24 de octubre de 1886
Querido señor Drake:
El Estado Mayor me ha comunicado que ha recibido usted una solicitud de servicio de nuestra oficina en nombre de Su Majestad, pero tengo entendido que todavía no se le ha notificado cuál es el carácter de su misión. Me dirijo a usted para explicarle los detalles y la urgencia de un asunto de máxima gravedad, y para instarlo a presentarse en el Ministerio de Defensa, donde recibirá más información, que le ofreceremos el coronel Killian, jefe de operaciones de la División de Birmania, y yo mismo.
A continuación le haré un breve resumen de lo sucedido hasta ahora. Como supongo que ya sabrá, desde que hace sesenta años ocupamos las regiones costeras de Birmania hasta la reciente anexión de Mandalay y la Alta Birmania, Su Majestad ha considerado que la ocupación y la pacificación del territorio son fundamentales para la seguridad de nuestro Imperio en toda Asia. Pese a nuestras victorias militares, hay diversos acontecimientos que ponen en grave peligro nuestras posesiones birmanas. Informes recientes de nuestros servicios de inteligencia han confirmado la consolidación de fuerzas francesas a lo largo del río Mekong, en Indochina, mientras que dentro de la propia colonia las sublevaciones de nativos amenazan nuestro dominio en las provincias más apartadas.
En 1869, durante el reinado del rey birmano Mindon Min, destinamos a Birmania al comandante médico Anthony Carroll, licenciado en el University College Hospital de Londres. En 1874 fue trasladado a un remoto puesto del estado de Shan, en la región más oriental de la colonia. Desde su llegada, Carroll se convirtió en un elemento indispensable para el ejército, y no sólo en lo referente a su especialidad, la medicina. Ha conseguido establecer importantes alianzas con algunos príncipes nativos, y, pese a encontrarse lejos de nuestro puesto de mando, su emplazamiento proporciona una vía de acceso esencial a la zona sur de la meseta Shan y la posibilidad de desplegar tropas con rapidez hasta la frontera siamesa. Los detalles de su éxito son muy poco corrientes, y cuando se presente usted en el Ministerio de Defensa será oportunamente informado de ellos. Lo que ahora inquieta a la Corona es una peculiar solicitud del comandante médico recibida el mes pasado. Ese comunicado fue el último de una serie un tanto desconcertante, relacionada con su interés por un piano.
El motivo de nuestra preocupación es el siguiente: pese a estar acostumbrados a peticiones poco comunes de Carroll relativas a sus investigaciones científicas, nos dejó perplejos una carta del pasado mes de diciembre que solicitaba la compra y entrega inmediata de un piano de cola Erard. Al principio el comandante de Mandalay se mostró escéptico, hasta que dos días más tarde llegó una segunda misiva por mensajero, que insistía en la seriedad del encargo, como si Carroll hubiera adivinado la incredulidad que la primera iba a provocar en el Estado Mayor. Nuestra respuesta (que era imposible enviárselo) tuvo como réplica, una semana más tarde, la llegada de otro agotado mensajero. Traía una sencilla nota cuyo contenido vale la pena reproducir literalmente:
Caballeros:
Con el debido respeto hacia ustedes, por la presente vuelvo a solicitar un piano de cola Erard. Soy consciente de la importancia que mi puesto tiene para la seguridad de esta región. Para que no vuelvan a menospreciar la urgencia de mi demanda, les aseguro que si no lo recibo en el término de tres meses, renunciaré a mi plaza. Sé que por mi rango y mis años de servicio me corresponden una licencia honrosa y una suculenta pensión, en caso de que decidiera regresar a Inglaterra.
Comandante médico Anthony J. Carroll
Mae Lwin, estado de Shan
Como podrá imaginar, esta carta provocó una gran consternación en el Estado Mayor. El comandante médico había sido un irreprochable servidor de la Corona; tenía una hoja de servicios ejemplar y, sin embargo, era consciente de que dependíamos de él y de sus alianzas con los príncipes nativos, y de lo cruciales que eran esos pactos para cualquier potencia europea. Tras el oportuno debate, aprobamos su reclamación, y en enero le enviamos por barco un piano de cola Erard de 1840, que llegó a Mandalay a principios de febrero, y que el propio Carroll transportó hasta su campamento en elefante y a pie. En los meses posteriores siguió realizando correctamente su labor, y avanzó de forma notable en el estudio de rutas de abastecimiento por la meseta Shan. Pero el mes pasado recibimos otra instancia suya. Al parecer, la humedad ha dilatado la caja del Erard, que se ha desafinado, y todos los intentos que se han llevado a cabo para arreglar el instrumento han fracasado.
Y llegamos al motivo de esta misiva. En su carta, Carroll especificó que necesitaba un afinador especializado en Erards. Nosotros le respondimos que quizá hubiera formas más sencillas de repararlo, pero él se mantuvo inflexible. Al final cedimos y, tras realizar un sondeo de los profesionales de Londres, conseguimos una lista de varios artesanos de eficacia comprobada. Como usted ya debe de saber, la mayoría de sus colegas son de edad muy avanzada y no están para aventuras. Tras una investigación más detallada obtuvimos su nombre y el del señor Claude Hastings de Poultry, de Londres. Usted figura como experto en pianos de cola Erard, por lo que nos pareció apropiado solicitar sus servicios. Si rechaza usted nuestra propuesta, nos dirigiremos al señor Hastings. La Corona está dispuesta a reembolsarle una cantidad equivalente a un año de trabajo por un encargo de tres meses.
Señor Drake, su habilidad y su experiencia lo capacitan para esta misión, de extrema importancia. Le rogamos que se ponga en contacto con nuestra oficina tan pronto como le sea posible para discutir este asunto.
Atentamente,
Coronel George Fitzgerald
Director adjunto de Operaciones Militares
Ministerio de Defensa
División de Birmania y las Indias Orientales
La tarde estaba entrada. Los últimos rayos de sol se colaban por un ventanuco e iluminaban una pequeña habitación llena de armazones de pianos. Edgar Drake, afinador y especialista en Erards, dejó la carta encima de la mesa. «Un Erard de cola de 1840 es una preciosidad —pensó; dobló la hoja y se la guardó en el bolsillo de la chaqueta—. Y Birmania está lejos».