XI

He tenido un agradable sueño que parece lejos de mi estado despierto. X y yo, y alguna otra gente a quien yo no conocía, o que no puedo recordar, llevábamos decentes conjuntos de ropa interior, que en algún momento se convertían en diáfanas y brillantes ropas blancas, y éstas resultaban ser no sólo ropas, sino nuestras esencias, nuestra carne y nuestros huesos y, en cierto modo, nuestras almas. Tenían lugar abrazos que comenzaban con la habitual premura, pero que se transformaban, por la ligereza y la dulzura de nuestra esencia, en un raro estado de satisfacción. No lo puedo describir muy bien, parece como una película del cielo en sueños, todo trivialidad e inocencia. Así supongo que fue. No puedo pedir disculpas por la banalidad de mis sueños.