XII
Voy por la calle hasta la pastelería Rooneem y me siento en una de sus mesitas con una taza de café. Rooneem es una pastelería estonia donde habitualmente puedes encontrar a una ama de casa mediterránea vestida de negro, a un niño mirando los pasteles, y a un hombre hablando solo.
Me siento donde pueda ver la calle. Tengo la sensación de que X está en algún lugar de la vecindad. Digamos en esta ciudad, a ciento cincuenta kilómetros, a mil quinientos kilómetros. Él no sabe mi dirección, pero sabe que estoy en Toronto. No sería tan difícil encontrarme.
Al mismo tiempo pienso en que tengo que liberarme. Lo que hay que decidir, realmente, es si volverse loca o no, y yo no tengo aguante, ni el puro y desbordante deseo, para una locura prolongada.
Hay un límite para la cantidad de sufrimiento y desorden que uno puede soportar por amor, del mismo modo que hay un límite para la cantidad de desorden que se puede esperar de una casa. No se puede conocer el límite con antelación, pero lo sabes cuando has llegado a él. Yo lo creo.
Cuando empiezas realmente a liberarte, así es como es. Un pequeño dolor, furtivo, que te punza cuando no te lo esperas. Luego una levedad. La levedad es algo en lo que pensar. No es sólo un alivio. Hay una extraña clase de placer en ella, no un placer autohiriente ni malicioso, nada personal en absoluto. Es un placer innecesario al ver cómo el planteamiento no encajaría, y la estructura no resistiría, el placer de considerar, de nuevo otra vez, todo lo que es contradictorio, permanente e irreconciliable en la vida. Eso creo. Creo que hay algo en nosotros que quiere que lo tranquilicen sin cesar acerca de todo eso y en guerra contra todo lo que haya que necesite perspectivas permanentes y mucha discusión.
Pienso en mi sueño blanco y en cómo parecía fuera de lugar. Me llama la atención que el orden erróneo sea la clave en el amor, el núcleo del problema, pero como alguien borracho o alto, no puedo entender completamente lo que veo.
Lo que necesito es un descanso. Una clase de descanso deliberado, con nuevas definiciones de suerte. No la clase de suerte de la que Dennis hablaba. Una tiene suerte por estar sentada en Rooneem tomando café, con personas que entran y salen, que comen y beben, que compran pasteles, que hablan en español, portugués, chino y en otras lenguas que puedes tratar de identificar.