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Viena, 1 de enero de 1782

Tenéis que reconciliaros con vuestra madre, hija mía —le aconsejó la baronesa Waldstätten a Constance Weber—. Semejante situación no puede durar para siempre.

—¡Me pegará!

—Si lo hiciera, avisadme de inmediato.

—¡Me encerrará!

—Mozart irá a veros regularmente. Si vuestra madre le cerrara la puerta, yo intervendría. ¿Estáis ya un poco más tranquila?

—Un poco, sí…

—Él os acompañará a vuestra casa y calmará el fuego. ¿Qué madre no sería feliz volviendo a ver a su hija?

—¡Yo quiero casarme!

—Vuestro prometido desea la conformidad de su padre, y yo le doy la razón. Si debéis planificar una vida en común, será mejor que vuestras familias respectivas lo aprueben y se entiendan. Además, un poco más de espera os permitirá hacer más profundos vuestros sentimientos.

La gestión de Wolfgang y Constance se vio coronada por el éxito. Pese a su aire gruñón y a una palabra dificultada por el abuso del alcohol, la viuda Weber pareció contenta de recibir a su hija y aceptó besarla.

—Deseamos convertirnos en marido y mujer —declaró el músico—. En cuanto mi padre haya formulado su consentimiento por escrito, prepararemos la ceremonia.

—Entretanto, trabajad y ganad dinero. No entregaré mi hija a un harapiento.

—Wolfgang es ya bastante conocido —protestó Constance.

—Es posible, pero es preciso que eso dé dinero.

—Hasta muy pronto —le dijo el joven a su amada.

Viena, 15 de enero de 1782

Atrapado en la tormenta, Wolfgang había olvidado mandar a su padre los tradicionales votos de Año Nuevo. Su carta del 9 de enero era explícita: «Sin mi queridísima Constance, no puedo ser feliz y estar satisfecho. Y sin vuestra satisfacción, sólo lo sería a medias. Hacedme, pues, del todo feliz».

La tan esperada respuesta de Leopold fue cortante e hirió profundamente a su hijo. La madre Weber y su siniestro «hombre de leyes» debían ser condenados a barrer las calles con un cartel al cuello en el que se leyera «seductores de juventud». Ni hablar de casarse con una muchacha Weber, arruinar la reputación de los Mozart y arruinarse a secas.

¿Cómo reaccionar ante una oposición tan resuelta y colérica? Wolfgang amaba a Constance, Constance lo amaba a él y no renunciaría a esa boda. Pero no deseaba pelearse con Leopold, que siempre había deseado su bienestar, incluso de una manera algo torpe.

Conciliar lo inconciliable… La tarea se anunciaba ardua, tanto más cuanto la conquista de Viena estaba muy lejos de haberse logrado. Al no prometerle descanso alguno, Thamos el egipcio no se equivocaba.

Viena, 16 de enero de 1782

El fundador[59] de los Hermanos Iniciados de Asia estaba orgulloso de recibir en el grado supremo[60] a dos ilustres adeptos, Femando de Brunswick y Carlos de Hesse, los dirigentes de la Estricta Observancia templaria. La orden acogía a los judíos que rechazaban el formalismo del Talmud y deseaban descubrir una interpretación esotérica de la Biblia, gracias al estudio de la Cábala.

Ciertamente, el éxito de este nuevo sistema ritual era limitado, y el número de hermanos seguía siendo reducido. Pero la llegada de dos grandes señores tal vez favoreciera su expansión.

El Gran Maestre de la Estricta Observancia quedó estupefacto al descubrir a su iniciador: ¡Thamos el egipcio!

—¡Vos, por fin! ¿Por qué tan larga ausencia?

—Ocuparme del Gran Mago es mi prioridad.

—Nuestra orden está en peligro. Llegan ataques de todos lados y debo buscar apoyos, como el de los Hermanos Iniciados de Asia.

—El convento de Wilhelmsbad marcará una etapa decisiva.

El duque de Brunswick divisaba, por fin, una salida, gracias al camino que le trazaba el Superior desconocido.

El Gran Maestre y su adjunto bebieron el elixir de la regeneración, fueron considerados dignos de recibir los textos principales de la Cábala y de actuar para la reconciliación de las religiones cristiana y judía.

Thamos no se hacía muchas ilusiones sobre el porvenir de esa insólita orden. A ella se adherían muy pocos judíos, que preferían seguir su tradición sin mezclarse con los cristianos. Y la gran mayoría de éstos seguían mirando a los judíos con suspicacia. Ese intento masónico habría servido, al menos, para abrir algunos espíritus, entre ellos los de ambos dirigentes de la Estricta Observancia. ¿Sacarían a la orden templaria del agujero donde estaba hundiéndose? Thamos aguardaba la respuesta a esta pregunta antes de concretar la orientación del Gran Mago, que, en lo inmediato, debía resolver sus problemas sentimentales y dar sus primeros pasos de músico independiente.

Viena, 23 de enero de 1782

Por dieciocho ducados al mes, Wolfgang daba clases a tres alumnos, tarea que le parecía especialmente penosa pero que le permitía subsistir. Un mal menor, pues detestaba enseñar.

Puesto que la señora Weber no le cerraba su puerta, veía a menudo a Constance y comprobaba así la solidez de sus sentimientos. ¿Por qué se mostraba tan intransigente Leopold? Wolfgang no quería casarse con la familia Weber, sino con Constance, muy distinta de su madre y sus hermanas.

Convencido de que obtendría el consentimiento de su padre, destinaba esa espera a seguir distintas opciones, una de las cuales lo llevaría, forzosamente, al éxito: preparar conciertos públicos, cumplir los encargos, tocar en los salones donde deseaban oírlo y, sobre todo, entrar al servicio de un patrón liberal que atribuyera su justo lugar a un músico.

Prioritariamente, Wolfgang apuntaba a la corte del emperador José II. Pensaba también en las del príncipe de Liechtenstein y del archiduque Maximiliano Franz, futuro príncipe-elector de Colonia.

Provisto de mucha energía, sólo tenía una traba: la enfermedad.