III

Le llamaré X, como si fuese un personaje de novela antigua, que pretende ser real. X es una letra de su nombre, pero también lo escojo porque parece irle bien. La letra X me parece expansiva y reservada. Y el utilizar sólo la letra, el no necesitar un nombre, está en consonancia con un sistema que empleo a menudo actualmente. Me digo a mí misma: «Autobús de Bardon, n.° 144» y veo toda una sucesión de escenas. Las veo en detalle, calles y casas. La Trobe Terrace, Paddington. Escuelas como bungalows agradables, oficinas de apuestas, árboles franchipanieros que dejaban caer sus flores enceradas, fácilmente estropeadas y muy fragantes. Era en ese autobús en el que fuimos hasta el centro, cuatro o cinco veces en total, llevando nuestras bolsas de red, para comprar comestibles en Woolworths, carne en Coles, dulce de regaliz y chocolate de jengibre en la confitería. Gran parte de la ciudad está construida sobre colinas entre hondonadas, de modo que daba una sensación de atravesar pueblos de montaña populosos pero medio desiertos en el centro de la ciudad, con su turbio río y su estado ruinoso, agradable y colonial. En un tiempo tan corto todo parecía notablemente familiar y sin embargo no se confundía con nada que hubiésemos conocido en el pasado. Nos parecía conocer las vidas de las amas de casa con sombreros de sol que iban con nosotros en el autobús, conocíamos los interiores de las casas con las persianas bajadas y protegidas contra el sol, levantadas sobre postes de madera por encima de las hondonadas, conocíamos las calles que no podíamos ver. Esta familiaridad no era opresiva, sino deliciosa, y había en ella una ligera peculiaridad, como si la hubiésemos logrado de una forma que no comprendíamos. Actuábamos en medio de una cómoda domesticidad, con una sensación de seguridad perfecta, una seguridad que no habíamos sentido, o eso nos dijimos, en ninguno de nuestros arreglos domésticos legales, ni en ninguno de los lugares a los que pertenecíamos de manera más adecuada. Tuvimos unas vacaciones ligeras de espíritu, sin la sensación de vacaciones sin nada en qué ocuparse. Cada día X iba a la universidad y yo iba al centro, a la biblioteca de investigación para mirar viejos periódicos microfilmados.

Un día fui al cementerio de Toowong para buscar algunas tumbas. El cementerio era más espléndido estando peor arreglado de lo que lo están los cementerios en Canadá. Las inscripciones en algunas de las magníficas lápidas blancas eran de una sorprendente informalidad: «Nuestra maravillosa mami» y «Un gran tipo». Me pregunté qué significado tendría eso para los australianos, y luego pensé que siempre nos estamos preguntando lo que significan las cosas en otro país, y que hablaría de ello con X.

El sepulturero salió de su casita para ayudarme. Era un hombre joven, con pantalón corto y un velero con las velas desplegadas tatuado en el pecho. «Australia Felix» era su nombre. Una chica de un harén en la parte interior del brazo, y un guerrero pintado en la superior. El otro brazo estaba decorado con dragones y estandartes. Un mapa de Australia en el dorso de una mano, la Cruz del Sur en el dorso de la otra. Yo no quería mirarle las piernas, pero me dio la impresión de que llevaba complicadas escenas como una tira cómica vertical, y una cadena de medallones entrelazados con flores, que quizá contenían nombres de chicas. Tuve buen cuidado de fijarme bien en todo, por el placer de llegar a casa y contárselo a X.

Él también traía sus cosas a casa: conversaciones en el autobús, derivados de palabras, relaciones que había encontrado.

No teníamos miedo de utilizar la palabra amor. Vivíamos sin responsabilidad, sin un futuro, en libertad, con generosidad, en celebración constante pero no aburrida. No teníamos ninguna duda de que nuestra felicidad duraría el tiempo preciso. La única cosa que nos reprochábamos era la pereza. Nos preguntábamos si más tarde lamentaríamos no haber ido a los Jardines Botánicos a ver el loto en flor, o no haber ido juntos a ver una película; estábamos seguros que pensaríamos en más cosas que nos gustaría habernos contado el uno al otro.