7. En la mansión de un bajá
Se mecía con el coche, lamentaba no poder echarse una siesta después de comer y pensaba en sí mismo. «Pienso en mi vida. ¿Qué es la vida para mí? Fuat me lo ha preguntado. Y yo le he respondido que la pregunta era absurda. ¡Sí, es absurda y no quiero pensar en eso! ¿Qué es la vida? ¿De dónde se sacará esas cosas? De los libros, de Europa, ¡de quién sabe qué gente que anda detrás de quién sabe qué complot! ¿Qué es la vida? ¡Una pregunta absurda! Seguiré pensando igual que siempre y carcajeándome. Ja, ja, ja. ¿Y cómo se reía Moşe? ¡Qué broma más vulgar! “Cevdet, ¿has puesto tú la bomba?”. No, yo rompí las tejas. Y al romperse, se formó una gotera, todos me miraron con hostilidad y la clase entera se inundó hasta la rodilla. ¡Cómo sudaba! Fue un sueño horrible. Debería haber comprendido por el sueño cómo iba a ser el día. ¡Hoy! ¿Qué hora es? Casi las ocho. Şükrü Bajá habrá empezado a esperarme».
Şükrü Bajá había invitado a Cevdet Bey a su mansión para saber sus planes de futuro. Cevdet Bey había sabido por el criado que fue a su tienda que ese era el motivo por el que le llamaba, pero intuía que el bajá quería verle solo para charlar por puro aburrimiento. Al recordar a Şükrü Bajá, inevitablemente se le vinieron a la mente las palabras de Fuat Bey. «Sabía que había vendido sus tierras y que iba a vender su mansión, ¡pero no que hubiera vendido su coche! —pensó—. Y si ha vendido el coche es que realmente está en mala situación. ¿Tendrá razón Fuat? ¿Estoy cometiendo un error? ¡No! Son unas ideas muy feas. Simplemente, quiero a Nigân, y no pienso en otra cosa».
Se animó al recordar a Nigân. «¡Sí, la he visto dos veces! —pensó. Volvió a acordarse de la tremenda escena—. La he visto dos veces y he podido comprender que es una buena persona. ¡Y qué! ¿Es que no se puede? Y además hablamos…». La primera vez que vio a Nigân fue al mirar desde las estancias de los hombres en la casa de Şükrü Bajá. Luego hablaron durante aquella payasada a la que llamaban ceremonia de compromiso que se celebró en la mansión. Cevdet Bey le dijo: «¿Cómo está?». Y Nigân respondió «Muy bien, ¿y usted?» intentando parecer impertérrita y seria como una mujer madura, aunque huyó enseguida porque el orgullo no le permitió soportar su sonrojo. Tenía aspecto de engreída, pero parecía buena persona. Más tarde, Cevdet Bey se grabó en el corazón a la chica que había visto aquel día, la casa y la vida familiar que había planeado. Nigân no era demasiado bonita, pero ocupaba el lugar que le correspondía en sus proyectos, y Cevdet Bey sabía que eso era lo más importante.
Cuando comenzó a adormecerse en el coche a causa del calor aplastante y el almuerzo, lamentó no haberse tomado un café en el club. Encendió un cigarrillo y pasó revista a la conversación que podría tener con el bajá. El coche dobló hacia Nişantaşı al pasar por los cuarteles de Harbiye. «Sí, le diré al bajá que me compraré una casa por aquí», pensó, y enseguida se le vino a la mente Zeliha Hanım, a quien dejaría tirada, y luego recordó Haseki, a la tía Zeynep y a Ziya. Se puso nervioso recordando las miradas del niño, cómo le observaba de arriba abajo. «Ese niño tiene algo raro. ¡Como si ya fuera retorcido y calculador! —pensó—. Cuando te mira de esa forma tan rara te da la impresión de que está juzgándote». El coche giraba hacia la plaza de Nişantaşı. Cevdet Bey miró atentamente por la ventanilla la casa de piedra de la esquina de enfrente. La había visitado una vez, le había gustado y había decidido que era adecuada para sus planes. Pensaba volver a visitarla cuando regresara de casa de Şükrü Bajá. «¡Un sitio agradable!», pensó mirando los tilos y los castaños del jardín delantero, y se animó de nuevo rememorando su futura y feliz vida familiar. Se puso nervioso cuando pasaban por delante de la mezquita de Teşvikiye. Pensó que iba correctamente vestido. Justo antes de descender del coche se dio cuenta de que se le había acelerado el pulso.
