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Viena, 19 de mayo de 1781
Wolfgang estaba aterrado.
En vez de darle su conformidad y aprobar su deseo de libertad, Leopold le ordenaba que se sometiera a Colloredo para conservar su puesto en Salzburgo.
Cruelmente decepcionado, dejó que hablara su corazón:
En ninguna de las líneas de vuestra carta reconozco a mi padre. ¿Y tendré que hacerme considerar como un cretino y al arzobispo como un noble señor? Si es una satisfacción verse liberado de un príncipe que no os paga y os toca constantemente las narices, entonces, sí, es cierto, estoy satisfecho. Me he visto obligado a dar ese paso decisivo y ahora no puedo retroceder ni una pizca. Mi honor debe estar por encima de todo.
¿Comprendería Leopold, por fin, sus verdaderas aspiraciones?
Fuera como fuese, Wolfgang no volvería a doblar el espinazo.
Munich, 20 de mayo de 1781
El profesor Adam Weishaupt se felicitaba por haber reclutado al barón Adolfo von Knigge, que se consagraba con constante ardor al desarrollo de la orden secreta de los Iluminados de Baviera.
—Hoy por hoy —declaró el barón—, contamos con más de cien miembros y estamos implantados, además de en Baviera, en Suabia, Baja Sajonia, en el Alto y el Bajo Rhin, incluso en Viena. Es sólo el principio, pues muchos francmasones comienzan por fin a separarse de la Iglesia y a combatir la reptante influencia de los jesuitas. Con razón, reprochan a los católicos reservar mejor suerte a un asesino, a un libertino o a un impostor creyente en la transustanciación que al hombre honesto y virtuoso que tiene la desgracia de no comprender cómo un trozo de pasta puede ser, al mismo tiempo, un trozo de carne. El tiempo de tales supersticiones ha pasado ya, y nosotros, Iluminados y francmasones, debemos preparar el nacimiento de una era en la que la luz del conocimiento reemplace las tinieblas de la creencia. Adam Weishaupt se sentía optimista, pero deseaba ir mucho más allá.
—¿No crees, hermano mío, que los emperadores y los reyes protegen y alientan ese oscurantismo?
—Hay que condenar a los malos gobernantes, sean reyes o plebeyos —estimó Von Knigge—, y sobre todo provocar una evolución de la moral. Esa inmensa tarea tal vez requiera millones de años. Os lo repito, cualquier revolución violenta llevaría al desastre. No servirá de nada derribar los regímenes instituidos mientras no cambie el corazón de los hombres.
Millones de años, una evolución moral… Weishaupt, por su parte, deseaba una acción política y cortante, pero prefirió callar sus verdaderos designios, puesto que necesitaba a Adolfo von Knigge y a la francmasonería.
—He levantado la arquitectura de nuestra orden —prosiguió el barón—. Se compondrá de tres clases: la Cantera, la Francmasonería y los Misterios[46].
Von Knigge ignoraba que Adam Weishaupt controlaba la Orden de los Iluminados de Baviera con mano de hierro, utilizando el aislamiento, la delación y el espionaje.
Poniendo en marcha la Cantera, ese dominio absoluto se haría más difícil. Sin embargo, era preciso reclutar y convencer a muchos espíritus brillantes e influyentes para que se adhirieran a un movimiento espiritual, intelectual y social cuyo objetivo era la felicidad de la humanidad.
En realidad, Weishaupt deseaba llevar a cabo su proyecto revolucionario, cuya magnitud ignoraban los francmasones, ingenuos y manipulables. A su pesar, se convertirían en los vectores de un incendio capaz de asolar Europa. Sin duda, ellos mismos serían sus víctimas, pero no importaba. Acabar con la Iglesia y la realeza, hacer que brotara un nuevo poder político, eso era lo importante.
—¿El Gran Maestre de la Estricta Observancia templaria ha respondido a vuestros comentarios sobre su circular? —le preguntó al barón.
—Su entorno no los ha apreciado demasiado. Nuestros hermanos templarios se equivocan al imaginarse aptos para resucitar un lejano pasado en vez de interesarse por el presente. Durante el convento de Wilhelmsbad, intervendremos de forma activa y orientaremos la francmasonería en la buena dirección.
Viena, 25 de mayo de 1781
—Espartaco, Bruto, Filón, Luciano, Avaris… ¿Es una nueva locura masónica? —preguntó Joseph Anton a Geytrand, que acababa de entregarle una curiosísima lista de hermanos.
—Se trata de los nombres en clave de varios Iluminados de Baviera, tras los que se ocultan altas personalidades. Se reúnen en Atenas, en Eleusis, en Heliópolis o en Egipto, también nombres en clave de ciudades de Alemania, de Austria incluso, que no he conseguido aún descifrar. Todo eso sigue siendo muy misterioso, y sólo tengo algunas migajas de información. Estos Iluminados forman una sociedad secreta casi hermética. Al desarrollarse, forzosamente nos proporcionará charlatanes y traidores.
—¿Están esos Iluminados aliados con los francmasones y los templarios?
—La mayoría parecen ser francmasones, y varias logias comienzan a hablar de su movimiento, que sacaría a los hermanos de su sopor.
—¡Exactamente lo que debe evitarse! ¿Tienen una doctrina precisa?
—Tengo dificultades para definirla, tan enmascarados avanzan los Iluminados; critican a la Iglesia y reconocen la existencia de un cristianismo esotérico.
—¿Aprueban las reformas del emperador?
—En apariencia.
—¡Eso no me conviene! Si a José II le agradan, me impedirá que les ataque. ¿No hay ninguna declaración francamente subversiva para hincarle el diente?
—Todavía no, señor conde.
—Sigamos de cerca ese caso, Geytrand. Estos Iluminados me parecen más peligrosos que los adeptos a la Estricta Observancia templaria. Tal vez algunos no se limiten a neblinosas teorías intelectuales y extrañas creencias.