cuatro años?

—¡Claro que sí! —contestó Ömer—. Puede que volvamos a jugar. —Y añadió para recordar un viejo chiste—: Nos pasamos cuatro años aquí jugando al póquer y vuestra madre sentada abajo. Nos hicimos ingenieros y ella nada.

Osman soltó una carcajada. Era una broma que Nigân Hanım repetía sin cesar, pero se rió como si la oyera por primera vez. Luego le dio una palmada a Ömer en la espalda. Por muy espontáneo que pareciera, era un gesto calculado.

—Sí, cuatro años de póquer… Quitabais los sietes y jugabais los tres. ¿Y dónde está el tercero?

—Muhittin ha dicho que iba a venir —dijo Ömer—. Solo he podido verle una vez.

—Os quedáis a cenar, claro —dijo Osman—. ¿Qué? Pero cómo es posible. Bueno, por lo menos cuéntanos un poco más. ¿Qué has hecho en Londres? Están más avanzados que nosotros, ¿no?

—¡Mucho!

—Bueno, pero aquí también estamos haciendo cosas. ¿Cómo lo has encontrado todo? ¿Has visto avances, los has visto?

Se abrió la puerta y entró Muhittin con sus movimientos duros y nerviosos de siempre. Miró de arriba abajo a Osman como si no lo conociera.

—¡Ah, aquí está el tercero! —dijo este—. Justo estábamos hablando de ti.

Como no era muy amigo de Osman, probablemente a Muhittin le sorprendió tanta emoción.

—¿Y qué decíais? —preguntó con una sonrisa sarcástica.

—Estábamos hablando de ti —dijo Refik—. De cómo jugábamos al póquer.

Muhittin le estrechó la mano a Osman. Luego, mirando a Refik y a Ömer, les preguntó:

—¿Cómo estáis?

Se sentó en el sillón del rincón y abrió un periódico que había junto a él. Empezó a hojearlo.

—Bueno, voy a dejar solos a los jóvenes —dijo Osman. Estaba saliendo del cuarto cuando se detuvo de repente y volviéndose a Muhittin le preguntó—: ¿Cómo va lo de tu libro de poesía?

—Bien, bien —gruñó Muhittin.

—Sí, hay que dejar solos a los jóvenes. Ellos se hicieron ingenieros y mi madre nada.

Soltó otra carcajada. Cerró despacio la puerta.

—Vaya cara que traes —le dijo Ömer a Muhittin.

—¡Sabes que no me cae bien! —contestó Muhittin señalando la puerta con la cabeza—. ¿O se te había olvidado? —Se volvió a Refik—. No te molesta que me caiga mal tu hermano, ¿no?

—Claro que no.

—Bueno, ¿y qué decíais de mí?

—Nada, hombre. Las mismas bromas de siempre —contestó Ömer.

Hubo un silencio. A ninguno le apetecía decir nada. Se oían la algarabía de abajo y el tictac del reloj delante de la puerta.

—Y la alegría familiar de esta casa… —dijo Muhittin.

Se levantó, se quitó las gafas y empezó a limpiar los cristales con el pañuelo.

—¿Tampoco te gusta? —preguntó Ömer.

—Te juro que no lo sé. Una cosa así, ¿tendría que gustarte o deberías odiarlo?

Ömer se acercó sonriente a Muhittin. «Te comprendo», le dijo. Le echó el brazo por los hombros. Como era mucho más alto que Muhittin, su gesto parecía el de un afectuoso hermano mayor.

—Ömer me estaba hablando un poco de él —dijo Refik.

—¿Y qué le contabas? —preguntó Muhittin sentándose en el sillón y poniéndose las gafas.

—Ya hablaremos de eso en otra ocasión.

—Bueno, de hecho, no puedo quedarme mucho. Voy a ir a Beyoğlu… Me había comprometido. He venido solo para verte.

—Todavía Beyoğlu, ¿eh?

Muhittin no sonrió como habría sido de esperar. Tampoco adoptó un gesto avergonzado o pícaro. Frunció el ceño y miró con dureza.

De repente se abrió la puerta. Volvió a entrar Emine Hanım con una bandeja en la mano. En ella llevaba tres tazas de té.

—Te he visto, te he visto —dijo con voz gruñona mirando a Muhittin—. Enseguida te has escapado aquí.

Pero al ver que Refik se ponía serio recogió las tazas vacías y se fue sin decir más.

—He venido sin pasar por el piso de abajo —explicó Muhittin como si se disculpara—. Vi que había invitados…

—Nos pasaremos juntos al salir —dijo Ömer.

Hubo un nuevo silencio. Escucharon el alboroto que llegaba de abajo.

—Bueno, ¿de qué hablábamos? —preguntó Muhittin.