Al bajar se volvió a apoderar de él el sentimiento de culpabilidad que le poseía cada vez que iba. El jardín delantero de la mansión estaba desierto. Hasta llegar a la puerta de los aposentos de los hombres, no se movió nada en el amplio jardín excepto un gorrión que bebía de una diminuta fuente de mármol. Cuando alargaba la mano hacía el aro de latón, la puerta se abrió por sí sola y el criado que apareció plantado tras ella le informó de que el bajá esperaba a su invitado en el piso de arriba. Cevdet Bey subió las escaleras temiendo hacerlas crujir. En el descansillo otro criado le dijo lo mismo, que el bajá le esperaba. «¡Una familia!», susurró Cevdet Bey. En un rincón sonaba un enorme reloj de péndulo, no se oía nada más. «¡Una familia como un reloj!». Entró en la amplia sala, pero no pudo ver nada sino el mobiliario.
Miró a izquierda y derecha: vio sillas, divanes, sillones, lámparas. Hacía fresco allí. Paseó por entre los muebles. Miró un cuadro colgado de la pared y pensó que había gente a la que le emocionaba contemplar cosas así. Observó los sillones dorados con patas parecidas a garras de felino. En un rincón había un baulito con incrustaciones de nácar. Preguntándose para qué serviría, se giró al ver sobre una silla el mismo tipo de objeto de nácar. También los había en un sillón y sobre un diván. Luego se asustó de repente: había alguien acostado en el diván. Lo reconoció: era Şükrü Bajá. Se quedó petrificado, incapaz de pensar. Se le ocurrió que debería salir. Esperó un rato ante la puerta. El reloj seguía sonando. Hizo acopio de valor, volvió a entrar y, colocándose al lado del bajá, tosió con todas sus fuerzas.
—¡Ah! Sí. ¡El novio! —murmuró este poniéndose en pie. Y al ver a Cevdet Bey—: Ven, hijo, ven, no estaba dormido, solo estaba dando una cabezada.
—¿Seguro que no estaba durmiendo, bajá? —dijo Cevdet Bey acercándose al anciano.
—A eso no se le llama dormir, sino quedarse traspuesto. Me he pasado un poco con el almuerzo. —Y al ver que Cevdet Bey se inclinaba sobre su mano—: No, no, ni hablar. —Pero no se resistió—. Ojalá haya muchos que te besen a ti también la mano, hijo. ¿Y cómo es que no has venido a comer?
—No sabía que estuviera invitado, bajá.
—¿Cómo? ¿No te lo ha dicho Bekir? —protestó Şükrü Bajá, aunque por lo artificial de su enfado podía verse que acababa de recordar que no había invitado a comer a Cevdet Bey—. Luego le ajustaré las cuentas. ¡Te has perdido el almuerzo! Pero ¿qué se le va a hacer? A uno le apetece charlar, ¿verdad? ¡El café es una excusa! —lo dijo con un gesto de la mano que indicaba que no tenía ninguna importancia—. Bueno, ¿café o coñac? Espera, vamos a tomar un licor de café, ¿no? ¿Por qué no te sientas? —Bostezó, estirándose—. ¡Ay, Dios, parece que se me ha ido un poco la mano con la comida! —Llamó a un criado. Pidió café y licor. Luego se volvió hacia Cevdet Bey—: Qué calor, ¿verdad?
—Sí, mucho —contestó.
—No hay quien salga a la calle con tanto calor —dijo el bajá, aunque luego se corrigió—: Por lo menos, yo no. ¿Y qué has hecho hoy, vamos a ver?
Cevdet Bey le relató su mañana sin darle demasiada importancia a su hermano y su enfermedad, dándosela más de lo debido a que había almorzado en el club y sin mencionar su viaje a Haseki.
