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Viena, 4 de julio de 1782
Mientras proseguían los ensayos de El rapto del serrallo, uno de los admiradores de Mozart, Johann Valentín Günther, lo invitó a cenar en compañía del tenor Adamberger y del libretista Stephanie.
Günther, secretario del gabinete secreto del emperador para asuntos de la Guerra, era uno de sus amigos íntimos. Su apoyo ayudaría a Wolfgang a imponerse.
—¿Satisfecho con vuestros cantantes? —preguntó.
—¡En presencia del futuro héroe, Belmonte, no podría desear nada mejor! Trabajamos en un ambiente excelente, nadie quiere pisar a los demás.
—Una especie de milagro —observó Adamberger—. Por lo general, las divas se tiran del moño. La música de Mozart apacigua las tensiones y nos da ganas de celebrarla superando nuestras mezquindades.
En ese instante llamaron con violencia a la puerta del apartamento.
Apenas la abrió un criado cuando varios policías entraron en la casa; su jefe se plantó ante Günther.
—Consideraos prisionero, señor secretario.
—¿De qué se me acusa?
—De espionaje en favor de Prusia.
—¡Menuda estupidez!
—Vuestra amante, Eleonora Eskeles, hija del gran rabino de Bohemia y de Moravia, os ha arrancado informaciones ultraconfidenciales. Demostrada vuestra complicidad, el emperador os pone en arresto domiciliario.
—¡Quiero hablar con su majestad!
—Ni soñarlo.
—¡Soy inocente y protesto vigorosamente contra semejante injusticia! Los policías obligaron a Mozart, a Adamberger y a Stephanie a salir del apartamento.
—Nuestro amigo Günther ha sido imprudente —juzgó Stephanie—. ¡La seductora lo ha llevado al desastre!
Viena, 5 de julio de 1782
—Uno de los íntimos del emperador fue detenido anoche —le comunicó Geytrand a Joseph Anton.
—¿Por qué ha llamado tu atención ese incidente?
—Porque el francmasón Günther cenaba en compañía de dos hermanos, el cantante Adamberger y el libretista Stephanie el Joven.
—¿Otros invitados?
—Mozart, un joven compositor.
—¿Francmasón, también?
—No.
—Mozart… El nombre ha aparecido ya en mis expedientes.
—Trabaja en una ópera con Stephanie.
Por lo que pudiera ser, Joseph Anton abrió una nueva carpeta con el nombre de Mozart.
Wilhelmsbad, 11 de julio de 1782
El lionés Jean-Baptiste Willermoz llegó a Wilhelmsbad, pequeña ciudad balnearia de Hesse, cuatro días antes de la inauguración del convento para entrevistarse en secreto con el Gran Maestre de la Estricta Observancia, Femando de Brunswick, y su adjunto, Carlos de Hesse.
¡Qué honor, para un comerciante, ser considerado así por dos ilustres señores! El verdadero salvador de la francmasonería era él, Willermoz, y sabía cómo hacer que se doblegaran los dos aristócratas: prometiéndoles sus rituales secretos sin dárselos nunca.
Con gran satisfacción por su parte, lo recibieron con deferencia.
—Los debates pueden ser tormentosos —estimó el Gran Maestre— y, juntos, debemos adoptar una línea de conducta que nos permita salvar la Estricta Observancia.
—Hemos decidido adoptar vuestra visión de la espiritualidad —precisó Carlos de Hesse—, rechazar las referencias templarías, el racionalismo, el cientificismo y la tradición esotérica.
—¿Sois conscientes, venerados hermanos, de que sólo los Caballeros bienhechores de la Ciudad Santa pueden regenerar la francmasonería?
—Lo somos —declaró Femando de Brunswick.
—Encontraréis fuertes oposiciones.
—Puesto que concluimos una alianza, sabré imponer mi autoridad y reducir al silencio a los contestatarios.
—¿Habrá que abandonar cualquier práctica alquímica? —se inquietó Carlos de Hesse.
—Cristo es el oro filosofal. Os ofreceré esta revelación al iniciaros, tras el convento, en el grado supremo de mi Rito.
El duque y el príncipe bebían las palabras de Willermoz. Aunque los hermanos creyeran que Brunswick seguía siendo Gran Maestre, el místico lionés ostentaba el poder real y dirigiría el convento en la buena dirección.
Dentro de unos días, como mucho de algunas semanas, su triunfo sería total.