II

Este verano estoy viviendo en Toronto, en el piso de mi amiga Kay, terminando un libro de la historia de una familia que una gente rica me paga para que escriba. La pasada primavera, por este libro, tuve que pasar algún tiempo en Australia. Allí me encontré con un antropólogo a quien había conocido superficialmente, años antes, en Vancouver. Entonces estaba casado con su primera esposa (ahora está casado con la tercera) y yo estaba casada con mi primer marido (ahora estoy divorciada). Ambos vivíamos en Fort Camp, la residencia de los estudiantes casados de la universidad.

El antropólogo había estado investigando grupos lingüísticos en la zona norte de Queensland. Iba a pasar unas semanas en la ciudad, en una universidad, antes de reunirse con su esposa en la India. Ella estaba allí con una beca, estudiando música india. Es la nueva clase de esposa con verdaderos intereses propios. Su primera mujer había sido una chica con un trabajo, que le ayudaba a terminar la carrera, y que luego se iba a quedar en casa a tener hijos.

Nos encontramos en el almuerzo del sábado, y el domingo fuimos de excursión río arriba, en un barco lleno de familias ruidosas, a una reserva animal. Allí observamos osos australianos acurrucados como morcillas de sangre, y emús malhumorados y cursis, paseamos bajo un emparrado de flores brillantes y desconocidas, y nos hicimos fotos con osos koalas. Nos pusimos al día de nuestras respectivas vidas, con bromas, pasajes sombríos, y animada simpatía. En el viaje de vuelta bebimos ginebra en el bar del barco, y nos besamos, e hicimos de nosotros un dulce espectáculo. Era casi imposible hablar por el ruido de los motores, los bebés que lloraban, los niños que gritaban y se perseguían, pero él dijo:

—Por favor, ven a ver mi casa. Me han prestado una. Te gustará. Por favor, no puedo esperar para preguntártelo, por favor, ven y vive conmigo en la casa.

—¿Debería hacerlo?

—Me pondré de rodillas —dijo, y lo hizo.

—¡Levántate, compórtate! —le dije—. Estamos en un país extranjero.

—Eso significa que podemos hacer lo que nos plazca.

Algunos de los niños habían parado de jugar para mirarnos fijamente. Parecían escandalizados y serios.