—¡Bravo! ¡Me gustas! —dijo el bajá, y luego rebajó el tono de su elogio—. Pero eres joven y, por supuesto, activo. —Adoptó un gesto infantil—: ¿Cuántos años tienes?
—Treinta y siete.
—Cuando yo tenía tu edad, o cuatro o cinco años más, fui ascendido a la categoría de visir, alabado sea Dios. Pero eran otros tiempos. Ahora uno tiene que trabajar más, que luchar más… Y además tuve suerte… ¿Para qué te cuento todo esto? —Sonrió con el mismo gesto pueril. Se rascó la punta de la barba—. Ven aquí a mi lado, ven aquí. Te has sentado en un sitio donde no puedo verte la cara.
Sudando, Cevdet Bey pasó al extremo del diván en que hacía un instante el bajá estaba dormido, a su lado. Llegaron los cafés y los licores en vasitos de cristal.
—¿Te gustaba el licor de fresas? —preguntó el bajá. Llamó al criado, que estaba saliendo de la habitación—. Tráenos más licor. ¡O mejor, la botella! —Se acabó su copa de un trago. Luego miró a Cevdet Bey como implorándole que le contara algo, que le entretuviera—: ¿Y qué más has hecho, vamos a ver?
—La tienda me roba mucho tiempo, bajá —respondió Cevdet Bey con su complejo de culpabilidad.
—Ah, la tienda… ¡La tienda! ¿A quién ves? ¿Quiénes son tus amigos?
—Comerciantes… ¡Ese Fuat Bey del que le he hablado!
—Ese Fuat Bey es de Salónica, ¿no?
—Sí, bajá.
—Mmm… ¿Y qué dice? ¿Qué dice del asunto de la bomba?
—No sabe nada, bajá. ¡No hablamos de eso!
—¿No hablasteis o no sabe nada?
—No hablamos, bajá.
—Y, si no hablasteis, ¿cómo te diste cuenta de que no sabía nada? —El bajá lanzó una carcajada al ver el desconcierto de Cevdet Bey. Estaba claro que el estallido de risa se debía a que estaba orgulloso de su inteligencia. Y lo celebró vaciando el vaso de licor de un trago. Lanzó una carcajada más encontrando cómico el desconcierto de su futuro yerno y le dio una palmada en la espalda—. Bravo, bravo, me caes bien. Calculador y prudente en todo. ¡Así hay que ser!
Cevdet Bey enrojeció.
—Así hay que ser. Me gusta mucho lo prudente que eres. ¡Así debe ser un comerciante! Eres un comerciante musulmán. ¡Para ti es más difícil que para todos los demás! Y lo has logrado, ¡bravo! Antiguamente solo ganaban dinero los infieles o los funcionarios ambiciosos y sinvergüenzas. Ahora es el momento de la gente como tú. Y tú eres trabajador, cuidadoso, y no eres extremista. —Miró sonriente el vasito de licor que había vuelto a vaciar—. ¡Qué pequeños son! ¡Ni notas que estás bebiendo! Sí, no eres extremista. Y eso es muy importante. Porque aquí todo el mundo enseguida lo lleva todo al extremo. Y además hay que saber mantener la boca cerrada. Eso es tan importante en el comercio como en la política. —Se llenó de nuevo la copa y otra vez la vació de un trago—. Sí, mantener la boca cerrada. Y como he bebido tanto, te lo voy a contar. Mi vida se ha ido al traste porque no supe mantener la boca cerrada. Te lo voy a contar. —De repente el bajá revivió. Cambió de postura en el diván. Se llenó otra vez la copa y empezó a hablar—: Fui ministro gracias a la protección del difunto Rüştü Bajá… Ministro de esto… de Fundaciones Pías. No habían pasado seis meses cuando sucedió el caso de Ali Suavî. Nos enteramos del asunto y, no sé cómo, fui a la carrera con el gran visir desde la Sublime Puerta a Palacio. También a mí me admitieron ante la presencia del sultán. El gran visir hablaba con él y yo estaba escuchándoles sin abrir el pico. En cierto momento, Nuestro Señor dijo: «Claramente, la idea de esos individuos era derrocarme, y en todo esto debe de andar la mano de algunos ministros». ¡Se equivocaba! ¡Y a ti qué si se equivocaba, Şükrü! ¡Pues no! No supe mantener la boca cerrada, y con la impulsividad de la juventud dije: «Pero, Señor, si hubiera ministros metidos en esto, ¿lo habrían hecho así? O sea, ¿cómo iban a intentar algo tan gordo con cuatro gatos?». Y asusté a Nuestro Señor. «Este muchacho sabe cómo derrocar a un sultán», pensó. «Lo sabe, es peligroso», pensó. De inmediato destituyó al gran visir. Se formó un nuevo gobierno. ¡Ningún puesto para mí! Han pasado veintisiete años. ¡Siguen sin darme un ministerio! En estos veintisiete años he sido gobernador de Erzurum y Konya. He sido embajador en París. Siempre esperando, pero no me dieron un ministerio. ¿Por qué? Porque no supe mantener la boca cerrada. —De repente lanzó otra carcajada, pero luego se entristeció—. ¡Y con la de servicios que hice en provecho de Nuestro Señor! —Guardó silencio un rato. Luego preguntó—: ¿Así que no sabes qué dicen sobre lo de la bomba?
