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Viena, 1 de noviembre de 1784
Un hombre de edad al que no conocía vendó los ojos de Wolfgang, lo cogió de la mano, lo introdujo en una sala que le pareció muy amplia y lo ayudó a sentarse en una silla.
—Profano —dijo una voz severa—, os acoge un templo. Aquí están reunidos algunos hermanos en busca de la Luz y el conocimiento. Quieren sondear vuestro corazón y vuestro espíritu para saber si realmente deseáis compartir su Búsqueda. Os ruego, pues, que les respondáis sinceramente. Tras esta prueba, adoptaremos una decisión por unanimidad. O nuestros caminos se separarán o seréis admitido entre nosotros. Y ese juicio será inapelable. He aquí la primera pregunta: ¿qué es la iniciación?
Wolfgang tuvo la impresión de hacerse un lamentable embrollo. No encontraba las palabras, mezclaba las ideas y no se expresaba como habría deseado. Sin embargo, gracias a la venda, miraba en su interior y permanecía concentrado.
A pesar de la intensidad de aquellos instantes, a pesar del miedo a fracasar y de la necesidad de responder a numerosas y variadas preguntas sobre su pensamiento, su existencia, sus gustos, su concepción de la música, sus cualidades, sus defectos y muchos otros temas, sintió cierto desapego, como si aquello no le concerniera de modo directo.
A su alrededor, ninguna energía negativa, sólo seres que lo escuchaban con atención y, lejos de juzgarlo, intentaban comprenderlo y saber si lograría seguir la senda iniciática.
—Os agradecemos que hayáis aceptado hablar sin ambages —concluyó la voz grave—. Vamos a acompañaros hasta el exterior. Dentro de algún tiempo os haremos saber el resultado de nuestra votación.
Ayudaron a Wolfgang a levantarse y a salir de la sala. Luego, el mismo hombre de edad le quitó la venda y, sin decirle una sola palabra, le abrió la puerta de la morada en la que había sido convocado.
Llovía.
Wolfgang no regresó directamente a casa, pues sentía ganas de vagabundear por las calles de Viena.
Ahora, su destino estaba sellado. Si la logia rechazaba su candidatura, no cruzaría el umbral del templo y nunca más vería a Thamos el egipcio. Si los hermanos lo acogían entre ellos, una nueva vida comenzaría, una vida que iba a dar sentido a todas sus experiencias pasadas y le desvelaría nuevos horizontes cuya presencia percibía sin distinguirlos claramente.
Su destino quedaba sellado, y él ignoraba la decisión. ¿Cómo conciliar el sueño en esas condiciones?
Viena, 2 de noviembre de 1784
—¡Tienes los ojos enrojecidos, pero estás muy pálido! —advirtió Constance, inquieta—. ¿Te encuentras mal?
—No, simplemente he dormido mal.
—¿Por lo de tu extraña velada?
—¡No puedes imaginar el peso de la incertidumbre! Ser el último en saber es una verdadera prueba.
Wolfgang improvisó al clavecín. Seducido por una melodía, el pájaro Star la cantó.
—¿Una buena señal?
—Voy a pasear.
Puesto que no lograba concentrarse y no podía estarse quieto, el compositor pensaba caminar hasta agotarse.
Ante la catedral de San Esteban estaba Thamos.
—Hermoso día —estimó el egipcio—. Un sol generoso, una temperatura adecuada.
Wolfgang fue incapaz de contener la pregunta que le abrasaba los labios.
—¿Tenéis… el veredicto?
—Claro, puesto que estaba presente.
—¿Queréis… comunicármelo?
—Querer no es el término exacto.
—¿Cuál debo utilizar?
—En realidad, Wolfgang, mis hermanos me han confiado el deber de anunciarte el resultado de sus deliberaciones.
Puesto que el rostro de Thamos permanecía indescifrable, el compositor temió lo peor.
No, imposible… ¡Su sueño no iba a derrumbarse así, en un segundo!
Thamos posó la mano en el hombro del Gran Mago.
—La logia La Beneficencia ha decidido iniciarte.
Wolfgang era incapaz de expresar lo que sentía. Se trataba de una alegría desconocida, tan poderosa que tenía la impresión de emprender el vuelo por encima de las montañas.
—Es el comienzo de un inmenso viaje, y no su final —precisó Thamos.
—Si supierais…
—Lo sé, Wolfgang. También yo he vivido este momento. No olvides nunca su sabor. Aunque los iniciados sean a menudo decepcionantes, la iniciación, en cambio, no te decepcionará nunca. Ahora queda por cumplir una última formalidad: tu carta de candidatura.
—¿Cuándo seré iniciado?
—La logia elegirá la fecha.
—¿No será demasiado lejana?
Thamos sonrió.
—Espero que pases la más hermosa de tus Navidades.
Viena, 3 de noviembre de 1784
Profesor de lengua y literatura alemanas, Sulpicio entre los Iluminados, Leopold-Aloys Hoffmann era el secretario de la logia La Beneficencia.
Como tal, enviaba las convocatorias a los hermanos, anotaba en cada Tenida los nombres de los presentes y de los ausentes, redactaba los informes administrativos destinados a la Gran Logia de Austria y recibía las cartas de candidatura.
Aquella mañana, leyó la de Wolfgang Mozart, músico de profesión. Hoffmann había oído hablar del autor de El rapto del serrallo, que no poseía cuartel de nobleza alguna y no figuraba entre las personalidades notables de la corte. En resumen, un recluta sin gran interés para la pequeña logia La Beneficencia, cuya orientación disgustaba a Hoffmann.
Por impulso del Venerable a quien influenciaba Ignaz von Born, se interesaba en exceso por el estudio de los símbolos.
Hoffmann, en cambio, buscaba a amigos bien situados. Además, no soportaba las críticas contra las instituciones ni que se cuestionaran ciertos valores. Esa masonería estaba yendo por mal camino y lo denunciaba confiando en un ex hermano, Geytrand.
Ciertamente, Hoffmann traicionaba su juramento de no revelar nada de lo que oía en la logia, pero una palabra era sólo una palabra y, puesto que desaprobaba las ideas de La Beneficencia, su conciencia lo absolvía.
De acuerdo con la costumbre, tenía que transmitir la candidatura de Mozart a las demás logias de Viena, para obtener su aprobación. A veces, algún hermano manifestaba su oposición. Se le pedía entonces que formulara sus argumentos cuya solidez se verificaba.
Pero aquel trabajo lo aburría. Que su sucesor, nombrado muy pronto, se encargara del asunto Mozart.