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Viena, 8 de enero de 1783

El embarazo de Constance iba a las mil maravillas. Feliz porque iba a dar la vida muy pronto, la joven se alegraba de los éxitos de su marido, que ahora tenía cuatro alumnos ricos.

La víspera, una nueva representación de El rapto del serrallo, que había sido incluida ya en el repertorio. Y Wolfgang preparaba una suscripción referente a sus tres últimos conciertos para piano, con la esperanza de obtener una hermosa suma.

Mozart alcanzaba todos sus objetivos: una creciente notoriedad, la independencia financiera y crear a su antojo. Sin embargo, parecía atormentado.

—¿Qué te preocupa?

—¡Salzburgo, siempre Salzburgo! Aún no estoy preparado para regresar. He aquí lo que Le he escrito a mi padre para tranquilizarle sobre mi determinación y mi compromiso de ofrecerte una obra que se interprete durante nuestra estancia allí: «Verdaderamente he hecho en mi corazón esta promesa y espero, verdaderamente, cumplirla. Cuando la hice, mi mujer estaba enferma aún, pero puesto que yo estaba firmemente dispuesto a desposarla en cuanto hubiese sanado, podía fácilmente prometerlo. Como prueba de la realidad de mi voto, tengo a medias la partitura de una misa».

Luego Wolfgang volvió al trabajo y compuso una melodía dramática[95]: «Mia speranza adorata! Ah, non sai; qual pena sia».

—¿A quién está destinada? —preguntó Constance.

—A tu hermana Aloysia, que ha regresado a Viena. La cantará el día 11 en la Mehlgrube, el casino de la harinera.

—¿No es algo… ambiguo el texto?

—¡Oh, no! —exclamó Wolfgang—. Yo te amo a ti y a nadie más. Aloysia me hizo sufrir mucho y ya no siento nada por ella, ni afecto ni odio, sólo estima por una excelente cantante capaz de interpretar correctamente melodías difíciles.

—Afortunadamente, no sabes mentir —declaró Constance.

Munich, 11 de enero de 1783

En Atenas, nombre en clave para Munich, en presencia de Adam Weishaupt, de Adolfo von Knigge, del filósofo Franz Xaver von Baader, Gran Maestre de la logia local, y de Thamos, conde de Tebas, Bode fue iniciado en los grados superiores de la Orden de los Iluminados de Baviera, única organización masónica en la que no figuraba ningún jesuita.

Sin embargo, los textos[96] alababan el ejemplo de Jesús, valiente hasta el punto de sacrificar su vida por su ideal. Y la ceremonia concluía con una imitación de la Cena, donde los hermanos comulgaban comiendo pan y bebiendo vino.

Inquieto ya, Bode lo estuvo mucho más al descubrir un grado reservado a los verdaderos Iluminados: ¡el Sacerdote![97]. Las enseñanzas dispensadas en los Pequeños Misterios los tranquilizaron, pues estigmatizaban la religión cristiana y el dogmatismo, rechazando la tiranía de las iglesias, fueran cuales fuesen, denunciaban las supercherías impuestas por las creencias y abogaban por el libre ejercicio de la razón. El hombre podía levantarse de su caída y edificar, en la tierra, un reino celestial del que estarían excluidos los déspotas, que debían desaparecer sin violencia.

Cualquier revolución política era vana y destructora, afirmaba Von Knigge. Sólo las escuelas secretas de Sabiduría harían grandes a los hombres y les permitirían tomar, realmente, el destino en sus manos. Entonces, el mundo albergaría a seres sensatos y conocería por fin la felicidad.

Luego Bode fue encadenado e introducido en la logia como un esclavo fugado, solicitando ser liberado del Estado, de la religión y de la sociedad. Su única exigencia: la libertad. Gracias a la iniciación, se convertía por fin en un hombre y ya no hacía distinción entre los reyes, los nobles y la gente sencilla. El verdadero «Príncipe[98]» abolía las castas.

Bode quedó encantado.

Suscribía plenamente esas ideas y pensaba propagarlas con su jacundia habitual atrayendo al máximo de hermanos hacia los Iluminados, la única rama masónica capaz de modificar la realidad.

Durante un banquete que reunía a los iniciados, Adam Weishaupt reveló sus proyectos.

—Deseo organizar un sistema de logias confederadas, y nos interesa establecer en el seno de la francmasonería una arquitectura ecléctica. Entonces, tendremos todo lo que queramos.

—Desconfiemos de los aristócratas y mantengámoslos en los grados inferiores —intervino Bode.

Weishaupt fingió aprobar esa línea dura, aun sabiendo que era mejor adaptarse a las circunstancias y ganarse la confianza de algunos grandes señores.

—Seamos unos Aufklärer, iluminadores, propagadores de la luz —deseó el filósofo cristiano Von Baader—, y no revolucionarios violentos. Establecer un equilibrio entre una religión razonable y la exigencia de la lógica será nuestra prioridad. La Iglesia de Pedro y el catolicismo temporal han corrompido nuestra sociedad, que debe aprender a pensar por sí misma y a liberarse de cualquier forma de opresión.

Estaban a mil leguas del convento de Wilhelmsbad y de su atmósfera decadente. Bajo el impulso de Weishaupt y de Von Knigge, los Iluminados de Baviera formaban una falange coherente, dispuesta en orden de marcha, con objetivos concretos.

Thamos consultó al autor de los rituales, el barón Adolfo von Knigge.

—Una vez afirmado el ideal —observó el egipcio—, es conveniente darle la herramienta ritual capaz de concretarlo. Supongo que se trata de los Grandes Misterios, donde se desvelará el esoterismo de la orden.

—Revelaré en ellos la verdadera naturaleza de la magia y de la realeza, términos empleados, desgraciadamente, a troche y moche.

—¿Habéis terminado ya la redacción?

—¡Me falta mucho aún! Hoy lo urgente es reclutar el máximo de hermanos, tanto entre los profanos que formaremos en las canteras como entre los francmasones que serán admitidos, directamente, en los grados superiores.

—¿Y no son urgentes también los grados de Mago y de Rey? Según la tradición iniciática, es conveniente comenzar la obra por arriba y por lo esencial.

El barón Von Knigge pareció molesto.

—De momento, con el pleno acuerdo de Weishaupt, nos preocuparemos de reforzar la orden, darle fundamentos sólidos y conquistar la francmasonería. Cuantos más Iluminados haya, más se impondrán nuestras ideas.