—No, no lo sé —contestó Cevdet Bey.
—¡Mejor! Y si lo sabes, no se lo digas a nadie. Vas a ser mi yerno, me gustas, me caes bien. Te voy a dar un consejo: ¡no te fíes de nadie! Especialmente de los que van hablando por ahí. Porque las cosas andan muy raras. Todo quisque se ha hecho revolucionario. Lo sé, eres un hombre prudente, no te dejarás llevar, pero, de todas maneras, ¡ten cuidado! Si ves u oyes algo en cualquier sitio, es mejor que sepas que quieren enredarte. ¡No les dejes que te enreden! Verás que sus intenciones son malas y quieren sumirte en el pecado, entonces echa a correr y cuéntaselo todo a alguno de tus superiores. ¡Eso es lo que le han hecho a mi hijo! Parece que a mi hijo pequeño le ha dado por esos asuntos. Estudia en la Escuela Militar de Medicina. Los jueves y viernes llena la casa de compañeros suyos. Se encierran en su habitación, fuman y hablan en susurros durante horas. Si entro de repente en su cuarto se callan al momento. Y además un par de ellos me miran muy mal. Son jóvenes, fogosos, se excitan y hay que comprenderlo. Pero ¿se lo tomará así todo el mundo? Mi hijo es muy inocente. No sabe de maldades ni intrigas. Pero ¿se lo tendrán en cuenta? Y yo, para que no le pase nada, para que no le malinterpreten, escribo a Palacio informando de todo. Porque el muchacho es muy inocente, es incapaz de pensar y en el momento más imprevisto se habrá metido en problemas. ¿Verdad?
—Sí, bajá.
—¡Pero si todavía no te has tomado esa copa siquiera! Tómatela para que te ponga otra. Sí, mi hijo es así, un poco tontorrón. Para qué voy a mentir, la madre de mis hijos, lo que se dice guapa, lo era, pero también un poco dura de mollera. La de mis hijas sí que es lista. Es ella quien se hace cargo de este caserón. Mi hijo pequeño es muy inocente. De hecho, mi corazón, y esto solo te lo digo a ti, está con el mayor. Ese será un hombre de mundo. ¡Ha salido a su padre! Es un pequeño funcionario en la Oficina de Traducciones, ¡pero sabe vivir! ¡Por eso me gusta! ¡Todo un galán! Sube a Çamlıca, baja a divertirse a Kağıthane… Va a Beyoğlu… Tiene muchos conocidos. Conoce a todo el mundo y todos le conocen a él, y le quieren, pero, mira, tampoco le hace la pelota a nadie; es comedido. Y quiero que sepas que para ascender en la administración, tan importante como la perseverancia y la inteligencia, incluso más, son el entorno y las relaciones. ¡Cuando le veo recuerdo mi propia juventud! ¿Qué visir protegerá a mi hijo? Porque eso también es necesario. En el comercio uno puede ser un poco independiente, pero en política, en esta administración, ¡es imposible! Yo estoy acabado. No se han acordado de mí en treinta años y no se van a acordar ahora. Si por lo menos, me digo, el bajá que le proteja es un buen tipo… —Se llenó de nuevo la copa lanzando una carcajada—. Porque bajo la protección de un mal bajá uno se desperdicia; ¡sería una pena! ¡Y con lo que le gusta la buena vida a mi hijo! —Se puso serio al acordarse de algo—. Teníamos un coche y él lo había arreglado a su gusto. No le puso los caballos parejos, sino uno pardo y el otro negro. Por desgracia, lo vendí. Porque era demasiado gasto. Encima, eso también debo decírtelo, esta casa tiene muchos gastos. Y Nigân ha crecido en este ambiente. Así que tendrás que andarte con cuidado. Hemos vendido un coche. Vamos a vender el palacete de Çamlıca… No sé si me explico.
