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Salzburgo, 10 de agosto de 1783
Leopold estaba muy orgulloso de haber organizado una reunión de trabajo con su hijo y el capellán Varesco, el libretista de Idomeneo, rey de Creta.
—Wolfgang se ha convertido en un compositor aguerrido, muy apreciado por los vieneses. Tras el éxito de El rapto del serrallo, busca una buena historia para ponerle música.
—Yo tengo una —afirmó el religioso salzburgués.
Wolfgang se temió lo peor, y no quedó decepcionado.
—El título resume ya mi obra —precisó Varesco—: La oca de El Cairo. Sorprendente, ¿no?
Ni Leopold ni su hijo reaccionaron.
—He aquí el drama que obtendrá, sin duda alguna, el favor de un amplio público: el marqués don Pippo, viudo, encierra en la torre de su castillo a su soberbia hija Celidora, muy deseada, y a su servidora Lavina, con quien el aristócrata piensa casarse y a la que pone así al abrigo de las tentaciones. Buen comienzo, ¿no?
—Si vos lo decís —concedió Wolfgang.
—Pues aguardad, no se han terminado las sorpresas. Don Pippo ha firmado un contrato con Biondello, enamorado de su hija Celidora. Sólo será suya si consigue penetrar en la torre en el plazo de un año. Fabuloso, ¿no?
El rostro de Leopold permanecía huraño.
—¿Pensáis que es imposible? Pues bien, os equivocáis. Biondello es amigo de Calandrino, enamorado de Lavina, y dispone del apoyo de la pareja de criados al servicio del marqués, sin olvidar la ayuda de una misteriosa gitana, llegada de Egipto y que conoce al dedillo la magia. Con semejante equipo, está convencido de que lo logrará. Para darle más fuerza a la cosa, toda la obra se desarrolla el último día antes de que expire el plazo. Así se mantendrá al público constantemente sin aliento.
—¿Cuántos actos? —preguntó Wolfgang.
—Dos —respondió Varesco—. El primero evoca el fracasado intento del héroe de introducirse en la torre. En el segundo, ¡golpe teatral! El artero Calandrino fabrica una enorme oca donde se oculta Biondello. Y la gitana la ofrece al marqués alabando el mérito de aquella obra maestra procedente de El Cairo. Pasmoso, ¿no? Generoso, don Pippo hace que suban la oca a la torre para distraer a las dos prisioneras.
—Biondello sale de ella, gana la apuesta y se casa con la hija del marqués —afirmó Wolfgang.
—¿Cómo lo habéis adivinado? —se extrañó Varesco.
—Pura intuición.
—Nuevo golpe de teatro: la gitana revela su verdadera identidad. En realidad, es la esposa de don Pippo, a la que creía muerta. Fabuloso, ¿no? Y todo termina bien, porque Biondello se casa con Celidora y Calandrino con Lavina.
Leopold permaneció mudo.
—Serán necesarias numerosas transformaciones —afirmó Wolfgang.
—Ni hablar —objetó Varesco—. Mi libreto me parece perfecto.
—Desde el punto de vista musical, exige varias adaptaciones.
—¡Me niego!
—Sed comprensivo —pidió Leopold—. Una ópera de éxito descansa en la colaboración del compositor y el libretista.
—Tal vez volvamos a hablar de eso —decidió Varesco, ofendido—. Os dejo.
Consternados, padre e hijo se miraron.
—Esa Oca de El Cairo… ¡Es una verdadera tontería! Ni un solo espectador va a creérselo.
—No te muestres demasiado intransigente, Wolfgang. Mejorando la intriga, sin duda podrás sacar algo de ahí.
—¡Es imposible trabajar con ese mediocre!
—Yo le haré entrar en razón.
Salzburgo, 15 de agosto de 1783
El compositor Michael Haydn, uno de los buenos amigos salzburgueses de Mozart, tenía mala cara. Lívido, encorvado, enfebrecido, había perdido toda su alegría de vivir.
—¿Qué te sucede? —se preocupó Wolfgang.
—Tenía que entregar al príncipe-arzobispo seis dúos para violín y viola. Terminé cuatro antes de ponerme enfermo. Le presenté mis excusas de inmediato, rogándole que me concediera un plazo.
—¿Y se ha negado, el tirano?
—Ha exigido la entrega inmediata de los otros dos, pero soy incapaz de proporcionárselos. De modo que ha suspendido mis honorarios y ahora estoy sin un céntimo.
Decididamente, el gran muftí no cambiaba. Cruel, despótico, implacable, seguía martirizando a los músicos que no tenían ni el valor ni la posibilidad de abandonar Salzburgo.
—Estoy acabado, Wolfgang. El príncipe-arzobispo va a despedirme.
—De ningún modo, puesto que le entregarás hoy mismo las obras prometidas.
—No tengo fuerzas para componerlas, ¡te lo aseguro!
—Yo me encargaré de eso.
—¿Lo… lo harías?
—No puedo soportar ver a un amigo angustiado.
Utilizando un lenguaje de fuga donde afloraba la ciencia de Johann Sebastian Bach, aun respetando el estilo ligero que tanto apreciaba Colloredo, Wolfgang escribió los dos dúos para violín y viola[120] que Michael Haydn llevó al palacio del príncipe-arzobispo.