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Viena, 28 de septiembre de 1782

Quisiera poseer todo lo bueno, lo puro y lo hermoso —exclamó Wolfgang antes de besar apasionadamente a Constance.

El 6 y el 20 de septiembre, dos nuevas representaciones de El rapto del serrallo en el Burgtheater. El 24, el emperador José II había escuchado en privado la ópera, demostrando así su admiración. Y el 25, la corte de Praga había ofrecido a Mozart cien ducados por una copia de la obra.

—Tu Rapto será representado en toda Europa —predijo su esposa—. Ganaremos mucho dinero y nos instalaremos en un apartamento mayor.

—Hoy recibimos a una multitud de amigos y festejamos nuestra felicidad. ¿Hay en el menú trucha de los Alpes ahumada?

—Sé perfectamente cuál es tu manjar preferido, querido.

La comida fue pantagruélica y el vino corrió a chorros. Como no existía festejo sin música, Wolfgang compuso varios cánones, comenzando por «Bei der Hitz»[90] y acabando por uno de los textos que estaban de moda en Viena, «Leck mir am Arsch fein recht»[91], que los comensales cantaron a coro hasta desgañitarse.

Viena, 1 de octubre de 1782

Tras la comida en casa de la baronesa Waldstätten, Wolfgang y Constance tuvieron una charla.

—No podemos ocultarle la verdad —dijo él.

—Yo no me atrevo a decírselo.

—¿Hay en ello algo vergonzoso, mujercita querida?

—¡Nada, nada en absoluto, al contrario! Esta nueva felicidad corona las demás.

—Vamos, se lo escribiré yo, aunque a mi manera. A nuestra buena baronesa, que tanto aprecia las bromas picantes, no le gustaría una carta convencional. Voy a informarle, así, de tu embarazo: «Queridísima, buenísima, hermosísima, de oro, plata y azúcar… Mi esposa tiene antojos, y sólo de una cerveza preparada a la inglesa. Si vuestra gracia pudiera hacer que me entregaran una jarra, os lo agradecería».

La jarra no tardó, y la futura mamá satisfizo su antojo.

Viena, 5 de octubre de 1782

Al examinar sus cuentas, el matrimonio Mozart advirtió, no sin amargura, que el autor de un éxito musical recibía muy poco dinero. En catorce días, el teatro ganaba cuatro veces más que el compositor de una ópera aplaudida por un público numeroso.

—No hay que estar dando la lata —estimó Wolfgang—, pero tampoco debo parecer un tonto que deja que los demás saquen provecho de mi trabajo, que me ha costado muchas fatigas y pesadumbres, y renunciar a todos mis futuros derechos.

—¿Cómo mejorar la situación?

—Negociando mejor los contratos, obteniendo remuneraciones más justas por parte de los editores y asegurando la posteridad de la obra. El combate será duro y difícil, pero lo ganaré.

A Wolfgang le había decepcionado la última decisión de José II: nombrar al mediocre Summer profesor de piano de la princesa Elisabeth, un cargo que él esperaba. Para el emperador, aquel desconocido presentaba una enorme ventaja: ¡su escaso salario!

Viena, 19 de octubre de 1782

¿No estaba Leopold, por fin, orgulloso de su hijo, que el 8 de octubre había dirigido una versión de El rapto del serrallo para clarinete en honor del gran duque Pablo de Rusia y de su esposa? Además, acababa de componer unos conciertos para piano[92] que se mantenían en el centro, entre lo demasiado difícil y lo demasiado fácil, para domesticar al público vienés con la ayuda de una pequeña orquesta o, incluso, un simple cuarteto de cuerda que respondiera al solista.

En su carta, Wolfgang se alegraba también de cómo había terminado la batalla de Gibraltar. «He sabido, y realmente con gran alegría (pues bien sabéis que soy archiinglés), la victoria de los ingleses sobre los españoles».

Desgraciadamente, Wolfgang debía retrasar más aún su viaje a Salzburgo, pues la temporada musical comenzaba en Viena. En pleno ascenso, no podía permitirse el lujo de una ausencia. Aunque aquella justificación tuviera gran parte de verdad, el compositor seguía temiendo ser detenido por los esbirros de Colloredo, capaz de destruir su carrera.

Sin embargo, quería ver de nuevo a su padre y a su hermana, presentarles a la maravillosa Constance y añadir aquella felicidad familiar a todas aquellas de las que ya gozaba desde hacía unos meses. ¡Qué razón había tenido abandonando Salzburgo y probando suerte en Viena!

Pero debía reanudar aquellos vínculos y enfrentarse de nuevo a su ciudad natal, en cuanto se sintiera capaz de hacerlo.

¿Qué le habría aconsejado Thamos, ausente desde hacía tanto tiempo? Por un instante, Wolfgang pensó que desaprobaba su conducta, demasiado mundana a su entender, luego volvió a componer hermosa música para los oídos vieneses. Sobre todo, no aflojar y seguir conquistándolos.

Viena, 4 de noviembre de 1782

El Venerable Maestro Ignaz von Born tomó una decisión revolucionaria: reunir todos los meses a los Maestros Masones que realmente deseaban conocer los secretos de la iniciación poniendo manos a la obra.

Los candidatos fueron escasos, pues no todos, ni mucho menos, deseaban llevar a cabo una investigación profunda sobre los símbolos que los rodeaban sin que percibieran su significado. La mayoría de los francmasones no iban a la logia para realizar prolongados esfuerzos. La paciencia de Von Born se vio recompensada, sin embargo, puesto que una élite comenzó a asumir sus deberes.

Aquella noche, cada hermano leyó su trabajo, que el resto de los Maestros escucharon con atención. Thamos estableció una síntesis, añadiendo elementos esenciales en los que nadie había pensado. Un redactor se encargó de preservar las ideas que servirían de base para la próxima Tenida.

Aquel método inédito conquistó algunos espíritus, aptos para progresar, y alejó a los conformistas satisfechos con lo ordinario de las logias, donde se entablaban relaciones participando en banquetes.

—Existe un núcleo de iniciables —confió Ignaz von Born a Thamos—. No importa su pequeño número. Lo importante es su compromiso, su rigor y su solidez. ¿Qué ha producido el convento de Wilhelmsbad?

—Un desastre. En adelante, nuestra única oportunidad de iniciar al Gran Mago consiste en edificar una o varias logias vienesas dignas de ese nombre.

—Tengo esperanzas de conseguirlo. Los meses venideros serán decisivos. Si el emperador no cambia de actitud y sigue abogando por la tolerancia, alcanzaremos un comienzo de coherencia. Según Gottfried van Swieten, el servicio secreto que tanto tememos sólo sería un espejismo.

—Aun deseando equivocarme, no comparto su optimismo. Mantengámonos ojo avizor.

—Mozart ha logrado un buen éxito. Anoche, daba un concierto en el teatro de la Puerta de Carintia y sigue cosechando los favores del público vienés.

—Ésa es su nueva prueba —indicó el egipcio—. Si esta gloria lo embriaga, lo alejará del templo y se reunirá con la cohorte de marionetas que se alimentan de su propia vanidad.