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Viena, 25 de diciembre de 1784
Constance y el pájaro Star advirtieron la transformación de Wolfgang. Una nueva luz animaba su mirada.
—La puerta del templo se ha abierto —le reveló a su esposa— y he comenzado a recorrer un larguísimo camino.
Wolfgang le escribió a su padre[165] para evocar el acontecimiento que acababa de modificar tan profundamente su existencia. Le habló de los ideales de la francmasonería y de las innumerables riquezas que la iniciación ofrecía.
Mucha gente importante y algunos grandes señores eran francmasones, reveló. En la logia, olvidaban títulos y privilegios y se convertían en hermanos. Y él, un simple músico, era su igual. Cada cual tenía su lugar, en función de su edad masónica y de su grado simbólico.
¿Percibiría Leopold la importancia de tales descubrimientos? Si la respuesta era afirmativa, Wolfgang seguiría abriéndole su corazón.
Viena, 26 de diciembre de 1784
Con ocasión de una breve estancia de Joseph Haydn en Viena, Wolfgang no pudo evitar hablarle de lo esencial.
—Acabo de vivir momentos extraordinarios.
—Parecéis trastornado, en efecto. ¿Nada grave?
—Al contrario, ¡una fabulosa felicidad!
—Dejad que lo adivine: ¿el emperador os ha encargado una ópera alemana?
—¡Mejor aún!
Haydn buscó en vano.
—Soy Aprendiz francmasón —declaró Mozart.
El maestro quedó intrigado.
—En Viena se habla mucho de esa sociedad secreta. Según distintos rumores, es probable que el emperador apruebe su existencia ya que se muestra favorable a su política liberal y no ahorra críticas contra una Iglesia cerrada a cualquier progreso.
—La iniciación va mucho más allá de esos problemas temporales —afirmó Wolfgang—. Lleva hacia la luz y hacia el conocimiento, abre el espíritu a realidades insospechadas.
—El mundo que describís me parece demasiado maravilloso.
—Se convierte en eso, si dejas de ser ciego para contemplar el universo de los símbolos y hablar el lenguaje de la fraternidad.
—La fraternidad… ¿No se trata de una utopía?
—Sin la iniciación, ciertamente. Incluso con ella es un ideal difícil de alcanzar. Pero la logia nos despoja de nuestros artificios y nuestros disfraces. ¿No es un músico, también, un constructor al servicio del Gran Arquitecto del Universo?
—¿Realmente esa iniciación os permitirá profundizar en vuestro arte?
—Estoy convencido de ello. Y me satisfaría contaros entre mis hermanos.
El aspecto directo de la invitación, característico de Mozart, no escandalizó a Joseph Haydn, que detestaba, también, los sobreentendidos y los rodeos.
—Si lo he entendido bien, abogaréis en mi favor.
—Será tarea fácil, pues todos os aprecian y os admiran. Os bastará con presentar la candidatura.
—¿Y someterme a ciertos rituales?
—No es una sumisión, sino una elevación. En vez de encadenamos al modo de los prejuicios, las creencias y las convenciones, los ritos nos liberan.
—¡Qué satisfacción para un músico-lacayo, que es lo que he sido toda mi existencia! ¿Habéis conocido a los grandes de este mundo?
—¡A nobles de todo tamaño! —exclamó Wolfgang.
—¿Siguen siendo tan pretenciosos?
—Príncipes, barones y condes aprenden a convertirse en hermanos.
—¿Y los eclesiásticos?
—Son escasos y buscan un acercamiento a lo divino que amplíe su alma.
—¿Una logia está sólo compuesta por individuos perfectos?
—Al contrario, puesto que son conscientes de su imperfección y se reúnen, precisamente, para combatir juntos. Pero todo eso es una nadería ante la iniciación y las inmensas perspectivas que nos abren.
—Me intrigáis, Mozart.
—He tenido la suerte de conocer a seres excepcionales y de poder actuar, ahora, con ellos, fraternalmente. ¡Este año me ha procurado tanta felicidad! De vez en cuando, siento vértigo.
—Lo merecéis, y el destino os concederá más aún.
Bruscamente, el rostro de Joseph Haydn se ensombreció.
—Mi lugar de trabajo está lejos de Viena… ¿Son frecuentes las reuniones?
—Cada logia fija su calendario de lo que se denominan Tenidas.
—¿Cuál me aconsejáis?
—La Verdadera Unión. Cuenta con un buen número de músicos y os gustará.
—¡Debo pensarlo! Gracias por vuestra confianza y vuestra amistad, Mozart. Me llegan al corazón.
Su padre y Joseph Haydn. Wolfgang no lamentaba haberse confiado a esos dos seres a quienes quería.