—Le entiendo, bajá.
—¡Bravo! Yo también lo entiendo —dijo Şükrü Bajá riéndose—. Nuestra época está tocando a su fin. Le han puesto una bomba al gran Abdülhamit. Todo el mundo es revolucionario. Nadie está contento con la situación. ¿A quién se le habría ocurrido que iban a ponerle una bomba a Abdülhamit? Él también caerá de cabeza, lo derribarán y adiós. No se ha acordado de mí en veintisiete años. Pero tengo que confesarte algo, no soy ingrato, todos los honores de los que he gozado, los he tenido en sus tiempos. Ministro, bajá y, aunque no tenga tanta importancia, gobernador y embajador. No me preocupan demasiado mis hijas ni mis hijos. Cuando era gobernador compré tierras baratas en Erzurum. «Cómpralas», me dije. Las lleva un capataz. Él toma lo suyo y nos manda algo a nosotros. Ya verás como eso también desaparecerá. ¿Hay algo que pueda aguantar los gastos de este caserón? Ajá, eso decía, estoy muy contento contigo. No tengo ninguna duda sobre el futuro de Nigân.
—Gracias, bajá —dijo Cevdet Bey ruborizándose.
—¡Y qué decir de tus buenas maneras! ¡Pero si no te has tomado tu copa! Eres muy prudente, mucho, mucho.
El bajá movía la cabeza a derecha e izquierda.
Avergonzado, Cevdet Bey empinó la copa. El licor era una cosa dulce y pegajosa.
—¡Bravo! ¿Te vas a morir por beber ese poquito? Trae la copa para que te la vuelva a llenar. ¡Relájate un poco, hijo! Comprendo que me tienes respeto y por eso no bebes delante de mí. ¡Me he dado cuenta y me gusta! Pero ya hemos acabado con eso y hemos empezado a ser amigos. Dime, ¿tú cómo te diviertes, vamos a ver? ¿Eres un galán, cómo te desahogas?
—¡Como si me quedara tiempo para eso, bajá! —dijo Cevdet Bey.
—¡Vamos, vamos! ¡Que no te dé vergüenza!
—Se lo digo en serio, bajá. Antes iba a Şehzadebaşı, pero ahora ni eso puedo hacer.
—Pero, mira, te ríes —dijo el bajá moviendo de nuevo la cabeza a izquierda y derecha—. Esa es una risa de galán, lo sé.
Cevdet Bey se asustó intuyendo por primera vez que despreciaba al bajá y que bien podría empezar a sentir menos respeto por él.
—¡Te callas! ¿Por qué? ¡Mira, eso también es ser extremista! —dijo el bajá—. ¿Cómo que no? Yo, gracias a Dios, he vivido lo mío. He saboreado hasta hartarme los placeres del mundo. Pero ¿tú? No, no, seguro que tú también haces algo, pero… —Y, al ver la expresión sombría de Cevdet Bey, dijo—: Bueno, bueno, dejo el tema. —Frunció el ceño—: ¡Pero es que no hay quien chismorree un poco contigo! De hecho, solo he hablado yo y tú no has hecho más que escuchar. Pues si no vas a hablar, ¡ven que juguemos al chaquete entonces! ¿Tienes una buena muñeca?
—¡No sé! —contestó Cevdet Bey con la misma expresión sombría.
Se sentaron a jugar.