—Pues chico, yo estaba hablando un poco de mis proyectos y mis ideas. Y él me hablaba del matrimonio. O bien…

—Sí, sí, de ese tipo de cosas estábamos hablando —dijo Refik.

Pero ahora, al recordar lo del matrimonio, sonrió tranquilamente con una alegría despreocupada.

Muhittin se volvió hacia Ömer y le señaló a Refik:

—¡El matrimonio lo ha vuelto un niño bueno!

—¡Él siempre ha sido un niño bueno! —contestó Ömer. Y se echó a reír.

—Es verdad, es verdad, ¡y demasiado bueno!

Muhittin soltó una carcajada.

Refik se unió a sus risas, pero se dio cuenta de que también sentía una culpabilidad imprecisa. Luego Muhittin mencionó a un compañero de estudios que se había encontrado por la calle. Era uno de esos tipos que parecen existir para que los demás se burlen de él. Se animaron aún más al refrescar sus recuerdos de la Escuela de Ingeniería.

Ömer abrió el periódico que Muhittin había estado hojeando hacía un instante.

—Mirad esto —Y leyó—: «Ayer el automóvil del abogado Cenap Sorar chocó con un tranvía en la plaza de Taksim. No se produjeron grandes daños y no hubo que lamentar pérdidas humanas». —Levantó la cabeza del periódico—. ¡Así es Turquía! Una noticia como esta, en un periódico inglés…

—¿Ahora tú también te has vuelto uno de esos que ven Turquía como un país provinciano? —dijo de repente Muhittin—. Esa noticia la dan porque en los últimos días ha habido muchos accidentes de tranvía.

—Él no lo ve provinciano —comentó Refik—, sino como una tierra virgen aún no conquistada.

—¡No, hombre! ¿Qué decís? —murmuró Ömer—. Bueno, me voy. Tú también salías, ¿no?

Mientras bajaban las escaleras se encontraron con Perihan. Refik vio que ella se ruborizaba y que sus amigos parecían avergonzarse.

Fuat Bey y su familia ya se habían marchado. Cevdet Bey, sentado en su sillón habitual, se animó al ver a los jóvenes. Se puso muy contento cuando Muhittin le besó la mano. Insistió tanto en que se quedaran un rato que se sentaron.

—¿Y adónde vais ahora? —preguntó—. ¿A divertiros?

—Van ellos, yo me quedo en casa —respondió Refik.

—Claro, tú te quedas. Ahora estás casado. Y vosotros, ¿adónde vais a ir, vamos a ver? ¿Salís alguna vez a Beyoğlu?

—Yo voy allí de vez en cuando —dijo Muhittin.

—Ah, picarillo… Pero no vayas demasiado lejos… Cuando yo era joven nunca lo hice y ahora me digo que debería haber vivido más, haberme divertido más, pero la familia y los negocios son importantes, ¿no? ¿Dónde trabajas?

—En una empresa de construcción.

—¡Muy bien, bravo! —Se volvió a Ömer—. Y tú, encuentra trabajo rápido, no dejes pasar mucho el tiempo. Mira que esto no se parece a Europa. Esto es distinto.

—Lo sé, señor —dijo Ömer.

Se puso en pie. Se inclinó hacia la mano de Cevdet Bey.

—¡Míralos! —dijo Cevdet Bey mientras se la dejaba besar—. Se escapan corriendo. ¡Todavía tenéis mucho que aprender de mí, mucho!

—¡Y qué guapos! —suspiró Nigân Hanım. Y, probablemente queriendo corregir aquella afirmación que no se correspondía en absoluto a Muhittin, añadió—: ¡Qué jóvenes! Os espero un día a almorzar. Prometédmelo, ¿de acuerdo?

Osman volvió a reírse al recordar la vieja broma.

Al salir de la sala uno de los nietos pequeños se acercó a Ömer y le preguntó:

—Ahora está aquí, ahora detrás de la puerta, ¿qué es?

—¿El limón? —contestó Ömer—. ¿O era un barril de pepinillos?

Desde el pie de las escaleras, Refik vio a Perihan, que bajaba del piso superior. Colocó el cuerpo de tal forma que comprendió que no quería que sus amigos se vieran obligados a saludarla otra vez. «¿Por qué habré hecho eso?», pensó. Les acompañó hasta la puerta del jardín. Consiguió que le prometieran que se verían allí otra noche para hablar. Les miró marcharse hasta que se mezclaron con la multitud de la fiesta de la plaza de Nişantaşı. «He pasado con ellos mi juventud, los años de carrera», se dijo. Dio media vuelta y echó a andar hacia la casa. La nieve caída hacía dos días aún no se había fundido y seguía en algunas partes del jardín y en las ramas de los árboles. Sopló un viento frío, como un cuchillo. Cayeron algunos copos de nieve de las ramas. Refik entró a toda prisa en la cálida casa. Se puso frente a la estufa, se calentó y se unió a la conversación.