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Viena, 15 de enero de 1783
Estás seguro de que llegarán los invitados? —se preocupó Constance.
—¡Seguro! —afirmó Wolfgang—. A los vieneses les gustan las ideas originales.
—Un baile en nuestra casa, de las seis de la tarde a las siete de la mañana siguiente, tal vez, ¡pero hacerles pagar una entrada de dos florines!
—La suma cubrirá los gastos de organización. Ya verás, beberán y comerán mucho.
La baronesa Waldstätten fue la primera en llegar, y besó a Constance.
—La futura mamá está espléndida. ¡Qué divertido es pasar en vuestra casa una noche loca!
La siguieron Aloysia y Joseph Lange, el barón Wetzlar, propietario del edificio y admirador del músico, el tenor y francmasón Adamberger, el libretista Stephanie el Joven y muchos otros conocidos de los Mozart que no querían perderse la pequeña fiesta.
Cuando la atmósfera se había desenfrenado, Thamos hizo una discreta aparición. Pese a que había abusado levemente del ponche, Wolfgang conservaba cierta lucidez.
—Hermosa noche en perspectiva —dijo el egipcio.
—Presumo que no apreciáis demasiado este tipo de distracciones.
—Hace tiempo, mucho tiempo, fui joven también, y no te reprocho que vivas la vida a manos llenas.
—¡No olvido el camino del templo!
—Tus invitados te reclaman.
Viena, 27 de enero de 1783
El día que cumplió sus veintisiete años, Wolfgang siguió trabajando en el primero de los seis cuartetos que había decidido componer para sí mismo, sin saber que algún día serían interpretados en público. No le importaba, pues quería explorar un nuevo paisaje sin preocuparse por las reacciones de un auditorio.
Más allá de la felicidad y la desgracia, de la alegría y de la pena, el andante cantabile del cuarteto en sol mayor[99] evocaba un universo que Wolfgang aún no conocía, pero al que se acercaba a grandes pasos. Aquella música lo llevaba hacia el templo y le hacía superar obstáculos y atravesar puertas. Tal vez, incluso, todo el cuarteto se presentaba como un vasto portal cuyos contornos conseguía por fin dibujar.
Haciéndolo visible por medio de las notas, divisaba su solemnidad y su importancia. Incluso en la alegría del final[100], sintió una presencia. Su voz, lejana, se hacía casi audible.
Viena, 5 de febrero de 1783
La víspera, representación de El rapto del serrallo en el Burgtheater y confirmación del éxito de la ópera. En cambio, no había respuesta de París, que, decididamente, no se interesaba en absoluto por Mozart, aunque ya le reconocían que era un brillante compositor. Nunca volvería a poner los pies en aquel país de patanes, tan imbuidos de sí mismos que desdeñaban al resto del mundo y sólo pensaban en darle lecciones.
Inglaterra seguía atrayéndole, pero no pensaba en ese viaje inmediatamente, pues debía seguir abriendo su surco en Viena. Puesto que nadie le confiaba un buen libreto en italiano y su propia búsqueda no tenía éxito, Wolfgang comenzó a escribir una nueva ópera alemana[101], según una comedia de Goldoni cuyo primer acto estaba ya traducido. Un nuevo éxito lo consagraría como especialista del Singspiel, el drama alemán hablado y cantado a la vez que el emperador José II había deseado durante tanto tiempo.
Un proyecto para el gran público, su serie de cuartetos, otros conciertos presentes ya en su espíritu, los encargos, las obrillas de circunstancias… Wolfgang no pensaba en descansar. Afortunadamente, algunas horas de sueño le devolvían la energía necesaria para cumplir sus múltiples tareas.
Viena, 11 de febrero de 1783
Chambelán palatino, consejero privado, embajador del príncipe-elector ante la corte imperial, el barón Otto von Gemmingen, originario de Mannheim, fundó en Viena su propia logia masónica, Beneficencia[102], con la ayuda de Ignaz von Born y de Thamos, conde de Tebas. Reuniendo sólo a un pequeño número de hermanos, permitiría experimentar los rituales que preparaban, desde hacía varios años, el mineralogista y el egipcio.
—El Gran Mago se acerca a la puerta del templo —indicó Thamos—, y debemos seguir trabajando sin descanso. Me gustaría que antes viviera una fase preparatoria.
—¿Por qué no utilizar la Cantera de los Iluminados de Baviera? —sugirió Otto von Gemmingen, que, en Mannheim, había propuesto a Mozart que pusiera música al Semíramis, un drama de resonancias iniciáticas.
—Por impulso del profesor de ciencias políticas Joseph von Sonnenfels —precisó Von Born—, los Iluminados tienen cada vez más influencia en nuestras logias, pero temen las intervenciones de la policía y se refugian tras el secreto masónico. Librar un combate contra la injusticia, la tiranía y el corsé de las creencias religiosas atrae a cierto número de hermanos.
—He hablado con los dirigentes de los Iluminados —reveló Thamos—, y sigo preguntándome por su sinceridad y sus objetivos reales, tanto más cuanto la cima de su edificio ritual no ha sido aún concretada. Sin embargo, no me opongo a un contacto del Gran Mago con los responsables de una Cantera.
—Para no correr riesgo alguno —preconizó Von Born—, evitemos Viena. Puesto que el barón Van Swieten no ha obtenido información alguna sobre el eventual servicio secreto que parece espiar a los francmasones, será mejor otra ciudad. Salzburgo parece la más adecuada, pues allí varios Iluminados animan una logia desconocida todavía por las autoridades: La Previsión[103].
—No es su ciudad preferida —recordó Thamos—, pero debe ir próximamente para ver a su padre y a su hermana.
—En cuanto conozcamos la fecha —prometió Otto von Gemmingen—, haremos lo necesario.
—Sobre todo, tomemos el máximo de precauciones —recomendó Von Born—. Cualquier error tendría consecuencias catastróficas.
—El Gran Mago es menos frágil de lo que imaginamos —indicó Thamos—. Muchos le consideran un músico ligero y mundano, sin advertir su verdadera naturaleza. La Cantera le ofrecerá un marco de reflexión y le permitirá leer numerosas obras. Las convertirá en su miel, pero será sólo una etapa antes de la verdadera iniciación.
—Si los Iluminados toman el camino de la política —avanzó Otto von Gemmingen—, se arriesgan a enfrentarse a grandes problemas, y con ellos toda la francmasonería.
—Weishaupt, su fundador, parece tirar de un lado, y el redactor de los rituales, Von Knigge, del otro. Muy pronto sabremos si este enfrentamiento, acallado aún, termina con una reconciliación o una ruptura.